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Una perspectiva eterna

  • Fecha de publicación: Martes, 21 Agosto 2012, 02:10 horas

Como parte de la naturaleza pecaminosa heredada de Adán y Eva, la humanidad sólo piensa en las cosas terrenales. Encerrados en esa perspectiva, y tal como dice Salmos 49:11b, los hombres  “…dan sus nombres a sus tierras”, como si sus días en este mundo nunca fueran a terminar. 

Es cierto que intelectualmente reconocemos que nuestro tiempo en este planeta es temporal, pero a pesar de esto, pensamos y actuamos como si no fuera así.  No sorprende que Moisés escribiera: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). 

La muerte es un destino que todos imaginamos que de alguna manera vamos a evitar, por lo menos por un tiempo, hasta que sobreviene alguna enfermedad o accidente y nos hace despertar a la realidad.  Lo cierto es, que no importa cuán saludable estemos, porque la muerte nunca está muy lejos de nosotros.  El hecho real de que se trata de un tema desagradable, del cual no queremos pensar ni hablar, es una prueba que Moisés estaba correcto.  Necesitamos la ayuda de Dios a través de su Palabra para colocar y adaptar nuestros pocos días de vida en una perspectiva eterna.

Salomón dijo: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón” (Ec. 7:2).  Sin embargo, los funerales modernos especialmente en Estados Unidos, con sus hermosas flores, comida y buenos recuerdos del fallecido, parecen haber sido diseñados para atenuar el duelo a lo más mínimo posible y así mantener a los vivientes separados del evento que ha sido la razón para tal reunión.  No queremos pensar, mucho menos ahondar en la realidad de que la muerte le pone un sello final a cada pasión terrenal, posición, posesión y ambición.

Vivimos como necios si ignoramos las advertencias de las Escrituras que hablan acerca de la brevedad de la vida.  Hasta Homero en su epopeya La Ilíada escrita en el siglo VIII A.C., declaró: «La muerte tiene diez mil formas, siempre pende sobre nuestras cabezas y nadie puede eludirla». La muerte viene con la misma regularidad que el nacimiento.  El primero se recibe con gozo, alegría y gran satisfacción.  La otra se considera como una intrusa que llega para robarnos algo a lo cual no tiene derecho.  Cuando viene demasiado pronto, y se lleva a aquellos a quienes amamos podemos comprender el enojo expresado por John Milton en su obra Paraíso Perdido, cuando dice que todos nosotros seremos «alimento de este monstruo pestilente».

No importa cuán larga haya sido la vida del fallecido, aquellos que lo recuerdan con amor siempre lamentarán su partida.  Pese a todo, nosotros ignoramos esta verdad irreprimible, que un día el cual también será demasiado pronto, seremos devorados por ese “monstruo nauseabundo”.  Sin embargo, no nos parece una amenaza cuando todo en nuestras vidas está relativamente bien.

En una ocasión el Señor Jesucristo dijo: “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.  Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?  Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.  Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?  Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc. 12:16-21).

La brevedad de la vida no es la consecuencia más seria de la muerte, sino que mucho más alarmante es lo que asegura la Biblia que ocurre después de ella: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27).  Aunque para los cristianos, la muerte ha perdido su aguijón, gracias al sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo por nosotros y su subsiguiente resurrección, en favor nuestro, ¿quién puede decir que ha vivido una vida en forma tal, que tiene la confianza suficiente para enfrentar el tribunal de Cristo sin ningún remordimiento o sin ninguna vergüenza y sólo experimentar gozo?  Con seguridad, en ese día habrá lágrimas de profundo dolor y remordimiento.

En ocasiones nos sentimos abrumado por la solemnidad y temible realidad de que con cada día que pasa, se acerca más el momento en que finalmente estaremos ante la presencia de nuestro Señor y Salvador.  Sabemos que su amor por nosotros es infinito y eterno, pero además de ser nuestro Redentor es nuestro Creador, a quien debemos rendirle cuentas por todo lo que hayamos hecho en esta corta vida que nos está permitiendo vivir.  Felizmente, su Palabra asegura en Apocalipsis 7:17 que después de que comparezcamos ante su tribunal, “...Dios enjugará toda lágrima de los ojos” y en 1 Corintios 4:5, que cada creyente verdadero “…recibirá su alabanza de Dios”. Las lágrimas pasarán y darán lugar al eterno gozo por los pecados que nos perdonó gracias a que el Señor Jesucristo pagó por todos.

Los ateos tratan de convencerse a sí mismos y a otros, que cuando «uno muere está muerto; y que eso es el fin de toda sensación». Pero la convicción poderosa y universal que ha persistido en cada cultura desde los albores del tiempo, es que la muerte no termina con la existencia del ser humano.

La realidad de que el hombre es un ser espiritual, que sobrevive a la muerte del cuerpo en el cual vive temporalmente durante su existencia en la tierra, es un instinto básico humano que puede ser negado sólo con gran esfuerzo.  Además, aún aparte de las Escrituras, la validez científica de esta creencia universal puede ser probada fácilmente.

Es innegable que nuestras mentes conciben ideas que no son tangibles, tales como verdad, justicia o gracia.  La humanidad entiende y aplica cientos de conceptos metafísicos similares diariamente.  Estas ideas comunes ponen a prueba las descripciones físicas, ya que no tienen propiedades materiales, no ocupan espacio, y claramente no son parte del universo observable de tiempo y espacio.  Obviamente nada físico puede originar y mantener tales pensamientos, lo cual es una realidad que elimina al cerebro como la fuente de cualquier forma de intelecto.  No esperamos que el cerebro haga lo que deseamos.  Nosotros, las personas con alma y espíritu, que vivimos en cada cuerpo, somos quienes iniciamos nuestros pensamientos.

De hecho, las cosas que concebimos con la mente no son físicas.  No hay una sola idea de ninguna clase, que ocupe un espacio determinado o tenga sustancia corpórea.  La conclusión es inevitable: el hombre es un ser no físico, que vive en un cuerpo temporal que es material.  No es su cerebro, sino que el originador y guardián de sus pensamientos es él mismo.

