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William Whiting Borden

“Caminó, pues... con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Gen. 5:24)

William Whiting Borden nació en 1887 era el tercer hijo de una familia acaudalada que hizo su fortuna gracias a la minería de plata en Colorado.  Después que su madre se convirtió al cristianismo evangélico en 1894, lo llevó al templo que más tarde se convertiría en la Iglesia Moody, donde él respondió a la predicación del evangelista Ruben Torrey. A partir de entonces la oración y el estudio de la Biblia se convirtieron en sellos distintivos de su vida.

Después de graduarse de bachillerato en Pensilvania a los 16 años, sus padres le dieron el regalo de un viaje acompañado por todo el mundo, lo cual aumentó su deseo de convertirse en un misionero extranjero.  Una vez más en Londres, bajo la predicación de Torrey, quien estaba celebrando reuniones allí, entregó su vida para el servicio cristiano.  Ingresó en la Universidad de Yale en 1905, y con el estímulo del joven tutor de clásicos Henry Burt Wright, comenzó grupos de oración diarios que en dos años se extendieron a toda la universidad - desde la clase de primer año hasta el último. En una convención del Movimiento de voluntariado estudiantil en 1906 en Nashville, Samuel Marinus Zwemer, apodado “El apóstol al islam” lo impresionó profundamente con su énfasis en las puertas abiertas para evangelizar el mundo musulmán.

Poseía una personalidad carismática, era sociable, atlético y amante de la diversión, pero también un líder natural preocupado por el bienestar de otros y trabajador.  Fue elegido para presidir diversas actividades.  Aunque se oponía al cristianismo liberal, gustaba de fraternizar con todos.  Con su propio dinero, financió una misión de rescate en New Haven y allí realizó un trabajo personal. Se cuenta que cuando un visitante inglés le preguntó qué le había impresionado más de Estados Unidos, respondió: “El ver a un joven millonario arrodillado con su brazo alrededor del cuello de un vagabundo en la Misión Yale Hope”.

Después de graduarse de Yale en 1909, asistió al Seminario Teológico de Princeton concluyendo sus estudios allí en 1912.  Era admirado por sus profesores, uno de ellos, Charles R. Erdman escribió que ningún otro estudiante además de Borden, había ejercido una mayor influencia personal sobre él, agregando: “Sus juicios eran tan infalibles y maduros, que siempre olvidé que había tanta diferencia en nuestras edades. Su completa consagración y devoción a Cristo fueron una revelación para mí, y su confianza en la oración una inspiración continua”.  

Por su dedicación y conocimientos se convirtió en miembro del consejo del Instituto Nacional Bíblico en la ciudad de Nueva York,  y por un tiempo se hizo cargo temporalmente de todo el ministerio, incluida la administración de la oficina, la supervisión de la capacitación práctica de los estudiantes y las operaciones de cuatro misiones de rescate. También se convirtió en director del Instituto Bíblico Moody, y a los 22 años era miembro del Consejo de América del Norte de la Misión Interior de China.

La intención de Borden era convertirse en misionero para los musulmanes uigures en el noroeste de China, pero primero decidió estudiar el Islam y el árabe en El Cairo, viviendo con una familia siria para poder escuchar el idioma lo más posible. También pasó tiempo distribuyendo en las calles sermones cristianos escritos en un estilo coránico.

En marzo de 1913, contrajo meningitis cerebral y murió unas semanas después. Tenía 25 años. Irónicamente, su madre acababa de llegar de Estados Unidos para pasar unas vacaciones con él en las montañas de Líbano, y estuvo presente en su sencillo funeral.  Fue sepultado en el cementerio estadounidense de El Cairo. En su tumba están registradas las palabras inscritas sugeridas por el pastor presbiteriano Charles Erdman, las que dicen: “Aparte de su fe en Cristo, no hay explicación para esta vida”.

Sufrió en gran manera por unas pocas semanas, pero nunca pudo llegar a China.  Dejó su fortuna de casi un millón de dólares a varias misiones y agencias foráneas.  Después de su muerte, sus amigos encontraron un papel debajo de su almohada en el que estaban garrapateadas las palabras: “¡Sin reservas! ¡Sin arrepentimiento! ¡No hay vuelta atrás!”.

De acuerdo con el punto de vista humano, la vida de William Borden tal vez pueda parecer un desperdicio, pero ese hombre vivió toda su vida en conformidad con la voluntad de Dios. ¡Ojalá todos los creyentes hoy, pudiéramos imitar su ejemplo!

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