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Charles Darwin

Charles Darwin

Hace ya doscientos años, el 12 de febrero de 1809, en la modesta población de Shrewsbury, Inglaterra, Susannah Darwin dio a luz a su ahora tan famoso hijo Charles Darwin. Su pueblo natal por entero ha sido prácticamente inmortalizado en su nombre, y su “fantasma” por decirlo de alguna forma, se percibe en todas partes.

Pese al tiempo transcurrido, su influencia impregna hoy el pensamiento de la humanidad entera. Su fantasma habita en las aulas de clases de todas las escuelas seculares del mundo, en donde se enseña la evolución como un hecho indiscutible.

El poblado de Shrewsbury estuvo preparado para una de sus más grandiosas celebraciones en el 2009, el aniversario del nacimiento de Darwin, y los ciento cincuenta años de conmemoración desde que se publicara su famosa obra El origen de las especies por medio de la selección natural.

En el año 2006, cientos de iglesias en Estados Unidos celebraron lo que llamaron «Domingo de Evolución» en honor a Darwin, recordando los 197 años del aniversario de su nacimiento. Los clérigos de estas iglesias se tomaron el tiempo para explicarle a sus feligreses que la evolución y la Biblia sí son compatibles. Este fue un claro rechazo a la interpretación literal del libro de Génesis y la introducción de ideas paganas en la iglesia.

El resultado de la presencia de Darwin

Como resultado de tal compromiso que comenzara en la iglesia de Inglaterra durante el siglo XIX, las generaciones subsecuentes criadas en hogares cristianos, comenzaron a rechazar cada vez más la autoridad de la Palabra de Dios. Los observadores notaron que mientras la asistencia a la iglesia antes de la II Guerra Mundial era entre el 40 al 50%, para el año 2003 se redujo sólo al 7,5%. Por otra parte, en los últimos diez años que fueron considerados como la «Década de Evangelismo» la asistencia disminuyó del 22% a un alarmante 3%.

El fantasma de Darwin ronda por toda Inglaterra y cientos de edificios que en un tiempo fueron iglesias, hoy se han convertido en tiendas, mezquitas, templos paganos o clubes nocturnos.

El sistema educativo en Inglaterra y Estados Unidos, fue cimentando sobre el fundamento de la Palabra de Dios, sin embargo los cristianos en ambas naciones, y prácticamente en el mundo entero, han permitido que esta base sólida fuese reemplazada por un cimiento endeble, basado en el hombre, en las teorías evolutivas de Darwin y en su creencia de que todo lo creado es el producto de millones de años de evolución.

Su pensamiento puede verse en las páginas de los textos de estudio y en la mente humanista de nuestra generación. Su fantasma está presente en las bancas vacías en las iglesias, en los museos, en los documentales de cine y televisión, en las películas, y en los parques nacionales en todo el mundo. Todo esto ha hecho colapsar la moralidad cristiana en la sociedad occidental. La cultura ha sido secularizada y los adultos jóvenes que fueron criados en hogares cristianos, pero con el fundamento de la teoría evolutiva, se están alejando del cristianismo. Estos son unos de los pocos resultados del pensamiento evolutivo.

En 1859, Charles Darwin escribió su libro El origen de las especies, en el que popularizó la idea de que la vida podía ser explicada mediante un proceso natural el cual excluía a Dios. Unos pocos años después publicó su otro libro La descendencia del hombre, aplicando sus creencias evolutivas para el origen del hombre y postulando la idea de que la humanidad evolucionó de sus ancestros simios.

A partir de entonces se propagó una filosofía que atacó la autoridad de la Palabra de Dios en Génesis, la historia fundamental para toda la doctrina cristiana incluyendo el evangelio y de hecho, la entera Biblia.

Algunos estudiosos de la Palabra de Dios, creen que Darwin fue un producto de su tiempo. Que como todos nosotros estaba tratando que el mundo que le rodeaba tuviera sentido. No obstante, el conocimiento verdadero de Dios comienza cuando confiamos en él y en su Palabra. Desafortunadamente, nuestra naturaleza es rebelarnos en contra del Creador: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:3, 4).

Darwin, quien odiaba a Dios le dio un cambio radical al mundo, pero como acabamos de mencionar, algunos aseguran que no se trataba de un ogro satánico, sino de un intelectual consumido por los muchos conflictos y contradicciones que prevalecían en la cultura británica.