Aunque la muerte lo separa de la morada en que habita durante su permanencia en la tierra, el espíritu y el alma, que son los componentes de su «yo» verdadero, no pueden dejar de existir.  Pero... ¿Qué podemos decir de los animales?  A pesar de que tenemos cuerpos similares a los de ellos, y una apariencia física también parecida en algunos aspectos, lo cual dio origen a la ridícula y anticientífica teoría de la evolución, existe una diferencia grande y eterna entre la humanidad y el mundo animal.  Pero... ¿Cuál es?  Tal como señaló el fallecido Mortimer J. Adler, un ex ateo que se convirtió al cristianismo y escribió un libro titulado La diferencia del hombre y la diferencia que hace, «...La habilidad del hombre para formar ideas conceptuales que no son físicas, y expresarlas por medio de la palabra, limita toda vida que no es humana al otro lado de un abismo que la evolución nunca podrá superar».

El hecho de que nuestros pensamientos no se originan en el cerebro puede ser probado en muchas otras formas.  Por ejemplo, darle crédito al cerebro físico como el originador de la moral y ética, tendría tanto sentido como referirnos a un “hígado honesto” o un “riñón inmoral”.  Tampoco podemos exonerarnos a nosotros mismos de culpa por cualquier pensamiento o acto cometido, con sólo decir: «Mi cerebro me obligó a hacerlo». Es claro que el amor desinteresado y voluntario, el aprecio por la verdad y la belleza, el aborrecer el mal, y el anhelo por realizarse plenamente, no se originan de un determinado conjunto de átomos, moléculas, o células que componen las partes del cuerpo, incluyendo el cerebro.

Dado que la persona en nuestro interior depende del cuerpo físico sólo como una vivienda temporal y como el medio para funcionar en este universo físico, no hay razón para creer que la muerte pone fin a la existencia consciente de la persona.  Por lo tanto consideramos que es mejor concluir que la muerte libera al alma y al espíritu de su confinamiento a fin de que experimenten otra dimensión incluso mucho más real del ser.

Sin duda alguna, la muerte le pone fin a la existencia del cuerpo, pero no puede acabar con la existencia del alma y el espíritu que no son parte de él.  Estos residen en su interior y constituyen la conciencia y el libre albedrío, por los cuales, no el cuerpo, sino el pensador responsable de los pensamientos, palabras y hechos, tendrá que rendir cuentas.

Hace aproximadamente unos 250 años, el escritor William Law describió a un «exitoso joven comerciante» que «estaba al borde de la muerte cuando sólo tenía 35 años». Este joven expresó las siguientes palabras a sus amigos que habían venido a consolarlo:

«Ustedes me miran con lástima, no porque no esté preparado para encontrarme con el Juez de vivos y muertos, sino porque voy a dejar un comercio próspero en la flor de mi vida... Sin embargo, ¿qué locura del más tonto de los niños, es tan grande como esta?

Nuestro pobre amigo Lépido falleció... mientras se estaba vistiendo para ir a una fiesta.  ¿Creen ustedes que ahora él se preocupa porque no pudo vivir hasta haber disfrutado de la diversión?  Los convites, negocios, placeres y satisfacciones parecen ser cosas de gran importancia para nosotros, pero cuando añadimos la muerte, todo esto se reduce a la insignificancia...

Si voy ahora a disfrutar del gozo del Señor, ¿hay alguna razón para que me lamente si la muerte me ocurriera antes de cumplir los cuarenta años?  ¿Creen que sería algo muy triste irme al cielo antes de haber realizado unas cuantas transacciones comerciales o por estar parado un poco más detrás de un mostrador?

Y si tuviera que ir al mundo de los espíritus perdidos, ¿podría haber alguna razón para estar contento si esto no ocurre hasta que esté anciano y colmado de riquezas...?  Ahora que el juicio es lo próximo que me espera y la felicidad eterna o miseria eterna está tan cerca, todas las satisfacciones y todas las prosperidades de la vida lucen vanas e insignificantes...

Pero amigos, ¡cuán sorprendido estoy porque no siempre he tenido estos pensamientos...!  ¡Cuán increíble es que un poco de salud o un pequeño negocio permitan que nos volvamos insensibles a esas cosas tan grandes que están llegando tan rápidamente sobre nosotros!

La persona trágica que comete suicidio se imagina que está poniendo fin a su existencia con sus dolores y sufrimientos.  Sin embargo, de hecho bien podría estar lanzándose en el tormento eterno.  Una de las memorias que lo podría atormentar por la eternidad, sería que rechazó el perdón de los pecados que Cristo pagó por él y selló doblemente su justa condenación al terminar con su propia vida, y con esto, su última oportunidad de ser salvo».

Citando las vidas y muertes de dos hombres, el Señor Jesucristo describe los dos destinos, uno u el otro, que toda persona debe enfrentar al momento de la muerte.  Esta no es una parábola acerca de gente ficticia, sino una historia verdadera porque uno de los personajes es mencionado por nombre, algo que el Señor nunca hizo cuando relató sus parábolas.  Dijo: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.  Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.  Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.  Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno” (Lc. 16:19-23).

No importa cuánto dure, esta vida es muy breve.  Santiago dijo: “...Porque ¿qué es vuestra vida?  Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Stg. 4:14b).  Moisés por su parte declaró: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:10).  Comparado con la eternidad, el promedio de la vida del hombre no es nada.

Cuando vivimos conscientes de esta perspectiva eterna, vemos claramente la locura y el desatino de escoger, de preferir, unos cuantos años de placer, de popularidad y poder y como consecuencia de esta decisión sufrir el tormento eterno en el lago de fuego, tal como Cristo dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?  ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26).

Siendo aún joven, Moisés adoptó su decisión basado en una perspectiva eterna: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:24-26).  En contraste a esto, muchas almas han negociado, han cambiado, la eternidad en el cielo con el Señor por recompensas momentáneas aquí en la tierra.

¿Momentáneas?  ¡Sí!  Leemos en Lucas 4:5, que el diablo llevó a Jesús “...a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”. Desde una perspectiva eterna, los reinos de este mundo sólo permanecen por un momento.  Sin duda, es necio cualquiera que cambia una recompensa eterna en el cielo, por los honores efímeros y pasajeros que ofrece Satanás, “…el dios de este siglo…” (2 Co. 4:4a), por el sólo hecho de negar al Señor.

