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Católico romano o cristiano evangélico

Católico romano o cristiano evangélico

No tengo el menor interés en ofender a un católico romano, ya que gran cantidad de ellos han sido llevados mediante el ministerio radial a los pies del Salvador, pero sí me parece importante hacer algunas diferencias y verlas directamente a la luz de la Palabra de Dios.

 En primer lugar, oficialmente la iglesia católica se llama IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ROMANA y es probable que usted nunca se ha detenido para examinar esta definición, pero en ello nada hay oculto ni difícil de entender.

El nombre CATÓLICO APOSTÓLICO ROMANO viene de la época de Constantino, emperador y Papa romano entre los años 270 y 337 de nuestra era. La palabra «católico» significa «universal» y como el imperio romano era mundial por decreto del Papa y emperador Constantino, la religión debía ser católica, es decir, universal. En cuanto a «apostólica» tiene poco y nada, pero era necesario insertar esta palabra para ganar la simpatía del puñado de cristianos, en aquellos días perseguidos por el mismo imperio romano. «Romana» de por sí explica que la capital del imperio era Roma, por lo cual la religión tenía su sede allí en Roma.

Cuando uno entiende esto le será más fácil comprender por qué el catolicismo romano se opone tanto, por ejemplo a la Biblia, simplemente no tiene en la Biblia sus principios, los tienen más bien en su propia estructura religiosa y política. Ahora, si usted quiere entender mejor cuáles son las mayores diferencias entre el catolicismo romano y el cristianismo, yo le invito a participar en cierto modo de este interesante diálogo donde supuestamente el católico romano pregunta a un cristiano por qué éste no se ajusta a las prácticas religiosas del primero.

Trataremos de plantearnos el mayor número posible de interrogantes y siempre tomaremos la Biblia, la Palabra de Dios como autoridad final en todos los asuntos, únicamente así sabremos dónde estamos, qué decimos y habrá una autoridad auténtica. La primera pregunta formulada por un católico romano a un cristiano podría ser:

¿Es cierto que todos somos pecadores?

Ahora bien, no estoy seguro si el católico y el cristiano están totalmente de acuerdo en este punto, creo que existe un conflicto porque el cristiano dirá que sí, que todos los hombres son pecadores excepto uno, el Señor Jesucristo, pero el católico dirá no, no es así, porque la madre de Jesús tampoco tuvo pecado; aquí ya vemos una abismal diferencia y ciertamente no pueden tener razón los dos, uno debe estar equivocado.

¿A quién invitaremos como árbitro en este caso? Solamente la Palabra de Dios, la Biblia puede servirnos como autoridad, como palabra final en todos los asuntos. En Romanos 3:23, dice Pablo: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, y más adelante: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12). Como si esto fuera poco, en Eclesiastés 7:20 dice: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”, y en Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, un poco más adelante el apóstol agrega: “...por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres...” (Ro. 5:18). Aquí nos dice que la condenación vino “a todos los hombres” porque todos son pecadores. El único hombre que pasó por este mundo y que no tuvo pecado, siempre tomando como autoridad la Biblia, la Palabra de Dios, fue nuestro Señor Jesucristo: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2:21, 22). También en Hebreos 4:15, dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Todas estas referencias bíblicas nos hablan de la convicción de todos los hombres clasificándolos como pecadores. Salvo una excepción, que es Cristo Jesús, la Biblia repite una y otra vez que todos los hombres son pecadores, porque todos tenemos el mismo origen, hemos heredado no solamente la semejanza física de Adán y Eva, sino la semejanza espiritual pecaminosa de ellos también, así el pecado pasó a todos los hombres y por el pecado la muerte. La respuesta a esta primera pregunta es SÍ, TODOS SOMOS PECADORES, EXCEPTO CRISTO. Pero aquí hay una discrepancia, porque los católico romanos dicen que: «Alabado sea santísimo sacramento del altar y la virgen concebida sin pecado original». Si usted no conoce la Biblia, pero conoce estas canciones, melodías, rezos o lo que fuera, claro que se va a confundir y será muy fácil convencerle que no puede ser, que María sí fue concebida sin pecado original, pero esto no dice la Biblia. La Biblia no enseña esto y nosotros hemos tomado la misma como autoridad única en materia de fe y vida cristiana.

Así que en cuanto a la primera pregunta: «¿Es cierto que todos somos pecadores?», apenas hemos tocado los bordes de los textos bíblicos que nos hablan de que todos los hombres han pecado, todos. La segunda pregunta podría ser:

¿Por qué los católicos tienen sacerdote y los cristianos no?

Es probable que viendo esta interrogante desde un punto de vista bíblico, los cristianos tienen más sacerdotes que los católicos. No se confunda, porque mi propósito es aclarar para que usted deje el paganismo y se acerque a Cristo. La única intención que tengo es llevarle paso por paso a los pies del salvador, respondiendo a sus preguntas suponiendo que éstas son las suyas. Mi interés es que usted sea salvo, aunque nunca venga a mi iglesia ni pertenezca a mi denominación si hay tal, y aunque nunca dé un centavo para la obra.

Ahora, ¿cuál era el oficio del sacerdote? Al leer el Antiguo Testamento notamos que Dios había instituido un sacerdocio incluso jerárquico entre los israelitas, la Biblia define claramente las actividades de los sacerdotes:

• Todos los sacerdotes debían ser de la tribu de Leví. Una determinada tribu de las doce tribus de Israel era la de Leví, de allí descendían los sacerdotes.

• Ejercían el sacerdocio entre los 30 ó 50 años de edad, luego se retiraban, se jubilaban.

• Ofrecían los sacrificios por los pecados y guiaban al pueblo en la vida espiritual.

• Tenían a su cuidado el canon sagrado, es decir, la Palabra de Dios que se estaba escribiendo; pero ya había por ejemplo, el Pentateuco, que son los cinco libros de Moisés, él los escribió.

• Hacían también las veces de médicos como por ejemplo, debían reconocer a una persona si era o no leprosa y cosas por el estilo.

• De manera especial el oficio sacerdotal tenía directa relación con el pecado y perdón. Para que el pecado del penitente le fuera perdonado y fuera él absuelto, la sangre derramada de víctimas inocentes cubría ese pecado y el penitente había cumplido con su deber delante de Dios, pero entre el penitente y Dios habían otros dos elementos: el sacrificio y el sacerdote.

Todo esto se expone con muchos detalles incluyendo la vestimenta del sacerdote en el Pentateuco. Ahora, ¿por qué entonces los cristianos no tienen sacerdotes, sino pastores, por ejemplo sobreveedores, ancianos, para que cumplan estas funciones? Lo mismo que en las demás preguntas la respuesta la tiene la misma Biblia.

La Biblia nos enseña que aquel sacerdocio caducó, que era para Israel únicamente y para un determinado tiempo hasta que Dios ofreciera algo muy superior a los sacrificios que consistían en: becerros, carneros, corderos, aves, etc., que sólo CUBRÍAN los pecados; era necesario un sacrificio perfecto que LAVARA nuestros pecados.

De acuerdo al cristiano, el sacerdote perfecto fue Cristo Jesús, mientras que aquellos eran apenas la sombra de lo que vendría. Lo mismo ocurre con los sacrificios, las víctimas por el pecado ofrecidas por los sacerdotes levíticos eran muy pobres, pero el sacrificio que ofreció el verdadero y supremo sacerdote Cristo Jesús satisfizo plenamente la justicia de Dios y salva para siempre aun al peor de los pecadores.

Veamos en la epístola a los Hebreos, dice así el autor: “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; (ellos cubrían solamente el pecado) pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados ...acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (He. 10:11-14, 22). Pero es necesario que leamos algunos versículos desde el principio del capítulo 10: “Porque la ley (se refiere a la ley mosaica), teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto (es decir, el culto en la época mosaica con el sacerdocio), limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado …Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:1, 2, 7-10). El autor de esta epístola presenta cuán inútiles eran esos sacrificios junto con su sacerdocio para resolver el problema del pecado:

• Era necesario ofrecer mucho sacrificio día tras día, porque la gente peca siempre.

• Esos sacrificios nunca pueden quitar el pecado, porque sólo lo cubría.

• Esos sacrificios a nadie hacían perfecto ante Dios.

• La ley junto con el sacerdocio, eran solamente sombra de los bienes venideros que es la gracia salvadora.

• Si aquel sacerdocio fuera válido, ofrecido el sacrificio una sola vez, el penitente estaría libre de pecado para siempre, sin embargo no era así, el mismo penitente tenía que seguir trayendo por cada pecado un nuevo sacrificio.

• Dios dijo que los sacrificios y holocaustos no le agradaban, pero él preparó un cuerpo para el sacrificio perfecto, este es Cristo Jesús, quien se ofreció voluntariamente una vez y para siempre muriendo por todos los pecadores. De acuerdo a lo que Dios ve en aquellos que confiaron en este verdadero sacerdocio, ellos tienen vida eterna y en sus ojos son perfectos porque echaron mano del SACRIFICIO PERFECTO ofrecido por el SACERDOTE PERFECTO.

El milagro de la perfección del cristiano radica justamente en la perfección sacerdotal y como víctima, Jesucristo.

Por último, en cuanto al sacerdocio levítico, dice “quita lo primero, para establecer esto último”, Dios mismo introdujo y él quitó el sacerdocio bíblico del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se habla de un sacerdocio muy diferente donde se aclara que cada cristiano, cada hombre, mujer, niño y anciano son sacerdotes y sacerdotisas en sí mismos. Si usted por ejemplo, es cristiano, mi hermano en la fe en el sentido bíblico de la palabra, usted es un sacerdote, no importa que nunca vista sotana ni haya ido a un seminario. Si se trata de una hermana, usted es sacerdotisa. Tal vez usted dirá: «Pero cómo puede ser, no tengo apariencia», eso no importa.

Ya no necesita de un intermediario como los judíos, quienes acudían a los descendientes de Leví para que intercedieran por ellos, porque usted tiene todo el derecho de acudir a Dios por medio de Cristo sin otro intermediario. Ellos hacían esto para acudir a Dios, mientras los sacerdotes eran los intermediarios; ahora no: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos...” (1 Ti. 2:5). Y en cuanto al sacerdocio Neotestamentario, dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).

El único sacerdocio bíblico que existe hoy es este descrito por Pedro el apóstol, él escribe a los cristianos y les dice que ellos son el verdadero sacerdocio, que constituyen una nación santa y un pueblo adquirido por Dios, “para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. El privilegio y el deber de cada hombre y mujer cristianos es anunciar la virtud salvadora de Cristo Jesús. Él salva, redime, hace santo al pecador, intercede por el cristiano y le ha preparado un lugar en las moradas eternas.