Fue un hombre que creció en medio de una familia adinerada de clase media, aunque se sintió completamente devastado ante la muerte de su madre cuando sólo contaba con ocho años. Su padre, un médico exitoso, se mantuvo emocionalmente distante de él. A pesar de todo, Charles pronto se las ingenió para recibir del doctor todo lo que quería.

Era nieto del notable físico y naturalista Erasmus Darwin, quien había propuesto una teoría de evolución en la década de 1790. Cuando niño Charles a menudo escuchaba las discusiones sobre las teorías de su abuelo. Estudió medicina en la Universidad de Edimburgo y teología en la Universidad de Cambridge y recibió su grado allí en 1831.

Sus puntos de vista religiosos, siguieron la ruta victoriana del cristianismo fundamental a gnosticismo, y para finales de la década de 1830 había abandonado sus creencias cristianas originales. Esta transformación no se debió enteramente a una acumulación de evidencia científica. En lugar de eso, denunciaba cosas como la dudosa historia de la Biblia, acciones inaceptables del Dios del Antiguo Testamento y las doctrinas increíbles del cristianismo.

Aunque tranquilo y de buenas maneras, la realidad era que se trataba de un egoísta, quien siempre consideraba lo que mejor le convenía y le favorecía, tal como cuando decidió lo de su matrimonio. A pesar de su egocentrismo, Charles podía ser generoso. La mayor parte de su vida apoyó las misiones en Sudamérica que evangelizaban a los nativos en Tierra del Fuego, pero no porque le preocupara sus almas, sino porque deseaba que esos salvajes que había conocido durante uno de sus primeros viajes en la embarcación Beagle tuvieran una vida mejor.

La publicación de su diario El viaje del Beagle fue un éxito instantáneo, y debido a esto fue objeto de mucha atención entre los círculos intelectuales, hasta que unos violentos dolores estomacales lo obligaron a recluirse en su hogar. Cuando comenzó a entender mejor la influencia de la herencia en el ser humano, sospechó que su enfermedad crónica era congénita porque sus padres eran primos hermanos. Como él también se había casado con una prima, atribuyó esto a los síntomas de la enfermedad en su propia familia. Además de todo, el estrés debió jugar un gran papel. Finalmente en 1844 le expuso su teoría a un colega y admitió que era como «confesar un asesinato».

A pesar de su asociación con evolucionistas y antirreligiosos tales como Robert Grant, Thomas Huxley, y su hermano Erasmo, Charles le dispensó a su hijo una educación anglicana formal con plena exposición a la Escritura y a la ortodoxia cristiana, pese a todo hay puntos muy oscuros en su vida.

Darwin enseñaba la superioridad del varón

Según Charles Darwin, el mecanismo central de la evolución es la supervivencia del más apto. En este concepto los animales inferiores son más propensos a extinguirse, mientras que los superiores tienen más probabilidades de sobrevivir. El racismo que engendró esta idea está bien documentado y ha sido ampliamente publicado. Mucho menos conocido es el hecho, que muchos evolucionistas, incluyendo Darwin, enseñaban que las mujeres eran biológica e intelectualmente inferiores a los hombres.

De acuerdo con esta teoría, las mujeres habían evolucionado menos que los varones, y como tenían cerebros más pequeños, eran «eternamente primitivas», algo así como niños, menos espirituales, más materialistas y «un peligro real para la civilización contemporánea».

La supuesta brecha en la inteligencia que muchos Darwinistas líderes creían que existían entre los seres humanos, varones y hembras, era tan grande, que algunos los clasificaron como dos especies distintas: el varón como Homo frontalis y las mujeres como Homo parietalis. La diferencia era tan colosal, que Darwin se asombraba «que dos seres tan diferentes pertenecieran a la misma especie».

Las razones para la supuesta superioridad masculina incluían la conclusión, de que la guerra y la caza acabaron con los hombres más débiles, permitiendo que sólo los más aptos retornaran al hogar y se reprodujeran. En contraste, como las mujeres no fueron sometidas a estas presiones de la selección, sino que estaban protegidas, esto permitió que las más débiles sobrevivieran.

En oposición a esta enseñanza evolutiva, la Escritura enseña que todos los seres humanos son descendientes de Adán y Eva y que por consiguiente todos somos hermanos y hermanas. Además, en Cristo, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Todos somos iguales, nadie es superior a otro, aunque los papeles en la vida difieran.