Es fácil para nosotros ver la vanidad de los honores terrenales en lo que le ocurrió a Daniel.  Cuando el rey Belsasar celebraba un banquete en el cual profanó los vasos del templo, de repente apareció una mano misteriosa que escribió “sobre el encalado de la pared”, entonces el rey hizo comparecer a Daniel y le dijo: “Yo, pues, he oído de ti que puedes dar interpretaciones y resolver dificultades.  Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el reino” (Dn. 5:16).  El monarca ni siquiera le preguntó si tendría que comprometer sus creencias para recibir estos honores, pero la respuesta de Daniel fue: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros.  Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación” (Dn. 5:17).  Daniel sabía que el reino sucumbiría en sólo unas horas.

Pese a todo, “Entonces mandó Belsasar vestir a Daniel de púrpura, y poner en su cuello un collar de oro, y proclamar que él era el tercer señor del reino.  La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos.  Y Darío de Media tomó el reino, siendo de sesenta y dos años” (Dn. 5:29-31).  ¡Este fue uno de los nombramientos más breves en la historia!  Tampoco ninguna recompensa que este mundo pueda ofrecer, permanece por mucho tiempo en comparación con la eternidad.

«Denle su recompensa a otros», debería ser la respuesta de cada cristiano cuando se ve confrontado con la tentación de buscar o tratar de aceptar el halago de los hombres.  Lamentablemente, la iglesia actual posee un establo completo de caballos, de honores temporales sobre los que muchos líderes cristianos les gusta cabalgar en un desfile de arrogancia.  Cuántos pastores, predicadores, autores y líderes cristianos tienen diplomas falsificados de doctorados, y en sus tarjetas de presentación ponen tales iniciales al frente de sus nombres y hasta insisten en ser llamados por ese título, el cual básicamente compraron a instituciones fraudulentas.  ¡Esto constituye un escándalo entre los evangélicos de hoy en día!  Ninguno de ellos habría sucumbido a tal vanidad si hubieran mantenido una perspectiva eterna.

También podemos decir que no puede haber otra razón más poderosa para compartir el evangelio que el estar conscientes de esta perspectiva eterna.  Cada alma que nosotros conocemos es un ser inmortal que nunca va a dejar de existir, pero que va a disfrutar, o de una dicha eterna en la presencia de Dios, o sufrir el tormento por la eternidad.

De la misma manera, nada debe motivarnos más a compartir el evangelio de Cristo con otros, que esta misma perspectiva eterna.  Cada persona que conocemos es un alma que no cesa de existir, quien disfrutará o el gozo en la presencia del Señor o el tormento eterno.  Mantengamos esta esperanza en nuestros corazones.  Tratemos de rescatar tantas almas como sea posible, del camino ancho que lleva a la destrucción, llevándolas hacia el camino angosto que conduce a la vida eterna.

¿Creación o casualidad?

Cualquiera con un corazón honesto, una mente inquisitiva y deseo sincero por encontrar respuestas a las preguntas más importantes que uno puede enfrentar en la vida, reconocerá que hay algunas a las cuales debemos darles prioridad, tales como: ¿Existe Dios?  ¿Cuál es el origen del universo y de la vida que se encuentra tan abundantemente en nuestro diminuto planeta?  ¿Qué es la vida y cuál es su propósito?

Otra pregunta vital es si nuestro vasto universo de tan asombrosa complejidad y orden, es el resultado de una gigantesca explosión llamada comúnmente «Big bang o Gran Explosión».  Esta teoría es una desviación total de la conclusión a la que llegaron los teístas fundadores de la ciencia moderna.  El orden innegable que observaron hizo que ellos miraran a leyes que deben gobernar el fenómeno.  Habiéndolas descubierto, concluyeron que el universo había sido creado por un «Dios de orden».

Reafirmaron así lo que declara Génesis 1:1 y 2: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.  Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.

Fue así como se sentó la fundación teísta de la ciencia moderna, pero ese fundamento ya no es aceptado.  Los ateos han tomado control y ahora reclaman que sólo ellos tienen el derecho para hablar por la ciencia.  Sin embargo, no pueden negar el orden evidente en todas partes, y a regañadientes se refieren a ello como «la apariencia de orden».  ¿Apariencia?  ¡Admitir esto a medias y repetirlo tan a menudo, debería avergonzar a los científicos legítimos!

Fueron principalmente dos hombres: Charles Darwin y Sigmund Freud, quienes trataron de aplastar cualquier posibilidad de que el Dios de los teístas retratado en la Biblia podía ser el Creador.  ¡No necesitaban ningún Creador!

Según estos hombres, el universo, mediante lo que llegó a ser conocido como evolución y selección natural, apareció de la nada, arreglado por sí mismo en su orden, y misteriosamente transformó químicos inanimados en entidades vivas (una tesis que hasta este momento no apoya la observación).

Se han escrito un número incontable de libros de ambos lados, de lo que se ha convertido en un asunto acalorado.  Cualquiera que estudia tan siquiera una fracción de estos volúmenes debe enfrentar tres hechos innegables:

1. Que los desacuerdos son interminables,

2. Que son irreconciliables, y

3. Que en su mayor parte no conducen a ninguna parte.

Comenzando con el propio Darwin, los ateos han dejado una plétora de falsas premisas.  El primer libro de Darwin se tituló El origen de las especies, sin embargo incluso hasta sus más fieles admiradores admiten que a pesar de las muchas páginas colmadas con tantas palabras, Darwin nunca explicó el origen de ninguna especie.  Tampoco ningún ateo ha tenido éxito en hacerlo.  Pese a este hecho innegable, los admiradores de Darwin continúan aumentando en número, mientras mentes desesperadas tratan por diferentes medios de apoyar sus tesis originales.

Uno de los más aclamados partidarios de Darwin es Daniel Dennett, nacido en 1942.  Dennett es un filósofo americano de la ciencia y la biología, particularmente de las áreas relacionadas con la biología evolutiva y ciencia cognitiva.  En la actualidad es co-director del Centro de Estudios Cognitivos y profesor universitario.

Siguiendo la tradición establecida por Darwin, Dennett también escribe libros que hacen promesas que no se pueden cumplir.  Uno de sus volúmenes en inglés se titula Conocimiento explicado.  Cuando fue publicado en 1991, el periódico New York Times lo aclamó como «uno de los mejores libros de ese año».

Pero veamos cómo explica Dennett, el “conocimiento”.  Después de enumerar los grandes misterios que aún permanecen, tal como «el origen del universo, el misterio de la vida y reproducción, el misterio del diseño encontrado en la naturaleza, y los misterios de tiempo, espacio y gravedad», Dennett admite que esto permanece, no sólo como «áreas de ignorancia científica, sino de profunda confusión y asombro».

