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La confusión doctrinal

La confusión doctrinal

La confusión doctrinal se hace cada vez más visible entre los mismos cristianos.  En este artículo examinaremos tres doctrinas que han sido pervertidas y de cuya perversión sólo unos pocos cristianos se han dado cuenta.  Estas doctrinas bíblicas constituyen la razón más grande de separación entre hermanos que en general podrían trabajar juntos. 

No obstante, debido a las herejías es mejor que los grupos denominacionales mantengan su separación.

Vamos a estudiar esas doctrinas a la luz de la Biblia.  Todo cuanto examinemos debe ajustarse a las Sagradas Escrituras, ya que de lo contrario el error podría extenderse aún más.  Este artículo es sólo para esos cristianos que desean tener una base bíblica para combatir las herejías y para aquellos que probablemente han caído en falsas enseñanzas sin darse cuenta.

Dios dice por boca del profeta: “¡A la ley y al testimonio!  Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).  Para entender mejor cuán importante es que nos atengamos a lo que Dios dice en su Palabra y para que a veces olvidemos lo que establecieron los fundadores de nuestra denominación o lo que ha sido la tradición en nuestra iglesia por muchos años, debemos leer algunos otros textos bíblicos.

Hablándole al rey de Israel, Dios le encomendó que leyera diariamente su Palabra:

  • “Y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los día de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra” (Dt. 17:19).
  • “Inquirid en el libro de Jehová, y leed si faltó alguno de ellos; ninguno faltó con su compañera; porque su boca mandó, y los reunió su mismo Espíritu” (Is. 34:16).
  • “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).
  • “Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11).
  • “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4).

Estas son advertencias muy serias y provienen de la misma Palabra de Dios.  Notemos lo que se nos dice:

  • Se urge a que los poseedores de las Escrituras, entonces los judíos y hoy nosotros, se vuelvan a la misma.  De no ser así, todos los que no regresen a las páginas del Libro de Dios, se encuentran todavía en las tinieblas de la más terrible ignorancia.  Se ordena que toda persona en algún puesto de autoridad lea diariamente la Palabra de Dios.
  • Dios desafía a su pueblo preguntándose si ha encontrado algo que no se haya cumplido en su tiempo.  Es como si dijera: «Noten las profecías, cómo se han cumplido en el pasado, así que pueden estar seguros que lo que hoy todavía está en el futuro también se cumplirá».
  • Jesús expresa un claro imperativo, urgiendo a los suyos a que escudriñen las Escrituras porque allí está el mensaje de Dios para el hombre.  Este mensaje no se encuentra en tal o cual iglesia o religión, en tal o cual obra que uno pueda realizar, ni en ningún rito o ceremonia religiosa.
  • Los de Berea eran considerados más nobles que otros y decidieron, antes de rechazar las enseñanzas de Pablo, escudriñar cada día el mensaje que el apóstol les predicaba a la luz de lo que Dios ya había inspirado y que entonces constituía el Canon Sagrado.
  • Pablo les dice a los romanos que lo que se escribió  antes, para nuestra enseñanza se escribió.

La Biblia no es un amuleto religioso.  La Biblia como libro, es igual a los demás: no irradia ningún poder.  Debe ser leída, estudiada y vivida, de lo contrario sólo se trata de cierta cantidad de hojas y dos tapas duras o blandas, nada más.

Teniendo todo esto en cuenta, vamos a estudiar las doctrinas bíblicas que son fundamentales para cada cristiano, veremos qué enseñan hoy algunos ministros y qué dice realmente la Biblia en cada caso.

La seguridad de salvación

Es fundamental que sepamos cómo nos salvamos, y que usted sepa que realmente es salvo, de lo contrario podría lamentarlo mucho después, aunque ya sería demasiado tarde para corregir su error.

Hay quienes dicen que nadie puede saber si es o no salvo.  Pero también hay otros que aseguran que es posible saber que uno es salvo, aunque si nos descuidamos podemos “perder” la salvación.

Si habla sobre la salvación con un católico romano, le dirá que nadie puede estar seguro de la salvación y que esto sólo se sabrá cuando llegue el juicio de Dios.  Pero hay muchos llamados... protestantes que enseñan, que si bien es cierto que uno obtiene la salvación cuando recibe a Cristo, debe luego cuidarse mucho para “no perderla”.

Pero, ¿qué dice la Biblia?  La Palabra de Dios contradice ambas enseñanzas y declara:

  • El que arrepentido recibe a Cristo como salvador ya tiene vida eterna.  No se trata de una vida eterna “hasta que comete alguna falta”, sino que es eterna: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).  “De cierto, de cierto os digo:  El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).
  • Jesús dijo que él es quien sujeta a los suyos, de modo que nada ni nadie podrá jamás alterar la situación de un hombre o una mujer salvos: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn. 10:27-29).

Todo pecador que se ha rendido a Cristo es considerado oveja de su redil.  Es Jesús, el pastor, quien cuida del cristiano, no es la oveja quien cuida de sus propios pasos: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.  Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:37-39).

  • La salvación es como el nacimiento: una persona que ha nacido, ya ha nacido.  Todos los cristianos han sido engendrados por el Espíritu Santo.  Jesús le dijo a Nicodemo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).  “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12, 13).

Un padre de familia puede tener un hijo criminal, y debido a esto, puede llegar al punto de quitarle su apellido o cambiar el suyo, sin embargo seguirá siendo su hijo hasta la muerte, porque él lo engendró.  El hijo pródigo se fue lejos, vivió una vida tan inmoral que se rebajó por debajo del nivel de un cerdo, sin embargo nunca dejó de ser hijo de su padre.

  • A esta altura debemos hacernos dos preguntas: La primera: ¿Cuál es el pecado que le quita a uno la salvación?  Y la segunda: ¿Pecan los cristianos?: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20).  “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).

Pero... ¿Ha cambiado esta condición pecaminosa del hombre?  ¿Acaso no pecan los cristianos cada día, enojándose, murmurando, hablando chismes, mintiendo, codiciando e incluso adulterando y fornicando?  Salomón oró así: “Si pecaren contra ti (porque no hay hombre que no peque), y estuvieres airado contra ellos, y los entregares delante del enemigo, para que los cautive y lleve a tierra enemiga, sea lejos o cerca” (1 R. 8:46).  Y dicen otras Escrituras: “Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno” (Sal. 53:3).  “JAH, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse?” (Sal. 130:3).  “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?” (Pr. 20:9).  “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6).  “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6).  “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).  “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (Gá. 3:22).

Pero alguien tal vez diría: «Bueno... no creo que Pablo era pecador o que pecaba después de su dramático encuentro con Jesús camino a Damasco».  Invitemos al propio Pablo para que nos diga algo acerca de su experiencia como cristiano, justamente en relación al cristiano y el pecado.  Cómo es que “no pecaba más”, pues tal vez su fórmula nos sirva para que podamos dejar atrás el pecado: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.  Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.  De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.  Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.  Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.  Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.  Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.  Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.  ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?  Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Ro. 7:15-25).