Los escritos y opiniones de Darwin respecto a las mujeres

Muchos biógrafos de Darwin, incluyendo el editor Peter Brent y la doctora y profesora en ciencias Evelleen Richards concluyen, que Darwin tenía una opinión muy pobre de las mujeres. Brent comentó que «Sería muy difícil concebir a una persona con un punto de vista más indulgente sobre sí mismo, pero casi despreciativo con respecto a la subordinación de las mujeres a los hombres» que la actitud de Darwin. Richards declara que Darwin «Tenía opiniones claramente definidas sobre la inferioridad intelectual de las mujeres y su estado de subordinación».

Los escritos de Darwin y de sus discípulos revelan que la creencia de la inferioridad de la mujer era central a la teoría evolutiva primitiva. En su libro La descendencia del hombre argumentó, que las hembras adultas de la mayoría de las especies se semejaban a los jóvenes de ambos sexos y que los «machos son más avanzados evolutivamente que las hembras».

Este degradante punto de vista de las mujeres, rápidamente se propagó entre los científicos y académicos contemporáneos de Darwin durante la conclusión del período Victoriano, e influenció en gran manera a muchos teóricos que desempeñaron un papel importante en la formación de la siguiente generación, desde Sigmund Freud, quien fuera conocido como «el padre del psicoanálisis», hasta el médico sexólogo y reformador social Henry Havelock Ellis.

Evelleen Richards profesora de historia de la ciencia de la Universidad NSW de Australia, concluye que los puntos de vista de Darwin respecto a las mujeres, lógicamente seguían su teoría «nutriendo de esta forma a las subsiguientes generaciones de sexólogos». Como resultado de las ideas de Darwin, los científicos usaron la biología para apoyar la posición de que las mujeres eran «manifiesta e irreversiblemente inferiores a los hombres» lo cual terminó por impactar a toda la sociedad. Fue así como se le dio crédito a esta enseñanza antibíblica.

La evolución y el pensamiento ocultista

Muy pocas personas están al tanto de los eventos que conllevaron a Charles Darwin a exponer su teoría sobre los orígenes entre la comunidad científica, en Gran Bretaña en el siglo XIX. Darwin fue ayudado en su investigación por su amigo íntimo Charles Lyell, quien permaneció a su lado por más de veinte años de cuidadosa investigación mientras desarrollaba sus teorías. De hecho vaciló mucho, antes de exponer su trabajo ante un foro público de la comunidad intelectual de su tiempo.

Finalmente llegó el día en que se vio obligado a presentar públicamente sus teorías, para no ser eclipsado por otro y perder todos sus esfuerzos. En 1855, Darwin recibió la copia de un documento escrito por Alfred Russell Wallace, en el que detallaba las mismas teorías que él con tanto esfuerzo había preparado durante el curso de veinte años. De inmediato y a instancias de Lyell, comenzó a escribir su infame obra El origen de las especies.

Tanto Darwin como Russell estaban buscando la clave del componente perdido, el mecanismo por medio del cual una especie podía cambiar convirtiéndose en otra. La ausencia de tal mecanismo es obvia, porque no hay absolutamente ninguna evidencia científica o de cualquier otra clase, que demuestre que una especie puede evolucionar transformándose en otra.

Tres años después de haber enviado su documento a Darwin, Wallace se enfermó gravemente mientras vivía en la isla de Ternate. En la violenta agonía de una fiebre debilitante, recibió la visión del mecanismo perdido. Wallace le envió a Darwin el documento completo, La supervivencia del más apto.

Dice la teósofa y ocultista Alice Bailey en su libro Externalización de la jerarquía de Lucis Trust, que El Documento de Ternate contenía «en forma completa lo que se conoce hoy como la Teoría de la evolución de Darwin...» En realidad la evidencia circunstancial fuertemente sugiere, que Darwin plagió muchos de los conceptos claves de Wallace en su libro El origen de las especies. Sin embargo, como Wallace estaba más cerca de Nueva Guinea que de Londres, cuando llegó el tiempo de la presentación, los conceptos revelados a la Sociedad Linnean en julio de 1858 llegaron a ser conocidos como la Teoría de Darwin y Wallace.

