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La oración de Jesús en el Getsemaní

  • Fecha de publicación: Jueves, 20 Marzo 2008, 19:20 horas

La oración de Jesús en el Getsemaní

Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro.  Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse.  Y les dijo:  Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.  Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora.  Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.

 Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes?  ¿No has podido velar una hora?  Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.  Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras.  Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle.  Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad.  Basta, la hora ha venido; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores.  Levantaos, vamos; he aquí, se acerca el que me entrega” (Mr. 14:32-42).

Los evangelistas Marcos y Mateo ofrecen relatos casi idénticos.  Lucas agrega algunos detalles que no son mencionados por los otros dos.  Mientras que Juan no alude para nada al tema, pero es interesante que podamos hacer algunas comparaciones a medida que avanzamos.

Jesús dejó a sus discípulos y les pidió que permanecieran sentados, pero se llevó consigo a Pedro, Jacobo y Juan y les compartió cómo se sentía, les dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (Mr. 14:34).  La expresión “hasta la muerte”es estar mortalmente triste.  Pero... ¿Por qué estaba tan triste?  Una cosa es tener miedo y otra cosa es estar triste, usted puede no tener miedo de nada, no ver ningún peligro, pero estar muy triste.  Sin embargo, la pregunta es, ¿por qué estaba el Señor tan triste?

Aunque los evangelios no dan estos detalles, no es difícil imaginar lo que sucedía en la mente y el corazón del Salvador, ya que Él siendo Dios sabía lo que iba a ocurrir con ese pueblo que tanto amaba, con Israel.  ¡Cuán diferente habría sido todo si ellos le hubieran dado la bienvenida en la ciudad de Jerusalén, en su llamada «Entrada triunfal» y le hubieran reconocido como su Mesías!  Creemos que le embargó tanta tristeza por las siguientes razones:

1) Estaba triste por la forma cómo las autoridades religiosas lo habían rechazado como Mesías, haciendo con esto cómplices a otros que nada tenían que ver en el asunto.
2) Sabía que esa misma generación iba a sufrir, a perderlo todo, incluyendo su nación, la ciudad de Jerusalén y el templo.  Que muchos iban a ser vendidos como esclavos y que el resto iban a ser esparcidos por todo el mundo.
3) Sufría porque los miles y miles que recibían su ayuda ahora quedarían sin ella.  Por todos los que eran explotados, gente pobre, necesitada de alimento.  Los había ayudado y ahora ya no lo haría más.  Le dolía mucho lo que les pasaría, porque sólo Él conocía anticipadamente lo que iba a pasar.
4) Sufría por sus once discípulos que quedarían solos por algunos días.  Ya que naturalmente Él se presentó ante ellos el tercer día, después de haber resucitado.
5) Sufría por Judas Iscariote, porque sabía lo que estaba haciendo y lo que eso le costaría.  Tenía conocimiento del trato que estaba haciendo Judas para venderlo por treinta piezas de plata.

•   ¿Acaso no conocía Él a Judas?  Desde luego que siempre lo conoció.
•   ¿Acaso no sabía que Judas robaba de las arcas, del poco fondo que tenían?
•   ¿Acaso no sabía que Judas en realidad nunca había reconocido como los otros, que Él era el Mesías de Israel y de todo el mundo?  Por eso cuando Pedro le dijo “…Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16b), creo que Judas no compartió este testimonio de Pedro, porque para él Jesús no era el Cristo.

6) El Señor sufría porque sabía lo que viviría Pedro, antes de llegar a ser lo que fue el día de Pentecostés.  Sabía que pronto iba a hacer uso de la llave que le otorgara cuando le dijo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16:19).  Fue Pedro quien usó esta llave el día de Pentecostés, cuando abrió la puerta del Reino, y como dice Hechos 2:41 entraron por ella “tres mil”y luego otros “cinco mil” según Hechos 4:4.  Pedro también abrió la puerta para los gentiles en Cesarea, en la casa de Cornelio.  El Señor sabía además, que antes de que Pedro llegara a donde llegó, estaría en serios problemas, negándolo una y otra vez, para luego terminar llorando amargamente.
7) Sufría porque podía escuchar anticipadamente los gritos de: «Crucifícale, crucifícale, no queremos a éste, danos a Barrabás», de labios de una multitud enfurecida, manipulada por la misma jerarquía eclesiástica cuya misión debía haber sido postrarse ante su Mesías.  Sabía que sus hermanos, en su propio nombre y en el nuestro estaban pidiendo a un criminal.  Y hoy nos sorprende que haya tantos criminales, hijos de Barrabás.  Es apenas natural, porque nosotros los pedimos de una u otra forma.  Tanto los gentiles como los judíos en cierto modo se confabularon.  Y hablo de gentiles, porque Poncio Pilato lo era, y fue él quien firmó la sentencia final.  Él como gentil bien pudo haber desviado todo.  Claro, sabemos que hablar así no tiene sentido, porque eso debía cumplirse.
8) Debía sufrir también por tantos hombres y mujeres que le rechazaron una y otra vez.  Ya que no vio a ninguno de ellos rendido a Él, sino que todos murieron sin ser salvos.