En realidad la experiencia de Pablo es la de todos los mortales, salvos y no salvos, con la única diferencia que el hombre y la mujer regenerados cuentan con la herramienta necesaria: el auxilio del Espíritu Santo para no ser vencidos por el pecado.  Juan escribió a los cristianos y él mismo se incluyó en esta lista, diciendo: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:8-10).

Cada vez que usted dice o piensa que no peca, con sus palabras y sus pensamientos está agregando otro pecado más.  Además está declarando que Dios miente.  El Señor sabe que somos pecadores, que no hay un solo hombre en la tierra que no peque.  Dios no espera que en esta condición presente logremos vivir sin pecado.  Cristo dijo desde la cruz: “Consumado es...” (Jn. 19:30).  Él completó nuestra salvación y resolvió para siempre el problema del pecado.  Dios nos dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.  Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:1, 2).

¿Cuántos pecados entonces tendríamos que cometer para perder la salvación?  Puesto que la Biblia no enseña tal cosa, ¿quién decide cuándo perdemos la salvación?  ¿Acaso no dice la Escritura que la salvación es por gracia, sin obras?  ¿Qué clase de gracia es esa que exige obras de los pecadores perdonados?  ¿No dice la Biblia que debemos ser santos y que sin la santidad nadie verá a Dios?  Efectivamente, somos santos porque somos salvos.  Los hermanos en Corinto son llamados “santos” y “santificados” por el apóstol Pablo, pero en su primera carta el apóstol destaca tantos pecados de ellos que esa iglesia más parecía una cueva de ladrones que una iglesia.  Sin embargo, Pablo en ningún momento sugiere siquiera que ellos no eran salvos.

Se mantenían niños en la fe, eran carnales no espirituales, en lugar de usar “oro, plata” y “piedras preciosas”, empleaban “madera, heno” y “hojarasca”.  Incluso hasta toleraban pecados que entre los paganos ni se mencionaban.  Sus matrimonios y hogares eran poco atractivos, pero Pablo en ningún momento declara o insinúa que no eran salvos.  Tampoco menciona que debían recuperar su salvación por haberla perdido.

  • Pero... ¿De dónde surgió la herejía de la pérdida de salvación?  Cuando se toma un texto fuera de su contexto, uno se queda con el pretexto.  Es muy peligroso predicar pretextos.  Esto es exactamente lo que ocurre con los supuestos pasajes que hablan de la pérdida de la salvación.  A continuación citaré una de estas Escrituras: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (He. 6:4-6).

Si sigue con atención lo que aquí se dice, notará que lo imposible es recuperar la salvación.  De modo que si alguno la pierde, habrá que dejarlo para que se vaya al infierno.  Se nos dice que “es imposible que los que una vez... recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento”, porque esto sería como crucificar “de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios”.

Pero entonces... ¿Qué es lo que declara el escritor sagrado?  Es claro que se refiere a personas que oyeron el mensaje del evangelio o lo leyeron, o ambas cosas.  Son personas que recibieron el auxilio del Espíritu Santo mientras escuchaban la Palabra de Dios, mientras eran “iluminados”.  Son personas que se enfrentaron con el mismo Salvador, pero que no se humillaron, ni se arrepintieron ni depositaron su fe en él.  Estos ya no tienen esperanza alguna de recibir un mensaje superior, porque recibieron el máximo.  Tenga mucho cuidado y no diga que se habla de pecadores ya salvos, porque la Biblia NO dice tal cosa.

Hay otro texto que también se cita para asegurar que es posible perder la salvación: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (He. 10:26, 27).

En el primer caso se hablaba de “los que una vez fueron iluminados”, no de los salvos.  En este caso se refiere a los que recibieron “el conocimiento de la verdad”, no de los que recibieron a Jesucristo como salvador.  Pero supongamos que el capítulo 6 de Hebreos estuviera hablando de esos que perdieron la salvación, ¿cómo se recupera entonces?  Porque el pasaje dice que “es imposible que... sean renovados”.  La conclusión es esta: Si la salvación se pierde, ¡TAMPOCO SE PUEDE RECUPERAR!

Pero hay un texto más: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.  Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P. 2:21, 22).

Aquí se destaca que hay quienes logran conocer “el camino de justicia”.  Esto no significa que Pedro esté hablando de personas salvas.  Hay muchos que conocen el camino de la justicia, pero que no tienen el perdón de Dios.  Para que una medicina le haga efecto usted debe tomarla, de lo contrario, no importa lo mucho que conozca su eficacia, porque morirá prematuramente como el que nada sabía de dicho medicamento.  Recuerde estos dos puntos:

  • Hasta la fecha, no se sabe de un solo caso de personas que se hayan salvado por medio de las obras.
  • Hasta hoy, no se sabe de una sola persona regenerada que luego se haya vuelto a degenerar para volver a regenerarse.

Permítame citar algo más acerca de esta herejía de la pérdida de la salvación:

  • Si usted predica la pérdida de la salvación, está predicando ese “otro evangelio” que menciona Pablo en Gálatas 1:6-10.  Además dice Levítico 27:29: “Ninguna persona separada como anatema podrá ser rescatada; indefectiblemente ha de ser muerta”.
  • Si predica la pérdida de la salvación, usted mismo está perdido, porque es pecador.
  • Si predica la pérdida de la salvación, está diciendo de forma definitiva que la salvación es por obras, de modo que niega la gracia divina.
  • Si predica la pérdida de la salvación, está atando “cargas pesadas” sobre otros sin que usted quiera siquiera tocarlas “con un dedo”.  Jesús dijo que eso mismo hacían los escribas y fariseos: “Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt. 23:4).

Pablo dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.  Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:8-10).

Nuestra vestidura, nuestro modo de vivir y nuestro comportamiento, deben ser lo que se conoce como buenas obras, pero NO PARA SER SALVOS, sino porque ya lo somos por la gracia de Dios.  No olvide: Sus mejores obras, ya sean para ser salvo o para retener la salvación, no son mejores que un “trapo de inmundicia”: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6).

La plenitud del Espíritu Santo

Hay una forma de actividad satánica que es más mortal que la hechicería.  Es bien grave el daño que se les ha inflingido a personas ingenuas debido a la actividad espiritual manifiesta, no obstante, la mayor devastación ha sido ocasionada por otra clase de satanismo: la producción y propagación encubierta de la falsa doctrina.  Una de esas doctrinas que ha sido pervertida de manera increíble es la del don del Espíritu Santo.  El Espíritu Santo al igual que la salvación, es un regalo de Dios.

Dios otorga su Espíritu Santo cuando el pecador arrepentido recibe a Cristo por salvador.  Como dice la Escritura: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:7, 8).

