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¿El Cristo de la historia o el Cristo de la experiencia?

  • Fecha de publicación: Jueves, 27 Diciembre 2007, 19:28 horas

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”(2 Ti. 4:3, 4).

En el cuarto capítulo de 2 Timoteo, el apóstol Pablo le ordena explícitamente al joven ministro predicar y enseñar la Palabra de Dios en todo tiempo.  Timoteo debe enseñar, reprender y exhortar de acuerdo a la “sana doctrina” de las Sagradas Escrituras, las cuales había conocido desde su niñez.  El apóstol advierte a Timoteo sobre los falsos maestros y los impostores malvados que se apartarán de las sanas doctrinas de la Escritura y las sustituirán por mentiras y fábulas.  En el versículo 5 se le ordena a Timoteo permanecer firme, a ser sobrio y a soportar en su labor como un evangelista.  En los versículos 2 al 5, el punto importante a observar es que Pablo define el evangelismo como la presentación de la “palabra”, “verdad” o “sana doctrina” de Dios.  Por lo tanto, cualquier ministro que añada o reste de la sana doctrina de la Escritura, no puede pretender el título «Bíblico» de evangelista.  Pablo usa los términos “palabra”, “verdad” y “sana doctrina” como si fuesen sinónimos.  El evangelismo apostólico significaba claramente la exposición de la doctrina como el fundamento de la vida.  La verdad bíblica siempre venía antes y era el fundamento de la conducta humana.  El evangelista fiel principalmente enseña lo que el hombre ha de creer con respecto a Dios como el fundamento de cuál es la responsabilidad que Dios requiere del hombre.  La creencia o la fe en Dios se halla mentalmente fija en la doctrina bíblica objetiva o las verdades proposicionales de la revelación escrita.

En el siglo XX el cristianismo virtualmente rechazó la idea escritural de la doctrina bíblica como el fundamento de la vida.  Debido a la influencia del modernismo de Schleiermacher, del siglo XIX, y de la neo-ortodoxia contemporánea de Karl Barth, los cristianos modernos han reemplazado la revelación escrita y la sana doctrina con la experiencia humana.  En palabras del ya fallecido J. Gresham Machen: «Hoy el orden es revertido de manera común.  La vida viene primero, se nos dice, y la doctrina viene después.  La religión es primero una experiencia y sólo de manera secundaria una doctrina.  La doctrina es meramente una expresión de la experiencia religiosa... la expresión doctrinal debe cambiar a medida que pasan las generaciones» (La fe cristiana en el mundo moderno).

Esta actitud común es simplemente la negación de la verdad absoluta de Dios.  Busca establecer la experiencia humana como el fundamento de la “verdad” relativa en lugar de la Palabra de Dios como el fundamento de la verdad eterna y absoluta.  Esto es humanismo, o la afirmación malvada e innata del hombre de ser su propio dios sobre el Dios de la verdad eterna.

En consecuencia, el cristianismo moderno ha adoptado un concepto humanista (o centrado en el hombre) del evangelismo.  Un ejemplo típico se halla en la edición del 28 de febrero de 1979 de El Diario Presbiteriano, una revista que busca «promover una reforma creciente en la iglesia de Dios según todo el consejo de Dios conocido como la fe reformada...»  El artículo se titula Encuentros cercanos del tipo divino, por el Sr. Leighton Ford, un evangelista vinculado a la Asociación Evangelística Billy Graham.  Según el Sr. Ford la meta esencial del hombre es tener un «encuentro cercano con el Dios vivo y verdadero».  La naturaleza de este encuentro es una experiencia humana o “encuentro” con Jesús.  El Sr. Ford compara un encuentro con Jesús a un encuentro con un ser extraterrestre en la película Encuentros cercanos del tercer tipo.

Pero un encuentro cercano del tercer tipo es una experiencia personal de primera mano con un OVNI.  ¿Alguna vez usted ha pensado que el cristianismo implica un encuentro cercano del tipo divino?  El cristianismo implica un encuentro cercano, personal, con el Dios vivo y verdadero.

Más adelante, Ford continúa clarificando su definición de la experiencia de encuentro citando del Reporte metodista unido: «Y entonces llega el día cuando experimentamos la amistad del Maestro en aquel encuentro personal maravilloso que llamamos ‘conversión’.  Y de esta manera llegamos a participar de la experiencia más completa y gozosa de la vida: ¡Nos unimos a la gozosa compañía de aquellos que han conocido la emoción de los encuentros cercanos del tercer tipo!»

Ya antes se citó a Machen para verificar la tendencia del evangelismo moderno a revertir el orden bíblico de la doctrina antes de la vida.  Hoy la experiencia entusiasta y vital de la vida debe siempre preceder a la seca doctrina cristiana.  Esta idea antiescritural aparece a todo lo largo del artículo de Ford: «El conocer a Dios implica un encuentro cercano.  Significa más que creer en un poder alejado.  Significa más que saber acerca de Dios.  Es un encuentro cercano que transforma la vida».