Otra razón por qué en la iglesia cristiana no hay sacerdocio es porque en la lista de los funcionarios de la iglesia que nos ofrece el Nuevo Testamento no aparecen los sacerdotes. Pero antes de seguir adelante para ver las citas bíblicas de los funcionarios de la iglesia hay que mencionar la cuestión de lo que Pedro dice, que nosotros los cristianos somos real sacerdocio, gente santa, etc. Esto ya viene desde el Antiguo Testamento, Dios dijo a su pueblo: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa...”(Ex. 19:4-6). ¿Fueron ellos un reino de sacerdotes y gente santa? No, porque se involucraron muy pronto en el sistema diabólico de cultos de los paganos que ellos mismos conquistaron y los echaron, es decir, Dios por medio de ellos. Por eso nuestro Señor Jesucristo vino y satisfizo la justicia de Dios para que podamos ser salvos ahora por su propio medio y él una vez y para siempre es el sacerdote perfecto, satisfaciendo plenamente la voluntad de Dios y de víctima. Por eso cuando Juan el Bautista lo vio y lo presentó públicamente, dijo: “...He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Ya no era asunto de cubrir el pecado, sino quitarlo, por eso en 1 Juan 1:9, dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Ahora sí vamos a 1 Timoteo y veamos los funcionarios de la iglesia. Sorpresa de sorpresas, no aparece para nada un sacerdote. Dice el apóstol Pablo a Timoteo: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea (no olvide que la palabra «obispo» significa «pastor»). Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Ti. 3:1-7). Y en la carta del mismo apóstol a Tito, dice: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé (recuerde que la palabra anciano, pastor, presbítero y obispo es la misma en el original griego); el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tit. 1:5-9). Estas son palabras relacionadas con el tipo de hombres que Dios busca para encargarles el ministerio de su Palabra.

El apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo nos ofrece aquí esta amplia lista de requisitos para los líderes espirituales en la iglesia, que es la de Cristo, ellos son: obispos, ancianos, sobreveedores y pastores. La palabra obispo es la misma de pastor y anciano, es decir, un hombre que encabeza una iglesia local, que predica, enseña, administra, bautiza a los nuevos convertidos y todo lo que tiene que ver con la marcha de la iglesia. Los requisitos para un pastor de una iglesia cristiana son en general los siguientes:

• Siempre debe ser un hombre, nunca una mujer. No puede ocupar el pastorado en una verdadera iglesia cristiana una mujer, está prohibido por la Palabra.

• Debe ser un hombre sobrio, que no guste meterse en borrachera o algo por el estilo.

• Debe ser esposo de una sola mujer, no uno que sea divorciado por ejemplo, o que en alguna forma es un polígamo o un falso célibe.

• Debe tener el don de la enseñanza.

• Debe tener a sus hijos todos cristianos.

• Debe tener un hogar disciplinado y ejercer realmente la jefatura de su hogar.

• Debe ser un cristiano ya maduro de unos cuantos años, no un recién convertido porque, como dice Pablo podría caer en el pecado de orgullo de Lucifer.

• Debe tener buena reputación de los mismos creyentes y ser fiel a la Palabra de Dios.

• Debe ser hospedador.

• No debe codiciar el dinero o riquezas materiales.

• Por último, debe tener carácter bien templado, dueño de sí mismo.

Nunca encontrará en la Biblia, ni mujeres pastoras ni sacerdotes cristianos, salvo en el sentido donde todos los cristianos, sin distinción somos en cierto modo sacerdotes para nosotros mismos. Es tan cierto esto que la Biblia dice que si el mismo Señor estuviera aquí ahora en la tierra ya no sería sacerdote: “Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote...” (He. 8:4). Si Jesús mismo no sería sacerdote, ¿qué sería entonces si estuviera hoy en la tierra?, permita que él mismo lo diga: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:11).

Por eso Pedro al animar a los pastores de sus días, dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores (que no es el Papa desde luego), vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”(1 P. 5:1-4). Juan llama a Jesús “el buen pastor”, Pedro lo llama “el Príncipe de los pastores”.

La cuestión sacerdocio no tiene lugar en la Biblia y en el cristianismo genuino, ¿por qué entonces existen iglesias llamadas cristianas que tienen sacerdotes? El sacerdocio, tal como lo conocemos hoy dentro del catolicismo romano, fue instituido en el siglo III y las sotanas negras se comenzaron a usar en el año 500 de nuestra era. Como ve, no es una cosa que viene de Cristo, pasaron siglos para que comenzara este tipo de sistema.

Estoy tratando de ser lo más sencillo y completamente bíblico para que usted pueda entender la diferencia abismal que existe entre ambos grupos.

La tercera pregunta sería:

¿Por qué los cristianos no creen en la bienaventuranza de María, en cambiolos católicos la adoran madre de Dios?

Los cristianos no niegan la bienaventuranza de María así como tampoco niegan la bienaventuranza de todos los creyentes en Cristo para ser salvos, como creyó también María arrepentida de sus pecados. Lo que los cristianos no creen es que María haya sido una mujer “sin pecado original” o que haya sido “siempre virgen”. Vea lo que dice la Biblia acerca de estas cosas, primero su bienaventuranza. ¿A qué se debió la bienaventuranza de María? La Biblia nos dice que se debió a que ella humildemente se rindió a Cristo Jesús recibiéndole como su salvador personal: “Y bienaventurada LA QUE CREYÓ, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Lc. 1:45-48).

¿Qué es lo que María había creído para llegar a ser bienaventurada? Ella había creído las palabras del ángel, el mensajero de Dios quien le había comunicado de su participación, de su ministerio sagrado que sería ser madre de Jesús: “Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lc. 1:30, 31, 38). Pero María no solamente creyó en el anuncio angelical de que sería la madre de Jesús, sino que luego ella personalmente recibió a Jesucristo como su salvador, su Dios y su Señor. Su bienaventuranza radica especialmente en esta declaración, porque todos aquellos que la siguieron reconociendo a Jesús como su salvador, su Señor y su Dios son tan bienaventurados en los ojos de Dios como ella; todos son salvos por el mismo salvador que fue salva María, todos tienen vida eterna mediante sus méritos, los méritos de Cristo Jesús, todos reciben el perdón de sus pecados por su gracia.

La Biblia no dice que María es en alguna forma superior a los demás cristianos, pero la idea de considerarla superior ya comenzaba en los días del ministerio del Señor: “Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lc. 11:27, 28). Jesús corrige a aquella mujer que en ese momento pensó que ser la madre de Jesús le otorgaba privilegios o jerarquía por encima de las demás mujeres. Jesús rápidamente contesta diciendo que es mayor la bienaventuranza de ser una mujer salva de sus pecados que ser madre de Jesús, porque si María no le hubiera reconocido a Jesús como su salvador personal se habría perdido como los demás incrédulos, aunque haya sido madre de Jesús, así de sencillo es lo que la Biblia nos enseña.

En cuanto a su supuesta perpetua virginidad, la de María, ¿sabía usted que fue inventada en el año 431? La Biblia solamente dice que María era virgen cuando concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo, pero cuando pasaron más de 400 años en el período de mayor oscurantismo espiritual, la iglesia entonces mayoritaria comenzó a agregar muchas enseñanzas ajenas a la Palabra de Dios, enseñanzas que en conjunto se conocen como la “tradición de la iglesia”.

La Biblia dice que María era esposa de José y que ellos tuvieron varios hijos después del nacimiento de Jesús: “Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS” (Mt. 1:24, 25). José, aunque se unió a María en matrimonio tomándola por esposa, no convivió con ella hasta que naciera el primer hijo de María, porque dice “primogénito” que significa «primero». Y la Biblia da los nombres de los hijos varones de María, porque entre los judíos generalmente no se daban los nombres de las hijas. Esto es lo que la Biblia dice sobre los medio hermanos de Jesús, es decir, hijos de María y de José, mientras que Jesús fue hijo de María, pero no de José: “...¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros?...” (Mt. 13:55, 56). La familia de José y María era numerosa, por lo menos eran ocho hijos y muy probablemente más que eso.

Los cristianos verdaderos adoran solamente a Cristo, porque la Biblia prohíbe adorar a ninguna otra persona o imagen de ninguna cosa. En cuanto a María, los cristianos creen únicamente lo que la Biblia dice de ella. Jesús es nuestro único salvador, mediador y Señor y no necesita co-salvadora ni co-salvador alguno, Jesús es quien murió, resucitó, está a la diestra de Dios y regresará por los suyos, y no María.

Los cristianos, tanto los de la iglesia primitiva como los que los siguieron hasta hoy, rinden culto únicamente al salvador eterno, que es el mismo Dios eterno a quien también María rindió culto porque le recibió como tal, como salvador personal y todosuficiente. Así que, lejos de despreciar a María, los cristianos reconocen el papel que ella desempeñó y también su valor al depositar su fe en Cristo Jesús y reconocer a él como su salvador, su Señor y su Dios. Si ella necesitaba salvador la única explicación es obvia, que ella también era pecadora.

Ninguna persona que no sea pecador necesita de salvador, Jesús nunca dijo que él necesitaba de salvador, porque él pasó por esta tierra, nació de una mujer como nosotros, pero no tuvo pecado.

La cuarta pregunta podría ser: ¿Dónde está la virgen María ahora?

Si usted es católico romano deberá creer lo que el catolicismo inventó y promulgó como dogma, que María ascendió al cielo ya en cuerpo en el año 1950. Nadie la vio, pero cuando uno se aparta de la Biblia no le queda otra cosa que creer la mentira inventada por los hombres.

La Biblia dice que todos los que mueren en Cristo Jesús, los que mueren siendo salvos van al cielo, y yo no tengo la menor duda de que María fue salva, pero va al cielo solamente el alma, porque el cuerpo debe esperar hasta la resurrección de los salvos. La primera resurrección será cuando todos los muertos siendo cristianos resucitarán, entre ellos sin duda María y no por haber sido la madre de Jesús o porque era “sin pecado original”, porque la Biblia no enseña tal cosa.

No estamos muy seguros de cuánto saben los que murieron en Cristo, ahora que están en el cielo, de lo que ocurre aquí en la tierra porque la Biblia no aclara, pero si María no sabía cuán diosa la han hecho ya se lo habrán dicho tantos salvos que están ahora en la presencia del Señor donde también está ella, porque fue salva por el mismo medio. Todos los cristianos cuando mueren van al cielo, esto no ofrece ningún problema en la Biblia y María es parte de ello porque ella también fue cristiana.

Escribiendo el apóstol Pablo a los corintios, dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor... pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Co. 5:1-4, 6-8).

En el Nuevo Testamento tenemos muchísimas referencias a la muerte, tanto a la muerte del cristiano salvo por la fe en Cristo como la muerte del perdido, no salvo. En todos los casos se indica que cuando muere un hombre o una mujer salvos, aunque su cuerpo se queda su alma asciende al cielo, va a la presencia de su salvador, pero cuando muere una persona no salva su alma va a un lugar de dolor, gemir, llanto y gran angustia que se llama Hades o Seol. Cuando María murió, la Biblia no dice ni siquiera la fecha, ella al igual que todos los demás cristianos, fue al cielo aunque su cuerpo todavía espera el día de la resurrección de los justos.