Dennett también confiesa que él y sus compañeros ateos «no tienen todavía las respuestas finales a ninguna de las preguntas sobre cosmología y física de partículas, genética molecular y teoría evolutiva». No obstante, declara: «No sabemos cómo pensar respecto a todas ellas...» Y en cuanto a conocimiento, en lugar de cumplir su promesa y explicarlo, admite: «Todavía nos encontramos en un terrible embrollo... Es un tópico que a menudo deja, incluso a los más sofisticados pensadores con la lengua atada y confusos».

Esta “explicación del conocimiento”, que presenta en los dos primeros capítulos de su libro Conocimiento explicado, es la conclusión más aproximada a que llega Dennett en su entero libro de 468 páginas; esto para responder a la promesa del título.

Hoy, el ateo líder Richard Dawkins, tiene una respuesta habitual cuando se enfrenta a los críticos quienes señalan al hecho que él y sus compañeros ateos ni siquiera se aproximan a explicar el origen de la energía, de la materia, de la célula, del ADN que define la vida, o la misma vida.  Casi como un mantra repite con entusiasmo juvenil: «Estamos trabajando en eso».  Sin embargo, hasta ahora no hemos visto ninguna evidencia que “el trabajo que ellos están haciendo en eso” haya producido algún resultado significativo.

Dawkins dirige un grupo que se autodenomina «Los nuevos ateos».  Ellos se refieren a sí mismos como los “inteligentes”, relegando así a los teístas a la condición de “estúpidos o retardados mentales”.  Christopher Hitchens, un ateo que se autodescribe como un creyente en los valores filosóficos de la Edad de la Iluminación y quien asegura que el concepto de Dios o de un ser supremo es una creencia totalitaria que destruye la libertad individual y la libre expresión, es considerado por los “inteligentes”, como uno de los más brillantes.  Este señor declaró en un debate con el ex profesor de Oxford Alister McGrath, un teísta, «¡Qué había hecho muchísimo dinero con un libro en el que golpea bien fuerte a Dios!». Y ante esto nos preguntamos: «¿Qué dirá ahora que está sufriendo de cáncer en la garganta?».

En este artículo vamos a demostrar que “los retardados mentales” no debemos sentirnos intimidados por los “inteligentes”, sino que debemos defender valientemente nuestra fe en el Creador del universo.

El reto del Cosmos

El espacio ha sido definido como «La última frontera», y su exploración el mayor reto que haya enfrentado la humanidad en toda su historia.  Los astronautas merecen nuestra más sincera admiración y no debemos rebajar sus grandes logros alcanzados hasta la fecha.  Sin embargo, el hecho simple es que por muy grande que sean sus hazañas, nunca serán suficientes para que una nave tripulada pueda explorar nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, y ciertamente mucho menos los otros miles de billones de galaxias en el universo.

Es concebible que dentro de unos miles de años, si es que esto fuera posible, el hombre pudiera explorar completamente y aprender todo lo que haya que saber acerca de nuestro propio sistema solar.  Pero... ¿Qué habría logrado a gran costo en tiempo, esfuerzo, dinero y muy posiblemente vidas?  ¡La respuesta obvia es: «casi nada» en comparación con el cosmos en general!  Pero eso no es lo que los científicos espaciales quieren hacernos creer, ni lo que sus partidarios desean oír, sin embargo es la verdad absoluta.

Los hechos son simples.  Los estimados varían, pero se dice que hay entre cien a quinientos miles de millones de soles en nuestra galaxia, la Vía Láctea, y tal vez como mil billones de otras galaxias en el universo, la gran mayoría de ellas mucho más extensas que la nuestra.  Por lo tanto, después de aprender todo esto acerca de nuestro sistema solar, nuestros descendientes tendrían en sus computadoras información de unos cien mil millones a un billón de muestras del universo, algo que es estadísticamente sin sentido.

Sin embargo, de acuerdo con la fría matemática, no hay forma que la humanidad pueda jamás “explorar el espacio”.  El espacio se extiende de un lado al otro del universo, y no podemos decir dónde comienza o termina.  Lo vasto del cosmos hace mofa de nuestros más inteligentes esfuerzos, sin embargo admitir ese hecho es una píldora demasiado amarga para que nuestra orgullosa especie la trague, especialmente “los científicos” espaciales.

En 1974, a un gran costo y con el prospecto de gastar incluso muchos más miles de millones de dólares, se enviaron una serie de mensajes de radio a un cúmulo globular de estrellas conocido como el M13.  A la velocidad de las ondas de radio, la cual es la velocidad de la luz, tomará 25.000 años para que nuestro mensaje llegue al M13 y otros 25.000 años más, para que recibamos una respuesta, si es que hay alguna vida inteligente para que la envíe.  Pero… ¿Es racional que nuestra generación invierta grandes sumas de tiempo y dinero, en algo cuyos posibles resultados van a verse en 50.000 años?

Sin menospreciar los esfuerzos que se hacen, la verdad es que el tamaño del cosmos se extiende mucho más allá de nuestra más desbocada imaginación, tanto que “el programa espacial” es como una hormiga tratando de trepar hasta el tope de una brizna de hierba y luego en un estado de euforia por su logro, llamar a las otras hormigas en admiración y decirles: «¡He explorado el mundo!», cuando el hecho es que ni siquiera ha comenzado a explorar el césped, mucho menos el pueblo, el condado, estado, país y de ninguna manera el mundo.

Por muy grande que hayan sido nuestras proezas al caminar sobre la luna y enviar robots a otros planetas en nuestro sistema solar, con relación al cosmos, estamos mucho más distantes de la hazaña que realizó la hormiga al trepar hasta el tope de la brizna de hierba, pretendiendo que había explorado el mundo.

Esta humillante realidad es difícil de enfrentar, pero llegará a ser más clara conforme avanzamos en este artículo, no sólo con respecto al programa espacial, sino en muchas cosas más que ahora se declaran en el nombre de la ciencia y que son aceptadas como tales por un público confiado.

La incómoda verdad es que podría ahorrarse mucho tiempo, esfuerzo, dinero y vidas, si enfrentáramos la realidad de nuestras severas limitaciones.  Nuestros logros en la exploración del sistema solar han sido notables, han hecho avanzar grandemente nuestro conocimiento y han traído muchos beneficios científicos, pero imaginar que podemos enviar naves espaciales tripuladas más allá de esos límites es tirar el dinero y engañarnos a nosotros mismos.