Podemos observar otra vez que Ford enfatiza y define una relación personal con Dios como un encuentro transformador o experiencia en la vida de un hombre.  Por supuesto, es bíblicamente verdad que una relación personal con Dios es una experiencia en la vida de un hombre, aunque es extremadamente dudoso que la regeneración sea alguna vez experimentada concientemente.  Sin embargo, el Sr. Ford va más allá de la Escritura al afirmar que esta relación o experiencia transformadora es más importante que simplemente vivir o conocer a Dios por medio de la doctrina teológica.  Es ahora una cuestión de cuál autoridad legitima la fe: la Palabra de Dios o una “experiencia transformadora”.

El Sr. Ford dice que conocer a Dios significa «más que estar vivo»; el “más” debe ser un “encuentro cercano” o experiencia religiosa.  Ahora, uno se pregunta cómo el Sr. Ford puede, sin ningún descaro, reclamar el título «Bíblico» de evangelista al añadir requerimientos no escriturales a la doctrina de Pablo de la fe sola.  ¿Cómo puede el Sr. Ford afirmar audazmente algo más que, o quizás más allá, de la creencia (fe) cuando Pablo y Silas exhortan al carcelero arrepentido: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo?”  ¿Requirió el apóstol Juan algo más que la fe cuando dijo: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.  Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Jn. 5:10, 11)?  Para Juan el don de la vida eterna era recibido a través de un asentimiento intelectual a la palabra objetiva e histórica.  El apóstol coloca claramente el don de la vida eterna en el Hijo (el logos, palabra o razón de Dios): “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn. 5:13).  Ahora podemos ver claramente que toda validación de la fe o creencia en Cristo descansa completamente en el poder de Dios en su revelación escrita.

En contraste con la enseñanza de Juan, la doctrina de la fe del Sr. Ford va más allá del asentimiento mental a las doctrinas o palabras de Cristo: «Pero Jesucristo es más que historia antigua.  La vida comienza cuando descubres las dimensiones de una relación personal presente (experiencia humana) con él como salvador y Señor».  Aquí Ford deprecia la historia y coloca explícitamente la trascendencia de la experiencia humana por encima de la autoridad de la revelación escrita.  Pero, ¿no aseveró Cristo muy fuertemente “…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63)?  Es de gran importancia para los cristianos el darse cuenta que Cristo siempre identificó la autoridad divina de sus palabras habladas con la autoridad divina de las palabras escritas en el Antiguo Testamento.  En Juan 5:47, los fariseos, como Leighton Ford, también menospreciaron la HISTORIA ANTIGUA de la palabra escrita de Moisés.

El brillante teólogo y ministro calvinista, el Dr. Gordon H. Clark, ha hecho una cuidadosa exégesis de Juan 5:47.  Este versículo es una de las referencias más importantes acerca de la autoridad de las palabras, tanto escritas como habladas.  Después de sanar al hombre cojo en el estaque de Betesda, dirigiéndole a que recogiera su lecho y anduviera, y en el clímax de la consiguiente confrontación con los fariseos, Jesús (con voz firme y reverencial) exclama: “No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.  Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.  Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Jn. 5:45-47).

Moisés aparece aquí como un acusador, naturalmente un acusador legítimo con una acusación legítima, tanto así que Cristo mismo no acusa a los fariseos incrédulos.  Ellos se habían rehusado a creer lo que Moisés había escrito.  Claro, Moisés había escrito palabras sobre pergamino.  Estas palabras reciben la plena aprobación de Cristo.  De esta forma Cristo le atribuye a las palabras escritas de Moisés la plena autoridad divina de la verdad.  Debido a que los fariseos no creen las palabras escritas de Moisés, no pueden creer en las palabras habladas de Cristo.  Estas palabras, estas rheemata, son (en parte): “…así también el Hijo a los que quiere da vida.  Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre...  De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna…” (Jn. 5:21-23).  En estos primeros versículos el mensaje de Cristo es un logos; al final del capítulo este mismo mensaje es llamado rheemataLogos y rheemata designan la misma cosa: El Logos Juanino.

Hemos observado que los fariseos hacían valer su autoridad “viviente” sobre las palabras históricas de Moisés, lo que les impedía creer las palabras habladas de Cristo.  ¿El desprecio de Leighton Ford de la HISTORIA ANTIGUA le impide creer la Palabra escrita?

En conclusión, debemos preguntar qué tipo de Cristo nos ofrece Leighton Ford.  ¿Es el Cristo de la HISTORIA ANTIGUA del cual se habla en la Biblia, o es él el falso Cristo de la experiencia emocional?: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo (el histórico) ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo…” (1 Jn. 4:2, 3).

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