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La doctrina de la predestinación

  • Fecha de publicación: Jueves, 10 Abril 2008, 18:01 horas

No hace mucho escuché la exposición de un predicador famoso y muy conocido. Habló respecto a lo absurdo que era creer en lo que conocemos como «libre albedrío del hombre»,  señalando que el único que tiene tal libre albedrío o voluntad propia es Dios y fuera de él nadie más.  Su exposición se basó en lo que se conoce como Predestinación, aunque no usó mucho esta palabra.  Pero eso sí, escuchándolo, y si no conociera las Escrituras como las conozco, puedo asegurarle que habría ganado un adepto más.

  En la forma cómo fue planteado el tema era fácil que cualquier persona sin sólidos cimientos bíblicos, cayera en semejante laberinto de doctrinas extrañas.

Tardé bastante en rumiar todo esto, preguntándome una vez más: ¿Cómo comienzan las herejías?  Con esto no estoy tildando de hereje a alguien que cree en la predestinación.  Lo que trato de destacar es que este predicador ofrece una buena “plataforma de lanzamiento”.  Después de leer sus libros y escuchar sus cassettes, los seguidores y discípulos harán el resto.  Tras meditar un poco respecto a cómo comienzan todas estas doctrinas extrañas, llegué a la siguiente conclusión: El asunto va por etapas y nunca falla.  Su curso es más o menos como sigue:

•   Un predicador comienza una nueva iglesia, predicando la pureza del evangelio.
•   Logra reunir una congregación considerable de algunos cientos de miembros y después de miles.
•   Inicia un ministerio radial, primero en decenas y luego en centenas de emisoras en todo el país y a veces en el extranjero.
•   Todo esto es suficiente para “lanzarlo a la fama”.  Muchas veces el predicador no se da cuenta que está cayendo en ese remolino.
•          Al contar con un gran número de miembros, muchas emisoras y bastante dinero, el predicador poco a poco introduce temas que contradicen las sanas doctrinas, pero suele hablar con mucha convicción, citando mucho la Biblia y especialmente tratando de destacar los errores en las traducciones bíblicas, sobre todo en esas reconocidas como las mejores.
•   Próximamente hará referencias a los textos originales (hebreo y griego), dando la impresión que domina estos dos idiomas a la perfección y que los conoce tanto o mucho mejor que los mismos traductores de la Biblia, ya descalificada por él.
•   A esta altura, con tanta gente, tanta convicción, tantos libros escritos, tanto éxito, tanto conocimiento de los textos originales, con tanta promoción de su persona en publicaciones (como por ejemplo Moody Monthly y otras más), después de dar incontables conferencias especiales para pastores, matrimonios jóvenes, etc.; su congregación y miles de sus radioescuchas y teleaudiencia, creen sin cuestionar todo lo que este experto dice.

Es verdaderamente extraño, porque la “predestinación” anula la gracia.  Sin embargo, los oyentes de este expositor quedan con la impresión de que destaca en forma maravillosa la gracia divina.  Pero... ¿Qué quiere decir «predestinación?»  Simplemente es la enseñanza que sostiene que la salvación del hombre o su perdición, no depende de él mismo en ninguna medida, sino enteramente de Dios.  Dicho en otras palabras, si usted fue predestinado para el infierno, aunque de todo corazón desee evitarlo, Dios ya lo predestinó para ese lugar y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.  Por otra parte, si realmente quiere ir al infierno, pero ha sido predestinado para el cielo, irá al cielo no importa cuanto grite, llore y patalee porque no lo desea.

Sé que esto resultará chocante para muchos, pero si los predicadores que todavía mantenemos la línea bíblica fundamental y separatista, no hablamos sobre estos temas, esta corriente terminará por tener un impacto increíble en muchísima gente, ya que en cierto modo es cómoda.  De acuerdo con esta doctrina, usted como cristiano, no tiene responsabilidad alguna por la perdición de los pecadores, ya que si fueron predestinados, se salvarán con o sin su intervención, o se perderán, hábleles usted o no.  La única explicación que tienen los predestinistas para la gran comisión de ir “Y hace(r) discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19), es que ya que el Señor nos manda predicar, debemos hacerlo y tratar de ganar el mayor número posible de almas, sin preocuparnos por cuáles evangelizados han sido predestinados y cuáles no.  «Esto» - dijo el predicador - «Es asunto de Dios, que él se ocupe de ello.  Usted sólo ocúpese en obedecerlo y haga su parte, que Dios hará la suya».  Es necesario que nos formulemos estas preguntas:

•   ¿Es realmente bíblica la doctrina de la predestinación?
•   Y si es bíblica, ¿por qué la gran mayoría de los pastores, predicadores y teólogos no la enseñan?
•   Si la doctrina de la predestinación es falsa, ¿cuál será el fin de aquellos que la enseñan?

No se trata de un error menor o insignificante, sino que esta enseñanza elimina de raíz la gracia divina.  La gracia salvadora está basada, no solamente en la salvación SIN obras, sino que también se basa en la salvación para todos.  Dios no amó a un segmento determinado de la raza humana, en este caso ellos serían los “predestinados para la salvación, sus amados”, Él amó a todos.  La bendición que recibiera Abraham, fue que a través de su descendencia «Serían benditas todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3b).  Sabemos que esa bendición que llegaría a “todas las familias de la tierra”, es la salvación del hombre por medio de la fe, de la misma fe de Abraham: “...Y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Gn. 28: 14b).