No podremos entender realmente los sufrimientos del Señor, Su dolor, porque nunca podremos experimentar lo que él sintió.  No somos Dios.  Por eso, a algunas mujeres que lloraban cuando era llevado a la cruz, “Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Lc. 23:28).  ¿Por qué?  Porque sabía exactamente lo que iba a suceder y aunque se los dijo, ellos no lo vieron así.  Jesús no sólo sabía, sino que veía, porque es el “Yo soy”, y para Él eso ya era un hecho.  Lo que sucedería a Jerusalén fue predicho por Jesús: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!  Mas ahora está encubierto de tus ojos.  Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Lc. 19:41-44).

Sufría alejado de todos los suyos, sabiendo que ni siquiera sus propios hermanos y hermanas, creían en Él.  La Biblia nos deja saber, que María tenía cuatro hijos varones aparte de Él: a Jacobo, José, Simón y Judas, y que además tenía hijas, ¡y ninguno de ellos era salvo todavía!, no habían creído, excepto María y naturalmente José, pero él debió morir mucho antes.
Jesús sabía también que sus hermanos después compartirían la fe, y que se involucrarían hasta el “cuello” en la obra.  Sin embargo, no fue así mientras él estuvo con ellos.

Sabía que para Su familia, en algún momento, Él había sido una vergüenza, ya que los condenados a muerte eran culpables de graves crímenes.  ¡NO SE CRUCIFICABA A CUALQUIERA!

¡Qué gran afrenta debió ser para su madre, hermanos y hermanas tener que presenciar su crucifixión como un reo!  ¿A cuántos trataron ellos de convencer que Él no era culpable?  ¡Ni se ocuparon de eso!  No hay una sola cita bíblica que diga que María trató de explicarle a alguien que Jesús era inocente.  Mucho menos que sus medio hermanos lo hubieran hecho.
El Señor sabía lo que iban a sufrir cuando oyeran decir: «Crucifícale, crucifícale».  María como madre, conociéndolo como le conoció y habiéndolo recibido como su Mesías, su Salvador, Señor y Dios.

Ahora estaba en el huerto de Getsemaní, orando.  Pero... ¿Qué pedía Jesús en su oración?  Él decía: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mr. 14:36).  La palabra ‘abba’ es algo así como «Papito», es decir que le estaba hablando a su Padre en términos muy familiares, así como nuestros hijos nos pueden hablar a nosotros.

La única pregunta que vamos a tratar de contestar es, de qué copa está hablando, por qué le pidió a su Padre que la apartara.  Sabemos que la copa necesariamente no siempre tiene un sentido literal, puede ser la copa del sufrimiento y cosas por el estilo, hay que examinar el contexto en medio del cual se menciona.

Podríamos pensar que Él siendo tan humano como todos nosotros, y al mismo tiempo Divino por ser Dios, estaba medio “tambaleando” y pidiendo evitar la cruz.  ¿Es que acaso tenía miedo?  ¿Sentía angustia por el dolor?  Es cierto que la muerte de cruz es muy dolorosa.  Bueno muchos dirán que fue así, otros que «No, que no era el temor a la muerte».  Mientras que muchos dicen: «Se entiende que Él era enteramente humano y el hecho que hubiera tenido cierto temor a la muerte y quisiera que pasara la hora de la crucifixión del Gólgota, es fácil de entender».  Pero para mí, no.  Esto implica un serio problema en cuanto a uno de los atributos divinos, la inmutabilidad.  Dios no cambia, si aceptamos que el Señor tuvo miedo y tenía la esperanza de no ser crucificado, de no morir, entonces estamos en serios problemas.
Además hay muchos textos que entonces quedarían nulos.  Por ejemplo Jesús dijo en Juan 10:17 y 18: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.  Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo.  Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.  Este mandamiento recibí de mi Padre”.  Un mandamiento es un mandamiento, dado del Padre al Hijo.  No culpemos a nadie aquí: ni a los jerarcas eclesiásticos judíos, a Judas Iscariote, etc.  No culpamos a Judas ni siquiera por haber conocido al Señor y no rendirse a él, sino porque teniendo la oportunidad para salvarse no la aprovechó.