Eso claro está, no es la historia completa. Alfred Russell Wallace no sólo recibió la “visión” de la supervivencia del más apto para completar la mentira de la evolución de Satanás mientras deliraba con la fiebre, sino que Wallace guardaba un lado mucho más tenebroso. Durante su juventud, viajó a la Amazonia y se hizo amigo de los indios de quienes aprendió la magia negra.

Wallace entonces comenzó a involucrarse en el espiritismo y fue abiertamente ridiculizado por los miembros de la Sociedad para Investigación Psíquica. El nivel extremo en que llegó a implicarse en el ocultismo, resultó en su expulsión virtual de la comunidad intelectual británica, y en el que su nombre fuera enteramente removido de las teorías Darwinianas.

En el caso de su Documento de Ternate, el método del descubrimiento científico utilizado por Wallace fue más allá de lo ortodoxo, hasta el reino de lo metafísico. De hecho, revelaciones como esta no son raras en el reino de “las ciencias ocultas”. Desde una perspectiva bíblica, esta experiencia puede ser colocada con exactitud en la categoría de demoníaca. El Corán le fue entregado a Mahoma, quien era un analfabeto, de la misma forma.

El punto aquí es, que la famosa teoría de la evolución y la proliferación de teorías subsecuentes, tuvieron un origen demoníaco. Además, pocos reconocen que los hombres del siglo XIX que le dieron forma a las filosofías evolucionistas y socialistas destinadas a transformar el futuro de la sociedad, tenían muy poco en común y que sus proponentes no eran hombres con educación científica.

Charles Darwin por ejemplo, tenía un título en teología; Charles Lyell era abogado; Thomas Huxley quien apoyó entusiásticamente la teoría de Darwin, poseía un dudoso título en biología; Jean-Baptiste Lamarck y Herbert Spencer, aunque se dice que el primero era zoólogo y biólogo, y el segundo fue considerado como el padre de la filosofía evolucionista, la realidad era que no tenían educación formal; y Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Karl Marx eran filósofos. Sin embargo, había una cosa que todos esos hombres compartían: un odio en contra de Dios y el cristianismo bíblico.

Basados en todo lo explicado, no debe sorprendernos que las filosofías ocultistas y paganas operen desde la misma línea básica del pensamiento evolutivo. Estos principios evolutivos dentro del ocultismo se basan de hecho en la mentira que Satanás le dijera a Eva en el huerto del Edén: “Seréis como Dios”.

Los seguidores del movimiento de la Nueva Era, las brujas, y quienes practican las religiones basadas en la tierra, creen que el hombre es divino y que simplemente necesita descubrir o desarrollar su divinidad interior. Además, practicantes de la Nueva Era, tal como Jean Houston, enseñan que el ser humano todavía está evolucionando hacia un nuevo nivel, de homo sapiens a homo noético, y el concepto de homo noético (del dios hombre), es promovido activamente por organizaciones como el Instituto de Ciencias Noéticas dirigido por el ex astronauta de la NASA Ed Mitchell.

Por consiguiente, la teoría de la evolución no sólo tuvo un origen ocultista, sino que es la clave absoluta para comprender las filosofías ocultistas. Si uno falla en reconocer que los ocultistas creen que el universo evolucionó de una fuente de energía primaria, la cual es considerada como “dios”, “la fuerza” o “la Diosa Madre”, es imposible entender la filosofía ocultista. Además, ellos están convencidos que esta “energía” o “fuerza” se encuentra en cada persona y en todas las cosas. Esta fuerza que lo impregna todo se llama inmanencia. La inmanencia es la idea de que una fuerza inteligente y creadora, o el ser que gobierna el universo, impregna el mundo natural. Desde el punto de vista panteísta, todos los objetos del universo están empapados por la infinita presencia divina.

En las religiones judeocristianas, Dios interviene en el universo, está presente y activo en el mundo natural, pero al mismo tiempo lo trasciende, es decir, que es muy diferente al universo que ha creado. Los ocultistas ven la inmanencia como el ímpetu evolutivo que ha implementado los cambios cósmicos que finalmente conllevarán al surgimiento del homo neótico, el dios hombre.