Así que para saber en qué lugar está hoy María debemos recordar que ella está en el cielo, porque arrepentida recibió al Señor Jesucristo como su personal salvador, Señor y Dios.

• La Biblia no dice que ella oye las oraciones o que ella intercede por nosotros.

• La Biblia no dice que ella ascendió en cuerpo al cielo, esta es una estafa que la religión agregó a la larga lista de mentiras que aparecen como doctrina.

• La Biblia no dice que ella fue concebida sin pecado original, este fue un invento de la religión en el año 1864.

• La Biblia no dice que ella es la reina del cielo, esto fue inventado por la religión en el año 431.

• La Biblia no dice que María es nuestra co-redentora con Cristo, esto fue inventado por la religión en el año 785.

• La Biblia nunca dice que María es la madre de Dios, esto fue inventado por la religión en el año 1508.

Si tenemos diferencias tan marcadas los cristianos con los católicos es porque no creemos en el mismo Dios, no estamos en el mismo camino, no somos de la misma fe, no vamos a la misma eternidad; existen entre nosotros tantas diferencias como las que hay entre ambas eternidades: CIELO E INFIERNO. La quinta pregunta podría ser:

¿Por qué los católicos se confiesan con un sacerdote y los cristianos no?

La llamada «confesión auricular» fue introducida en el catolicismo siglos después del nacimiento de la Iglesia, pero los cristianos sí se confiesan siguiendo fielmente lo establecido en las páginas de la Biblia, la Palabra de Dios. El cristiano se dirige siempre a Dios por medio de Cristo Jesús, ya que él es nuestro único mediador: “Si confesamos nuestros pecados, él (Cristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad ...si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 1:9; 2:1, 2). En la versión parafraseada dice así: «Pero si confesamos a Dios nuestros pecados, podemos estar seguros de que ha de perdonarnos y limpiarnos de toda maldad, pero si alguno peca tenemos un abogado ante el Padre a Jesucristo el justo, él tomó sobre sí la ira de Dios contra nosotros o contra nuestros pecados y nos reconcilió con Dios».

Bien, pero... ¿No dice la Biblia que debemos confesarnos nuestros pecados los unos a los otros? Sí, la Biblia dice que cuando pecamos directamente contra una persona, hermano en la fe o no, debemos reconocernos pecadores, debemos decirle a esa persona que hemos pecado contra él o ella y pedirle perdón: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mt. 18:15, 16). Aquí el Señor está hablando de un pecado que alguien comete contra alguna otra persona y le hace daño, sea que lo ha calumniado, tal vez lo ha estafado, defraudado, etc., en tal caso uno debe pedirle perdón a la persona perjudicada y resolver el asunto, porque en base al mismo capítulo cuando se restablecen las buenas relaciones entre los cristianos se restablecen también entre Dios y el cristiano.

Pero si el pecado no afecta directamente a terceros, sino es un pecado contra Dios, entonces uno tiene que acudir a Dios, confesarle sus pecados, alejarse de ellos y saber que él, Dios, de acuerdo a Su promesa ya le perdonó, le limpió y le restauró: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5:16). Santiago no dice: «confesad vuestros pecados a un sacerdote en el confesionario auricular», sino que da por sentado que si uno comete pecado contra otro hay que confesarse mutuamente.

Sin embargo, en cierto modo todos los cristianos son llamados a confesarse con sacerdotes y sacerdotisas, porque cada cristiano es un sacerdote, de modo que cuando un cristiano se disculpa ante otro son dos sacerdotes de Dios que se están confesando y reconciliando mutuamente. Pero hay más, sabemos por la Biblia que el único que tiene derecho para perdonar pecado es Dios, fuera de él ningún otro hombre tiene estas atribuciones.

Hay cuadros interesantes en la Biblia sobre la cuestión perdonar pecados y uno de ellos es el que encontramos en Lucas 5:21, 22, 24: “Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...” Los escribas y los fariseos, como no aceptaban la deidad de Cristo dijeron que era un blasfemo porque pretendía actuar en lugar de Dios, ya que se atribuía facultades divinas; solamente Dios puede perdonar pecado. Cada vez que un hombre hoy pretende contar con cierta licencia para hacer las veces de Dios, está blasfemando el nombre del tres veces Santo Dios. En este concurso de blasfemos participan igualmente el penitente y el sacerdote. ¿Se da cuenta de la seriedad de este caso?

Pero ¿no le dio acaso facultad el Señor a Pedro para que perdone a su entero antojo, y los sacerdotes y Papas de hoy no son solamente la continuación de Pedro? Jesús nunca le dio a Pedro facultades que no haya dado a todos, él predijo que Pedro sería el primer predicador después del descenso del Espíritu Santo haciendo que muchos conozcan al Salvador y eso se cumplió en Hechos 2. Él también encomendó a Pedro que pastoreara sus ovejas en Juan 21:15-17, pero esto ocurrió porque Pedro ya había decidido abandonar el apostolado, entonces Jesús animó a Pedro para que siga adelante y que no se desanime. Parte de lo que ocurre en el evangelio de Juan donde Jesús justamente viene para restaurar a Pedro, no es otra cosa que cuando Jesús perdona a un cristiano su falta y también lo restaura: “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:15-17). No sé si usted se da cuenta por qué Jesús habló a Pedro. ¿Lo hizo superior a los demás o lo estaba elevando a la categoría que él había perdido? Esto segundo es lo correcto. En el mismo evangelio de Juan 21:1-3, dice: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada”. ¿Se da cuenta que Simón ya había, por decirlo así, “colgado sus hábitos”, pensó abandonarlo todo?

Pero por otra parte, alguna vez Pedro actuó como primado de la Iglesia. En Hechos 8 hay un caso donde Pedro tuvo una formidable oportunidad para ejercer su supuesta prerrogativa de retener o absolver de pecado a un hombre que se lo imploraba con gran angustia: “Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón”(Hch. 8:20-22): ¿Por qué Pedro no le impuso cierta penitencia: diez ave maría, veinte padre nuestro, cuatro dios te salve? ¿Por qué Pedro no le impuso cierta penitencia a este angustiado hombre llamado Simón, que recurre a él por ayuda? El pecado de Simón era grave, quería comprar el don del Espíritu Santo por dinero porque no quería perder su prestigio. Antes era un mago, un satanista, ahora aunque había creído también, nunca fue regenerado: “También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito” (Hch. 8:13). ¿Sabía usted que los demonios también son creyentes, que Satanás es creyente, pero ninguno de ellos nacieron de nuevo?

Pedro, lejos de absolverlo con o sin penitencia lo deriva a Dios, indicándole que se arrepienta por si Dios se digna perdonarle, esto es algo que debe hacernos pensar a todos. Con solamente abrir la Biblia, la Palabra de Dios, veremos que si uno es, por ejemplo, creyente en doctrinas de hombres pronto despertará. Pedro le dijo: “No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí” (Hch. 8:21-24). La Biblia no dice si ellos rogaron o no, porque Pedro no tenía más derecho que cualquier otro cristiano, era solamente siervo de Jesucristo por la voluntad de Dios.

Todos los cristianos, hijos de Dios, sí se confiesan, ellos confiesan sus pecados, pero NO a un hombre, sino a Dios. En Proverbios 28:13, dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. ¿Por qué solamente confesamos nuestros pecados a Dios? Porque solamente Dios tiene autoridad para perdonar pecados, ningún hombre la tiene. El que pretende tener derecho de absolver de pecados, con o sin penitencia, se está metiendo en el terreno puramente divino, Dios se reserva el derecho de perdonar pecados hasta hoy. Es una gravísima blasfemia pretender aliviar la carga del pecado de un hombre o una mujer declarándolos, por contar con una investidura religiosa, ya absueltos; esto nunca debiéramos de hacer y temamos a Dios, porque un día él pedirá cuenta a todos los hombres que han engañado de esta manera a tantas personas, quienes naturalmente no teniendo a quién acudir, acudieron a los hombres.

La sexta pregunta sería:

¿Por qué los católicos bautizan a los bebés y los cristianos a las personas mayores?

Juan bautizaba a gente mayor que venía dando cuenta de sus pecados, nadie traía a la gente. Jesús se bautizó cuando tenía treinta años de edad, los apóstoles bautizaban a todos aquellos que oían el evangelio, se arrepentían y públicamente confesaban sus pecados depositando su fe en los méritos de Cristo; esto no lo puede hacer un bebé.

Nunca encontraremos en la Biblia que hay que bautizar a una persona para hacerla cristiana. Un pecador perdido sin bautismo o con bautismo, sigue siendo pecador perdido. Solamente el poder divino mediante el Espíritu Santo puede producir un cristiano, la persona no llega a ser cristiana mediante el bautismo, la confirmación o cualquier otra ceremonia de la iglesia o de la religión. El cristiano es la persona que al oír la Palabra de Dios se arrepiente de sus pecados y cree en Cristo como su salvador personal y recién ahora está en condiciones de ser bautizada, porque ya es salva. Así hacían los cristianos desde los orígenes mismos de la Iglesia y así hacen los cristianos hoy.

El bautismo es siempre para los ya salvos, nunca para los que han de ser salvos. La criatura, que no puede entender el mensaje de salvación tampoco puede entender lo del arrepentimiento y la fe en Cristo, por lo tanto no debe ser bautizada porque con ello se pretendería cristianizarla mediante el bautismo. El bautismo de bebés por aspersión comenzó a practicarse en el año 300 D.C., cuando la iglesia imperial, el cristianismo logrado por decreto del emperador desplazó a la iglesia de Cristo; ya que antes de esa fecha los bebés nunca eran bautizados, ni tampoco se practicaba el bautismo por aspersión, siempre lo fue por inmersión.

Dice la Biblia: “Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados” (Jn. 3:23). Por un lado, dice que Juan bautizaba en Enón porque había allí muchas aguas, esto de hecho nos habla de que se necesitaba por lo menos tanta agua como se necesita para la inmersión. El otro detalle que se destaca en este texto es que la gente venía a él. Si Juan bautizara bebés, estos serían traídos en los brazos de sus progenitores, pero no ocurría así, aquí la gente sola y espontáneamente venía a él confesando públicamente sus pecados y preparando sus corazones para el encuentro con el Salvador, la gente sabía perfectamente bien qué pasaba y qué se hacía.

También es cierto que el bautismo es una figura de la muerte y la sepultura de la naturaleza pecaminosa en nosotros, ciertamente es algo puramente simbólico, pero de gran significado espiritual, por ejemplo, escribiendo a los romanos, el apóstol Pablo dice: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:3, 4). El bautismo es una ordenanza del Señor, sin ningún poder salvador, el bautismo no es un sacramento, ni le hace a uno cristiano ni siquiera un poco más cristiano, porque es una ceremonia física, externa, cuyo significado tiene algún valor únicamente si la persona que se bautiza ya ha sido regenerada y aún así es solamente un valor puramente simbólico.