La prueba de que uno tiene el Espíritu Santo es que él da testimonio del Salvador.  Otro detalle aquí es que el Señor Jesucristo anticipó que el Espíritu Santo vendría sobre ellos si no se iban de Jerusalén.  No tenían que orar para recibirlo.  Es cierto que estaban orando en el aposento alto cuando el Espíritu descendió, pero no fue una condición impuesta por Jesús.  Él no les dijo que oraran esperando, ni que ayunaran.  Tampoco les dijo que hablarían en lenguas como prueba de que habían recibido el Espíritu Santo, o que gimieran y suplicaran, ya que SI EL ESPÍRITU SANTO SE RECIBIERA A PEDIDO, DEJARÍA DE SER UN DON DE DIOS.

Posteriormente, Pedro repitió lo mismo a quienes habrían de convertirse: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?  Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.  Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:37-39).

Pedro les dijo a estas personas que se arrepintieran para que recibieran el don del Espíritu Santo, no les pidió que gimieran, lloraran o ayunaran, nada de eso.  Como si esto fuera poco, les recordó que esta forma de recibir el Espíritu Santo sería igual para todos, aun para aquellos que estuvieran geográficamente y cronológicamente lejos.

Dios nunca ha cambiado su método de impartir el Espíritu Santo.  El pecador debe oír la Palabra de Dios, arrepentirse y depositar su fe en Cristo.  Luego Dios se encarga de otorgarle perdón completo y vida eterna: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Ef. 1:13, 14).  La Paráfrasis Bíblica traduce así este texto: «Gracias también a lo que Cristo hizo, ustedes los que escucharon la proclamación de las buenas noticias de salvación y confiaron en Cristo, fueron sellados por el Espíritu Santo que nos había sido prometido.  La presencia del Espíritu Santo en nosotros es la garantía divina de que nos dará lo prometido; y su sello en nosotros significa que Dios ya nos ha comprado y garantiza que nos llevará hasta él».

Y dice este otro pasaje de la Escritura: “Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gá. 3:2).  De acuerdo con el apóstol Pablo, el Espíritu Santo se recibe cuando arrepentido de sus pecados, uno acepta a Jesucristo como salvador y deposita su fe en él.

Pero, ¿qué en cuanto al bautismo del Espíritu Santo?  Es bastante común que un cristiano diga: «Bueno, al convertirse usted recibió algo así como la ‘cuota inicial’, pero tiene que recibir ‘la llenura’, por eso debe ser bautizado en el Espíritu Santo, y eso es una experiencia separada de la propia conversión».

En primer lugar, nadie conocía esta doctrina hasta finales del siglo XIX, porque la Biblia NO enseña que se puede tener sólo parte del Espíritu Santo.  Al momento de la conversión se recibe todo el Espíritu Santo: “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida” (Jn. 3:34).  “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tit. 3:4-6).

En el primer pasaje se nos dice que “Dios no da el Espíritu por medida”.  En el segundo, el apóstol le dice a Tito que Cristo “nos salvó” y “derramó en nosotros abundantemente” el Espíritu Santo.

Años antes de Pentecostés, Jesús había dicho: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.  Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn. 7:37-39).

En ninguno de estos pasajes se menciona que el cristiano tiene que esforzarse para recibir la plenitud del Espíritu Santo o el bautismo del Espíritu.  El único requisito es oír el evangelio y arrepentido recibir a Jesucristo como salvador creyendo en él.  Dios cumple todo cuanto tiene que ver con el Espíritu Santo, cuando el pecador cumple con estos requisitos mínimos.  Dios nunca derrama su Espíritu donde no se ha predicado la palabra de la reconciliación con él mediante el arrepentimiento verdadero.

LA IGLESIA DE CRISTO YA FUE BAUTIZADA EL DÍA DE PENTECOSTÉS Y ESTO SE HIZO UNA SOLA VEZ Y PARA SIEMPRE: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13).

Pablo les dice a los corintios que los cristianos de todos los tiempos son bautizados por el mismo Espíritu Santo que se manifestara el día de Pentecostés, cuando Dios cumplió la promesa de enviar su Espíritu.

Ya Joel había anticipado el advenimiento del Espíritu Santo, lo mismo que otros profetas, de la misma manera que se había profetizado el nacimiento de Jesús con todos sus detalles.  Ni el nacimiento de Jesús ni su crucifixión ni el advenimiento del Espíritu volverán a repetirse.  No importa cuánto dancemos, cuánta lengua hablemos o todo el teatro que hagamos.

El día de Pentecostés todos quedaron asombrados al oír a los discípulos proclamar el evangelio en idiomas que nunca habían estudiado.  Pedro les explicó que ese mismo día una profecía más pasaba a ser parte de la historia, porque en presencia de ellos se cumplía lo dicho respecto del advenimiento del Espíritu Santo: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hch. 2:16-18).

Es notable la exactitud con que se cumplió esta profecía de Joel el día de Pentecostés.  A continuación aclararemos cuatro puntos importantes:

  • En primer lugar, es iniciativa de Dios derramar de su Espíritu.  No es algo que dependa de los gemidos, del llanto o del ayuno de los hombres.
  • En segundo lugar, los que recibirían el Espíritu serían los descendientes de Joel.
  • En tercer lugar, la manifestación de que habían recibido el Espíritu sería que profetizarían.
  • Y en cuarto lugar, un profeta era siempre un mensajero de Dios.  Una vez que la Iglesia fue bautizada todos los discípulos comenzaron a recorrer Judea, Samaria y más allá, predicando (profetizando).  La evidencia de que uno ha sido bautizado en el Espíritu Santo, es que se convierte en verdadero mensajero de Dios, alguien que habla a otros de Cristo, tanto con su conducta como con sus labios.

Cuando usted habla sobre LA SALVACIÓN, EL DON DE LENGUAS o sobre EL DON DEL ESPÍRITU SANTO, nunca olvide la palabra «DON».  Si es un obsequio, usted sólo tiene que limitarse a recibirlo o rechazarlo.  Nunca será un regalo si tiene que sacrificarse para obtenerlo, o si tiene que pagar algo, o si sólo tiene que pedirlo.

Un joven que ama a una señorita le obsequia algo como manifestación de su amor, pero aun así la señorita puede rechazar el regalo si no desea verse comprometida.

En el regalo de Dios, el “paquete” incluye: La salvación completa, la plenitud del Espíritu Santo y el perdón completo de pecados.

La sanidad divina y la Biblia

Hay muchas doctrinas bíblicas que tendríamos que ponerlas a prueba ante la Biblia, pero las más urgentes son las que hemos estado analizando.  Con la llamada “sanidad divina” ha ocurrido lo mismo que con las otras doctrinas ya examinadas.

¿Por qué nos enfermamos?