Sin duda estamos ante un problema teológico extremadamente serio.  Siempre han existido conflictos y problemas de todo tipo en la interpretación de las Escrituras, pero hay algo en este caso en particular que difiere de otros errores.  Se trata de una falsedad tan bien camuflada que pocos detectan su verdadero peligro, pensando que es sólo “un punto de vista sobre un asunto sin importancia”.  Sin embargo, la importancia de lo que usted crea en cuanto a la predestinación es tal, que de ello depende de sí cree o no en la gracia.  Esto también hace de usted, o un predicador de la Palabra de Dios, o un predicador de ese “otro evangelio” mencionado por Pablo en Gálatas 1:8.  El apóstol también dice que quien predica ese otro evangelio “sea anatema” y “Ninguna persona separada como anatema podrá ser rescatada; indefectiblemente ha de ser muerta” (Lv. 27:29).  Esto nos coloca ante un problema muy serio.

Uno de los argumentos de los predestinistas es la justicia de Dios.  Se citan expresiones bíblicas y se trata de probar que Dios tiene un código completamente distinto al nuestro en lo que a justicia se refiere.  Dicho en otras palabras, lo que para nosotros es justo, para Él no lo es.  Y lo que nosotros consideramos completamente injusto, para Él puede ser lo más justo y correcto.  La idea es que nosotros, debido a nuestra naturaleza completamente corrupta, no estamos en condiciones de comprender la justicia divina.

Veamos algunos de los pasajes bíblicos que usan para demostrar la realidad de esta doctrina: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.  Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8, 9).  Es completamente erróneo tomar esta declaración divina e interpretarla a la luz de otro contexto, puesto que los versículos siguientes explican el pasaje cuando dicen: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”(Is. 55:10, 11).

Cuando Dios habla de sus pensamientos tan distantes de los nuestros, nos está mostrando su solución para el mayor problema del hombre que es su pecado.  La solución divina no es la destrucción final del hombre con su muerte espiritual o física, sino que Dios nos dice que tiene otros pensamientos que nosotros jamás podríamos entender.  Pensamientos que incluyen el rescate de los creyentes, su gracia, el perdón gratuito hasta para el pecador más vil.  Pensamientos que asimismo incluyen al hombre redimido sirviendo en su programa de rescate del pecador y logrando por este medio y para la eternidad, galardones o recompensas que ni siquiera entendemos en qué consisten.  Sabemos que Moisés, por ejemplo, prefirió sufrir con su pueblo antes que gozar de los deleites del palacio del rey, porque tal como dice la Biblia, “...Tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:26b).

Jamás hombre alguno habría podido concebir un plan tan extraordinario, tan maravilloso, porque está basado en el amor y paciencia divina para rescatar al hombre y hacer que viva para siempre en su presencia, mediante la fe en Jesucristo.  Los judíos en los días de Isaías no pudieron entender esto, tampoco comprendieron lo que era la gracia cuando su Mesías vino.  Hoy mismo, millones no comprenden ni pueden aceptar la sola idea de la salvación por gracia, gracia que sólo se origina de Dios.  Jamás hombre alguno pudo imaginar tal plan.  Está tan alto y tan distante este pensamiento divino de todo lo que pueda discurrir el hombre, que incluso muchos de los que se denominan cristianos invocan hoy todo tipo de obras, porque no pueden entender estos pensamientos de Dios.  Los cristianos regenerados aceptamos nuestro perdón, no porque entendemos Sus pensamientos, sino porque aplicamos la fe, y por fe solamente, aceptamos todo lo que incluye Su gracia para salvarnos.

Para confirmar todo esto, dice en el mismo capítulo 55 de Isaías: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano.  Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55: 6, 7).  Tener misericordia del impío y ser amplio en perdonar, son pensamientos de un Dios santo y justo, algo que el pecador no puede entender.  Esto sí que está lejos de la razón del hombre, como está el oriente del occidente y tan alto como el cielo de la tierra: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.  Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen” (Sal. 103:10, 11).

El salmista destaca lo mismo que el profeta, lo que es salvar al pecador rebelde por gracia, algo que no cabe en la mente del hombre.  Una vez que el hombre acepta la grandeza divina, no tendrá ningún problema para recibir la salvación por pura gracia.  Expresiones parecidas a estas las encontramos a través de la Biblia, pero esto no significa que vamos a tener un problema tan grande que no vamos a comprender lo que Dios quiere decirnos cuando habla de su justicia.

Cuando leemos la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento en donde Dios inspira a Moisés para que escriba la ley y plantea una serie de situaciones entre los seres humanos, notamos que en líneas generales exige de todos los hombres un tipo de justicia muy similar a la que hoy tenemos en nuestras cortes.  Básicamente todos los países civilizados ostentan una jurisprudencia bíblica.  Por ejemplo: no matar, no estafar, no robar, no calumniar y cosas parecidas.  No es que Dios siga un tipo de justicia y nosotros otro, sino que el Señor dio la ley justamente para que el hombre sepa que matar es injusto, que es pecado.  Que robar también lo es, etc.  Pablo dice: “...Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Ro. 4:15b).  “Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado” (Ro. 5:13).

En el Nuevo Testamento se habla mucho de cómo Dios no aplicó su justicia para resolver el problema del pecado, porque de haberlo hecho, ningún hombre sería salvo.  Sin embargo, si Dios aplicara su justicia, no sería menos complicado entenderlo.  Sabríamos que el culpable debía sufrir las consecuencias de su culpa, ser juzgado y condenado.  Pero como la condena era la muerte eterna y Dios quería salvarnos, siguiendo una justicia que no podemos comprender, optó salvarnos mediante la muerte de un solo justo, su Hijo Jesucristo.  Así cumplió su justicia y al mismo tiempo le ofreció al hombre la oportunidad de salvarse.  Esto es lo que tenemos dificultad en comprender, no la justicia de Dios, sino su amor al permitir que el inocente tomara el lugar del culpable.

La gran diferencia entre la justicia divina y la humana, es que Dios no necesita de jurados ni de testigos.  Él sabe muy bien quién es culpable, hasta qué grado es culpable y dónde se encuentra.  Nosotros, los jueces, las cortes y jurados, dependemos del testimonio del acusado, de los testigos, del fiscal y de tantos otros elementos que ayudan a esclarecer un crimen o cualquier otro delito.  Fue por esta razón que Dios estableció jueces entre su pueblo y les ofreció pautas claras que debían seguir para que su justicia no fuera quebrantada.