El bautismo cristiano es solamente para los que ya son cristianos y por ende salvos en Cristo, por eso los cristianos bautizamos a personas ya cristianas, NO para que sean cristianos porque el bautismo, ni salva ni ayuda siquiera para la salvación.

La séptima pregunta podría ser:

¿Por qué los católico romanos tienen santos y les rinden culto, y los cristianos no?

¿Sabe usted cuándo el catolicismo romano empezó la canonización de los así llamados «santos ya muertos?» Esto comenzó en el año 995, casi pasaron mil años para que se introdujera esta enseñanza que nada tiene que ver con la enseñanza bíblica. Pero, ¿por qué no debemos rendirle cierta veneración o culto en algún grado a aquellos que fueron fieles a Dios? La primera razón es porque Dios nos prohíbe terminantemente; la segunda, porque ellos no nos oyen, ni pueden ayudarnos; sería un autoengaño si enseñamos esto a otros. La tercera razón es porque muchos de los “santos canonizados” no eran, sino individuos perversos, ocultistas que nunca se arrepintieron de sus pecados como la idolatría y la inmoralidad y sin embargo, fueron canonizados como santos, dignos de las plegarias de cuantos deseen. Pero sobre todo porque la Biblia prohíbe cualquier grado de culto a los hombres, así estén ellos en sus cuerpos todavía o ya han muerto. Si verdaderamente han sido hombres santos, hombres y mujeres que rindieron totalmente sus vidas para el servicio de Dios, bien dice el dicho: «Antes, los criminales colgaban de la cruz, pero hoy la cruz cuelga de los criminales».

Al leer el Nuevo Testamento notamos que cuando se acercaban a Jesús y le adoraron, él nunca les impidió hacerlo, porque se trataba de Dios con los hombres y la Biblia dice: “...Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Lc. 4:8); pero cuando los hombres movidos por las emociones quisieron en uno u otro momento rendirle culto a algún hombre, incluso a los ángeles, esto les fue totalmente prohibido por aquellos que eran auténticos cristianos, y si se trataba de ángeles, estos impedían hacerlo. Uno de estos casos lo tenemos en el libro de los Hechos capítulo 14: “Y cierto hombre de Listra estaba sentado, imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado. Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado, dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él saltó, y anduvo. Entonces la gente, visto lo que Pablo había hecho, alzó la voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros. Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque éste era el que llevaba la palabra. Y el sacerdote de Júpiter, cuyo templo estaba frente a la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la muchedumbre quería ofrecer sacrificios. Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay. Y diciendo estas cosas, difícilmente lograron impedir que la multitud les ofreciese sacrificio” (Hch. 14:8-15, 18). La tendencia humana es adorar a los hombres, crear sus propios dioses, diosas y hasta diocesillos, que es idolatría en mayor o menor grado.

Dios prohibió en la Biblia explícitamente todo tipo de supuestos santos al prohibir la presencia de imágenes de hombres, mujeres o animales con fines religiosos, porque cuando esto ocurre el hombre corrompe su alma y la ira de Dios se derrama sobre los idólatras: “No tendrás dioses ajenos delante de mí (dijo Dios). No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Dt. 5:7-10).

Un hombre digno de toda admiración fue Cornelio, un centurión romano. Este hombre estaba ansioso por oír el evangelio, para lo cual envió a ciertos mensajeros que trajesen a Pedro. Cuando Pedro llegó a su casa hubo un intento por parte de Cornelio de adorarle: “Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (Hch. 10:25, 26). En Apocalipsis 19:10, Juan quería adorar al ángel que le había mostrado todo cuanto tenemos hoy en este libro de revelación, pero le fue impedido: “Yo me postré(dice Juan) a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios...” (Ap. 19:10). Todas las flechas de adoración indican hacia Dios, nunca hacia algún hombre o ángel.

El hecho de que los cristianos no representemos en ninguna forma a Dios, ni tampoco tengamos imágenes ni pretendamos prenderles velas ni hagamos procesiones religiosas, se debe a que son costumbres paganas y cultos paganos totalmente prohibidos en la Palabra de Dios. Usted no demuestra con estas cosas cuánto ama a Dios, sino cuánto le desobedece a él y a su Palabra.

El cristiano bíblico no es un religioso, es un regenerado. El cristiano bíblico no sigue enseñanzas o dogmas de hombres, sino que su autoridad es la Palabra de Dios, la Biblia. El cristiano bíblico en una persona que nació de nuevo, su vida ha cambiado, su manera de pensar y de vivir, todo ha cambiado radicalmente en él o en ella, Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). “Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis” (Dt. 4:12).

Una de las prohibiciones que comienza y aparece desde el principio de la Biblia y sigue hasta el Apocalipsis es la idolatría. Dios prohíbe terminantemente que el hombre busque cualquier objeto o persona y lo endiose o de alguna manera lo tenga en un lugar donde pueda rendirle algún tipo de culto, ya sea llevándolo como amuleto, prendiéndole velas, rezando rosarios, etc. Jesús nos enseña que debemos orar siempre en el nombre de él y que nuestras plegarias deben ir siempre dirigidas a Dios y solamente a Dios.

La sola tenencia de “santos” excluye al hombre y a la mujer de la familia de Dios; esto se llama idolatría y la Biblia dice que los idólatras finalmente irán a parar en el mismo infierno, usted irá con ellos si es idólatra en el sentido bíblico: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Note usted la compañía de los idólatras: los cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros y mentirosos; esta es la familia de los que rinden culto a sus santos. ¿Se da cuenta cuán serio es esto? Si usted prende velas a algún santo o santa, si les hace promesas, si participa en procesiones religiosas por solemnes que éstas sean con motivo de tal o cual santo y aunque vayan patrocinadas por tal o cual congregación numerosa o religión, no importa, si usted se fía de milagros y milagreros protagonizados por tal o cual santo o santa canonizados o no, si eleva sus plegarias ante uno de estos ídolos así trátese de un cuadro, una estampa, una figura de varón o mujer, un animal o lo que fuera; si usted cree en estas cosas, recuerde que nunca fue cristiano y todavía está en todos sus pecados, aunque huela a incienso, sea tan devoto, o que todo el mundo lo admire por su humildad, desprendimiento, conducta intachable, generosidad, entrega total, etc. Usted no puede engañar a Dios, su vida es abominable en los ojos de Dios y estará usted entre aquellos que serán vomitados por Dios. Todo eso en cuanto a la idolatría.

Un católico romano pregunta a un cristiano: «¿Por qué no tiene santos, ya sea en su casa, en su templo, en su automóvil, en su lugar de trabajo, para que le proteja en la noche, en el viaje, etc.?», creo que el problema es más semántico que otra cosa, pero también contiene una buena dosis de idolatría. Los cristianos no creen en los santos porque los ven cada día en cada paso, por esa razón no es necesario aceptar por la fe algo que uno acepta por la vista. Bíblicamente un santo o santa es aquella persona, hombre o mujer, que habiendo oído la Palabra de Dios, arrepentida implora el perdón divino y por la fe acepta ese perdón y recibe a Jesucristo como su Salvador; así es hecho santo o santa en los ojos de Dios, claro que nunca lo canonizan. Para un cristiano la persona santa es aquel hombre o aquella mujer que es salvo o salva, pero para un católico romano es todo lo contrario, la santidad está basada en los méritos acumulados por una persona que murió, tal vez hace siglos.

Ahora, ¿qué enseña la Biblia sobre la cuestión santo o santos o santas? Pablo al escribir a la Iglesia de Roma les dice: “a todos los (santos) que estáis en Roma, amados de Dios...” (Ro. 1:7). A los corintios el mismo autor dice: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2). En 2 Corintios, Pablo se dirige a los hermanos, y dice: “...a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya” (2 Co. 1:1).

El sistema católico romano de religión se originó con Constantino en el siglo IV, en cambio estas cartas a los corintios fueron escritas entre los años 50 y 52 de nuestra era. Unos 250 años antes del nacimiento del catolicismo romano, escribiendo a los efesios, Pablo dice: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Efeso” (Ef. 1:1). A los filipenses, Pablo comienza diciendo en su carta: “Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos...” (Fil. 1:1).

Los corintios no habían hecho obra meritoria para que los llamara santos y santificados, más bien eran muy carnales, de testimonio poco plausible, en algunos casos eran peores que los mismos incrédulos, pero ellos a pesar de todo eran santos. Pablo les dice: «Ustedes cometen pecados que en el mundo ni se mencionan, y sin embargo, no les niega el título de santos». El catolicismo romano comenzó la canonización de los santos en el año 995 de nuestra era, antes de eso nadie conocía esta doctrina de la canonización. Pablo dice: “a todos los que estáis en Roma (los cristianos de Roma), amados de Dios, llamados a ser santos”, no dice «a todos los que están en el Vaticano”, no existía tal cosa.

En cuanto a la ayuda, los santos como cristianos evangélicos recibimos más que cualquier otra persona cuya religión invoca la ayuda de los muertos, los santos que yo veo me hablan, tienen sus familias, muchos tienen algún oficio, hay santos solteros y santos casados, hay otros muy generosos, son hombres, mujeres, niños y hasta ancianos, muchos de ellos verdaderamente ejemplares, pero todos ellos viven, andan de aquí para allá, de un lado a otro, andan por las carreteras, hablan, concurren al templo, algunos enseñan, otros son diáconos, otros cantan, tocan instrumentos musicales, cuidan de los chicos, algunos son tesoreros, otros secretarios, otros preparan literaturas, etc.

A ninguno de estos se les prende velas, ni nadie se postra ante ellos ni los adoran, pero todos son santos y si quieren ayudarnos, cuando necesitamos les pedimos y ellos nos ayudan.

La octava pregunta podría ser:

¿Por qué los católico romanos tienen una Biblia de 73 libros y los cristianos tienen una Biblia de 66 libros?

Esta es la pregunta más importante en la vida espiritual, en lo relacionado al alma y al espíritu, a la eternidad, cielo o infierno, condenación o justificación, debe haber autoridad, una palabra final.

Aquellos que alegan que hay una sola Biblia no tienen razón ya que circulan hoy Biblias conteniendo 66 libros en total y otras conteniendo 73 libros, esta diferencia en la cantidad de libros sagrados hace una gran diferencia entre Biblia y biblia, de nada menos que siete libros. Hasta hace unos 60 ó 50 años, la gran mayoría de los cristianos aceptaban la Biblia sin cuestionar con sus 66 libros como Canon Sagrado que NO puede ser alterado, pero en estos últimos años se ha comenzado a cuestionar este asunto y ahora para muchos no existe una autoridad infalible que no puede ser alterada, aumentada o disminuida, sino que quien lo haga tendrá que enfrentar la condenación de Dios. Esto ya no se dice, como si no existiera la advertencia de Apocalipsis 22, que es como termina la Biblia, la Palabra de Dios: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap. 22:18, 19). Estas palabras de Apocalipsis 22:18, 19 se ajustan perfectamente bien para lo que hoy está sucediendo, es esta la generación que se ha dado el lujo de asaltar las Escrituras y manipular a Dios a su entero antojo, pretende ser la autoridad de qué es y qué no es inspirado, agrega, quita, mutila, aumenta libros, disminuiye libros; lo que fuera, pero esto es muy común. Con respecto a esto debemos analizar unas cuantas cosas:

Los cristianos aceptan como libros canónicos únicamente aquellos que los judíos habían incluido en su Canon Sagrado como inspirados por Dios, la palabra «Canon» viene de otra palabra que es «caña»: «Caña de medir, una vara que medía algo de la medida que debería de ser». El Canon Sagrado significa que son libros hechos a la medida y voluntad entera de Dios, pero si una persona, un católico romano se encuentra con un cristiano y discuten cuál es la Biblia verdadera ¿cuál de ellos tiene razón?