Hay quienes dicen que nos enfermamos porque es Satanás quien causa esas enfermedades e incluso hasta suelen afirmar que todos los padecimientos son en realidad demonios en nuestro organismo.  Según la Biblia, nos enfermamos porque nuestros primeros padres fueron desobedientes a Dios y así permitieron que se introdujera el pecado.  El hombre es pecador por naturaleza, por eso Dios lo maldijo y ahora sufre las consecuencias de esa maldición divina.

No es extraño entonces que la Biblia mencione por primera vez la palabra “dolor” inmediatamente después de que nuestros primeros padres pecaran.  Dios les dijo a Adán y Eva que sufrirían dolor: “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos...  Y al hombre dijo: ...maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Ge. 3:16, 17).

No es necesario que usted sea un gran teólogo o tenga gran educación para entender el problema del dolor físico y la misma muerte.  Cualquier persona que lea la Biblia comprenderá perfectamente bien por qué nos enfermamos, incluso hasta el no regenerado podrá entender este dilema.

  • Dios les dio advertencias claras a nuestros primeros padres sobre el dolor, incluso sabían que sobrevendría la muerte y la separación.
  • El dolor sería múltiple: espiritual, emocional y físico.
  • El dolor acompañaría al hombre hasta la misma tumba.
  • El dolor afectaría a todos por igual, buenos y malos, ricos y pobres, cristianos y paganos.  ¡No habría excepciones!

¿Se enferman los hombres de Dios?

El problema no es comprender el alcance del dolor, sino más bien si el dolor, las enfermedades, la depresión y similares, pueden ser parte de la vida de aquellos hombres y mujeres fieles a Dios.  He aquí un caso que no requiere mucha investigación.

Moisés tenía serios problemas en el habla.  Antes de citar lo que dice la Biblia sobre su condición física, notemos lo que se dice de él cuando ya murió: “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel” (Dt. 34:10-12).  Este es el resumen de lo que dice la Palabra de Dios acerca de Moisés después de su muerte.

Si el Señor no recoge pronto a su Iglesia, algo se dirá también de usted y de mí después que hayamos muerto.  ¿Pensó alguna vez en cuán importante es nuestra conducta diaria?

A juzgar por la estrecha comunión que tenía Moisés con Dios, aquél jamás debería haberse enfermado.  Pero no fue así, porque Moisés, por lo visto, tenía problemas congénitos.  Era en cierto modo anormal desde su nacimiento.  Sin embargo, la Biblia no nos dice que el Señor le sanó para poder usarlo más ampliamente.  Él necesita que seamos débiles en nuestro propio concepto para hacernos fuertes para lo que quiere.

Cuando Dios llamó a Moisés para que fuera el líder de su pueblo y sacara a los cientos de miles de israelitas de la esclavitud de Egipto, Moisés no saltó de alegría, sino que alegó que de ninguna manera se presentaría ante el Faraón, porque su principal problema era el habla: “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.  Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego?  ¿No soy yo Jehová?  Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.  Y él dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.  Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien?  Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.  Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer.  Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.  Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales” (Ex. 4:10-17).

Notemos unas cuantas cosas aquí:

  • Moisés fue el escogido por Dios para llevar a cabo la liberación de los israelitas del yugo de Egipto.
  • Moisés estuvo en los planes de Dios mucho antes de nacer.  El Señor hizo que él recibiera la educación y cultura egipcia en el mismo palacio del Faraón, ya que era hijo adoptivo de la hija del Faraón quien le salvó de las aguas.
  • Moisés declina el llamamiento de Dios y se resiste alegando que este tipo de trabajo debería hacerlo su hermano Aarón, quien hablaba bien.
  • Dios insiste en que Moisés debe hacerlo y que Aarón le ayudará sirviéndole de boca.

Pero... ¿Por qué Dios no libró a Moisés del problema del habla?  ¿Por qué no le encomendó esta tarea a Aarón, el gran sacerdote?  ¿Por qué el Señor prefirió a un Moisés con dificultades físicas si podía librarlo de cualquier impedimento?  ¿Era la enfermedad o defecto de Moisés una muestra de que el patriarca no era lo suficientemente espiritual, que no tenía fe suficiente para sanarse o había cometido algún pecado que le había ocasionado ese impedimento?  ¿Qué le costaba a Dios sanar a Moisés, recibir las alabanzas y la gratitud, y al mismo tiempo contar con un siervo más útil para una tarea que exigía gran energía física y emocional?

Estas preguntas son muy sencillas, porque sus respuestas una y otra vez las encontramos en la Biblia.  Moisés no buscó a ningún sanador de sus días.  No extendió su mano colocándola sobre la radio o el televisor mientras algún mago con título de “pastor” le ordenaba tal acción.  Tampoco colocó un vaso con agua esperando que dicha agua recibiera un poder sanador.

Dios siempre todopoderoso, no acusó a Moisés de falta de fe para sanarse.  Moisés necesitaba una alta dosis de humildad para la gran tarea que le cupo aquí, por lo cual el Señor tuvo que someterlo a una condición tal que no le cupiera la menor duda de que era él, Dios, quien llevaba a cabo esta gran liberación.

¿Quién hace que nos enfermemos?

Hay muchos predicadores populares que enseñan que las enfermedades no sólo son ocasionadas siempre por Satanás, sino que las mismas son DEMONIOS.  El demonio del dolor de cabeza, del dolor de estómago, del reumatismo, de la artritis, de la obesidad, de cáncer, migraña, anemia, alta presión, etc.  Esta enseñanza tan absurda ha cundido profundamente en la mente de muchas personas quienes piensan que realmente es así.  Veamos lo que dice Job sobre Dios: “Él hace andar despojados de consejo a los consejeros, y entontece a los jueces.  Él rompe las cadenas de los tiranos, y les ata una soga a sus lomos.  Él lleva despojados a los príncipes, y trastorna a los poderosos.  Priva del habla a los que dicen verdad, y quita a los ancianos el consejo.  Él derrama menosprecio sobre los príncipes, y desata el cinto de los fuertes.  Él descubre las profundidades de las tinieblas, y saca a luz la sombra de muerte.  Él multiplica las naciones, y él las destruye; esparce a las naciones, y las vuelve a reunir.  Él quita el entendimiento a los jefes del pueblo de la tierra, y los hace vagar como por un yermo sin camino.  Van a tientas, como en tinieblas y sin luz, y los hace errar como borrachos (Job 12:17-25).

Dios controla todo en la vida del cristiano y no hay una sola referencia bíblica que indique que por ser uno cristiano TODO IRÁ BIEN.  Tampoco dice la Escritura que si algunas cosas andan mal, es necesariamente porque nosotros andamos mal.  Por el contrario, dice: “He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso.  Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; él hiere, y sus manos curan” (Job 5:17, 18).

Estas palabras de Job se parecen mucho a lo que dice el autor de la epístola a los Hebreos: “…Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.  Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (He. 12:5-7).