Notemos por ejemplo en el capítulo 18 de Génesis en donde Abraham intercede por Sodoma y Gomorra.  La oración de Abraham es muy original, porque estaba hablando con Jehová quien acababa de comunicarle que esas ciudades serían destruidas.  Sin embargo, Abraham piensa en la posibilidad de que hubiera unos cincuenta justos en esas ciudades, tal vez cuarenta y cinco, treinta, o quizá menos.  Su pregunta a Jehová es bien clara: “¿Destruirás también al justo con el impío?” (Gn. 18:23).  Luego Abraham prosigue con tan singular oración, y le dice: “Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?” (Gn. 18:24).

Como si esto fuera poco, Abraham en su oración, tal parece que hasta le hace una sugerencia al Señor, le recuerda que él como Dios y Juez de toda la tierra, debe ser justo, por lo menos tan justo como lo sería un juez humano.  Por eso continuó así su oración delante de Jehová: “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas.  El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gn. 18:25).

Esta conversación entre Abraham y Jehová es singularmente importante, porque en ella se establece que el código de la justicia divina no está tan distante de lo que Dios requiere de los jueces humanos, como dista el cielo de la tierra o el oriente del occidente.  El cuadro es perfectamente claro.  Abraham cree que es posible que haya unos cincuenta justos en Sodoma, por los menos estaba seguro que Lot y su familia lo eran.  Pero temeroso de equivocar el número, fue bajando la cifra hasta llegar a diez justos.  Ciertamente no habían esos diez justos, pero el Señor le prometió que en caso de haberlos, no destruiría la ciudad de Sodoma por amor a ellos.  Sabemos que luego Dios libró a Lot y a su familia sacándolos de la ciudad y cuando ya todos habían partido, cuando no quedaba un solo justo en ese lugar, hizo que descendiera sobre Sodoma fuego y azufre que la redujo a cenizas junto con todos sus habitantes.

A medida que se lee la Biblia, encontramos este principio de la justicia divina en todas partes.  Pretender que Dios ejerce un tipo de justicia que a nosotros nos parece injusticia, carece de toda base bíblica.  Indudablemente su justicia es muy superior a la nuestra, porque tal como ya dijera, Él cuenta con atributos que ningún juez en la tierra posee.  El Señor es Omnisciente, Omnisapiente y Omnipresente, todo lo cual le permite castigar siempre al culpable y justificar al justo.  Los hombres no poseemos esos atributos, y debemos actuar tratando de reunir evidencias sobre cualquier acusado, antes de dictar una sentencia.  Al leer con cuidado pasajes tales como el capítulo 21 de Éxodo, notamos que Dios en su calidad de Juez de toda la tierra, establece el patrón de justicia que deben aplicar los hombres, particularmente los jueces de Israel.  Note algunos casos especiales planteados por Dios y cómo debían ser juzgados: “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá.  Mas el que no pretendía herirlo, sino que Dios lo puso en sus manos, entonces yo te señalaré lugar al cual ha de huir.  Pero si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera.  El que hiriere a su padre o a su madre, morirá.  Asimismo el que robare una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá” (Ex. 21:12-16).

Le aconsejo que lea todo este capítulo y los que siguen.  En ellos Moisés, por inspiración divina, registró todo lo que tiene que ver con Dios y su justicia.  Hay leyes bien claras sobre los esclavos, sobre casos de violencia, leyes para los amos y sus súbditos, leyes sobre la restitución y sobre casos sexuales fuera del matrimonio.  Todos estos estatutos no nos parecen tan extraños.

Había pena capital para quien mataba a una persona fuera por la razón que fuera, venganza, robo, etc.  Pero si le mataba sin querer, no era justo que se le aplicara la sentencia de muerte, sino que en tal caso debía refugiarse en una de las dos ciudades que existían para ello, porque aunque los jueces absolvían de culpa a este hombre, debía refugiarse a fin de escapar de quienes quisieran vengarse, como familiares o amigos del muerto.  ¿Acaso no son esas las mismas leyes que hoy rigen a los pueblos y naciones civilizadas?  Con pequeñas diferencias, esos mismos son los principios que imperan hoy en nuestras cortes de justicia.  Note por ejemplo lo que dice Moisés en este discurso al pueblo: “Y entonces mandé a vuestros jueces, diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero.  No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré” (Dt. 1:16, 17).

Pero cuando Moisés habla de que “el juicio es de Dios”, ¿a qué tipo de juicio se refiere?  ¿A algún juicio o justicia que para nosotros es injusticia, o a algo que es perfectamente claro?  Obviamente está refiriéndose a los casos enumerados, tanto en este como en muchos otros pasajes de la Biblia.

En el capítulo 18 de Éxodo se halla registrado que Jetro, el suegro de Moisés, le visitó y al ver el enorme trabajo que debía desempeñar su yerno, inspirado por el Espíritu Santo le dio recomendaciones de cómo otros jueces podrían ayudarle a resolver algunos de los muchos problemas que debía enfrentar cada día.  Le dijo: “Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez... Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez” (Ex. 18:21, 25).

Las calificaciones de los jueces son las mismas que se requieren en la actualidad, aunque ciertamente creo que Moisés tuvo mucho menos problemas para escogerlos entre los millares de israelitas que los que tenemos hoy, especialmente en muchos de nuestros países “cristianos”. Queda bien claro entonces que no es cierto que la justicia de Dios difiera de la que exige de nosotros.  Por nuestras limitaciones, no estamos en condición de ejercer la justicia en la medida necesaria, pero no es que existan dos justicias, la de Dios y la nuestra.  La justicia es como la luz y la injusticia como las tinieblas, y sólo hay una clase de luz.