Cuando él se acercó a Jesús para entregarlo, acompañado por la turba que le seguía, el Señor todavía le llamó amigo, queriendo decir con esto, que para con él nada había cambiado.  Él quería salvarle, pero Judas había cambiado voluntariamente y estaba decidido a cumplir con su objetivo.

¿Realmente cree que es posible que el Señor haya pensado que Dios el Padre a quien llamó “Padre mio” se volvería mutable y cambiaría la cruz por otra forma de muerte?  Si hubiera sido así... ¿Cómo se habrían cumplido entonces Escrituras como el Salmo 22:16-18 y Zacarías 11:12, 13?  Estas profecías habrían quedado hechas trizas si el Señor no cumplía con su misión.  La profecía del salmo fue escrita casi mil años antes de la era cristiana y la de Zacarías 400 y tantos años, o quizás hasta 500 años antes.

•   “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies.  Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan.  Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:16-18).  Exactamente tal como ocurrió.
•   “Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo.  Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata.  Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado!  Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro” (Zac. 11:12, 13).

Nos es difícil evaluar lo que era su sufrimiento en Getsemaní, pero Lucas relatando esto mismo agrega algo que no tenemos en Mateo y Marcos y que nos ayuda a entender un poco mejor hasta dónde llegó el dolor de nuestro Señor en Getsemaní.  Vuelvo a repetir, que ni lo del salmo ni lo de Zacarías se habría cumplido si Jesús no hubiera ido a la cruz, toda la profecía se había desplomado.  Y si toda la profecía del Antiguo Testamento hubiera quedado hecha pedazos, ¿cómo podríamos confiar en que la profecía que todavía está pendiente se cumplirá?  ¡No podríamos creer!  Y diríamos: «Si fracasó y no se cumplió la profecía anterior, qué esperanza tengo entonces para decir que sí, que habrá un milenio, que habrá un arrebatamiento previo a eso.  Que Jesús volverá con su iglesia, que reinará durante mil años.  Que hay una resurrección: primero de los justos y después de los perdidos.  Que hay un trono blanco donde comparecerán los que resuciten en la segunda resurrección, y que serán juzgados y condenados».  Nada de eso tiene valor, porque las Escrituras serían falsas, no se podrían creer.

Pero cuando nosotros pedimos la ayuda a Lucas 22:41-44 leemos esto que es el mismo escenario de Getsemaní: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.  Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.  Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

El doctor Frederick Zugibe entre muchos otros, asegura que es posible sudar sangre.  Esta condición se conoce como hermatridosis.  Los médicos explican que hay muchos vasos sanguíneos que rodean las glándulas sudoríparas, formando como una especie de red a su alrededor.  Si estos vasos son sometidos a gran estrés, se constriñen, pero luego al dilatarse se expanden hasta romperse.  Las moléculas de sangre se riegan y por estar tan cercas de las glándulas sudoríparas penetran en ellas y se mezclan con el sudor, de tal manera que cuando la persona suda, su sudor está mezclado con sangre.

Pero... ¿Qué quiere decir la palabra «agonía?»  La Real Academia española la traduce así:

•   Angustia y congoja del moribundo
•   Pena o aflicción extremada
•   Ansia o deseo vehemente

Bueno, aquí estamos frente a uno angustiado.  Tal como dijo: Isaías: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7).  Sin embargo, fue allí donde el Señor obtuvo la victoria.  Al leer con cuidado los evangelios, notamos que la victoria del Señor ya se obtuvo en Getsemaní:

•   Antes de la sentencia de Poncio Pilato
•   Antes de declararlo culpable
•   Antes de Su caminata hacia el Calvario
•   Antes de Su crucifixión y ciertamente antes de abandonar la tumba vacía.

Pero, entonces... ¿Qué quiso decir Él en su oración, “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mt. 26:39)?  Personalmente y teniendo en cuenta lo que dice Lucas, lo que Él estaba pidiéndole al Padre era fortaleza para su cuerpo, porque ya no podía más, sentía que estaba a punto de desplomarse.  No quería morir en Getsemaní, sino ser crucificado.  Si algún esfuerzo hizo Satanás, no era tanto por evitar el Calvario, ya que sabía que eso era imposible, pero tal vez sí pensaba que podía provocarle tal angustia para que pensara que no podía resistir.