Pero tal vez lo más importante de todo, es que Darwin no podía concebir cómo un Dios benevolente podía permitir la muerte y el sufrimiento que veía en la humanidad. Según la teología natural la muerte y el sufrimiento debe haber sido siempre una parte de la naturaleza desde el momento de la creación. Por tal razón consideraba que éste no era el Dios que presentaba el cristianismo o la Biblia, sino alguien distante, alguien que sólo creó las cosas y determinó las leyes naturales. Fue así cómo razonó que toda la diversidad de la vida se fue desarrollando gradualmente sin la intervención de Dios.

La enseñanza de la Biblia

El 23 de octubre de 1996, el papa Juan Pablo II hizo el anuncio formal, de que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. Declaró «que la creación y la evolución pueden convivir juntas sin conflicto, con tal de que se mantenga que sólo Dios puede crear el alma humana». Los medios de comunicación proclamaron esta declaración como un triunfo sobre la creación, y muchos a través del mundo se preguntaron qué importancia podían tener las palabras del Papa para los cristianos alrededor del mundo.

Lamentablemente, las estadísticas agrupan a los católicos romanos, como parte de la iglesia cristiana, lo cual ha conllevado a que ahora se afirme: «Que la mayoría de los cristianos aceptan la evolución como un hecho», lo cual no es así, porque el cristianismo verdadero basado en la Biblia rechaza plenamente la evolución.

Pero... ¿Qué debemos decirle a un ateo declarado cuando exige “pruebas” de la existencia de Dios? Uno, claro está, podría retarlo a que demuestre que Dios no existe y a que justifique la descabellada idea de que el universo y el cerebro humano, aparecieron como un producto de la casualidad al azar.

La vida y la salud de todas las criaturas depende del hecho, de que las moléculas de ADN (ácido desoxirribonucleico) se duplican en réplicas exactas de sí mismas. Sólo si el ADN dejara de funcionar apropiadamente por una casualidad, podrían ocurrir cambios evolutivos.

Proponer que los miles de millones de criaturas (cada una con un intrincado diseño, cada una recibiendo su alimento apropiado, y que la relación del delicado balance ecológico entre ellas, eso sin mencionar el sistema nervioso, ojos y cerebro humano) son el resultado de una serie de casualidades y errores en el ADN, es demasiado absurdo para creerlo.

Sin embargo, a esos que rechazan a Dios no les queda otra alternativa que creer este disparate. Las consecuencias de esa teoría, la cual es promovida de manera agresiva en las escuelas, universidades y medios noticiosos de América, no son sólo morales y espiritualmente destructivas, sino también lógicamente falaciosas.

El escritor cristiano C. S. Lewis declaró: «Si las mentes son enteramente dependientes de los cerebros, los cerebros de la bioquímica, y la bioquímica del flujo sin sentido de los átomos, no puedo entender cómo el pensamiento de esas mentes puede tener más significado que el sonido del viento...» Esa lógica simple destruye el Darwinismo. Si el hombre es el producto al azar de fuerzas impersonales evolutivas, entonces sus pensamientos deben ser iguales, incluyendo la teoría de la evolución.

La influencia de Darwin

No obstante, gracias a la aceptación de la evolución como un hecho, toda la psicología de hoy, así sea cristiana o secular, se basa en el Darwinismo. Esa fue la base del modelo médico ateo de Freud, el cual permanece como el elemento clave en el intento por establecer una «ciencia del comportamiento humano».

Como un resultado, el hombre llegó a ser considerado como una respuesta al estímulo, un conglomerado de moléculas de proteínas arrastradas por urgencias irresistibles programadas en su inconsciente por traumas pasados. El pecado, por el cual somos moralmente responsables ante Dios, ha llegado a convertirse en una “enfermedad mental” más allá del control de uno mismo. Los problemas morales por los cuales éramos personalmente responsables o el mal comportamiento, ahora sólo pueden ser corregidos por un ritual de psicoterapia. Es como un juego nuevo de pelota con nuevas reglas y goles.

Incluso hasta la iglesia fue arrastrada por la psicología. Para los evangélicos, aunque la Biblia todavía seguía siendo infalible, dejó de ser suficiente. Las respuestas bíblicas a los problemas espirituales dejaron de ser percibidos como inadecuados, y fueron primero suplidos y luego reemplazados por diagnósticos “científicos” y curas desconocidas a los profetas y los apóstoles. La salvación de las almas pecadoras sólo mediante Cristo, de alguna forma fue metamorfoseada para convertirla en la cura de las almas enfermas mediante la psicoterapia.

