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Daniel Draper

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:27–29)

Daniel Draper, un pastor inglés, viajó como misionero al sur de Australia en 1836.  Allí fue testigo de la construcción de 39 iglesias y bajo su liderazgo vio la membresía aumentar diez veces.  Él y su esposa hicieron su primera visita de regreso a Inglaterra 29 años después, y pasados unos meses se embarcaron en Plymouth, Inglaterra, de regreso a Australia a bordo de la embarcación London.

Cuando zarparon a la media noche, el cielo y el mar estaban en calma, pero dos días después el viento aumentó, aunque no lo suficiente para impedir que el pastor Draper celebrara un servicio de adoración en el salón del barco.  Al cabo de 24 horas, el viento se acrecentó en gran manera, las ráfagas de aire eran  violentas, hasta que se convirtieron en un huracán desatado.  Para las tres de la tarde, del miércoles 10 de enero de 1866, el barco viró en dirección a Plymouth, en un intento por llegar a salvo hasta aguas más tranquilas, pero a las diez y media de la noche una montaña de agua se precipitó sobre  la cubierta principal, inundando completamente el salón de máquinas y extinguiendo el fuego de la caldera.  Conforme los hombres trabajaban furiosamente para reparar el daño, la naturaleza no mostraba misericordia alguna.  Finalmente el capitán Martin, les dijo a sus hombres que oraran, porque el barco estaba condenado.

La oscuridad de esa noche era un presagio sobrenatural de las tinieblas aún más profundas que muy pronto los envolverían.  A la media noche, el pastor Draper inició una reunión de oración en el salón.  En medio de las oraciones, él exhortaba a las personas que se acercaran a Cristo por salvación.  Muchos trajeron sus Biblias y las leyeron con toda sinceridad.  Los sobrevivientes más tarde contaron, que las madres lloraban mientras sostenían a sus hijos perplejos y los amigos se abrazaban despidiéndose, pero no había histeria.

Al amanecer, el capitán Martin con calma le dijo a los pasajeros y a la tripulación que todo estaba perdido.  El pastor Draper rompió el sombrío silencio que siguió a su anuncio, poniéndose de pie y dirigiéndose a la multitud una vez más.  Con lágrimas rodando sobre sus mejillas, dijo en voz clara y fuerte: “El capitán nos dice que no hay esperanza, que todos vamos a perecer.  Pero yo les digo: hay esperanza, esperanza para todos.  Aunque debemos morir y nunca veremos tierra, todos podemos arribar al puerto celestial”.

Los sobrevivientes informaron que desde el comienzo de la reunión de oración a media noche, hasta que la embarcación se hundió, a las dos de la tarde del día siguiente, Draper estuvo orando incansablemente, amonestando e invitando.  Unas de sus últimas palabras fueron: “En unos pocos momentos todos tendremos que comparecer ante nuestro Gran Juez.  Preparémonos para encontrarlo”.

Un sobreviviente dijo que mientras él abandonaba la embarcación, escuchó a las personas entonar himnos.  La única preocupación del pastor Draper, mientras la embarcación se hundía era asegurarse que todos conocieran el camino de salvación.

¿Qué harían ustedes si se encontraran en una situación similar?

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