La elección divina

Los predestinistas dicen que Dios es el único en tener libre elección o libre albedrío, que ningún hombre goza de tal privilegio.  Para demostrar su punto de vista esgrimen una serie de textos donde se habla de una elección que en un primer momento parece arbitraria, sin la mínima intervención del hombre.  Es decir, que Dios elige al que quiere para ser salvo y rechaza arbitrariamente a otro para enviarlo al infierno.

El primer error de esta doctrina fatalista es el no distinguir las varias elecciones divinas que aparecen en las páginas de la Biblia.  Cuando fallamos al separar una elección de otra, rápidamente caemos en una grave falta.  Asimismo cuando hablamos de la elección de los redimidos o de que Dios endurece el corazón de los que se pierden.

Citemos algunos de los textos favoritos usados para demostrar la supuesta elección de Dios, en donde el hombre carece totalmente de decisión personal:

•    “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:13).
•    “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo...” (1 P. 1:1, 2).
•    “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col. 3:12).
•    “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad” (Tit. 1:1).
Todos estos pasajes y muchos otros más, hablan de que los cristianos son escogidos o elegidos.  Ciertamente no existe ninguna razón para decir que ellos son elegidos arbitrariamente y que no tienen que hacer nada de su parte.  Si hacemos un estudio cuidadoso de la gracia divina, encontramos que cada cristiano es un «elegido o escogido de Dios por el mismo Señor». Pero esto de ninguna manera significa que hay ciertos «señalados para ser escogidos y otros no».  En cada salvación ocurre una participación activa del Salvador y del salvado.  La elección es mutua.  El penitente, el pecador, escoge ser salvado y el Salvador decide salvarlo.  De nada valdría que un pecador escogiera la salvación si no tuviera a su alcance a un Salvador que desde antes de la fundación del mundo «escogió salvar al pecador». La elección de Dios se concreta cuando el pecador responde a esa elección con igual respuesta, eligiendo ser salvo.  De lo contrario la elección divina que es para todos los hombres, parecerá arbitraria y unilateral.

También debemos recordar siempre que en la Biblia aparecen diferentes elecciones divinas.  Dios, por ejemplo, escogió a Abraham para dar origen al pueblo hebreo del cual habría de nacer el Salvador.  Escogió a Moisés para que libertara a su pueblo sacándolos de Egipto.  El Señor también eligió a hombres como Nabucodonosor, Faraón, Ciro y tantos otros.  No todos ellos eran fieles, pero fueron sus “escogidos” por un tiempo para llevar a cabo una misión determinada.

Al considerar este tema de la elección de Dios versus elección del hombre, debemos tener siempre en cuenta el contexto de cada elección.  En lo que se refiere a salvación, la voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos.  Él amó al mundo, no a los tales elegidos, hasta el punto de dar a su Hijo unigénito quien fue muerto, no por los elegidos, sino por todo el mundo, por todos los pecadores.  El hecho de que no se salven todos, sino una minoría, no se debe a que Dios determinó “elegir a esa minoría”, sino que la mayoría de los pecadores deciden elegir la condenación.

El capítulo 9 de Romanos

El capítulo 9 de la epístola a los Romanos es sin duda alguna el pasaje más fuerte invocado por los predestinistas.  Pero aunque parezca extraño, es el que mejor contradice tal conclusión.  De lo que menos habla este pasaje es de una elección caprichosa y arbitraria por parte de Dios.  Pocas porciones de la Biblia nos muestran con mayor claridad la disposición divina de salvar a todos y la decisión del hombre de no salvarse: “Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.  Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor.  Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.  ¿Qué, pues, diremos?  ¿Que hay injusticia en Dios?  En ninguna manera.  Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.  Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.  Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.  De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.  Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?  Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?  ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?  ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Ro. 9:9-21).

A primera vista pareciera que Dios predestina a los hombres (a unos para vida eterna y a otros para condenación eterna) y que el pecador no tiene ningún margen para escoger si será o no salvo.  Pero tomando en cuenta lo que la Biblia enseña globalmente sobre la salvación y el significado de la gracia divina, los predestinistas no predican la gracia, sino la desgracia.  Porque... ¡Qué gran desgracia para el que no es elegido o escogido!  ¡Dios simplemente está permitiendo que él o ella nazcan para arrojarlos al infierno!

Vamos a destacar los puntos que parecen más conflictivos en este capítulo 9 de Romanos.  Pablo dice que Dios había escogido a Jacob y no a Esaú, aún desde mucho antes de que nacieran y de que hicieran ni bien ni mal “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese”.  La primera impresión es que aquí sólo existe un lado con derecho a elegir.  En otras palabras, que Dios se atribuyó el derecho de elegir a Jacob y rechazar a Esaú.  Si no tuviéramos la historia de estos dos hermanos, podríamos deducir que esta es la única explicación.  Pero puesto que Pablo menciona por nombre a estos dos hombres, antes de precipitarnos a pronunciar cualquier conclusión, es necesario volver a examinar lo que ambos hicieron respectivamente.

Dios no rechazó a Esaú, sino que Esaú rechazó a Dios, permitiendo que la elección divina tuviese cumplimiento y que las bendiciones que le correspondían fuesen para Jacob.  No por elección unilateral de parte de Dios, sino por decisión de Esaú, quien dejó el campo libre para que esta elección se materializara.  ¿Recuerda lo que dice la Biblia acerca de este hombre llamado Esaú?  El relato de la venta de su primogenitura se encuentra en Génesis 25:27-34, y al terminar el relato el escritor sagrado registró estas breves, pero significativas palabras: “...Así menospreció Esaú la primogenitura” (v. 34b).

Si hacemos un estudio más cuidadoso sobre el significado espiritual de esa primogenitura, descubrimos que Esaú no sólo despreció las bendiciones de Isaac su padre, sino que en el presente contexto estas bendiciones son símbolo de las bendiciones de Dios, es decir, de la vida eterna.  El autor de la epístola a los Hebreos menciona la gravedad de este desprecio, diciendo: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.  Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:15-17).

