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Hugh Latimer

“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mat. 10:28)

Hugh Latimer nació en una familia de granjeros en Thurcaston, Leicestershire. No se sabe exactamente en qué fecha.  Los biógrafos, incluido John Foxe, estiman que pudo ser entre 1480 y 1494.  Comenzó sus estudios a la edad de cuatro años. Asistió a la Universidad de Cambridge y fue elegido miembro del Colegio Clare.  Recibió una Maestría en Artes en 1514 y fue ordenado sacerdote el 15 de julio de 1515.  En 1522, fue nombrado predicador y capellán universitario, y recibió el título de Bachiller en Divinidad en 1524.

En 1535 ocupó el cargo de obispo de Worcester, en sucesión a un sacerdote italiano. De acuerdo con la costumbre de la época, el obispo Latimer fue seleccionado para predicar el sermón final en el lugar de ejecución del sacerdote John Forest, instándolo a que se retractara de sus creencias herejes, pero quien no lo hizo y fue quemado hasta morir.

Hasta este momento, Latimer se describía a sí mismo como“Un papista obstinado como cualquiera en Inglaterra”.  Era un sacerdote que se distinguía por un fervor que rayaba en el fanatismo. Siempre era el primero en las procesiones y se le veía llevar  con mucho orgullo la cruz de la Universidad.  Como un nuevo Saulo, perseguía a los amigos de la Palabra de Dios y en algunos discursos tuvo tanto éxito que muchos creyeron que había  aparecido  el  hombre  capaz  de  medirse  con  Lutero  y  darle  a  la  Iglesia  de  Roma  un triunfo deslumbrante.
Fue después de esto que Thomas Bilney, un seguidor de Lutero concibió el plan de ganarlo para el Evangelio a fin de que sus dones fueren usados al servicio de mejor causa.  Para dar comienzo a su difícil tarea se valió de un procedimiento un tanto extraño. Se dirigió a donde Latimer se encontraba, y le pidió  que  escuchase  su  confesión.  Pero... ¿Qué estaba ocurriendo?... ¡El  campeón  de  la  herejía  pedía confesarse ante el campeón del papismo! Latimer creyó que sus discursos habían conseguido convencerle y que una vez sometido, Bilney podría lograr lo mismo con todos sus compañeros.  El joven se arrodilló delante de él,  y comenzó a hacerle una confesión muy diferente.  Le relató cuán grandes habían sido las angustias de su alma, y cuán inútiles todas sus buenas obras, ceremonias y sacramentos, que no podían librarlo del desasosiego y el agobio que lo embargaban.  Con voz emocionada y sinceridad contagiosa, le contó de cómo encontró la paz cuando dejó todo eso y sólo confió en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Del espíritu de adopción  que recibió y la dicha que experimentó al poder llamar a Dios como Su Padre.

El confesor quedó estupefacto al oír tal testimonio en lugar de una confesión rutinaria.  Su corazón se abrió y la palabra llena de unción del piadoso Bilney penetró hasta lo más íntimo de su ser.  Esa palabra simple pero llena de vida lo traspasó como una espada de dos filos. El Espíritu de Dios obró en él y la luz de la verdad lo alumbró en aquella  hora por ese medio inesperado.  ¡Su conversión  fue  instantánea,  como  la  de Saulo en el camino a Damasco!

Las palabras de Bilney tuvieron un gran impacto en su vida y desde ese día en adelante aceptó las doctrinas de la Reforma.  Se unió a un grupo de reformadores, entre los que se encontraban Bilney y Robert Barnes, y se reunían regularmente en la taberna - Caballo Blanco.  Más tarde dijo: “Aprendí más por medio de esta confesión, que todo lo que había leído por muchos años.  Ahora me deleito en la Palabra de Dios, y dejo a los doctores de escuelas humanas con todas sus extravagancias”.  Su conversión  tan  notable, le imprimió  un  nuevo  impulso  al  movimiento evangélico. Desde ese momento los jóvenes universitarios acudían en masa a escuchar a Bilney y a Latimer.  Visitaban los conventos, y al mismo tiempo que buscaban ganar a los religiosos, predicaban al pueblo, encontrando muchas veces oposición.

Latimer comenzó a predicar públicamente sobre la necesidad de la traducción de la Biblia al inglés, lo cual fue una acción muy peligrosa, ya que la primera traducción del Nuevo Testamento por William Tyndale había sido prohibida recientemente.  Un poco después fue llamado ante el cardenal Thomas Wolsey y recibió una advertencia.  Al año siguiente, Wolsey perdió el favor de Enrique VIII cuando no pudo acelerar la anulación del matrimonio de Enrique con Catalina de Aragón. En contraste, la reputación de Latimer estaba en ascenso cuando tomó la delantera entre los reformadores en Cambridge.  Próxima a la Navidad de 1529, predicó dos Sermones en la Iglesia de San Eduardo promoviendo las enseñanzas reformadas sobre la iconoclasia - es decir que instó a sus fieles a que repudiaran la veneración de las imágenes y toda la parafernalia católica.

Más de una vez los compañeros de Latimer fueron sacados de los púlpitos por los frailes enfurecidos, quienes no descansaron hasta conseguir que fuesen arrestados y conducidos a Londres para ser juzgados. El 14 de abril de 1554, los comisionados del partido papal, incluidos Edmund Bonner y Stephen Gardiner, comenzaron un examen de Latimer, Ridley y Cranmer. Latimer que ya para entonces era un anciano, apenas podía sostener un debate a su edad, así que respondió al consejo por escrito. Argumentó que las doctrinas de la presencia real de Cristo en la misa, la transubstanciación y el mérito propiciatorio de la misa no eran doctrinas bíblicas.  Cuando los comisionados trataron de demostrar que Latimer no compartía la misma fe que los Padres de la Iglesia, respondió: “Profeso la misma fe de ellos, cuando citan la Escritura para demostrar algo... Soy de su fe...” 

Latimer creía que el bienestar de las almas le exigía que defendiera la comprensión protestante del Evangelio. Los comisionados también entendieron que el debate involucraba el mismo mensaje de salvación, por el cual las almas serían salvadas o condenadas.  Pese a todo fueron sentenciados a muerte.  El día de su ejecución, después de pronunciar una oración, Latimer agregó: “Agradezco sinceramente a Dios que haya prolongado mi vida para este fin, para que así pueda glorificarlo con ese tipo de muerte”.  Fue quemado en la hoguera junto con Nicholas Ridley.  Está registrado que le dijo: “Tened buen ánimo maestro Ridley, por la gracia de Dios, en este día encenderemos tal luz en Inglaterra, que confío en que nunca se apagará”.

Hermanos, estemos preparados, porque quizás más pronto de lo que pensemos muchos de nosotros, también tendremos que dar testimonio de la Verdad.

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