La Biblia sí habla de pecados que no tienen perdón y uno de ellos es el de alterar las Escrituras deliberadamente, esto puede ser considerado blasfemia contra el Espíritu Santo, ya que la Biblia, la Palabra de Dios es producto del Espíritu Santo. Pero si se encuentra un católico romano con un cristiano y teniendo en cuenta lo que dice Romanos 3:1, 2, ambos estarán reclamando sus respectivos derechos; ya que la Biblia católica romana tiene 73 libros y la Biblia de los cristianos, por lo menos de aquellos que son bíblicos, solamente 66 libros, y en Apocalipsis dice que no hay que agregar ni quitar. En este caso el católico romano bien puede acusar al cristiano y decirle: «Ustedes han quitado siete libros». Pero el cristiano va decir: «Ustedes han agregado siete libros». ¿Quién es el árbitro que decidirá dónde está la verdad? Bueno, el árbitro es Dios mismo y no hay nada de difícil en esto, porque en Romanos 3:1, 2 el apóstol Pablo refiriéndose al Antiguo Testamento donde justamente está el problema, pues no hay problema en el Nuevo Testamento en cuanto a cantidad de libros, dice así: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?(es decir qué aprovecha ser judío) Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios”(Ro. 3:1, 2). El apóstol Pablo no dice que la Biblia o el Canon Sagrado haya sido confiado a los romanos o al Vaticano, sino que dice que Dios confió su Palabra a los judíos. En Deuteronomio 17:18, hablando del rey dice: “Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas”. Aquí tenemos claramente al cuidado de quién puso Dios, la Palabra suya, “sacerdotes y levitas”.

En otro lugar leemos: “Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras” (Sal. 103:6, 7). No dice: «sus caminos notificó a la jerarquía de la iglesia católico romana», o a alguna secta, sino que “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras”. Moisés es el autor del Pentateuco, que es la base, la ley mosaica; y todos los demás escritores sagrados continuaron recibiendo las notificaciones divinas, Dios los inspiró y ellos escribieron. Jesús dijo: “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22). Dios prohíbe estrictamente alterar las Escrituras, la Biblia misma está saturada de advertencias en contra de cualquier alteración de las Escrituras. Tan serio es este asunto que Dios nos dice que quienes alteren las Escrituras serán definitivamente castigados en el infierno.

Veamos algunas de las advertencias en este respecto, dice así: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Dt. 4:2, 6-8). “Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Dt. 12:32). Note usted la seriedad que tienen estas palabras para nosotros hoy acostumbrados a ver lo que está pasando en todas partes, cómo se ha mutilado la Escritura, se ha tergiversado, se ha aumentado, se ha degradado. Alguien tendrá que dar cuentas un día delante de Dios.

La Biblia está llena de advertencias contra la tradición, por ejemplo mezclando o colocando la tradición de los hombres a la altura de la Palabra de Dios, por eso aquí dice: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno” (Dt. 4:2).  Claro porque cuando se interpone el mandamiento de los hombres entonces hay que eliminar los mandamientos de Dios y ya la persona no guarda estos mandamientos.  En el libro de Isaías capítulo 29, los versículos 9 en adelante, quiero que lea una porción porque luego está la referencia también en los evangelios de lo mismo: “Deteneos y maravillaos; ofuscaos y cegaos; embriagaos, y no de vino; tambalead, y no de sidra.  Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las cabezas de vuestros videntes.  Y os será toda visión como palabras de libro sellado, el cual si dieren al que sabe leer, y le dijeren: Lee ahora esto; él dirá: No puedo, porque está sellado.  Y si se diere el libro al que no sabe leer, diciéndole: Lee ahora esto; él dirá: No sé leer.  Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.  ¡Ay de los que se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce?  Vuestra perversidad ciertamente será reputada como el barro del alfarero. ¿Acaso la obra dirá de su hacedor: No me hizo? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado: No entendió?” (Is. 29:9-16). Pero especialmente note el versículo 13.

Dios se queja una y otra vez por esta misma causa porque los hombres invalidan los mandamientos de Dios, colocando los suyos propios por encima y virtualmente todos los religiosos saben mucho de tradición y de mandamientos de hombres, pero poco y nada de la Palabra de Dios.

En Mateo 15:1-9, dice: “Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan.  Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?  Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.  Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.  Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.  Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”. Esta denuncia la tenemos de los labios de Jesús, cuando los hombres comienzan a alterar las Escrituras, lo que hoy es muy común, popular y aceptado por muchos llamados “cristianos”.  Ya no hay respeto a la Palabra, no hay autoridad auténtica para el cristiano.

“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?” (Col. 2:20-22).  Y usted sabe que todas las sectas tienen sus: «no tienes que hacer esto, no tienes que hacer aquello, no tienes que comer esto, no tienes que comer lo otro, tienes que hacer tal cosa, tal día tienes que guardar para tal cosa»; es exactamente lo que se denuncia aquí.  En Tito 1:13, 14, dice: “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe, no atendiendo a fábulas judaicas, ni a MANDAMIENTOS DE HOMBRES QUE SE APARTAN DE LA VERDAD”.  Por eso Dios exige absoluta fidelidad a la Palabra y ordena que ningún hombre meta la mano en lo que es la Palabra de Dios, porque Dios pedirá cuenta a los hombres por esto.  Y esto va por supuesto para los concilios, los cónclaves y quienes imprimen la Palabra de Dios, todos serán responsables un día y tendrán que responder por cualquier alteración en las Escrituras.

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”, decía el salmista en el Salmo 119:105.  “Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan.  No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso” (Pr. 30:5, 6).  Fíjese bien cómo la Biblia misma defiende su condición de Palabra perfecta y absoluta de Dios: “Toda la Escritura es inspirada por Dios (dice Pablo, refiriéndose al Antiguo Testamento), y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16, 17).  Luego el apóstol Pedro, dice esto: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:19-21).  Todos estos y muchos otros pasajes nos hablan en la Biblia de la inspiración divina de la Palabra de Dios y de la estricta prohibición de agregar o quitar de la Biblia cualquier parte, ya sea enseñanza o doctrina.  Esto es sumamente serio.

Dios dice que debemos leer y estudiar la Biblia y que es bienaventurado quien lo hace, también dice que es el Espíritu Santo, quien morando en el cristiano le hace entender la Palabra de Dios.  Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).  La Palabra de Dios leída u oída es la que produce hombres y mujeres salvos regenerados, por eso también dijo Jesús, según Juan 5:39: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de m픓Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).

El deber del cristiano es leer diariamente la Biblia y buscar la respuesta a sus necesidades espirituales en las páginas del libro de Dios.  El cristiano debe tener la seguridad de que el Espíritu Santo que ya mora en él, le asistirá en toda lectura y le ayudará en su interpretación.  Es tan importante que usted lea una Biblia que no sea adulterada, en ninguna forma alterada, porque está en juego su propia vida espiritual y su eternidad: “Pero el hombre natural (no regenerado) no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.  En cambio el espiritual (el hombre regenerado) juzga (o analiza) todas las cosas...” (1 Co. 2:14, 15a).

La Palabra de Dios es producto divino e inspiración divina.  La Biblia no es un libro para cierta casta, jerarquía o pueblo, ni un libro religioso, sino que es el mensaje de Dios para todos los hombres.  La Biblia no es un libro provechoso para quienes no son regenerados, sino para aquellos que arrepentidos se rindieron a Cristo y el Espíritu Santo habita en ellos.

Con la Biblia ocurre lo mismo que con esa nube de fuego que acompañaba a los israelitas cuando salieron de Egipto mientras se encaminaban hacia la tierra prometida: “Y el ángel de Dios que iba delante del campamento de Israel, se apartó e iba en pos de ellos; y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas, e iba entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel; y era nube y tinieblas para aquéllos, y alumbraba a Israel de noche, y en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros” (Ex. 14:19, 20).  La misma columna de nube que servía de luz y protección para los israelitas, era pared de tinieblas para los egipcios; la misma Palabra de Dios que es lámpara a nuestros pies, es sentencia de muerte para los incrédulos.  Otro detalle que se destaca en este incidente es que esto ocurrió durante esa noche, cuando al amanecer los egipcios serían tragados por el mar Rojo, pero el escritor sagrado nos dice que durante toda esa noche, aunque el perseguidor estaba relativamente cerca de los perseguidos no los alcanzó.

Nosotros hoy vivimos una oscura noche de rebelión contra Dios, de blasfemias, apostasía, ocultismo, asociación demoníaca, morbosidad, sexomanía, etc., pero podemos estar seguros de que mientras la Biblia es para nosotros la Palabra de Dios para salvación eterna, para los impíos es la más severa sentencia de muerte.  En 2 Corintios 2:14-17, dice: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.  Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida.  Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?  Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”.  ¿Qué nos está diciendo el apóstol aquí?  Que mientras nosotros permaneciendo fieles a la Palabra de Dios, somos olor grato (él se refiere a aquellas ofrendas que se ofrecían en una época al Señor) y está espiritualizando esta terminología diciéndonos que esto es lo que agrada a Dios como el olor grato al olfato.  También dice que lo que es olor grato para él, para los mundanos es muy ingrato, porque aquellos que están torciendo las Escrituras alterándolas, haciéndole a Dios mentiroso, se dan cuenta que debido a la Palabra estricta son condenados.  ¿Quiere decir que la misma Palabra de Dios, que es justificación para unos es condenación para otros?  Sí.

Los libros apócrifos fueron incluidos en el año 1545 y hoy muchas biblias incluyen estos libros.  Las advertencias divinas fueron tomadas tan en serio que a nadie se le ocurrió alterar el Canon Sagrado, pero en el año 1545 el catolicismo romano decidió que por lo menos siete de los libros apócrifos merecían el sitial de inspirados.

No viene al caso enumerar las razones por qué dichos libros no son inspirados porque esto corresponde a otro estudio, pero mencionaremos algunas de las razones en líneas muy generales:

•   Porque los propios autores nunca pretendieron hablar como inspirados por Dios, nunca ellos dijeron: «Dios habla a través de mí o Jehová ha dicho tal cosa».

•   Porque estos libros no guardan la unidad con los demás que son inspirados, hay contradicciones muy serias.

•   Porque niegan doctrinas fundamentales como por ejemplo, la omniciencia de Dios y la prohibición del ocultismo.