Pero... ¿Cuándo fue que Esaú procuró con lágrimas recuperar las bendiciones que había perdido?  Obviamente después de despreciarlas.  Dicho en términos más sencillos, cambió el cielo por un plato de lentejas.  Este desprecio fue muy grave, pero Dios no lo presionó en ningún momento para que tomara tal decisión.  Cuando él procuró con lágrimas reparar el daño hecho, ya no tuvo oportunidad, no porque Dios no lo escogiera y eligiera a Jacob, sino porque él despreció ser elegido por Dios.  El Señor no le trató como un robot, respetó su libre albedrío, su elección, aunque muy equivocada porque Esaú escogió la maldición despreciando la bendición y permitió que Jacob fuese el depositario de esa bendición, que no era únicamente la de Isaac, sino la bendición divina canalizada a través del padre para el hijo primogénito.

Si Dios actuara según dicen los predestinistas, el autor a los Hebreos habría dicho así: «Mirad bien, no sea que alguno deje de ser elegido». Contra una elección arbitraria nada podríamos hacer, pero sí tenemos el deber de mirar bien para evitar que nuestro corazón se endurezca hasta tal punto que Dios se vea obligado a cerrarnos la puerta y que cuando comencemos a llorar sea demasiado tarde para reparar el error.  En otro lugar leemos: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.  Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (He. 4:1, 2).  Los predestinistas sin duda entienden así este texto: «Pero no les aprovechó el oír la palabra, por no haber sido elegidos, predestinados...»

En el caso de Esaú, Pablo trata de hacerle ver a los lectores que examinen la vida de este hombre y vean el peligro al que se exponen los seres humanos al no ejercer sabiamente su libre albedrío.  Otro nombre mencionado es el de Faraón, y en ambos casos refiriéndose al endurecimiento del corazón.  Pero la pregunta que se plantea es: ¿Endurece Dios el corazón del hombre sin darle ninguna oportunidad, o es el hombre quien endurece su propio corazón sin darle ninguna oportunidad a Dios?  La respuesta es muy clara.  Dios sí endurece, pero antes ha concedido muchísimas oportunidades.  Cuando el hombre es definitivo en su rechazo, la Palabra de Dios nos hace ver que el Señor, respetando también la voluntad y libertad del hombre, endurece su corazón.

Ya vimos que Esaú, llorando después quiso recuperar lo perdido, pero “Ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17).  Esaú perdió su oportunidad.  Por esta razón la Biblia le insiste al pecador que cuando oiga la palabra, no endurezca su corazón: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (He. 3:12, 13).

Antes de explicar la cuestión del Faraón y su corazón endurecido, me parece que será más fácil continuar con el versículo 15 del capítulo 9 de Romanos en donde el apóstol dice: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”. La primera impresión es que Dios, arbitrario como lo hacen los predestinistas, sin tener en cuenta para nada la voluntad del hombre, tiene misericordia de unos para salvarlos y no tiene de otros condenándolos al infierno.  De que el Señor dotó al hombre de voluntad propia y capacidad para escoger, pero en un asunto tan serio como la salvación de su alma, no le permite hacer uso de este privilegio.  En todo lo demás el hombre utiliza su voluntad, tomando diariamente decisiones, pero tratándose de su salvación, el pecador, por más que lo desee, no puede hacer uso de este recurso.  Pero la Biblia NO enseña tal cosa.  La pregunta clave es: ¿De quién tiene Él misericordia?  Los predestinistas dirán: «De los que escogió o eligió.  De los demás, por supuesto que no, porque su misericordia es absolutamente necesaria para obtener perdón y vida eterna».
Aunque son muchos los pasajes que muestran que Dios es misericordioso con todos los hombres, creo que el cuadro que mejor lo revela es el caso del buen samaritano.  Y dice así este pasaje bíblico: “Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley?  ¿Cómo lees?  Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.  Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.  Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?  Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.  Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.  Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.  Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.  Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.  ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?  Él dijo: El que usó de misericordia con él.  Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo” (Lc. 10:26-37).

No creo que haya duda alguna en cuanto a los personajes que el Señor presenta en este cuadro.  El hombre que cayó en manos de los ladrones puede ser el pecador, cualquiera.  El sacerdote que iba por ese camino y pasó de largo representa la religión, la “que pasa de largo” en el momento en que más se necesita de ayuda espiritual.  Bien sabemos que en nuestro continente la religión le ofrece al moribundo la “extremaunción”.  ¡Qué ayuda más formidable!  Luego sigue diciendo la parábola que pasó por allí un levita, el cual a su vez representa la ley mosaica, la cual ningún hombre jamás cumplió, excepto nuestro Señor Jesucristo: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?  ¿Por qué procuráis matarme?” (Jn. 7:19).  Finalmente pasó por allí un samaritano.  Y de él se dice que al ver al hombre herido junto al camino “Fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas”.

La Biblia no dice en ningún lugar que Dios tiene misericordia de unas personas y de otras no.  Juan 3:16 declara: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Pero si es así, entonces ¿por qué dice: “...Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Ro. 9:15)?  Si continuamos nuestro estudio sobre el Faraón, comprenderemos lo que significa esta declaración.  Dice Romanos 9:16: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.