  Dios no siempre castiga con enfermedades físicas.  Puede debilitar físicamente a una persona, permitir una enfermedad incurable, un defecto congénito, un accidente grave, puede llevar a un cristiano a la cirugía porque necesita que repose para meditar y hacer un balance de su vida, o quitarle todos sus bienes materiales.  Dios nos trata como a hijos, por eso nos castiga, disciplina y corrige: “Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres...  ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?  ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?  ¿Por qué se lamenta el hombre viviente?  Laméntese el hombre en su pecado” (Lm. 3:31-33, 37-39).

Aquellos que enseñan que Satanás es el autor de todas las enfermedades, heridas o accidentes que sufrimos, deben meditar seriamente sobre esto.  Dios dice que es él quien hiere y sana.  Las enfermedades son producto del pecado de nuestros primeros padres, no de la posesión demoníaca.  El dolor es muchas veces necesario para fortalecernos espiritualmente, por eso Dios permite que lo suframos.  Satanás no tiene ningún control sobre los cristianos.  El hecho de que los cristianos se enferman y sufren accidentes es solamente prueba de que pertenecen a un Padre amoroso quien gentilmente los disciplina: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí.  Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad.  Yo Jehová soy el que hago todo eso” (Is. 45:5-7).  “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano” (Dt. 32:39).

La Biblia está colmada de referencias sobre la completa soberanía de Dios en lo tocante a enfermedades y desgracias humanas.  No hay razón para que el cristiano no padezca cuando otros sufren.  Cuando hay hambruna o sequía, sufren buenos y malos, cristianos y no cristianos, salvos y perdidos.  Si un avión sufre desperfectos en pleno vuelo y se precipita a tierra, no hay tal cosa como que “sobrevivieron todos los protestantes”, porque Dios no hace tal cosa.  Si hay plaga, peste o algún contaminante, tanto cristianos como profanos corren el mismo peligro de muerte.

En el mundo hay ciegos cristianos e incrédulos indistintamente.  Son muchos los que están en sillas de ruedas, tanto cristianos como mundanos.  Hay muchos pobres, tanto cristianos como incrédulos.  Asimismo, hay cojos cristianos y mundanos.  El cáncer le quita la vida a cristianos como a no cristianos.  De la misma manera hay muchos cristianos en el “corredor” de la muerte del sida.

¿Deben acudir al médico los cristianos?

Todos conocemos a los “sanadores por fe” quienes quieren convencernos de que cuando nos enfermamos no debemos buscar a los médicos, sino a ellos.  Claro está, necesitan protagonizar “milagros” para seguir llenando sus bolsillos, ya que si logran mostrar alguno, esto los hará populares, tendrán más seguidores y por lo tanto, más ingresos económicos.  Cada vez tenemos más y más de estos “ministerios de fe y de sanidad”, lo mismo que de “liberación”.

Se han dado muchos casos de sanadores que concurren a su médico, pero instruyen a sus seguidores a que no lo hagan.  Una gran sanadora, quien era también “reverenda” y tuvo programas radiales por muchos años, finalmente murió de un doloroso cáncer.

Pero... ¿Cuál es la base que invocan los sanadores?  Aunque usted no lo crea, muchos tienen un concepto equivocado de lo que es la fe.  Para un “sanador”, la doctrina de la fe es “creer de todo corazón que algo acontecerá y todo sucederá”.  Incluso dicen que uno tiene que repetir que ya recibió lo que todavía no recibió, y para ello invocan un interesante texto: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr. 11:24).

¿Significa esto que yo puedo pedir cualquier cosa que se me antoje y lo recibiré si tengo suficiente fe?  ¿Puedo pedir mucho dinero y esperar recibirlo, sólo porque tengo fe?  ¿Puedo pedir buena salud y la obtendré si creo de verdad o tengo suficiente fe?  ¿Puedo pedirle a Dios que me haga presidente de un país y él lo hará si tengo fe?  ¿Es mi fe la que hace que ocurran cosas o es la voluntad de Dios?  ¿Me concederá Dios lo que pido para honrar mi fe aunque no sea su voluntad?

Ciertamente podríamos formularnos muchos otros interrogantes, pero estos son suficientes para entender cómo funciona la fe y todo lo relacionado con la sanidad o milagros que benefician a los cristianos y ciertamente a los no cristianos.

La fe es una de las doctrinas bíblicas y no debemos jamás fundar una doctrina sobre un solo versículo o pasaje de la Escritura.  Antes de pretender que en determinada expresión hallamos todo lo concerniente a cierta doctrina, en este caso la fe, debemos leer otros textos bíblicos que hablen sobre lo mismo.

En el tema que nos ocupa examinaremos algunos otros pasajes: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.  Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.  Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Jn. 5:13-15).

Juan nos dice aquí básicamente dos cosas:

  1. Se dirige a quienes son salvos, a los que creen “en el nombre del Hijo de Dios”.  La palabra clave aquí es «creer».
  2. La segunda palabra clave es «saber».  Si usted sabe que obtuvo respuesta a la petición hecha, esto significa que no necesariamente recibe lo que pide.  En tal caso no habría necesidad de saber, porque lo que uno sabe no requiere creer, sino aquello que no se sabe y que se acepta por fe.  En otras palabras, Dios se reserva el derecho de darnos aquello que considera mejor y no siempre lo que pedimos está dentro de su voluntad.  Dios no acepta órdenes, no espera que le digamos qué hacer y cómo hacerlo, no es nuestro mensajero, no nos sana a pedido con el pretexto de que tenemos fe.  Dios no está obligado a darnos lo que pedimos, salvo cuando nuestro pedido se ajusta a su voluntad.  La voluntad de Dios está muy por encima de toda nuestra fe.

Hay casos en la Biblia y en la vida de los cristianos contemporáneos, en que algunos recibieron exactamente lo que pidieron.  Pero eso no necesariamente es el resultado de la fe del cristiano, sino que siempre debe tenerse en cuenta la VOLUNTAD DE DIOS.  Por eso dice la Escritura que “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.  Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

¿Recuerda a Ana, la madre de Samuel?  Esta mujer no le pidió a Dios descendencia, no le dijo que deseaba tener una criatura, le pidió un hijo varón y luego obtuvo exactamente lo que pidió: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí” (1 S. 1:27).

¿Significa esto que Ana tenía mucha fe y que por eso Dios le concedió un hijo varón exactamente como había pedido?  ¿Quiere decir que si hay una mujer que por razones de fuerza mayor no puede tener hijos, si sólo cree en Dios y se lo pide, él le dará un hijo como el que ella imagina tener?  ¡Mil veces no!  Ana vivía totalmente sometida a la voluntad de Dios, y Dios le ayudó a pedir lo que él mismo tenía ya en sus planes.