•   Porque los judíos nunca aceptaron en su Canon Sagrado ninguno de estos libros apócrifos o falsos.

•   En el Nuevo Testamento hay alrededor de 300 referencias al Antiguo Testamento, pero en ninguna de ellas hay algún libro que hoy conocemos como apócrifo.
     Así que esto me parece suficiente para ver cuán cierto es que esos libros jamás fueron inspirados.

La novena pregunta sería:

¿Por qué los católico romanos tienen una autoridad suprema aquí en la tierra y los cristianos no?

Aunque parezca extraño los cristianos sí tenemos aquí en la tierra quién es la cabeza de la Iglesia, el verdadero vicario de Cristo.  Jesús dijo: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18).  “Y Jesús se acercó diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.  Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo...” (Mt. 28:18-20).  “Pero cuando venga el Espíritu de verdad (que vino en el día de Pentecostés), él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13).  “Si me amáis, guardad mis mandamientos.  Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros...  Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:15-17, 26).  Todos estos textos nos hacen ver que Cristo mismo es la cabeza de la Iglesia.  Él ejerce hoy su autoridad mediante el Espíritu Santo.  Él prometió no dejar huérfanos a los suyos, y diez días después de su ascenso a Dios el Padre, él cumplió su promesa cuando el Espíritu Santo descendió y los 120, quienes lo habían visto partir, recibieron el Espíritu el cual sigue guiando a su Iglesia hasta hoy.  El vicario de Cristo, la cabeza de la Iglesia, no está en el Vaticano, sino a la diestra de Dios el Padre.  Pero también acompañándonos mediante el Espíritu Santo.  El apóstol Pablo dice: “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador” (Ef. 5:23).

Claramente la Biblia nos dice que Jesús jamás delegó la jefatura de la Iglesia a hombre o cónclave alguno, ya que mediante el Espíritu Santo la acompaña, encabeza, dirige, consuela, protege y finalmente se la llevará consigo al cielo.  ¡Oh, dichosos de aquellos hombres y mujeres que entienden estas verdades y son fieles a la Palabra!  Decir que la Iglesia cristiana no tiene una cabeza es desconocer los rudimentos cristianos, todos los cristianos son solamente hermanos entre sí, no hay jerarquía en la Iglesia cristiana.  Porque el Señor y las Escrituras prohíben esto terminantemente: “Pero vosotros nos queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.  Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.  Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo” (Mateo 23:8-10).

Uno de los argumentos de la religión en favor del principado de Pedro, según Mateo 16:18, 19, es tan inútil y carece de toda base que es increíble cómo la gente pretende ver aquí alguna jefatura de la iglesia por parte de Pedro.  La única explicación es que dicha gente no es regenerada.  Para probar cuán estéril es tratar de usar ese mismo ejemplo, para probar tal cosa, basta leer algunos otros textos, por ejemplo en Gálatas 2:6, dice: “Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron”.  Es interesante ver a quién se refiere Pablo cuando habla de “los de reputación”.

Sigamos leyendo, dice así: “Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (es decir, Pablo dice que a él le fue encomendado predicar la palabra a los gentiles y a Pedro a los judíos) (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo LA GRACIA que me había sido dada, Jacobo, Cefas (Cefas es Pedro) y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo…” (Gá. 2:7-9).

Pablo no hace la menor diferencia entre Pedro y los demás predicadores, luego coloca a Pedro entre los que eran columnas en la Iglesia o por lo menos así eran considerados porque eran los que mejor conocían el trabajo de la evangelización y cómo manejar la Iglesia, pero Pedro no es el único con este título, sino que Juan y Jacobo también están en igual nivel con Pedro.  Pedro nunca supo que había ido alguna vez a Roma, porque no hay ninguna prueba de que Pedro haya ido a Roma siquiera.  Pedro nunca supo que él era el vicario de Cristo, esto es algo tan novedoso, yo me imagino que algunos de aquellos que partieron para estar con él le habrán dicho ya de la doctrina supuestamente cristiana que lo ha hecho a él vicario de Cristo, imagínese usted la sorpresa que se habrá llevado Pedro.  Pedro nunca supo que él era en algún grado superior a los demás cristianos, solamente sabía que toda la autoridad la tenía Cristo mismo y que tanto él como todos los demás cristianos especialmente los pastores y líderes se sujetan al pastor, al príncipe de los pastores por eso él mismo escribió: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada.  Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella.  Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:1-4).  Note bien que Pedro dice al hablar a los pastores “yo anciano también con ellos”, el único superior y cabeza de los cristianos de la Iglesia es Cristo mismo.

¿Sabe usted cuándo por primera vez se usó el título de Papa o padre en el sentido como lo conocemos hoy?  En el año 610.  Nadie jamás se atrevió hacerlo antes porque la Biblia es absolutamente clara.

La décima pregunta sería

¿Por qué los católicos celebran la misa y los cristianos no?

Porque la Biblia nos dice que el sacrificio de Cristo nunca más se repetirá.  Al ofrecerse él por nosotros en la cruz del calvario su ofrenda es perfecta y él jamás morirá otra vez ni aun simbólicamente: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto (o un mejor testamento).  Y los otros sacerdotes (en el Antiguo Testamento) llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste (Jesús), por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (He. 7:22-27).  Recuerde estas palabras, la misa tal como la conocemos hoy se inventó en el año 394 y la transubstanciación fue declarada como dogma en el año 1215.

Si usted quiere saber lo que la Biblia dice en cuanto a la muerte de Jesús y la conmemoración en la cena del Señor, lea Mateo 26:26-28: “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.  Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”.  1 Corintios 11:23-34, dice: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.  Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.  Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.  De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.  Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.  Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.  Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.  Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.  Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros.  Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere”.  Lo que la Biblia dice NO sobre la misa, sino sobre la cena del Señor en líneas muy generales es lo siguiente:

•   Los elementos que se usan son el pan sin levadura y el jugo de uva, no vino.

•   No hay ninguna indicación acerca de con cuánta frecuencia debe hacerse esto, hay iglesias que lo hacen una vez por mes, hay otros que hacen cada domingo, hay otros que lo hacen cada tres meses o lo que fuera, la Biblia no es explícita en esto.

•   Es exclusivamente para los que ya son cristianos bautizados, no para otros.

•   Todos deben estar seguros de que disciernen el cuerpo del Señor, es decir, que aceptan plenamente el sacrificio de Cristo por los pecadores, al entregar él su cuerpo clavado de esa cruz por nosotros.  El que ha de recibir o participar de la cena del Señor debe estar plenamente seguro que todos sus pecados fueron perdonados allí cuando él derramó su sangre por el pecador y que cuando éste arrepentido le recibió por salvador se hizo efectivo esta transacción entre Dios y el pecador, gracias a la sangre que Jesucristo derramó en el calvario.

•   En el Nuevo Testamento este era un acto muy sencillo, sin ceremonias de ningún tipo y se celebraban muchas veces aun por las casas administrando la cena del Señor el mismo jefe del hogar.  No siempre fue así, pero también se celebraba la cena por las casas con “sencillez de corazón”. En Hechos 2:46, 47a, dice: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo…”

•   En sí la conmemoración de la muerte del Señor no es ningún sacramento.  El dogma de los llamados siete sacramentos se inventó en el año 1439.  Jesús dice que “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.  Su Palabra se cumplirá al pie de la letra, no importa cuántas cosas la gente haya agregado o inventado.

La palabra «misa» no se encuentra en la Biblia, pero sí la expresión “cena del Señor” en 1 Corintios 11:20.  La cena del Señor es una ordenanza del Señor para los cristianos que no involucran ningún tipo de poder especial ni hace a uno más santo ni va más allá de una práctica conmemorativa que lleva a la mente del participante el recuerdo del precio que el Salvador pagó por su rescate.

La undécima pregunta sería:

Si los católicos están equivocados, ¿es posible que siendo numéricamente tan superiores a los cristianos realmente se pierdan?

     Me parece legítima la pregunta y desde el punto de vista puramente humano la respuesta es obvia, no puede ser que una vastísima mayoría esté equivocada, pero es mejor y me parece más correcto buscar la respuesta en las páginas de la Biblia.  Jesús, tal vez contestando a esta pregunta muy por anticipado, dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan… Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:13, 14, 22, 23).  Esto de por sí contesta la pregunta.

En Lucas 12:32, Jesús dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”.  En ningún lugar de la Biblia dice que esa manada pequeña dejaría de serlo.  Proporcionalmente, es decir, teniendo en cuenta la cantidad de habitantes que pueblan nuestro planeta los cristianos (salvos), los redimidos por la fe en Cristo los constituyen un puñado casi inadvertido de personas.  La puerta al cielo es Cristo mismo, pero es angosta.  El camino al cielo es Cristo mismo, pero también es angosto; él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida...” (Jn. 14:6).  Y dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo...” (Jn. 10:9).  La puerta ancha va al infierno y es muy transitada; muchos entran por ella.  El camino ancho que lleva al infierno es también muy transitado, hay muchísimos allí, comparativamente la iglesia de Cristo nunca será más que “manada pequeña”.  Los miles de millones de habitantes de nuestro planeta son en su gran mayoría no cristianos.

Debido a esto el profeta cierta vez preguntó aún en el Antiguo Testamento: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Is. 53:1).  Lo que Isaías está diciendo es que la gente no quiere creer, la gente no quiere oír, y si oye no quiere hacer caso, la gente no tiene interés en las cosas espirituales, es un triste lamento del profeta de que no son tantos los interesados en los anuncios de los auténticos mensajeros de Dios, estos pueden proclamar el evangelio en toda su pureza, hablar acerca del amor de Dios, de la justicia de Dios, del juicio de Dios, del infierno, del cielo, pero a la gente no le importa, no esperemos cifras muy elevadas en las filas de los redimidos y menos en aquellas iglesias que son o han decididos ser totalmente fieles a la Palabra.  La puerta no es cómoda, el camino es demasiado estrecho, la manada es pequeña, son pocos los que realmente creen al punto de ser salvos, muy pocos.

Entonces es o no es posible que una gran mayoría esté equivocada, creo que la respuesta es clara.

La duodécima pregunta sería:

¿Por qué los católicos tienen imágenes muy veneradas, salen en procesiones, les encienden velas, las tienen para que los protejan y los prosperen y los cristianos nada de esto tienen?

Como los cristianos se basan en la Palabra de Dios, toman la Biblia y dicen: «Bueno, a ver qué dice la Biblia, vamos a ver» y entonces hojean la Biblia, examinan la Palabra de Dios y de allí extraen la respuesta: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.  No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.  No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Ex. 20:3-5).  Y en Deuteronomio, dice: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra.  No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos” (Dt. 4:15-19).  Son advertencias serias para que no se adore ninguna imagen de ningún tipo y que ni se las tenga.