Los predestinistas ven en esta expresión la siguiente enseñanza: «De nada vale que un pecador quiera salvarse y otro quiera perderse.  Si los deseos de Dios y el pecador no concuerdan y el Señor quiere salvar al que no quiere ser salvo y condenar al que quiere ser salvo, siempre se saldrá con la suya sin dejarle margen alguno al pecador». El hombre según el predestinismo no tiene libertad de elección, no hay tal libre albedrío.  Dicen que Dios es el único en tener esta prerrogativa, por lo tanto elige lo que quiere para cada uno.  No obstante, esto nos lleva a una extraña conclusión muy peligrosa: El Señor no murió por todos, ni amó a todos, ni tiene misericordia de todos, tampoco desea salvar a toda la humanidad, sino que sólo tiene negocios con sus escogidos sin que el pecador desempeñe papel alguno.
Lo que implica Romanos 9:16, es exactamente lo que hallamos en todo el Nuevo Testamento en cuanto a la salvación por gracia.  La gracia, bien sabemos, no deja margen alguno para las obras.  Pablo mismo dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).  Cualquier alumno de la Escuela Bíblica Dominical comprenderá que la salvación no se logra queriendo, esforzándose, sacrificándose, gimiendo, dando dinero, haciendo penitencias, socorriendo a los necesitados o cosa por el estilo, la salvación debe ser recibida y Dios no tiene ninguna agencia que venda su salvación.  El Creador, por su gracia, optó salvar al pecador.  Así que por supuesto “no depende del que quiere, ni del que corre”.  Esto es bien claro en todo el Nuevo Testamento.  Se supone que todo predicador cristiano comprende esta verdad desde sus primeros pasos en la nueva vida.  El recurso de la salvación es el mismo para todos: La fe de parte del hombre, y la gracia de parte de Dios.  La única respuesta a la gracia salvadora es la fe.

Alguien entusiasmado con el predestinismo podría preguntar: «¿Pero acaso no es cierto que Dios manifestó su gracia a los elegidos, a los predestinados?». La Biblia dice todo lo contrario: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tit. 2:11).  La gracia de Dios no es para un cierto grupo elegido o predestinado para salvación, sino para “todos los hombres”.  Su gracia está al alcance de todos, y si todos los hombres se arrepintieran, el infierno sólo quedaría para Satanás y sus ángeles, tal como dijera el propio Señor Jesucristo al referirse al infierno, “...al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41).
Hay quienes dicen: «Bueno... pero la salvación es por medio de la fe, y la fe es un don de Dios». De manera que como se trata de un don y Dios le otorga sus dones a cada uno como quiere, es probable entonces que el Señor no le dé el don de la fe a todos.  Por lo tanto, aunque algunos tienen la gracia al alcance de su mano no pueden corresponder a esta gracia por medio de la fe porque no es su don.  El error está en desconocer, que si bien es cierto que la fe es un don, se trata de un don que todos los hombres tienen.  A diferencia de muchos otros dones mencionados en la Biblia, los cuales los creyentes deben usar en el servicio de su Señor, la fe es un don que tienen todos sin excepción.  La Biblia dice: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:30, 31).

Definitivamente la salvación no depende del pecador, sino de Dios que en su gran misericordia puso todas nuestras culpas sobre su amado Hijo Jesús, a fin de que fuésemos salvos sin sacrificio alguno de nuestra parte.  Todo fue preparado y suplido por Él.  Y sigue diciendo el apóstol: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.  De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro. 9:17, 18).  Es muy significativo que Pablo mencione a Faraón y como él fue endurecido por Dios.  Si ha leído alguna vez la historia de este rey habrá observado cuál fue su actitud cuando Moisés y Aarón acudieron ante él para pedirle que dejara salir al pueblo de Israel de Egipto, esto le ayudará a entender esta referencia de Pablo.

Le ruego que lea en su Biblia a partir del capítulo 6 de Éxodo para que note cuántas veces dice que Faraón endureció su corazón.  Después de muchas veces y de transcurrir muchos días, sobrevinieron varias plagas y Faraón continuaba endureciendo su corazón.

•    “...Y el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó...” (Ex. 7:22).
•    “Pero viendo Faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, como Jehová lo había dicho” (Ex. 8:15).
•    “...Mas el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho” (Ex. 8:19).
•    “Y viendo Faraón que la lluvia había cesado, y el granizo y los truenos, se obstinó en pecar, y endurecieron su corazón él y sus siervos.  Y el corazón de Faraón se endureció, y no dejó ir a los hijos de Israel, como Jehová lo había dicho por medio de Moisés” (Ex. 9:34, 35).

Cuando llegó a su límite, que Dios sabe cuándo es, dice la Biblia que entonces el Señor endureció a Faraón.  Es a partir de Éxodo 9:12 y en el capítulo 10 que se comienza a decir que Jehová endureció el corazón de Faraón.  Dios ciertamente por ser Omnisciente, sabía que él actuaría de esta manera, pero al mismo tiempo Faraón tuvo muchísimas oportunidades de dejar salir al pueblo de Israel.  Él no podía culpar a nadie por el endurecimiento de su corazón.  Sin embargo, es necesario dejar bien claro, que cuando Pablo dice que Dios le endureció el corazón tal como se repite en Éxodo, Faraón lo había hecho previamente en repetidas ocasiones, cuando Jehová le ofreció la alternativa de evitar tal endurecimiento.  Al demostrar que estaba decidido a desobedecer, el Señor entonces actuó endureciéndole el corazón sin dejarle otra alternativa que su propia destrucción en su torpe persecución contra los israelitas.

Este tipo de endurecimiento se ve a través de la Biblia y de la misma experiencia.  Un buen ejemplo lo tenemos en la Epístola a los Tesalonicenses en donde Pablo dice: “Y entonces se manifestará aquel inicuo... inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.  Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts. 2:8-12).
Es por esta razón que la Biblia le insiste al pecador que cuando escuche el evangelio no posponga su aceptación.  Repitiendo, “...Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 4:7).  La primera razón es porque uno puede morir no teniendo ya oportunidad alguna de hacer las paces con Dios.  Y la segunda razón de por qué no podemos posponer nuestra salvación, es porque podríamos obligar a Dios a que nos endurezca.  Esto ocurre con mucha frecuencia, incluso son muchos los pastores y obreros laicos que han encontrado a personas que llorando dicen: «Es que no puedo creer como usted, quisiera hacerlo pero no puedo». Estos son casos tristes en extremo, endurecimiento que no puede ser revertido.  Sin embargo, distan mucho de la enseñanza del predestinismo, del fatalismo.  Dios le concede a todos los hombres siquiera una oportunidad de escuchar el evangelio.  Desde luego que aquellos que por razones de fuerza mayor nunca oyeron acerca de la salvación se encuentran en otra categoría.