Veamos otro caso donde el que pide recibe exactamente lo solicitado: “E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!  Y le otorgó Dios lo que pidió” (1 Cr. 4:10).

No es nuestra fe lo que hace que recibamos lo que pedimos, sino la voluntad de Dios.  Él siempre contesta nuestras oraciones, pero no siempre nos da lo que pedimos.  Es la voluntad de Dios la que se cumple en la oración del cristiano, y eso es siempre lo mejor, pero al decir que lo que siempre prevalece es la voluntad de Dios, debemos dejar claro que hay muchas cosas en la Biblia como parte del plan de Dios para el hombre, donde la voluntad de Dios ya ha sido determinada.

Ellas son:

  • La salvación del pecador.
  • La santificación del cristiano.
  • La vida de oración y las buenas obras como resultado de la salvación.
  • Tanto la primera como la segunda resurrecciones ocurrirán, tenga usted fe o no, porque la Biblia así lo asegura.

Pero... ¿No desaprobó Dios la conducta de un hombre que consultó médicos?

Muchas personas citan el siguiente caso del Antiguo Testamento: “Mas he aquí los hechos de Asa, primeros y postreros, están escritos en el libro de los reyes de Judá y de Israel.  En el año treinta y nueve de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos” (2 Cr. 16:11, 12).

Aseguran que Asa al enfermarse, como no recurrió a Dios en oración para que lo sanara milagrosamente, sino que acudió a los médicos, por eso murió.  Pero, ¿qué fue lo que Dios desaprobó en la conducta de Asa en relación con su enfermedad?  Esta es la pregunta que debemos contestar.

Un comentarista dice: «Más probablemente se refiere a médicos egipcios, que antiguamente eran de alta estima en las cortes extranjeras y quienes fingían expeler las enfermedades por medio de hechizos, encantos y artes mágicas.  La falta de Asa consistía en que confiaba en semejantes médicos, mientras dejaba de suplicar la ayuda y bendición de Dios...»

Sin embargo, yo no estoy completamente de acuerdo con el comentarista, y veo aquí otro cuadro más claro:

  • La enfermedad de Asa pudo haber sido un llamado de atención de parte de Dios.
  • Asa no consultó, ni con un profeta ni con un sacerdote ni con un rabino, sino que en lugar de corregir lo que estaba errado, prefirió ignorarlo y tratar su mal con los médicos.

La frase “no buscó a Jehová, sino a los médicos” lo dice todo.  Su enfermedad era para que buscara más a Dios, aunque no sanara, eso era lo que Dios quería.  Esa dolencia debía tener algún origen específico.  Curarse de los pies era como curar los síntomas.  Dios quería que Asa se mirara introspectivamente y reconociera en ese mal físico, que había una cuenta que saldar en el campo espiritual.  El pasaje en Santiago 5:14, 15 usado por tantos “sanadores”, de ninguna manera prohíbe concurrir a los médicos.  Jesús mismo dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Lc. 5:31).

La medicina no es diabólica, ni el que consulta a un médico carece de fe.  La ciencia médica proviene de Dios y a medida que nos acercamos al fin, mayor es el alcance de la ciencia: “…hasta el tiempo del fin... la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4).  Los médicos aparecen mencionados en la Biblia varias veces.  Es correcto que acudamos a ellos.  Cuando Jacob murió en Egipto los médicos egipcios embalsamaron su cuerpo: “Y mandó José a sus siervos los médicos que embalsamasen a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel” (Gn. 50:2).  Incluso Lucas mismo era médico: “Os saluda Lucas el médico amado, y Demas” (Col. 4:14).

¿Qué beneficio traen las enfermedades?

En muchos casos las enfermedades o dolencias son el resultado de una vida desordenada, sumida en vicios y mala alimentación.  Pero si una persona es cuidadosa con lo que come, se alimenta con moderación, duerme lo necesario, hace algunos ejercicios, respira aire puro, no es rencorosa y evita las preocupaciones agregando vida a sus años y no sólo años a su vida, entonces su enfermedad puede tener un propósito muy especial de parte de Dios.  Dios tal vez quiera fortalecerlo espiritualmente, tal como hiciera con Pablo: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.  Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.  Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.  Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:7-10).

Pablo sufría alguna enfermedad, no sabemos cuál.  Es probable que haya sido de la vista como así implica Gálatas 4:13-15: “Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús...  Porque os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hubierais sacado vuestros propios ojos para dármelos”.

¿Por qué nos enfermamos?

No es difícil descubrir en las páginas de la Biblia por qué nos enfermamos.  El problema no es descubrir esta verdad, sino aceptarla.  No siempre nos gustan las enseñanzas tan claras presentadas en la Palabra de Dios.

  • Dios tal vez quiera fortalecernos espiritualmente.  Cuando Dios quiere sacar lo mejor de nosotros, cuando quiere usarnos de manera especial, es casi seguro que permitirá que suframos algún problema físico.  A esto se refirió Pablo cuando dijo: “...porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10b).
    *   Nadie como Pablo en su conversión camino a Damasco.
    *   Nadie jamás a excepción de Pablo fue llevado “hasta el tercer cielo”.
    *   Nadie, sin ser parte del grupo de los apóstoles, fue instruido por el mismo Señor Jesucristo sin necesidad de haber aprendido de otros.
    *   Nadie fundó las iglesias que fundó Pablo.
    *   Nadie escribió las epístolas que escribió él.
    *   Nadie enfrentó a los monarcas, habló y testificó en las cortes como él.

Pablo era consciente de su problema, cualquiera que éste haya sido.  Porque es un hecho que Pablo pidió sanidad y Dios le dijo: “Bástate mi gracia”.  En otras palabras, estaba diciéndole: «Confórmate con la gracia salvadora, pues esto vale más que la mejor salud.  Te quiero fuerte y sano espiritualmente, y para ello tu mal físico es mi recurso».

  • Puede ser para la obra de Dios.  Recordemos el caso del ciego de nacimiento.  Cuando le preguntaron a Jesús a qué se debía su mal congénito, él les dio una respuesta bastante original: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.  Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?  Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn. 9:1-3).

Dios ya tenía programado el nacimiento de este hombre ciego mucho antes de la creación de Adán.  Habría de llegar el momento cuando este ciego contribuiría para la obra de Dios.  Sus padres nunca supieron por qué su hijo había nacido ciego.  Sus familiares no podían entenderlo.  Los rabinos y expertos en la Escritura tampoco le encontraban explicación.  Incluso el mismo ciego jamás comprendió por qué otros veían y él no.  Finalmente, vino Jesús y le dio la vista, porque para eso había nacido ciego.  El Señor manifestaría su poder y el ciego era la pieza clave para que la obra de Dios siguiera su curso.