Y tal como es el caso a menudo, el Darwinismo se ha movido de su plataforma original para operar en un mundo más amplio. Las ideas de la evolución han abandonado los confines de la biología, botánica y paleontología y ahora se aplican a la estructura social como un todo. Esta aplicación del Darwinismo a la estructura social se conoce como «Darwinismo social» y es la fundación de nuestra cultura.

Una suposición importante que ayuda a edificarlo, es la idea de que la estructura social está construida y controlada por fuerzas impersonales, no por Dios. Hasta que hiciera su aparición el Darwinismo social, el occidente generalmente sostenía que el proceso de la historia revelaba constantemente que el Dios judeo-cristiano estaba detrás de todo. Los fundadores de Norteamérica descansaban confiados en la seguridad de que «hay un Dios justo que preside desde arriba el destino de todas las naciones». Esa revelación exponía el punto de vista de la cultura occidental en ese tiempo. Era un principio indiscutible a la luz del cual eran examinadas otras realidades.

Darwin cambió todo esto, la idea de su selección natural es una algarabía sin sentido a menos que él esté refiriéndose de hecho a una fuerza impersonal, una fuerza que impulsa la historia y establece sus directrices. Cuando joven Darwin estuvo asociado con el cristianismo, pero conforme pasó el tiempo estuvo menos dispuesto a adscribirle el control y dirección de la historia a Dios. En lugar de eso llegó a pensar que el progreso de la historia es determinado por la maquinaria impersonal de la selección natural. Dios fue cambiado por una fuerza y la historia se tornó en algo carente de personalidad.

El Darwinismo social de nuestro tiempo ha seguido ese mismo derrotero. Nuestra sociedad, una vez llamada civilización cristiana, se ha tornado secular, hasta un grado tal que los sabios de occidente nunca pudieron pensar. La educación, el gobierno, los negocios, los medios noticiosos y en muchos casos la religión se ha ido secularizando progresivamente desde cristianismo hasta ateísmo. Como resultado Dios no es simplemente ignorado, sino que se le calumnia y difama en cada oportunidad.

A pesar de los miles de años de inquirir respecto al universo y de la súper tecnología de las computadoras de hoy que ayudan a la ciencia, todavía no sabemos casi nada en comparación con todo lo que se encuentra allí para conocer. No entendemos en realidad qué es la energía, la gravedad, la luz o el espacio. Refiriéndose al universo, el astrónomo británico Sir James Jeans declaró: «Aún no estamos en contacto con la realidad final».

Mucho menos comprendemos qué es la vida. Las cosas vivas están constituidas por maquinarias químicas, sin embargo el secreto de la vida no se encuentra en la combinación correcta de los químicos de que están hechas. La ciencia trata de descubrir cómo se le imparte vida a la materia, que de otra forma sería una cosa muerta. Esperan con esto revertir el proceso de la muerte y crear así vida eterna. A pesar de todo, nunca podrán descubrir el secreto examinando criaturas vivas, porque la vida que poseen estos seres no es propia.

Hay algo más que la vida física, indiscutiblemente existe un lado no físico del hombre. Las palabras y las ideas conceptuales que expresamos, incluyendo esas impresas en el ADN, no son parte del universo físico limitado por las dimensiones. Por ejemplo, la idea de la “justicia” no tiene nada de tangible, ni se puede describir en términos de cualquiera de los cinco sentidos. Yace en otro reino.

Los pensamientos no son físicos. No se originan de la materia, tampoco ocupan espacio. Nuestros cerebros no piensan, de ser así seríamos prisioneros de esas pocas libras de materia dentro de nuestros cráneos, esperando por las próximas órdenes que pudiera darnos. El hombre no sólo tiene vida física, sino vida inteligente. Pero... ¿De dónde se origina esta fuente?

Juan dijo del Señor Jesucristo: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). Cristo declaró: “…Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12). La referencia no es a una luz física, sino a la luz espiritual de la verdad, otro concepto abstracto sin ninguna relación con el universo físico.

“La verdad” nos lleva más allá del reino animal, ya que no tiene significado alguno para los animales. La “inteligencia” de ellos, no sabe nada de amor, moral, compasión, misericordia o entendimiento, sino que está confinada al instinto y respuestas condicionadas al estímulo. Burrhus Frederic Skinner, quien fuera el psicólogo más notable desde Sigmund Freud, trató de colocar al hombre en el mismo molde, pero nuestra habilidad para formar ideas conceptuales y expresarlas por medio del idioma, no puede ser explicada en términos de reacciones, como respuesta al estímulo. Existe un abismo infranqueable entre el hombre y los animales.