En los días de Jesús, él le preguntó a algunos: “...¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mt. 23:33).  Como ellos le habían rechazado y probablemente ya habían sido endurecidos, no tenían escapatoria.  También en otro lugar les dijo a otros que le rechazaban: “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.  Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mt. 21:31, 32).

Ciertamente Dios se reserva el derecho de endurecer a quienes le han rechazado en reiteradas ocasiones.  Dice la Biblia que el Señor permitirá que muchos de los que conocieron al evangelio, pero que nunca recibieron a Jesucristo ni se arrepintieron de sus pecados, sean víctimas de un espíritu de engaño y sean condenados, pero no dice que “estos fueron predestinados”, sino que “...Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts. 2:10).

Es fácil ver que el conocimiento conlleva la responsabilidad.  Toda persona que haya oído el evangelio siquiera una vez, o que haya tenido la oportunidad de oírlo, pero lo evitó, puede estar en peligro de ser endurecida y perecer.  Pero no por elección o predestinación previa sin la intervención de la voluntad del individuo, sino por decisión propia.  Es por esta razón que Pablo termina su argumentación diciendo: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?  ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?  ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?  ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción?” (Ro. 9:20-22).

Pablo dice que el alfarero tiene derecho de hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra.  Compara con esto a Dios nuestro Creador, diciéndonos que somos hechura suya como son los vasos hechura del alfarero.  Sin embargo, esto no quiere decir que los vasos para deshonra son símbolo de “los predestinados para perdición”, porque en tal caso la Escritura hablaría de “vasos para destrucción” no de “deshonra”.

En 1 Corintios, Pablo se refiere a estos mismos miembros de la iglesia, comparándolos con los miembros del cuerpo humano, y dice: “Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo (su iglesia), dando más abundante honor al que le faltaba” (1 Co. 12:24).

Parece que los predestinistas ven en estos vasos de deshonra a los “predestinados para condenación en el infierno”.  Cuando un predicador o expositor maestro de la Biblia, comienza a incursionar por estos peligrosos y tortuosos senderos, podrá desviar a grandes multitudes, ya que son pocos los laicos que estudian a fondo su Biblia.  Hoy vivimos a velocidades supersónicas y no nos damos cuenta que es extremadamente peligroso depender de las interpretaciones caprichosas que “parecen correctas” y hasta “lógicas”.

Pero antes de dejar el capítulo 9 de Romanos, permítame llamar su atención a la parte final del texto que citara arriba: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción...?”.  Tal como ya vimos, Dios soportó con mucha paciencia a ese vaso llamado Faraón, soportó a muchos otros, entre ellos a Esaú y a otros más que tuvieron la oportunidad de oír las buenas de labios del propio Señor Jesucristo.  Pablo también dice, que Él está tolerando a muchos ahora, pero que finalmente todos serán destruidos como lo fueron aquellos otros por negarse a creer y arrepentirse para ser perdonados.

Las preguntas fundamentales son: Si Dios realmente desea la salvación de todos los pecadores, o si ya ha elegido a los suyos.  Si los pecadores ya han sido sorteados en salvados y perdidos sin que ni los unos ni los otros tengan oportunidad de alterar lo decidido por Dios.  La Biblia no enseña tal cosa.  La Escritura repite una y otra vez que el pecador que desee ser salvo, será salvo, porque Dios realmente anhela salvar a todos sin excepción: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.  Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:1-4).

Los predestinistas evidentemente ven aquí las siguientes palabras: «El cual quiere que todos los predestinados sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad».  O tal vez «todos los elegidos». Podemos orar con confianza por todos los pecadores y tener la certeza de que Dios quiere salvarlos.  El problema no es Dios, sino los pecadores.  Dios invita al pecador, no le impone su voluntad ni le obliga a salvarse.  Tampoco le manipula ni le maneja como una robot.  Si hiciera los que los predestinistas afirman, el hombre estaría enteramente sujeto a su decisión en cuanto a su salvación o perdición respectivamente.  Pero como la salvación es justamente algo así como “la oferta y la demanda”, si Dios quien ofrece no encuentra la debida demanda, el beneficiario potencial, que es el pecador, es el único culpable de no ejercer el privilegio de su capacidad de elección, tal como lo ejerce en todos los niveles de su vida y relaciones.  ¡Cuán triste es que el pecador sea tan orgulloso, soberbio y autosuficiente, rechazando una oferta tan generosa!

En otro lugar de la Biblia tenemos: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).  Es obvio que el Señor no quiere la perdición de nadie.  Cada cristiano tiene que confesar francamente que en un momento dado, él o ella decidieron recibir a Jesucristo, porque eligieron obedecerle y humillados y arrepentidos se rindieron a él: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.  El que en él cree, no es condenado... El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:17, 18, 36).

La enseñanza bíblica en cuanto a la salvación del hombre es que todo pecador que oye el evangelio y arrepentido cree en Cristo, será salvo.  La Biblia en ningún caso insinúa que cuando se refiere al “mundo”, a “todos” o a “todo aquel” significa elegidos o predestinados.  Según el predestinismo pareciera que Dios amó al mundo entero, pero a unos amó para redimirlos y a otros para condenarlos: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó...” (Tit. 3:4, 5).  Él manifestó su amor y bondad, no a los elegidos, sino a todos los hombres, porque su voluntad es que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.

Dios siempre ha procedido de esta misma manera.  Siempre le ofrece al hombre más de una oportunidad para que reflexione y se arrepienta.  Pero los hombres no siempre le han correspondido.  Él por ejemplo habló así por boca de su profeta: “Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor.  Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos... Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes” (Ez. 2:4, 5, 7).