Aparentemente desde los presidentes para abajo, estamos persistiendo en una ambición vana.  En un discurso ante la NASA, basado en la última información que había recibido y que fuera aclamado de manera entusiasta por los científicos del espacio y otras personas que estaban presentes, el 14 de enero del año 2004, el entonces presidente George W. Bush declaró: «Estados Unidos se ha aventurado en el espacio... porque el deseo de explorar es parte de nuestro carácter... Nuestros programas actuales y vehículos para explorar el espacio nos han llevado muy lejos y nos han servido muy bien... Los exploradores robóticos han encontrado evidencia de agua en Marte y en las lunas de Júpiter, un ingrediente clave para la vida... El robot ‘Spirit para explorar a Marte, está buscando evidencia de vida más allá de la tierra...

Esperamos regresar a la luna para el año 2020, y convertirla en el punto de lanzamiento para misiones mucho más allá... Con la experiencia y el conocimiento ganado en la luna, estaremos entonces listos para dar los pasos siguientes en la exploración espacial: en misiones tripuladas a Marte y a los mundos mucho más allá.

Las misiones robóticas servirán como pioneras, como guardas de avanzada hacia lo desconocido.  Las sondas espaciales, las naves de exploración y otros vehículos de esta clase continuarán demostrando que valió la pena, ya que envían imágenes espectaculares y vasta cantidad de información hasta la tierra.  No obstante, la sed humana por conocimiento finalmente no puede ser satisfecha ni siquiera por las más vívidas fotografías, o las más detalladas medidas.

Necesitamos ver, examinar y tocar por nosotros mismos.  Y sólo los seres humanos somos capaces de adaptarnos a las inevitables incertidumbres planteadas por los viajes espaciales.

Conforme aumenta nuestro conocimiento, desarrollaremos nuevos métodos de propulsión, para sustentar la vida, y otros sistemas que ayuden en viajes más distantes.  No sabemos en dónde terminará esta jornada, sin embargo, sí sabemos esto: Los seres humanos están dirigiéndose al cosmos».

Aumentan las dudas

Aunque el cosmos es un término general con varios significados, nunca ha sido usado para designar únicamente nuestro sistema solar.  Hay una clara distinción entre el espacio dentro de nuestro sistema solar y el cosmos en el cual está incluido, el cual es sinónimo de todo el espacio.  Esa ciertamente fue la forma como Carl Sagan usó el término en su libro y la serie de televisión Cosmos.  Al decir que «Los seres humanos están dirigiéndose al cosmos», el presidente Bush seguramente se refirió a misiones tripuladas más allá de nuestro minúsculo sistema solar.  No obstante, lo vasto de este cosmos, que sólo comienza mucho más allá del pulso gravitacional del sol hace esto imposible (no virtualmente imposible, sino imposible).

Aumentan las dudas entre los científicos del espacio respecto al valor de la planeada base lunar y su costo de doscientos mil millones de dólares para construirla.  En cuanto a los lanzamientos a Marte desde la luna, eso requeriría una infraestructura aeroespacial en la luna que tomaría décadas o incluso hasta un siglo para erigir, tal como dijo el físico Lawrence Krauss, de la Universidad Case Western, quien apoya la construcción de una base en la luna: «En algún momento en los próximos cien años, tendremos una base en la luna».

Después de más de 30 años de estar viajando, Voyager 1, la sonda espacial robótica de 722 kilogramos, lanzada el 5 de septiembre de 1977 desde Cabo Cañaveral, Florida, para estudiar los límites del sistema solar, incluyendo el Cinturón de Kuiper y más allá, apenas está saliendo de nuestro sistema solar, y ahora se encuentra en la heliopausa, la zona terminal entre el sistema solar y el espacio interestelar, una vasta área donde la influencia del sol cede ante las radiaciones de otros cuerpos lejanos de la galaxia.  Si el Voyager es aún funcional cuando pase la heliopausa, se convertirá en el primer objeto de fabricación humana que abandone nuestro sistema estelar.  Los científicos obtendrán las primeras mediciones directas de las condiciones del espacio interestelar.

Con nuestros radiotelescopios estamos enviando mensajes verbales a la velocidad de la luz y esperando recibir una respuesta de “algún lugar y de alguien”.  Un número creciente de científicos del espacio ahora aceptan que todo esto se trata de una búsqueda sin sentido.

El problema subyacente en el programa espacial

Mucho, si acaso no todo el tiempo, dinero y los esfuerzos consumidos en el programa espacial, es el producto de la esperanza especulativa de probar que la creencia en Dios es una hipótesis pasada de moda, que ya no se necesita un Creador para aclarar nada.  Richard Dawkins, uno de los ateos líderes, y ex profesor de la cátedra Charles Simonyi de Difusión de la Ciencia en la Universidad de Oxford, dijo: «Darwin explicó todo acerca de la vida aquí en la tierra».

¿“Todo acerca de la vida aquí en la tierra”?  Para ponerlo un poco más suave, es una exageración crasa.  De hecho, Darwin realmente no explicó nada acerca de la vida.  Él no nos dijo qué es la vida, cómo se originó, cuál es su propósito, por qué se acaba, y si eso es todo, o si hay algo más que sigue.  Uno de los elementos que hace falta en todas las discusiones entre los evolucionistas y creacionistas, es el hecho que todos los involucrados en esta entera discusión (desde Darwin hasta Dawkins, ni tampoco ninguno de los creacionistas) nunca hablan acerca de lo que es realmente importante.  Lo que hace un ser humano, es lo que él o ella realmente es, ¿y qué es lo que distingue a la humanidad de cada una de las otras criaturas vivas?  Darwin nunca habló al respecto, ni tampoco Dawkins.

¿Cómo se originó la vida?  Esos, que como los ateos rechazan el reclamo bíblico que Dios creó cada criatura viva incluyendo el hombre, no tienen ninguna otra forma de explicar cómo comenzó la existencia.  A esto se le llama generación espontánea.  Hace unos ciento cincuenta años, Louis Pasteur demostró que la generación espontánea no es otra cosa más que superstición.  Como resultado, la ley de la biogénesis fue firmemente establecida como un hecho científico inviolable.  Esta ley declara inequívocamente que la vida sólo se origina de vida.  Aunque los ateos admiten que no pueden desafiar la validez de esta ley establecida, su objeción es que hubo una excepción, de otra forma se ven forzados a reconocer que la vida sólo pudo haber provenido de un hecho sobrenatural de creación, lo cual para ellos es una conclusión inaceptable.  Declaran que tuvieron que ocurrir millones de excepciones a esta ley en todo el universo, y que el origen de la vida en la tierra es una de ellas.  Claro está, todo esto es tanto irracional como anticientífico.