La inteligencia no es física, porque concibe y usa materiales de construcción no físicos que claramente no se originan de la materia del cerebro o el cuerpo. Esto nos lleva más allá del universo físico, hacia el reino del espíritu. Nosotros no sabemos lo que es el alma y el espíritu, o lo que significa que “Dios es Espíritu...” (Jn. 4:24). “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27).

Dios nos ha dado pruebas suficientes que podemos verificar, para hacer que confiemos completamente en todo lo que declara su Palabra, concerniente a cosas que no podemos comprender plenamente. Aquí es donde entra la fe. Hay mucho que sabemos que es verdad, a pesar de que no podemos entender. Por ejemplo, este es el caso con el hecho de que Dios no tiene ni principio ni fin. Nuestra mente se turba, pero sabemos que es así.

Mientras trata de desenmarañar los secretos del universo, la ciencia es negligente con su Creador. El universo sólo puede llevar al hombre hacia un camino sin salida, ya que el conocimiento final se encuentra escondido en Dios quien hizo existir todas las cosas.

La Biblia dice que debemos tener una respuesta para esos que nos preguntan, acerca de por qué creemos que hay un Dios Creador. Esta anécdota que compartiré con usted a continuación, es un buen ejemplo de una respuesta, a una de las razones más comunes que tienen los incrédulos para ignorar la bondad de Dios.

Un hombre fue a una barbería para que le cortaran el cabello y la barba, tal como hacía siempre. Fue así como inició una buena conversación con el barbero que le atendía. Hablaron sobre muchas cosas y varios temas. De súbito, tocaron el asunto de Dios. El peluquero dijo: «Mire hombre, yo no creo que exista un Creador, tal como usted dice». «¿Por qué dice eso?» - replicó el cliente. «Bueno, es bien fácil. Sólo tiene que salir a la calle y comprobar que no existe. Dígame, por favor: Si Dios existe, ¿por qué permite que haya tantas personas enfermas? ¿Por qué hay tantos niños abandonados? Si existiera no habría sufrimiento, ni dolor. Me cuesta pensar en un Dios amante que permita todas esas cosas».

El cliente se quedó estático por un momento, pensando, pero no quiso responder para no iniciar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió de la peluquería. Un poco después, vio a un hombre en la calle, con el cabello largo y una barba también larga y enmarañada, parecía que hacía mucho tiempo que no se le cortaba, y lucía todo desordenado.

El cliente entonces entró nuevamente en la barbería y le dijo al peluquero: «¿Sabe qué? Los barberos no existen». «¿Cómo puede decir que no existimos?» - respondió de inmediato - «¡Soy un barbero y estoy aquí!» «¡No!» - exclamó el cliente. «No existen, porque si hubiera barberos en el mundo, no tendríamos personas con el cabello largo y con una barba enmarañada, tal como ese hombre que camina por la calle».

Y el peluquero replicó: «¡Los barberos sí existen, lo que pasa es que ese hombre no ha venido junto a mí!» «¡Exactamente!» - afirmó el cliente. «Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no acuden a Él, ni lo buscan. Por eso hay tanto dolor y sufrimiento en el mundo».

Los cristianos debemos orar para que el Señor reconstruya los cimientos de su casa que se han visto estremecidos al haberlos cambiado de la firmeza de su Palabra por las palabras de un hombre.

Nosotros ahora sabemos lo que Darwin nunca imaginó, que la vida se basa en la información codificada en el ADN, el ácido desoxirribonucleico. Indiscutiblemente, ninguna información se origina del medio que la comunica, sino que sólo puede engendrarse de una inteligencia. Es claro entonces, que la información que proporciona las instrucciones para construir y operar las máquinas increíblemente pequeñas y complejas que constituyen las células, sólo puede provenir de una inteligencia mucho más allá de nuestra capacidad para comprender.

El Señor aseguró ser la fuente de la vida: “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). Lo demostró al entregar su vida y resucitar de entre los muertos y afirmar: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar...” (Jn. 10:17, 18a). Y así lo hizo.

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