No hay aquí ni la más remota insinuación siquiera de que Dios ya había elegido a los que escucharían al profeta y se arrepentirían y los había separado de los que no creerían.  Más bien dice Dios: “Acaso ellos escuchen...  Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar...”  Si escuchan, serán salvos, y si no escuchan, serán condenados, destruidos, llevados al cautiverio.  Sin duda alguna Dios sabía que con el correr del tiempo habría sectas y herejías, y que aun hombres de gran prestigio le convertirían en un árbitro caprichoso e injusto, por eso inspiró a Moisés para que registrara estas solemnes palabras, sus palabras: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Dt. 30:19).

Este solemne desafío de Dios lo notamos a través de toda la Biblia.  Él toma la iniciativa e invita al hombre ofreciéndole todas las oportunidades para que voluntariamente y al comprender su condición perdida, se arrepienta y escoja recibir el perdón y la vida eterna.  Esta actitud de Dios para con el hombre aparece desde los albores de la creación.  Cuando les dijo a nuestros primeros padres que no tocaran el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, estaba ofreciéndoles la oportunidad de que eligieran, estaba destacando que tenían libre albedrío o libre ejercicio de la voluntad.  Todos sabemos que el hombre hizo una mala elección, pero ejercitó cabalmente su derecho.

Los predestinistas dicen que puesto que el hombre no tiene ninguna participación en su salvación, eso sí es gracia.  Según ellos, los seres humanos ni siquiera pueden querer ser salvos, ya que si tal cosa ocurriera habría que ver si el querer de ellos coincide con el de Dios.  De no ser así, lo que sin duda debe ocurrir muchas veces, el hombre no será salvo.  Esto, vuelvo a repetir, no es gracia, es una desgracia.  Además con esto nos encontramos a un paso de la doctrina de los Adventistas del Séptimo Día, ya que ellos enseñan que el infierno no es condenación eterna, sino que los que no fueron salvos, resucitarán, serán juzgados y luego morirán sumidos en la inconsciencia para no volver a resucitar más.  Esa, para ellos, es “la muerte eterna”.

Si el hombre no tiene libertad para elegir, esta doctrina del adventismo es perfectamente correcta.  Es apenas justo que si un Dios justo Juez de toda la tierra, le impide al hombre la libertad de elegir para ser salvo, no le castigue con el fuego del infierno por algo que no cometió.  El pecador que no tiene derecho a elegir no puede ser acusado de desobediente.

Al leer el capítulo 1 de Romanos, notamos cómo el apóstol expone la manifestación de Dios en la propia creación, añadiendo: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:20).  En cierta ocasión el Señor Jesucristo dijo que los que no creían en él eran ciegos, a lo que los judíos replicaron: “...¿Acaso nosotros somos también ciegos?  Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Jn. 9:40, 41).  Es obvio que Jesús les hace ver que eran culpables porque habían oído el evangelio y ellos mismos admitieron que no eran ciegos.  Es decir, que de forma consciente rechazaron la vista espiritual, la salvación que el Señor Jesucristo les ofrecía, haciéndose responsables de su actitud.  Permítame concluir con las siguientes advertencias y aclaraciones:

•    Siga predicando la gracia divina derramada y ofrecida a todos los hombres.
•    No convierta la gracia divina en desgracia humana.  Tenga la seguridad de que todos los pecadores no salvos, son un campo siempre propicio para la evangelización, porque Dios quiere que todos sean salvos.
•    No tema insistir y urgir, rogar y hacer todo lo posible para que el pecador vacilante tome una decisión.  No pretenda que si él o ella fueron elegidos, serán salvos de todas maneras.  La Biblia dice:
*   “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:1, 2).
*   “A algunos que dudan, convencedlos.  A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (Jud. 22, 23).
•    No tema en hacer todo el esfuerzo posible con toda persona no salva.  Tenga la seguridad absoluta de que la doctrina de la predestinación o la ausencia del libre albedrío por parte del pecador es herejía.  Puede que parezca inofensiva, pero viéndola con cierto cuidado notamos que en el mejor de los casos, le hace a Dios mentiroso e injusto.
•    Si pertenece a alguna iglesia donde se predique el predestinismo, le aconsejo que se aleje de allí cuanto antes.  Si colabora en alguna forma con este tipo de doctrina, suspenda toda colaboración para no ser cómplice de este tipo de herejía.
•    El que Dios sea Omnisciente, es decir, que sabe por adelantado quiénes se salvarán y quiénes no, de ninguna manera significa que le impide al hombre ejercer su voluntad libremente.  Dios no sería Dios, sino lo supiera todo, pero al mismo tiempo la salvación es algo que el pecador elige voluntariamente.
•    Contribuya para la obra misionera sabiendo que Dios desea la salvación de todos.
•    Ore por todos los pecadores sabiendo que Dios desea su salvación, pero pida que ellos sean quebrantados, compungidos de corazón y se arrepientan, creyendo en Cristo Jesús.
•    Nunca olvide, que a pesar de la depravada naturaleza del hombre, éste tiene la capacidad para reconocer su condición y clamar a Dios, quien jamás rechazará a ningún pecador porque para él no hay pecadores elegidos para la vida, ni predestinados para el infierno.  El Señor Jesucristo dijo: “Venid a mí todos”, no los elegidos para salvación.  También dijo: “...Y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).
•    Tenga valor y plena confianza y dígale al pecador a quien presenta a Cristo, que Dios le quiere salvar, y que él o ella serán salvos si deciden escoger el arrepentimiento y la fe en Cristo.  Jamás dude que Dios desea salvar a todos los pecadores.  Dios escogió a todos para vida eterna, con la condición de que todos le escojan a él.  Él amó al mundo y manifestó su gracia a toda la humanidad e invita a todos a venir a Él.

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