Pero... ¿Se ha demostrado alguna vez que hay tan siquiera una excepción a la ley de la biogénesis en algún lugar en el cosmos?  ¡Nunca!  Sin embargo, la única esperanza para rescatar la evolución requeriría millones, y posiblemente incluso miles de millones de excepciones a esta ley, para que la vida apareciera espontáneamente en todo el universo.  De hecho, son expectativas irracionales similares a esta, lo que impulsa mucho de la ciencia.  La búsqueda por vida extraterrestre ciertamente es la principal motivación detrás del programa espacial.  Asimismo, la misma esperanza provee la única base racional para la larga y desesperada búsqueda por un “eslabón perdido” que tendería un puente entre el cisma insalvable que hay entre los animales y el hombre.

Pero... ¿Puede haber una excepción a la ley de la gravedad?  ¿No es la gravedad un fenómeno universal?  ¿Nos atreveríamos a basar nuestra esperanza de lograr finalmente llevar a los hombres a Marte, dependiendo de la probabilidad de que pueda haber una excepción a una de las leyes de la física o la química?  ¿Por qué es ilegítimo basar la evolución en la supuesta violación de la ley de la biogénesis, para lo cual no hay ningún ejemplo probado?

Estamos en búsqueda de respuestas a lo que Dawkins declara que son las preguntas más importantes del hombre.  A cualquiera familiarizado con las teorías de este hombre y sus compañeros, no le sorprende que las respuestas a tales interrogantes se encuentren sólo en el Darwinismo.  Por ejemplo, Dawkins declara que «La vida inteligente en un planeta llega a la mayoría de edad, cuando encuentra primero la razón para su propia existencia». Pero esto es una conclusión filosófica no científica.  El consenso entre los científicos de todas las clases es que la ciencia no puede responder a la pregunta «¿por qué?» respecto a nada.  Por ejemplo: ¿Por qué existimos?  ¿Cuál es la razón para sentirnos tan intrigados por esto?  ¿Se trata acaso de una búsqueda que ha sido impuesta por nuestros genes?  Cualquiera sea su origen, esta búsqueda tiene a la humanidad escudriñando el cosmos hasta tanto no pueda encontrar una respuesta satisfactoria.  Stephen Hawking, matemático y profesor de la Universidad Cambridge y autor de una Breve historia del tiempo, lo resume en una sola frase: «¿Por qué este universo se tomó la molestia de existir?».

El propio Dawkins admite que el hombre no ha alcanzado todavía esta etapa de conocimiento.  Podríamos citar docenas de científicos líderes quienes confiesan unánimemente que las respuestas a estas preguntas finales no se encuentran para nada en la ciencia.  Por ejemplo, en contraste al alarde constante de Dawkins concerniente a la omnisciencia del Darwinismo, considere la siguiente afirmación realista de Erwin Schrodinger, ganador del premio Nobel de física y uno de los arquitectos de la mecánica cuántica.  Él ciertamente estaba tan calificado para hablar por la ciencia de hoy, como Dawkins o cualquiera de sus nuevos colegas ateos.

Y dice en las páginas 81 y 83 del libro Preguntas cuánticas: «El cuadro científico del mundo real a mi alrededor está... atrozmente silencioso respecto a todo... esto se encuentra verdaderamente cerca a nuestro corazón, realmente nos importa... No sabe nada de belleza y fealdad, bien o mal, Dios y eternidad...

¿De dónde vine y a dónde voy a ir?  Esa es la gran pregunta insondable, la misma para cada uno de nosotros.  La ciencia no tiene la respuesta para ello».

La simple verdad es que ningún científico en ningún campo ha podido mejorar las palabras de Génesis 1:1: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Claro está, los ateos sólo muestran desdén por esta declaración, un desprecio para el cual ellos no tienen fundamento en un hecho científico.  Para los ateos, es su rechazo a la existencia de Dios lo que motiva su pasión por los viajes espaciales.  Es asimismo esta misma determinación lo que obliga a los científicos ateos a indagar febrilmente en todo nuestro planeta a fin de refutar la base bíblica para la existencia del cosmos y la vida en él.  Al ignorar la abrumadora evidencia que apoya la creación de todo por el Dios de la Biblia, los ateos están determinados a probar que la vida en la tierra no es un evento único, sino que se originó una y otra vez a través del cosmos por medios puramente naturales.

Dawkins pasa a decir en su libro El gen egoísta: «Los organismos vivos han existido sobre la tierra sin siquiera saber por qué, por más de tres millones de años antes que finalmente uno de ellos se diera cuenta de la verdad.  Su nombre fue Charles Darwin... quien fue el primero en compilar un relato coherente y sostenible de por qué existimos.  Darwin hizo posible darle una respuesta sensible al niño curioso... que pregunta: ‘¿Por qué hay personas?’  ‘¿Cuál es el propósito en la vida?’... Ya no tenemos que recurrir a supersticiones cuando enfrentamos problemas profundos, tales como: ‘¿Hay significado para la vida?  ¿Qué somos?  ¿Qué es el hombre?  Después de plantear la última de estas preguntas, el inminente zoólogo G. G. Simpson lo puso así: ‘El punto que quiero dejar ahora claro es, que todo intento por responder esa pregunta antes de 1859 carece de valor alguno, y haríamos mejor si los ignoramos completamente».

La verdad es que los intentos posteriores a 1859 para responder esta pregunta no son mejores.  Darwin ni siquiera incluso pretendió darnos las respuestas que buscamos.  El único lugar donde Dawkins tiene para buscar es en el Darwinismo.  En su raro intento por proveer respuestas de esa fuente, este hombre no tiene nada para ofrecer y en el proceso se contradice a sí mismo repetidamente.  A pesar de este hecho, los seguidores de Darwin no admiten la bancarrota de sus teorías.

