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Charles Thomas Studd

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23–24)

Charles Thomas Sutdd nació en 1860 y falleció en 1931, fue un misionero británico y también un destacado jugador de cricket desde los 16 años.   Su padre, el millonario Edward Studd se convirtió al cristianismo durante una campaña de los predicadores Moody y Sankey en Inglaterra, y luego él y su hermano siendo estudiantes, también recibieron a Cristo como Salvador, cuando un predicador los visitó en su hogar y les habló de su obra redentora y salvadora.  De acuerdo con sus propias palabras, cuando el pastor le preguntó si creía en las promesas de Dios, que le otorgaban perdón de pecados y vida eterna, creyó en el Señor Jesucristo para salvación.  A partir de este momento, la Biblia que consideraba como un libro árido, se convirtió en todo para él.

Estudió en el Colegio Superior Trinity de Cambridge, en donde se graduó en 1833.  En 1884, después que su hermano enfermó de gravedad.  Charles confrontó esta pregunta: “¿Qué valor tiene toda la fama y la adulación ... cuando un hombre se enfrenta a la eternidad?”.  Entonces tuvo que admitir que desde su conversión, seis años antes, había estado en un estado de infelicidad y rebeldía.  Como resultado de esta experiencia se dijo: “Sé que el cricket no durará, ni el honor tampoco.  Nada en este mundo permanece, pero sí vale la pena vivir para el mundo venidero”.

A partir de ese día, su vida cambió por entero, y convencido comenzó a proveer para las necesidades de los cristianos.  Su padre murió mientras se encontraba en China y le dejó una cuantiosa herencia.  Entregó 5.000 libras esterlinas al Instituto Bíblico Moody; otras 5.000 para la obra misionera de George Müller y sus huérfanos; 5.000 más para la labor de George Holland con los pobres en Whitechapel, y 5.000 para el comisionado Booth Tucker y su obra con el Ejército de Salvación en India.

Mientras se encontraba en China como misionero, contrajo matrimonio con Priscilla Livingstone, quien le dio cinco hijos.  El único varón falleció recién nacido.  Al regresar a Inglaterra contribuyó a la integración de un movimiento estudiantil. Entre 1900 y 1906, fue pastor de una iglesia en el sur de India.  Su ministerio estuvo marcado por numerosas conversiones entre los funcionarios británicos y la comunidad local.  Sin embargo, a su regreso a casa, se encontró con un misionero alemán llamado Karl Kumm, y se preocupó por ir a partes de África a las que nunca se había llegado con el Evangelio.  En 1910 fue al Sudán y estableció allí la Misión Corazón de África.

Creía que el propósito de la vida podía ser confirmado por medio de coincidencias providenciales, tales como el donar espontáneamente una suma de dinero en el momento en que se necesitaba.  Animaba a los cristianos, a que corrieran riesgos y planificaran empresas misioneras, confiando en que Dios proveería. Su espiritualidad era tan profunda que sólo gustaba de leer la Biblia.  Otro libro que lo influenció fue El secreto cristiano de una vida feliz. Aunque creía que Dios a veces curaba enfermedades físicas a través de la oración y la unción de aceite, también aceptaba que algunas dolencias eran crónicas, razón por la cual en sus últimos años tomaba morfina regularmente, debido a los intensos dolores que padecía, causando con esto cierta controversia. También creía en el lenguaje sencillo y en practicar un cristianismo activo.  Su desprendimiento absoluto y predicación con respecto a al abandono total del cristiano por las cosas mundanas, causó en escándalo en su tiempo.  Creía que la obra misionera era urgente, porque todos esos que no conocían a Cristo estaban en peligro de ser condenados al infierno.

Después de una vida de servicio y desprendimiento absoluto por las cosas materiales, el 31 de julio de 1931 Charles Studd partió para el hogar eterno a morar con Su Señor a quien amó tan profundamente y sirvió fielmente.  Su última palabra fue “¡Aleluya!”.

          “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Efe. 5:1).

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