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La batalla por la vida

         “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Rom. 12:21).

La sangre corría a raudales, los hombres morían, mientras las multitudes daban alaridos de júbilo.  Tal era el “entretenimiento” que gustaban de disfrutar los romanos de la antigüedad, lo cual es familiar a todos nosotros, gracias a películas como El Gladiador Espartaco.  Antes de los enfrentamientos, los gladiadores saludaban a los emperadores con estas palabras: “¡Salve César, los que van a morir te saludan!”. 

El perdedor en cada combate usualmente moría de una cuchillada en la garganta, mientras que las multitudes aullaban histéricas.  Luego se rastrillaba la sangre y se iniciaba una nueva contienda.  En tales carnicerías la audiencia no estaba integrada únicamente por la escoria de la sociedad, sino por todos: desde los plebeyos hasta los más grandes aristócratas de esa época.

Constantino el primer emperador “cristiano”, le puso fin al espectáculo de los gladiadores por el año 313 de nuestra era, pero aparentemente la prohibición no fue puesta en vigor por mucho tiempo, porque estas carnicerías se reanudaron unos meses después.  Los emperadores, aunque se autodenominaban cristianos, tenían miedo de contrariar a las masas, quitándoles algo que les ocasionaba tanto placer.

Los primeros creyentes lamentaban lo perverso de los entretenimientos del público romano.  Y un autor cristiano le llamó a estos juegos “banquetes de caníbales para el alma”.  Otros cristianos aseguraban que estos derramamientos de sangre incitaban al crimen y a un desprecio absoluto por la vida humana.  Aunque muchos gladiadores eran criminales convictos bajo sentencia de muerte, las almas sensibles lamentaban que los ciudadanos disfrutaran presenciando tales carnicerías.  Incluso, las iglesias rehusaban bautizar a los gladiadores a menos que estuviesen dispuestos a cambiar de profesión.  Los pastores les enseñaban a sus fieles que al pueblo del Señor Jesucristo de ninguna manera le estaba permitido asistir a tales espectáculos,  mientras que algunas congregaciones no permitían que personas que hicieran esto, participaran de la Cena del Señor.

Pero hubo un creyente que enfrentó esto en forma más drástica.  En el año 400, Telémaco, un cristiano del Asia Menor, la actual Turquía, durante una lucha de gladiadores en el circo romano, saltó a la arena y trató de separar los combatientes.  Los espectadores lo apedrearon hasta darle muerte, y el emperador Honorio lo declaró mártir, aboliendo los combates poco tiempo después de este hecho, medida que ya antes se había intentado sin éxito.

Según los historiadores, el último enfrentamiento de gladiadores en Roma tuvo lugar el primero de enero del año 404, fecha en que murió Telémaco. Pero esto no concluyó únicamente por su muerte, sino también porque el pueblo en general, influenciado por los cristianos, reconocieron estos juegos como vulgares, inhumanos y atroces. ¡La fe en el Príncipe de Paz, triunfó sobre el espíritu de crueldad!

“¡Señor, Dador de Vida!  Ayúdanos a convertirnos en faros de luz en un mundo en tinieblas”.

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