La nueva raza de ateos hoy, son líderes científicos inteligentes y profesores universitarios.  Estos “nuevos ateos”, quienes se creen muy “brillantes” o sabios, y consideran unos estúpidos a todos los que creemos en Dios, se han organizado en todo el mundo y tienen programas populares de radio y televisión.  A Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris, y Christopher Hitchens, se les conoce como «Los cuatro jinetes» del pensamiento ateo y venden millones de copias de sus libros en numerosos idiomas.  El ateísmo es el nuevo “tsunami”, por llamarlo de alguna manera, que está arrasando al mundo y arrastrando consigo un creciente número de ansiosos seguidores que niegan a Cristo y se unen a esta última oleada de incredulidad.

Según el periódico New York Times, el etólogo británico Richard Dawkins, apodado “el perro rottweiler de Darwin” ha colocado su libro publicado en inglés El engaño de Dios, entre los diez primeros más vendidos en Amazon.com.

El filósofo norteamericano Daniel Dennett publicó no hace mucho su último libro titulado Rompiendo el hechizo: La religión como un fenómeno natural, en el que insiste en que la religión es una respuesta Darwiniana a la necesidad humana de creer.

El norteamericano Sam Harris, filósofo interesado en la neuro-ciencia, tuvo gran éxito en el año 2004 con su libro, también publicado en inglés El Fin de la Fe: religión, terror y el futuro de la razón. Ahora nuevamente está triunfando con otro libro polémico: Carta a una nación cristiana. Él le ve cierta utilidad moral a algunas disciplinas de la espiritualidad oriental, pero al igual que los otros coincide en que por lo general la religión no sólo es falsa, sino que es causa de maldades, desmanes e infelicidad.

El británico norteamericano Christopher Hitchens, periodista, crítico literario y también humorista, autor de Dios no es grande, y cómo la religión lo envenena todo, dice que cuando más recibe aplausos y alabanzas en sus presentaciones, es cuando se burla de la religión.  Pero sostiene: «No hay posibilidad de obtener la victoria final sobre la superstición religiosa, es decir, que es imposible eliminarla de las mentes de la humanidad».

El ateísmo se ha convertido en una amenaza mayor para la iglesia.  Los nuevos ateos tienden a expresarse muy bien y a exponer conceptos aparentemente contundentes.  Están involucrados de manera agresiva en “la evangelización atea”, y están determinados a pisotear todo vestigio de creencia en un Creador, lo cual según ellos no es sólo “estupidez”, sino “perversidad”.

La mayoría de iglesia tienen muy poco que ofrecerle a sus miembros, especialmente a los jóvenes, son incapaces de prepararlos para contrarrestar esta ola creciente de incredulidad.  Mucho de la apologética en contra de la evolución de hace sólo unos pocos años, ya no es apta para tratar con los desarrollos actuales en la materia.

El inteligente DVD, también en inglés que se titula El Dios que no estaba allí, es sólo un ejemplo de lo que los nuevos ateos están haciendo exitosamente en su intento por destruir la fe en Dios.  El narrador conduce a la audiencia hasta una gigantesca escuela cristiana de mil ochocientos estudiantes en el área de Los Ángeles, Estados Unidos.  La cámara enfoca un sitio en particular en la capilla, y el narrador que no se ve (un antiguo estudiante del plantel ahora co-productor ateo), dice: «Ese es el lugar donde me senté por primera vez cuando nací de nuevo». La cámara se mueve hasta otro asiento y el narrador sigue diciendo: «Allí fue donde me senté la segunda vez cuando volví a nacer de nuevo».

El filme continúa con la misma burla, y procede de manera inteligente, pero muy deshonesta desacreditando la Biblia y representando mal la verdadera fe en Cristo, y luego se refiere al “reto de la blasfemia”. Se cita la declaración del Señor Jesucristo: “A todo aquel que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado” (Lc. 12:10).  Entonces se dirige a la audiencia y los reta a que se enfrenten a una cámara de video y proclamen su desprecio por Dios y Cristo y declaren sin miedo que no temen al infierno, porque no existe.  Esos que envían una copia personal de sus videos, reciben una copia gratuita del DVD que han estado viendo.

¿Cuál ha sido el resultado?  Que miles, en sus mayoría personas jóvenes han respondido y El Dios que no estaba allí, se ha propagado como un fuego desatado.

¿Qué pueden hacer los cristianos?  Tome este ataque muy seriamente y pídale al Señor que lo ayude a rescatar a muchos.  Estudie la Palabra de Dios diariamente para asegurarse de que su fe tiene una sana base bíblica.  A continuación aprenda cómo tratar los argumentos de los ateos.

Al obedecer 1 Pedro 3:15 usted se verá confrontado por numerosas objeciones “científicas”: Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. La evolución y la selección natural han sido los principales medios que ha usado Satanás para desviar a las personas del camino.  En respuesta al reclamo de que “la evolución es un hecho probado”, simplemente haga estas preguntas:

•   Cada ser vivo está hecho de energía.  ¿Qué es la energía y de dónde proviene?  La ciencia no puede decírnoslo.  Antes de que podamos discutir si la evolución es o no cierta, debemos saber qué es la energía y de dónde se origina.  ¿No le parece que es absurdo hacer pronunciamientos definitivos acerca de la evolución sin saber siquiera qué es evolucionar?

•   La selección natural sólo trabaja en los seres vivos, pero no puede crear vida.  Sólo una célula viva puede crear otra célula, y lo hace al duplicarse a sí misma.  ¿Cómo adquirió la vida la primera célula?  Cuando la ciencia explique lo que es la vida y su origen (lo cual ha fallado en hacer), sólo entonces podremos discutir la evolución.  Hasta entonces los evolucionistas estarán tratando de construir un edificio en el aire sin ningún cimiento.

John R. Baumgardner, es miembro del personal técnico de la división teórica del Laboratorio Nacional de los Alamos.  Posee un doctorado en ingeniería eléctrica de la Universidad de Texas, un doctorado en geofísica y física del espacio de la Universidad de California, y dice en las páginas 224 y 225 de su libro En Seis Días:

«La ciencia de las matemáticas, sobre la cual descansan todas las otras ciencias, de manera irrefutable desaprueba tanto el ateísmo como la evolución.  Necesitamos un breve repaso a las matemáticas para continuar.  Por ejemplo, diez a la segunda potencia se expresa como diez elevado al cuadrado (102), lo cual es cien.  Luego diez a la cuarta potencia (104), no es el doble de cien al cuadrado, sino de hecho cien veces más, porque se debe multiplicar el diez por sí mismo cuatro veces:

Diez a la cuarta potencia, igual a diez por diez, igual a cien por diez, igual a mil por diez, igual a diez mil (104 = 10 x 10 = 100 x 10 = 1.000 x 10 = 10.000).