El profeta Isaías dice: “Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden.  ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho?  He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán, y serán avergonzados a una.  El herrero toma la tenaza, trabaja en las ascuas, le da forma con los martillos, y trabaja en ello con la fuerza de su brazo; luego tiene hambre, y le faltan las fuerzas; no bebe agua, y se desmaya.  El carpintero tiende la regla, lo señala con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de hombre hermoso, para tenerlo en casa…  De él se sirve luego el hombre para quemar, y toma de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios, y lo adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él… se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú” (Is. 44:9-17).  Usted no necesita ninguna explicación para entender hasta dónde se rebaja el hombre y convierte un pedazo de palo, yeso o de lo que fuere, en su diocesillo, es más lo venera, le enciende velas y lo lleva en su automóvil para que le proteja de un accidente.

Hasta dónde es capaz el hombre de rebajarse para confiar en un pedazo de mármol, piedra, yeso, madera o lo que fuera?  Dios prohíbe terminantemente la posesión de ídolos, el tener cualquier  imagen con el fin de profesarle algún tipo de culto o adoración.  Declara en segundo lugar, lo absurdo que es la fabricación y adoración de imágenes.  Cuenta por ejemplo el profeta, de cómo aquel que los está haciendo con su martillo, o  quizás en el yunque o lo que fuera, golpeando hasta darle alguna forma, se cansa y tiene que descansar.  Y tal vez se pregunta: «Pero… ¿qué estoy haciendo?  ¡Fabricando un dios, y me cansé!»  ¿Qué clase de dios será aquel que es hecho por un individuo que se cansa, que tiene sed y necesita tomar agua.  Que tiene sus limitaciones, como es natural, porque es hombre.

¡Qué bueno es creer en aquel que nos formó!  Quien es el Creador del universo y lo sustenta todo.  Aquel que tiene atributos tales como la omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia.  Quien está presente en todas partes, lo sabe todo, todo lo puede.  ¡Esto sí que es maravilloso!

La Biblia también indica cuál es el paradero, el final eterno de todos aquellos que rinden culto a alguna imagen.  La Palabra de Dios es tajante, terminante con ellos.  ¡No irá al cielo, no entrará en el cielo una sola persona que adora imágenes!  No importa que el argumento sea: «Bueno yo realmente no la adoro, solamente las tengo...  Bueno yo le prendo velas… pero en realidad adoro a Dios».  Estas excusas no sirven, porque es idolatría al desnudo, idolatría cien por ciento.  Dice en Apocalipsis: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8).  Y en 1 Corintios 6:9, 10, dice: “…No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.  Esto es bien claro.

Note quiénes serán la compañía de los idólatras en el infierno: “Los cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros, mentirosos, adúlteros, afeminados, homosexuales, borrachos, maldicientes o blasfemos y estafadores”.  Qué grata compañía le espera si usted es idólatra.  Este es el grupo de que formará parte por la ETERNIDAD.  Sobran razones y todas ellas bíblicas para que nos neguemos como cristianos a adorar imágenes, aun ni siquiera a tenerlas.

Una de las razones para las muchas maldiciones que tantas familias sufren, se debe justamente a este gravísimo pecado de hechicería.  Se trata de personas que sistemáticamente provocan a ira a Dios con sus cultos paganos con pretextos de religiosidad, devoción o espiritualidad, que no es otra cosa que espiritismo.

¿Por qué la Iglesia Católica Romana promueve la unidad ecuménica y los cristianos no participan virtualmente en este esfuerzo?

Me parece que esta pregunta merece una amplia respuesta, ya que como he dicho otras veces es legítima.  La unidad de la iglesia no es obra nuestra.  La obra del mismo Señor Jesucristo, es entre otras la unidad de la iglesia,  porque es el resultado de la tarea del Espíritu Santo en cada creyente.  Aquí no se trata de cualquier tipo de unidad que se puede resolver en un cónclave, concilio, convención, ó en una asociación no importa cómo.  Leemos en el capítulo 17 de Juan, que cuando Jesús oraba, decía en parte: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn. 17:20-23).

Este pasaje es sumamente importante, ya que nos habla de la clase de unidad que pedía Jesús.  No es esa unidad que puede existir entre los esposos, entre amigos, en una familia, entre los pueblos, o entre las diferentes clases sociales o razas.  ¡No!  Él habla de esa unidad que existe entre Él y el Padre.  Pero... ¿Entendemos nosotros esa unidad?  ¿Cómo es que Él es el Hijo de Dios y también el mismo Dios Creador y sustentador de todas las cosas, con todos los atributos divinos?  Ciertamente no podemos entender.  Caemos inmediatamente delante de Él, y tenemos que decir: «Señor, no entiendo.  Tengo que aceptar por la fe lo que tu Palabra me dice, pero no puedo entender».

La unidad por la cual Jesús ora aquí, es la unidad de los cristianos.  No se logra orando por ella.  No se obtiene en cónclaves ecuménicos o en cualquier otro nivel. La unidad por la cual oró Jesús se acepta por la fe como un hecho.  Es una unidad que solamente Dios puede producir.  No nos quepa la menor duda que es una unión firme, fuerte y sólida como una roca.  La unidad que producen los hombres es una conspiración contra la unión verdadera.  La alianza producida por los hombres es un compromiso con el mundo, es el alejamiento de los principios bíblicos y de la doctrina sana, pues hay que complacer a cada grupo por separado y para ello cada agrupación debe desentenderse de Dios.

La unidad que buscan los hombres es la misma de los fariseos, escribas y ancianos del pueblo, que se unieron para crucificar a Jesús.  Es la misma de Pilato y Herodes para el mismo propósito.  La unidad ecuménica es la estrategia de los enemigos de Cristo para el entronamiento del Anticristo.  La Biblia por su parte enseña, que cada cristiano que está unido al Padre por medio de Cristo Jesús, vive plenamente esa unidad. Cada cristiano debe aceptar por la fe que él o ella están unidos con todos los demás cristianos de todas partes y en todos los lugares, porque es una obra divina.  Nuestro deber es aceptar el hecho y guardar esa unidad, en otras palabras cultivarla con aquellos que son auténticos hijos de Dios.  Por eso Pablo le dice a los efesios: “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:3-6).

No solamente debemos reconocer la unidad del Espíritu, sino que debemos ser celosos, dedicados a guardar esa unidad.  No pretender producirla, como tampoco podemos producir que Dios sea Trino, que se repita el nacimiento de Jesús, su muerte o el Pentecostés.  Todo esto corresponde enteramente a Dios y es ya cosa del pasado.  Pero hay algo más cuando pretendemos lograr la unidad, y es que estamos conspirando contra la separación sobre la cual la Biblia sí habla con mucha frecuencia.  La unidad de la iglesia es obra divina, la separación de lo que a Dios no le agrada es deber de todos aquellos que están unidos a Él.

La Biblia insiste en que nos alejemos de todo lo que no está totalmente de acuerdo con los principios bíblicos.  Que no hagamos causa común con iglesias liberales y apóstatas, ni con hermanos que anden desordenadamente, en inmoralidad o comprometidos en cualquier cosa que sea contraria a la sana doctrina y a la santidad.  Dice el apóstol: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Ro. 16:17, 18).

Pablo de ninguna manera dice aquí, que olvidemos las diferencias y nos unamos para una causa común, porque esto es algo que los hombres hacen de por sí.  El hacer causa común es humano, se hizo ya desde los días de Babel.  Pablo más bien advierte de la necesidad de evitar esas causas comunes que nos unen, diciéndonos que tengamos extremo cuidado con aquellos que dividen la grey de Dios introduciendo falsas doctrinas y abogando por la unidad a cualquier precio.

Pablo dice que tengamos los ojos abiertos y estemos alerta.  Que ellos suelen ser muy buenitos, agradables, humildes y de palabras muy suaves, cautivadoras hasta benignas, pero que sin embargo son quienes causan tropiezos en contra de la sana doctrina.  Muchos afirman que no debemos tener problemas por las doctrinas, que veamos esas cosas en donde estamos de acuerdo y olvidemos las diferencias.  No obstante, el apóstol nos advierte, que aunque ellos parezcan muy espirituales, son buenos artistas y no le están sirviendo a Dios sino a sus propios vientres.  Que los incautos, ingenuos, inocentes, siempre niños y los que a todos y a todo le dan crédito, son sus víctimas.  El apóstol exige, que los cristianos se fijen en esto,  y se aparten o se alejen de ellos cuando esto sea posible, para no mantener ningún tipo de compañerismo, a fin de que no pretendan que también estamos de acuerdo en el aspecto espiritual y doctrinal.

Nunca los hombres tuvieron problemas para unirse para el mal.  El problema es romper, separarse, apartarse o alejar, lo que no debe estar en la iglesia.  Pablo llega a decir en un lugar, que al fulano de tal que está en pecado lo entreguen al diablo: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera (es decir los mundanos que no son parte de la iglesia), Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 15:9-13).  Y en otro lugar leemos estas palabras también de la pluma de Pablo: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Ti. 6:3-5).  Aquí tenemos un fuerte imperativo “apártate de los tales”.  Cuando es posible apartarlos hay que hacerlo, pero muchas veces es mejor que uno mismo se aparte, porque el número de liberales que se han desviado del camino es demasiado elevado.

En 2 Timoteo 3, de nuevo se menciona algo muy parecido cuando Pablo enumera el carácter de los hombres de los días postreros y dice: “Que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Ti. 3:5).  Esto de por sí ya nos dice todo, es deber, es obligación del cristiano evitar cualquier tipo de amistad con los tales: “Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros... Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Ts. 3:6, 14, 15).

Con cuánta insistencia el apóstol habla de la necesidad de separarse, si la falsa doctrina, la apostasía y todo tipo de engaño ha penetrado en la iglesia.  Como vemos, sólo contribuimos a la apostasía cuando comenzamos a abrirle ampliamente la puerta a cualquiera que tenga algo en común con nosotros.  El hermano que anda desordenadamente tendría una buena oportunidad para arrepentirse, si la iglesia de hoy cortara con él todo compañerismo; mientras que el no salvo se vería en la obligación de arrepentirse y creer en Cristo.  Pero cuando decidimos que debemos unirnos porque la unidad hace la fuerza, Dios tiene para esto la siguiente respuesta: “…No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6).  La misión de la iglesia no es buscar la unidad, sino depender enteramente del Señor y dejar que el Espíritu Santo agregue uno a uno, a la grey divina, colocando a cada miembro en el lugar donde ha de servirle.

¿Por qué lo católicos creen en el purgatorio y los cristianos no?

De nuevo la razón debe ser la misma, porque el purgatorio no se enseña en la Biblia.  Fue inventado por el papa Gregorio I en el año 593.  Antes de eso nadie creía tal cosa, porque simplemente no hay tal enseñanza en la Biblia.  Pero... ¿Qué dice la Escritura para quienes mueren?  Yo aconsejaría leer con especial cuidado a quienes se interesan en estos temas, Lucas 16:19-31, porque en este pasaje tenemos las siguientes enseñanzas.  Voy a exponerlo en forma muy general.