Notemos lo que dice el capítulo 26 de Mateo: “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?  Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.  Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.  Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño.  Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.  Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad.  He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores” (Mt. 26:40-45).

Note que las dos primeras veces cuando regresó y halló a sus discípulos durmiendo, les dijo en la primera ocasión: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”, mientras que la segunda vez, después de verlos dormidos “Y dejándolos, se fue de nuevo”.  Sin embargo, cuando regresó la última vez todo cambió: “Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad.  He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores”.  Lo que declaró fue: “Ya puedo ir a la cruz, sobreviví a todo el dolor de Getsmaní”.  Y Luego como si esto fuera poco, añade a continuación: “Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega” (Mt. 26:6).  Para ellos era descanso, para Él la cruz, pero tampoco ellos descansaron.

En lugar de suplicarles que oraran, les dice que duerman, que descansen, porque Él ya obtuvo la victoria y ahora va a la cruz.  Les avisa que... “ha llegado la hora”, sin duda la hora del Calvario.  Tenía que morir clavado de una cruz.  Esto era parte de lo que se anticipó ya en el libro de Deuteronomio.  Él tenía que tomar sobre sí nuestro castigo, el castigo que merecíamos.  Es necesario que recordemos lo que dice la Biblia sobre la muerte de un hombre colgado de un madero:

•   “Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad” (Dt. 21:22, 23).
•   “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.  Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 P. 2:21-25).
•   “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gá. 3:13).

El condenado que era colgado de un madero debía morir el mismo día y ser sepultado antes de la puesta del sol.  Esto explica muy bien por qué José de Arimatea y Nicodemo pidieron a Pilato el cuerpo de Jesús para sepultarlo, para darle una sepultura digna en un sepulcro que pertenecía a José de Arimatea: “Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió.  Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús.  También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.  Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.  Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno.  Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús” (Jn. 19:38-42).  Ahora volvamos al arresto de Jesús.

•   Judas llega con una turba, con espadas y palos: “Luego, hablando él aún, vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los escribas y de los ancianos” (Mr. 14:43).
•   La señal del beso traidor: “Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle, y llevadle con seguridad.  Y cuando vino, se acercó luego a él, y le dijo: Maestro, Maestro.  Y le besó” (Mr. 14:44, 45).
•   Le echaron mano y le prendieron: “Entonces ellos le echaron mano, y le prendieron” (Mr. 14:46).
•   La oreja cortada que cayó al suelo: “Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja” (Mr. 14:47).
•   Pero... ¿Quién fue el que cortó la oreja?: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.  Y el siervo se llamaba Malco.  Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:10, 11).
•   ¿Qué sucedió con esa oreja?: “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad.  Y tocando su oreja, le sanó” (Lc. 22:51).  Éste es el último milagro que hizo Jesús, tocó la oreja cortada y la sanó y el hombre se fue tranquilo.
¡Pobre Pedro, quería poner en acción su promesa!  Pero... ¿Necesitaba Jesús de ayuda para que lo defendiera?
•   Jesús tenía ejércitos innumerables de ángeles que habrían aparecido al instante si les hubiera ordenado: “Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.  ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?  ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mt. 26:52-54).

¿Cuántos soldados tenía una legión?  Según el Diccionario Bíblico eran entre cuatro mil a seis mil soldados, lo cual quiere decir que podrían haber sido entre cuarenta y ocho mil o setenta y dos mil ángeles que habrían venido a su rescate.  Y si un sólo ángel puede matar a ciento ochenta y cinco mil, ¡una sola legión podía acabar con mil cien millones de personas!  Pero Jesús no necesitaba esa ayuda.  Lo que precisaba fue lo que hizo, luchar mucho en Getsemaní para no desplomarse, y así logró la victoria.  ¡Por supuesto que fue asistido por ángeles, y Dios el Padre lo asistió a tal punto que sobrevivió!
Llegó la hora cuando los discípulos abandonaron al Señor: “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mr. 14:50).  Luego Jesús tuvo que comparecer de pie ante el máximo jerarca eclesiástico judío: “Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes y los ancianos y los escribas” (Mr. 14:53).  Mientras tanto, Pedro se mantenía a cierta distancia de Él, le seguía, pero de lejos: “Y Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego” (Mr. 14:54).

Como hacía frío, los soldados prendieron un fuego y se calentaban en el patio.  Mientras tanto,“...Los principales sacerdotes y todo el concilio buscaban testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte; pero no lo hallaban.  Porque muchos decían falso testimonio contra él, mas sus testimonios no concordaban.  Entonces levantándose unos, dieron falso testimonio contra él, diciendo: Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro hecho sin mano” (Mr. 14:55-58).