Es decir, que cien a la cuarta potencia es un uno seguido de cuatro ceros.  La segunda y la cuarta potencia se les llama exponentes.  Por lo tanto, diez a la octava potencia (108), quiere decir un uno seguido de ocho ceros.  No es el doble de diez a la cuarta potencia, sino que es diez mil veces mayor.  Es eso lo que se conoce como aumento exponencial, que los números aumentan tan rápidamente que son difíciles de comprender.

Es por esta razón que las cifras tan grandes son expresadas por exponentes.  Es mucho más fácil escribir diez elevado a la décima potencia (1010), que escribir diez mil millones (10.000.000.000).  Es más fácil escribir diez elevado a la cincuentava potencia (1050), que escribir un uno seguido de cincuenta ceros.  ¡Imagine, tratar de multiplicar tales cifras!  Pero cuando un número se expresa exponencialmente, se multiplica con facilidad, porque uno simplemente añade los exponentes.  Es así como diez elevado a la tercera potencia es igual a mil, porque simplemente se le añaden tres ceros al uno».

Para demostrar cómo aumentan las cosas exponencialmente, tome una hoja grande de papel, la de un periódico, y dóblela por la mitad.  Una vez lo haya hecho notará que su espesor aumentó el doble, mientras que el papel tendrá la mitad del ancho que cuando comenzó.  Si lo vuelve a doblar, lo habrá hecho dos veces y tendrá cuatro veces más espesor.  Aunque es imposible doblar un pedazo de papel en esta forma sesenta veces, si fuese posible hacerlo, ¡el espesor del papel sería tal que excedería la distancia de la tierra a la luna, estimada en trescientos ochenta y cuatro mil, cuatrocientos tres (384.403) kilómetros!

Y sigue diciendo el doctor Baumgardner: «Pero cuando llegamos a la vida, las matemáticas llegan a ser incluso más imposibles de imaginar.  La ciencia no sabe qué es la vida y cómo surgió en medio del caos de una explosión que esterilizó el entero cosmos un billón de veces más.  ‘La selección natural’ no ayuda.  No puede ni crear vida ni asistir a la primera cosa para que comenzara a funcionar.

La primera célula viva podría haberse originado por pura casualidad, pero esto es matemáticamente imposible; y no hay argumento con las matemáticas.

Hay aproximadamente diez elevado a la ochentava potencia (1080) de átomos en el cosmos.  Suponiendo que tuvieran lugar diez elevado a la doceava potencia, (1012) de interacciones atómicas por segundo en un átomo, y diez elevado a la potencia dieciocho (1018) segundos, que son treinta mil millones de años, el doble estimado por los evolucionistas como la edad del universo, tenemos diez elevado a la potencia ciento diez (10110) como el número total de posibles interacciones en treinta mil millones de años.

Si cada interacción atómica produjo una molécula única, entonces no podían haber existido más de diez elevado a la potencia ciento diez (10110) de moléculas únicas en el universo.  Se necesitan cerca de mil moléculas de proteínas compuestas de aminoácidas para la forma más primitiva de vida.  Para encontrar una secuencia apropiada de doscientas aminoácidas para una molécula de proteína relativamente breve, se ha calculado que se requieren cerca de diez elevado a la potencia ciento tres (10103), de ensayos.  Esto es cien mil millones, de billones, ¡el número total de moléculas que haya existido jamás en la historia del cosmos!  Ningún proceso al azar podría jamás producir una de tales estructuras de proteína, mucho menos el grupo completo de cerca de mil necesario en la forma más simple de vida.

Por consiguiente, es completamente irracional... creer que interacciones químicas al azar pudieron jamás producir un grupo viable de proteínas funcionales en medio de un número tan verdaderamente asombroso de posibles candidatos.  En vista de una cifra tan imponente de posibilidades no favorables, ¿cómo puede cualquier científico honesto recurrir a las interacciones al azar como la explicación para la complejidad que vemos en los sistemas vivos?  Hacer eso, estando consciente de estas cifras, en mi opinión representa una serie de violaciones de integridad científica».

Recuerde, la estructura física más simple sobre la cual operaría la selección natural, tiene que ocurrir por simple casualidad al azar, y esto es imposible.

Cuando alguien dice que un ojo, por ejemplo, pudo originarse por casualidad, el escritor ateo Dawkins responde en tono ofendido: «¡Claro está que un ojo no pudo originarse por casualidad!  ¡La selección natural es verdaderamente lo opuesto a la casualidad!». Pero el señor Dawkins no menciona que la selección natural no puede tener lugar sin que haya un organismo vivo que pueda duplicarse a sí mismo.

Para los ateos no existe nada, excepto la materia, de la cual se componen todos los seres vivos.  El cerebro físico no puede originar ideas tales como «justicia» o «verdad», porque las mismas no tienen sustancia material, ni tampoco ocupan espacio.  Muchos científicos líderes rechazan el materialismo, ya que no puede explicar los conceptos más importantes que hacen la vida significativa, porque el ateísmo y la evolución son completamente materialistas.  Sir Arthur Eddington, un astrofísico británico de principios del siglo XX, señaló que la diferencia entre las leyes físicas deben ser obedecidas, al igual que las leyes morales que “deberían” ser obedecidas.  Y dijo: «Este ‘deberían’ nos lleva fuera de las leyes de la física y química». Es obvio que la mente que origina las ideas no es física, y por consiguiente, no pudo evolucionar.

Uno puede refutar la evolución sin tener que ser un experto.  David rehusó ponerse una armadura física cuando confrontó a Goliat.  Sus únicas armas fueron una honda y unas piedras, con las cuales estaba familiarizado, junto con su fe en el único Dios verdadero.  El ser retados en la fe, así sea por ateos, o por esos en religiones falsas, o cualquier otro tipo de “gigantes”, puede ser muy útil para fortalecer nuestra comprensión de por qué creemos lo que creemos.

Cuando nos enfrascamos en la batalla por la fe, Dios suplirá todo lo que necesitamos, y nuestra confianza aumentará y se hará mucho más fuerte.  La iglesia necesita más hombres como David, hombres y mujeres listos para ser usados en defensa de la verdad en contra de los “gigantes” de la incredulidad.

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