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La Reina Mártir

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21)

Lady Jane Gray era la bisnieta del rey Enrique VII y prima del rey Eduardo VI de Inglaterra.  Ella y Edward tenían la misma edad y estuvieron a punto de casarse, pero Jane fue entregada en matrimonio a Lord Guildford Dudley.  El rey se enfermó gravemente de tuberculosis y vivió sólo hasta los 17 años.  Antes de morir, influenciado por el duque de Northuberland, designó a Jane Gray para sucederle en el trono, y evitar así que los católicos volviesen al poder.

La nueva reina no tenía todavía 20 años y se distinguía tanto por su hermosura como por sus virtudes cristianas y cultura.  Dominaba varios idiomas y leía en sus lenguas originales las obras maestras de la literatura antigua.  Amaba profundamente a Cristo su Salvador y seguía por convicción la doctrina evangélica, manteniendo correspondencia sobre temas espirituales con los líderes de la Reforma en Suiza Ulrico Zuinglio y Enrique Bullinger.

Al morir Eduardo VI, los partidarios de la Reforma se apresuraron a colocarla en el trono, pero la mayoría de los miembros de la nobleza, por respeto al principio hereditario tan venerado en Inglaterra, se pronunciaron en favor de María, la hija de Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII.

La infortunada Lady Jane pagó con su vida el efímero reinado que sólo le duró diez días. Fue encerrada en la torre de Londres y terminó su existencia alentada por la fe evangélica que profesaba y su profundo amor a Cristo.  Poco antes de ser decapitada envió a su hermana, la reina que decretó su muerte, un Nuevo Testamento con una dedicatoria en la que manifestó sentimientos cristianos poco comunes.

Esto es lo que decían algunas líneas de su misiva:  “Te envío, querida hermana, un libro que aunque exteriormente no está cubierto de oro, no vale menos que todas las piedras preciosas.  Contiene el mensaje bienhechor de Nuestro Señor Jesucristo, la expresión de su suprema voluntad y de su misericordia para con nosotros, pobres pecadores.  Si lo lees con un sincero deseo de ser salva, te enseñará, el camino de la vida eterna… En cuanto a mí, tengo la seguridad, que al abandonar esta existencia mortal, obtendré la vida eterna, que ruego a Dios te conceda también a ti…  En el nombre de nuestro Creador, no te apartes jamás de la verdadera fe cristiana, ni aun por salvar tu vida, porque si tú negares esta verdad, Él a su vez te negará… ¡Quisiera el Señor introducirme en Su gloria, y también a ti, cuando sea Su voluntad!  ¡Adiós, querida hermana!  ¡Espera en Dios!  ¡Él te ayudará!”.  Jane Grey fue decapitada en Londres en febrero de 1554.

¿Puede pedirse más alto y conmovedor modelo de espíritu cristiano que el poder escribir en tales términos a una rival y cruel enemiga, causante de su inminente muerte por el verdugo? ¡Cuánto conviene a los que seguimos las pisadas de los mártires, quienes nos ufanamos de profesar sus mismas doctrinas, imitar tales ejemplos de amor y perdón al enfrentar nuestros insignificantes problemas!

Por duro que sea, debemos reconocer y recordar que tal espíritu y actitud, es  parte vital de la doctrina de Cristo nuestro Salvador, tanto como la doctrina de la justificación por la fe.

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