¿No podría ser que el caso de su hijo tenga tal propósito, al haber nacido defectuoso?  ¿No será su accidente para la obra de Dios?  ¿Y no podría ser que la enfermedad incurable que padece la persona a quien más ama, la sufra para la obra de Dios?  No lo sabemos.  Nunca sabríamos del caso de ese que nació ciego si Jesús no nos lo hubiera dicho.  Este cuadro nos muestra que una de las razones de nuestras enfermedades, defectos, anormalidades o accidentes, pueden tener ese origen.

  • Puede ser la causa de algún pecado en particular.  Un cristiano a veces puede sufrir cierta enfermedad debido a algún pecado en particular.  El mejor ejemplo es María, la hermana de Moisés.  Ella con su hermano Aarón comenzaron a murmurar contra Moisés y Dios la castigó con lepra: “Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos; y se fue.  Y la nube se apartó del tabernáculo, y he aquí que María estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a María, y he aquí que estaba leprosa.  Y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah! señor mío, no pongas ahora sobre nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado, y hemos pecado” (Nm. 12:9-11).  Para entender mejor este incidente sería bueno leer todo el capítulo, pero la Biblia dice que ella permaneció siete días fuera del campamento porque estaba leprosa.

La murmuración en la iglesia, especialmente contra un auténtico siervo de Dios, los chismes, las calumnias, la hipocresía, la falta de honestidad, la traición, la difamación, todo esto puede llevar al cristiano a sufrir alguna enfermedad, ya sea temporal o indefinidamente.

  • Puede ser por la mala alimentación.  Sería muy bueno que en nuestras iglesias las esposas recibieran una instrucción metódica y sistemática sobre qué comer y qué no comer.  Cómo preparar las comidas para mantener a sus respectivas familias sanas y fuertes.  Es notable observar cómo Dios instruyó a los israelitas para que no comieran ciertos alimentos, especialmente esos animales a los que llamó “inmundos”.  Hoy sabemos que todos estos animales son realmente nocivos para la buena salud.  El cerdo, por ejemplo, es un verdadero veneno.  Si queremos estar sanos debemos descartarlo totalmente.  Veamos un interesante pasaje bíblico: “E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua.  Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara.  Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber?  Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron.  Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (Ex. 15:22-26).

En el capítulo 11 de Levítico tenemos la lista de los animales que los israelitas podían comer, mientras que en Éxodo 15:26 el Señor les asegura que si guardaban exactamente sus ordenanzas y estatutos era posible que no sufrieran “ninguna enfermedad”.  Para una persona básicamente sana y sin defecto, si no existen esas otras razones para que sufra de algo en su cuerpo, puede vivir una vida verdaderamente sana y feliz, siempre y cuando reconozca que hay ciertas cosas, especialmente algunas carnes que son dañinas para el cuerpo.

  • Puede ser la soberanía de Dios.  No pretendemos explicarlo todo, porque hay personas que se enferman e incluso mueren prematuramente sin que nosotros podamos explicar el por qué.  A esto yo le llamo SOBERANÍA DIVINA.  Dios actúa como quiere y no tiene por qué darnos explicación alguna.  La Escritura dice: “Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca.  Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.  Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud.  Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza... Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres...  ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?  ¿Por qué se lamenta el hombre viviente?  Laméntese el hombre en su pecado” (Lm. 3:25-33, 37, 39).

Son muchos los casos que hemos conocido donde por más que busquemos una explicación para la desgracia que sufre algún hermano o hermana, no la encontramos.  Nuestra respuesta debe ser: «Es algo que no entiendo, pero doy gracias a Dios que él es Dios y yo soy hombre.  Él hace cosas que yo no entiendo, pero me conformo con no entender, y así los dos, Dios y yo estamos bien».  Cuando Jesús se dispuso a lavar los pies de los apóstoles, Pedro no sabía cómo actuar, pero el Señor le dio una respuesta que sirve para todos: “Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Jn. 13:7).  “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Dt. 29:29).  Dios nunca hace algo malo o equivocado.  Nunca llega ni demasiado tarde ni demasiado temprano.  Nunca olvida ni deja de cumplir sus promesas.  Dios se reserva el derecho de ser soberano y actuar por encima de nuestra comprensión.

• Podemos enfermarnos por causa del pecado original. En realidad la primera razón del por qué de las enfermedades es el pecado de nuestros primeros padres.

Adán y Eva desobedecieron a Dios, y por medio de ellos entró el pecado, las enfermedades, el dolor y la misma muerte. La Biblia no oculta este hecho: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). En este caso no tenemos ninguna culpa, porque Dios no nos hace responsables de lo que hicieron Adán y Eva. Pero debemos admitir que nosotros, como sus descendientes, sufrimos el dolor que es el resultado directo de la desobediencia de ellos. No hay en esto nada fuera de lo común, es la verdad.

• Por no discernir el cuerpo del Señor. Explicando el apóstol Pablo el asunto de la Cena Conmemorativa, dijo que mucha gente andaba enferma, incluso que algunos morían prematuramente, por no discernir el cuerpo del Señor: “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Co. 11:28-30). El cristiano que no está convencido, porque no cree en la declaración bíblica de que el sacrificio de Cristo satisfizo la justicia divina, cada vez que participa de la Cena, lo hace “indignamente” acarreándose con esto enfermedades físicas y a veces incluso muerte prematura o adormecimiento espiritual.
Cuando uno está enfermo no hay que echarle la culpa a los demonios. El malestar físico, cualquiera sea, no es demonismo, sino enfermedad. A veces uno no tiene por qué preocuparse ni investigar por qué quiere Dios que estemos enfermos. Otras, es necesario descubrir si acaso no hay algún pecado relacionado directamente con el mal que uno padece. Pero puede ser también el caso que la enfermedad sea para que Dios manifieste su poder para su propia gloria.

• Por causa del pecado reiterado. Es bien conocido el pasaje bíblico que se encuentra en 1 Juan 5:16: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida”.
En este caso se trata de un hermano o hermana, personas ya salvas, que reiteradamente incurren en algún pecado, especialmente el vicio. Cuando llega el momento que Dios decide que ese hermano o hermana ya tiene que morir debido a su pésimo testimonio, Juan aconseja que no se ore para que sane, porque la voluntad de él, no es su sanidad, sino su partida al cielo.
Es una especie de “jubilación adelantada”. Es bueno que en nuestras iglesias sepamos esto, especialmente cuándo y cómo orar por un hermano enfermo. Es necesario saber todo cuanto podamos acerca de la enfermedad que sufre, entonces sabremos cómo orar, qué pedirle exactamente a Dios.