Estos... “testigos” se refirieron a lo que tenemos en Juan 2:18-21: “Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?  Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.  Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?  Mas él hablaba del templo de su cuerpo”.

Estos “testigos” mintieron.  Dijeron que el Señor había dicho que él mismo destruiría el templo.  Pero lo que dijo fue “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. ¡Él no se estaba refiriendo al templo de Jerusalén, sino a su propio cuerpo!  “Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada?  ¿Qué testifican éstos contra ti?” (Mr. 14:60).  Los acusados siempre se defienden, pero Éste es muy extraño en su comportamiento.  No contradice a unos testigos a quien ni siquiera los propios jueces les creían.

La actitud del Señor sorprendió al sumo sacerdote: “Mas él callaba, y nada respondía…” (Mr. 61a).  El sumo sacerdote entonces le hizo una pregunta directa: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mr. 14:61, 62).

La respuesta del Señor no se hizo esperar.  Le dio una respuesta triple:

1) Le dijo que sí, que era “el Hijo del Bendito”
2) Que la próxima vez que lo viera, sería “sentado a la diestra del poder de Dios”, y que
3) También lo vería “viniendo en las nubes del cielo”.

En cuanto a verlo sentado a la diestra del poder de Dios, probablemente se refería al testimonio de Esteban, el primer mártir: “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7:55, 56).

¿Y qué en cuanto a su venida?  Esto será en el futuro y va a ocurrir: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él.  Sí, amén” (Ap. 1:7).
Esta parte de la profecía se va a cumplir.  Es la razón por la que yo insistí tanto en lo de Getsemaní, porque el Señor no estaba tratando de evitar la cruz, justamente estaba tratado de llegar a la cruz, y la Escritura definitivamente se cumplió: “Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?  Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece?  Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte.  Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza.  Y los alguaciles le daban de bofetadas” (Mr. 14:63-65).

Eso de rasgar la vestidura viene a ser la expresión de algo muy terrible.  En este caso, este falso juez trató de dramatizar el grave pecado, que según él cometió Jesús, por su supuesta blasfemia.

El Señor todavía no había sido condenado, sin embargo hay que notar lo que sus enemigos hicieron con Él: “Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza.  Y los alguaciles le daban de bofetadas” (Mr. 14:65).

Mientras tanto, “Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote; y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándole, dijo: Tú también estabas con Jesús el nazareno.  Mas él negó, diciendo: No le conozco, ni sé lo que dices.  Y salió a la entrada; y cantó el gallo.  Y la criada, viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Este es de ellos.  Pero él negó otra vez.  Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos.  Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis.  Y el gallo cantó la segunda vez.  Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces.  Y pensando en esto, lloraba” (Mr. 14:66-72).

Mateo enfatiza que cuando el gallo cantó Jesús miró a Pedro, y Pedro también le miró, sus miradas se encontraron.  Esto impactó a Pedro profundamente, fue como un puñal en su corazón, y sin poder contenerse salió afuera y lloró amargamente.  Si lo analiza se dará cuenta que hay muy poca diferencia entre lo que hizo Judas Iscariote y lo que hizo Pedro.  Hay poca diferencia entre los pecados que comete el no salvo y el salvo.  El pecado puede ser muy parecido o igual, pero la diferencia grande está en el resultado final.

Judas nunca fue restaurado, Judas nunca obró como Pedro, especialmente cuando el Señor se acercó a él y le dijo: «Pedro, ¿me amas, pero tienes que decirme que me amas más que los otros, a excepción de Judas, porque ninguno de ellos hizo lo que tú hiciste».

Pero leamos mejor lo que dice el registro bíblico: “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?  Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo.  Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo.  Le dijo: Pastorea mis ovejas.  Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?  Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.  Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).

Nunca debemos olvidar que en Él hay perdón, pero nunca ocurre lo mismo con la persona que habiendo tenido una y otra oportunidad no se arrepiente ni le recibe por Salvador.

Por un lado hay un paralelo entre Judas Iscariote y Simón Pedro.  Por el otro, una enorme diferencia y se debía a que uno era salvo y el otro no, y que uno se arrepintió y estuvo dispuesto a ser restaurado, y el otro no.  La otra cosa que debemos recordar es que el Señor restaura a quienes son sus hijos aunque caigan como cayó Pedro, quien a pesar de haber cometido un pecado gravísimo, por el cual eran apedreados los judíos, ya que perjuró, juró en falso, se arrepintió de su pecado.

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