  • El Señor plantea la muerte de dos hombres, uno de ellos salvo y el otro perdido.  Hasta ese momento, antes que el Señor dijera esto, todos en general tenían diferente tipo de creencias, con respecto a qué le ocurre a la persona cuando muere.
  • El Señor al relatar esto dice, que al morir el salvo, su alma fue llevada por los ángeles a la presencia de Abraham, sin hablar para nada de su sepelio, porque no era importante.
  • Dice que murió también el hombre perdido, cuyo dios en la tierra fue su riqueza, agregando luego que recibió sepultura, pero que en el mismo instante de abandonar el cuerpo se halló en el lugar de tormento.
  • La Biblia declara claramente, que quienes mueren siendo cristianos, en el instante mismo de abandonar sus cuerpos van a la presencia de Cristo: “Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor… pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Co. 5:5-8).

El cristiano que cree fielmente en la Palabra de Dios, sabe mejor que nadie, qué ocurre con una persona cuando muere: tanto el salvo como el no salvo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia... Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:21-23).  Mientras el perdido del capítulo 16 de Lucas gemía de dolor y de angustia, y desde allí pedía socorro, Pablo explica que para el cristiano la muerte física es ganancia, porque en ese mismo momento está en presencia del Salvador.  Deja, abandona el cuerpo y va a la presencia del Señor.  Por eso afirma: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”.  Pablo no dice: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es purgatorio”.

Cuando el malhechor se convirtió clavado de una cruz, Jesús le dijo: “…De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43), no dijo el “purgatorio”.  El cristiano sabe que todos sus pecados fueron ya purgados mediante el sacrificio de Cristo.  Si cree que algo debe ser verdad porque está convencido de todo corazón, o porque la gran mayoría de los llamados cristianos lo creen, está equivocado.  La verdad es lo que Dios dice en su Palabra, no lo que nosotros creemos aunque seamos muy sinceros.  La Biblia declara que aquellos hombres y mujeres que mueren sin el perdón de sus pecados, porque no creyeron en el sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo, ni le aceptaron como su Señor y Salvador, no van al purgatorio, sino a un lugar de tormento, para esperar allí el juicio final.  No hay tal purgatorio.  La Biblia dice: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27).

Al otro lado de esta vida lo que hay es juicio para los que mueren sin Cristo.  Gran sorpresa se llevan los pecadores que tan firmemente creían en un lugar intermedio entre el cielo y el infierno.  Su religión les enseñó que había un purgatorio, pero cuando se encuentran en el encierro del infierno junto con todo los pecadores que nunca se arrepintieron, allí hay lloro, gemir de dientes, angustia, desesperación, pero no hay salida.  Hay puerta de entrada, pero no hay puerta de salida.  Ellos creían, estaban seguros de que existía un purgatorio, esto les fue presentado en una y otra catedral, y en uno y otro librito de religión, pero quedaron alarmados cuando vieron a sus propios líderes espirituales en el mismo lugar de tormento y allí se preguntan rascándose la cabeza: «¿Y dónde quedó el purgatorio?»  Quejándose como aquel individuo de Lucas 16, y clamando: «¡Ten misericordia de mí, estoy atormentado en esta llama, tengo sed necesito ayuda, necesito una gota agua, necesito alivio ya no puedo más estoy rodeado de alaridos de llanto, de desesperación esto es el infierno!  ¿Dónde está el purgatorio?»

Es que Dios no sigue las pautas que nosotros pretendemos marcarle con nuestra religión, nuestra impresión dominical, nuestra apariencia de piedad.  Como si esto fuera poco la Biblia declara, que un día estos habitantes del infierno saldrán de allí, porque a la orden de nuestro Salvador el infierno entregará todos sus habitantes para que comparezcan ante el juicio de Dios, sean sentenciados y arrojados, no ya al infierno sino al lago de fuego.  Leemos en el libro de Apocalipsis: “Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:13-15).  La Biblia es clara y terminante, si el hombre no se prepara ahora mientras está en su cuerpo, lo único que le espera es el infierno, porque  no hay salvación después de la muerte.  La decisión es de cada pecador y la eternidad que escoja será suya para siempre.

¿Por qué los católicos nunca aseguran ser salvos y los cristianos lo hacen con toda libertad? ¿No es esto un atrevimiento?

La razón es siempre la misma.  La Biblia asegura una y otra vez que todos aquellos que han oído el santo evangelio y se han arrepentido y confiado en Cristo para su salvación, son salvos.  Los cristianos no se basan en lo que sienten, no descansan en sus sentimientos, sino en Cristo Jesús.  Para ellos la religión no tiene ningún papel, porque descansan en las promesas de su Salvador.  ¿Y cuáles son esas promesas?  Permítame mencionarle algunas citas tal como aparecen en la Biblia: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” (Ro. 8:1).  El cristiano se prende de esto y declara la Biblia me lo dice.

  • “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:1, 2).
  • “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él… Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 3:36; 1:12).
  • “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).
  • “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.  Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:1, 2).

En resumen, lo que la Biblia dice sobre nuestra salvación, es esto en pocas palabras:

  • Que todos somos pecadores.
  • Que Dios nos ama a todos y quiere salvarnos.
  • Que Cristo es el único que salva, y que cada uno debe acercarse a él, si quiere ser salvo.
  • Que para ser salvo es necesario oír la Palabra de Dios, arrepentirse de los pecados y creer enteramente en el sacrificio de Cristo.
  • La Biblia insiste especialmente, que no hay ninguna obra que nosotros podamos hacer para salvarnos o ayudarnos en la salvación: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).
  • La Escritura nos dice también, que la seguridad de nuestra salvación no descansa en nuestra habilidad para conservarnos salvos, sino en su poder para mantenernos salvo.

Amigo católico romano, el cristiano acepta como autoridad final solamente la Biblia, la Palabra de Dios.  Mi consejo es que no pierda tiempo, sino que lo más pronto posible recurra también a este mismo medio y acepte la Palabra de Dios como autoridad final. Si arrepentido de sus pecados se rinde a Cristo y comienza a leer su Palabra, pronto descubrirá que muchas de las cosas que cree, no están en la Biblia.  Y se preguntará: «¿Y por qué yo creo esto?»   Tendrá que aceptar que son cosas que los hombres inventaron, Jesús dijo: “Bien invalidáis la palabra de Dios para guardar vuestra tradición” (Mr. 7:13).  Son cosas que están en la tradición, inventada a través de los años, que se siguen y se seguirán inventando.  Sólo aquellos que se fiaron de la Palabra de Dios, saben donde están y saben que son salvos.

Bien, cuál es la primera pregunta que hemos contestado aquí en una conversación entre un católico romano y un cristiano regenerado:

  • ¿Es cierto que todos somos pecadores?  ¡Sí!
  • ¿Por qué los católicos tienen sacerdotes y los cristiano no?

Porque el sacerdocio termina con Cristo.  Lea la epístola a los Hebreos y usted mismo descubrirá esto con una claridad absoluta, y por seguro se sorprenderá diciendo: «¿Y por qué yo creo en esto?»  Bueno porque usted no conoce la Biblia, no quiere conocerla, ni tiene apetito ni deseo para leerla porque no es salvo.  La Biblia le será bastante difícil de entender, si no comienza recibiendo a Jesucristo como su Salvador, para que el Espíritu Santo le asista en la lectura, y pueda sacarle el máximo provecho.

  • ¿Por qué los cristianos no creen en la bienaventuranza de María, en cambio los católicos la adoran como madre de Dios?

La respuesta es muy sencilla.  La Biblia no dice que María fue concebida sin pecado original.  Lo que la Palabra de Dios declara, es que María reconoció a Jesús como su Señor, su Dios y su Salvador.  Muchas de las cosas que usted sabe de María no están registradas en la Biblia, porque fueron inventadas por los hombres, creando lo que se conoce como «mariolatría», la idolatría a una mujer.  Idolatría que está condenada con el infierno.

  • ¿Dónde está la virgen María ahora?

No tengo la menor duda que está en la presencia del Señor.  No porque fuera la madre de Jesús, sino porque ella creyó tal como le dijo Elisabet: “Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor” (Luc. 1:45).  Todos los que creen como María son bienaventurados.  Asimismo fue María la que dijo allá en Caná de Galilea: “…Haced todo lo que os dijere” (Jn. 2:5b).  Es decir que los que estaban allí le pidieron su intercesión, pero ella no intercedió, sino que dijo diríjanse a él, a Cristo.

  • ¿Por qué los católicos se confiesan con un sacerdote y los cristianos no?

Porque la Biblia dice que tenemos que confesar nuestros pecados los unos a los otros.  Que si hemos pecado contra alguna persona, tenemos que confesarle nuestro pecado, pero el único que tiene poder para perdonar los pecados cometidos contra Dios, es Dios mismo.  Nuestro deber es confesarnos con Él, y así lo hacemos.

  • ¿Por qué los católicos bautizan a los bebés, y los cristianos a las personas mayores?

      Porque la Biblia así lo enseña.  Primero la persona debe oír el evangelio, las buenas nuevas de salvación.  Debe arrepentirse y creer en Jesucristo para su salvación, y luego bautizarse.  Un bebé no puede hacerlo.  El bautismo no cristianiza a nadie es Cristo quien cristianiza.

  • ¿Por qué los católicos tienen santos y les rinden culto y los cristianos no?

Porque la Biblia le llama a esto idolatría, y dice que todo cristiano es un santo.  Que todo salvo es santo porque “...sin la santidad nadie verá a Dios” (He. 12:14).  El concepto de santidad que enseña la religión y el que enseña la Biblia, no tienen nada que ver el uno con el otro.

  • ¿Por qué los católicos romanos tienen una Biblia de 73 libros y los cristiano solamente de 66?

Porque en 1554 el catolicismo romano incluyó los libros apócrifos.  Sin embargo, esto no fue aceptado ni aun por la misma iglesia católica por más de 1500 años.  La Biblia prohíbe terminantemente agregar o quitar.  Y le dice a quien agrega, que su castigo le será agregado en el infiero y a quien que quita que le será quitada su parte del cielo.  Qué cosa tan terrible a la que se exponen, aquellos que han agregado libros extras o han mutilado la Palabra de Dios.

  • ¿Por qué los católicos romanos tienen una autoridad suprema aquí en la tierra y los cristianos no?

Los cristianos tienen la autentica autoridad de Jesucristo mismo mediante su Espíritu.  La Palabra de Él es nuestra regla de fe y conducta.  Él mismo mediante su Espíritu habita en nuestro medio.  Es la única autoridad suprema.

  • ¿Por qué los católicos celebran la misa y los cristianos no?

Porque Jesucristo murió una sola vez. En la misa se pretende sacrificarlo y la Biblia dice que NO puede morir más.

  • Los católicos están equivocados.  Pero... ¿Cómo es posible que ocurra esto, cuando son la vastísima mayoría y los cristianos son un puñadito?

Jesús dijo que la puerta ancha y el camino amplio son muy transitados y también llamó a los cristianos “manada pequeña”.

Hemos contestado así una serie de preguntas que esperamos hayan sido de bendición también para su vida.

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