• La enfermedad puede ser el producto de un accidente. Siempre vemos gente lisiada, enferma o con problemas, debido a accidentes. Recordemos el caso de Mefi-boset el hijo de Jonatán: “Y Jonatán hijo de Saúl tenía un hijo lisiado de los pies, tenía cinco años de edad cuando llegó de Jezreel la noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán, y su nodriza le tomó y huyó; y mientras iba huyendo apresuradamente, se le cayó el niño y quedó cojo. Su nombre era Mefi-boset” (2 S. 4:4). Es perfectamente claro que Mefi-boset era lisiado porque tuvo un accidente cuando apenas tenía cinco años. No fue algo que él pudo evitar. Este hombre vivió así toda su vida. Buscar otra causa para su mal sería absurdo y totalmente fuera del contexto de los hechos y la realidad de su vida.
Eutico también sufrió un accidente: “Y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto. Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo” (Hch. 20:9, 10). Esta Escritura dice que Eutico sufrió un accidente fatal y murió, pero Pablo oró por él y volvió a la vida. Sin embargo, esto no quiere decir que si estamos sentados en la ventana abierta de un octavo piso y nos dormimos como Eutico y caemos en el pavimento, si tenemos la fe de Pablo, nos iremos a casa sin haber sufrido daño alguno, porque “Dios no cambia y si Eutico vivió, usted también vivirá, así que duerma tranquilo mientras su pastor predica...”

Ocozías el rey de Israel también sufrió un accidente. La Biblia dice que este rey se había alejado de Dios: “Y Ocozías cayó por la ventana de una sala de la casa que tenía en Samaria; y estando enfermo, envió mensajeros, y les dijo: Id y consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad” (2 R. 1:2). Sus mensajeros nunca llegaron a consultar a este ídolo pagano, porque se encontraron con el profeta Elías quien les dijo: “Id, y volveos al rey que os envió, y decidle: Así ha dicho Jehová: ¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que estás no te levantarás; de cierto morirás” (2 R. 2:6). El mismo accidente puede ser imprudencia del accidentado, pero puede ser también algo que Dios permite para su propia gloria, para fortalecer espiritualmente al accidentado, a sus familiares, o ambos.

• Lázaro enfermó y murió para que los discípulos creyeran en Él y para que todos creyeran que Dios había enviado al Salvador. El caso de Lázaro es único.
* En primer lugar, él era miembro de una familia muy querida por Jesús y sus discípulos allá en Betania.
* Jesús se había enterado que Lázaro estaba muy enfermo.
* Jesús retrasó su presencia en la casa del enfermo esperando que muriera, porque su enfermedad tenía un propósito muy específico, Jesús lo resucitaría: “Entonces, Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él” (Jn. 11:14, 15).

Cuando Jesús llegó a la casa de Lázaro y sus hermanas le recibieron llorando, él se encaminó hacia la tumba donde descansaban los restos de Lázaro y elevó una oración diciendo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Jn. 11:41, 42). Aquí la enfermedad y la muerte de Lázaro tenían un claro objetivo. Era para que Jesús lo resucitara a fin de quitar todas las dudas respecto a su Divinidad. Es fácil ver que en la vida de los cristianos, muchas veces las enfermedades y hasta una muerte repentina y aparentemente prematura, todo ha sido planeado más allá de nuestro entendimiento con algún propósito: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del altísimo no sale lo malo y lo bueno?” (Lm. 3:37, 38).

Enumeremos ahora las diez razones de por qué nos enfermamos.

1. Dios quiere fortalecernos espiritualmente.
2. Puede que sea para Su gloria.
3. Puede ser por algún pecado en particular.
4. Puede ser por mala alimentación.
5. Puede que Dios desee que comprendamos su Sobe­ranía.
6. Puede deberse simplemente al pecado original de nuestros padres Adán y Eva.
7. Por no discernir el cuerpo y la sangre de Cristo.
8. Por causa de un pecado reiterado.
9. Puede ser producto de un accidente, y
10. Para que otros crean en Cristo y se salven.

¿Qué hacer en la enfermedad?

Sabiendo usted todo lo que sabe sobre el por qué de las enfermedades y experiencias amargas en la vida, si se enferma gravemente podrá decidirse por alguna de las siguientes alternativas: gritar y hacer oír su voz diciendo que Dios es injusto; correr a algún lugar donde le dicen que usted puede sanar, porque hay alguien allí con el don de sanidad; gemir, llorar y ayunar pidiendo insistentemente que Dios le sane; buscar al mejor médico que pueda para que le examine y haga lo que pueda o recurrir a brujos y curanderos que le prometen completa salud.

Mi recomendación

• Aceptar las circunstancias que le tocan vivir.
• Orar al Señor para que él cumpla su propósito en dicha enfermedad.
• Tomar todas las precauciones, como alimentación o ejercicio, según sea el caso. Hacer lo que pueda para acelerar su recuperación si hay esperanza para ello.
• Decir humildemente como el profeta Jeremías: “¡Ay de mí, por mi quebrantamiento! mi llaga es muy dolorosa. Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla” (Jer. 10:19).
Debemos admitir que nuestra manera de pensar y de ver las cosas difiere mucho de cómo las ve Dios y cómo piensa él: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Jer. 55:9, 10).

¿Cómo actuar cuando estamos enfermos?

• No se desespere, hay muchos otros que están en peores condiciones. Usted no es el único.
• No se queje ni le eche la culpa a otros.
• No busque a brujos, yerberos, sanadores o milagreros dotados de ciertos poderes sobrenaturales, todos son unos charlatanes.
• No pierda la esperanza. Dios conoce su caso.
Hasta aquí van los «no», pero veamos ahora lo que se puede hacer:
* Ponga su enfermedad en las manos de Dios, cuéntele en oración todo cuanto quiera.
* Hable con otros hermanos de su confianza y pida que oren por usted.
* Concurra al mejor médico que pueda encontrar.
* Pida a Dios que si es Su voluntad, le sane.
* Procure, si puede, hallar la razón de su mal. Siempre que no se trate de imprudencia o abuso, como sobrecarga, falta de descanso o mala alimentación, la enfermedad de un cristiano puede tener propósitos divinos loables. Tal como el caso del ciego de nacimiento, el de Lázaro o el problema de salud de Pablo.

¿Quiere quejarse? No es pecado, pero quéjese con Dios, tal como hizo Jeremías: «Mi propia gente se burla de mí; canta sus canciones insultantes todo el día. Me he llenado de angustia, y me ha dado a beber una copa de amargo dolor. Me ha hecho comer arena gruesa y ha roto mis dientes; me ha cubierto de polvo y ceniza. Oh Señor, toda paz y prosperidad se han apartado de mí, pues tú me las has quitado. Ya no recuerdo lo que es el gozo. Toda esperanza se me ha ido; mis fuerzas se han acabado, pues el Señor me ha dejado. ¡Oh acuérdate de la amargura y del sufrimiento que me has impuesto! Porque nunca podré olvidar estos horribles años; mi alma vivirá en vergüenza para siempre. Pero existe un rayo de esperanza en mi corazón, su compasión nunca termina...» (Lm. 3:14-21, Paráfrasis).

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