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La Influencia de las Madres Cristianas

Detrás de cada gran ser humano está su madre.  Ellas son la mayor influencia en la vida de sus hijos.  ¡Qué gran bendición es tener una madre cristiana y piadosa, porque el mayor regalo que cualquier mujer puede dar a su familia es enseñarlos en el conocimiento de Dios, su Hijo y Salvador, nuestro Señor Jesucristo y su Santa Palabra!

Tristemente, la influencia del movimiento feminista ha causado que las señoras se hayan apartado del papel que el Creador designó para todas ellas.  Ahora, en lugar de desempeñar la labor de madre y ama de casa en el hogar, se les anima para que se realicen como seres humanos y profesionales.  Esta tendencia no sólo se advierte en los países desarrollados, sino prácticamente en el mundo entero: que las esposas trabajan fuera del hogar y llevan a sus hijos cada día a los centros de cuidado infantil, algunas veces después de la primera semana de nacidos.

En 1950 en Estados Unidos, sólo 12% de las amas de casa con niños en edad preescolar trabajaban.  En su mayoría se trataba de madres solteras, viudas, separadas o divorciadas que tenían que proveer el alimento para sus hijos.  Este porcentaje fue elevándose paulatinamente en todo el mundo, incluso son incontables el número de hogares cristianos donde se ha adoptado esta misma tendencia cultural.  Aunque reconocemos que hay casos en que es necesario hacerlo, estos son la excepción, no la regla.  Lamentablemente la mayoría de parejas que toman esta decisión, lo hacen por tener un mejor estilo de vida y proveer cosas materiales en el hogar, pero si le preguntaran a los hijos que preferirían: si pasar el día en una guardería o estar con sus madres, de seguro escogerían lo segundo. 

Para poder comprender mejor lo que significa la influencia de una madre y una abuela piadosa, en la Palabra de Dios encontramos el ejemplo de Timoteo, a quien Pablo le escribió con estas palabras: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Ti. 1.3-5).

Por el testimonio de Pablo aprendemos, que la fe de Timoteo le fue transmitida por su abuela Loida y su madre Eunice.  Dios pudo usar la predicación del apóstol para llevar a Timoteo a la conversión real, pero detrás de todo esto, estaban ya años de la influencia Divina sobre él, de parte de su abuela y de su madre.

Pablo también sigue diciéndole a Timoteo: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:14-17).

Las palabras del apóstol dejan claro, que la fe sincera de estas mujeres se combinó para instruir a Timoteo desde los primeros días de su infancia.  El ejemplo de ellas y el resultado que esto tuvo en su vida, nos demuestran que mediante la fe en Dios y el honrar su Palabra, las madres piadosas ejercen una gran influencia al entrenar a sus hijos.

Ni la Biblia, ni los registros históricos de ese tiempo nos dicen cómo estas mujeres llegaron a tener fe en el Señor Jesucristo, aunque la Escritura sí declara que la madre de Timoteo era judía, pero su padre era griego: “Después llegó a Derbe y a Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego” (Hch. 16:1).

Tal vez Loida se convirtió el día de Pentecostés y lo compartió con su hija, o quizá las dos mujeres eran judías devotas que respondieron a la predicación de Pablo cuando visitó la ciudad de Listra.  Pero lo que sí es claro, es que fueron ellas quienes le trasmitieron su fe a Timoteo, y que su padre era un incrédulo.  Tampoco sabemos cómo Eunice se casó con un griego siendo judía, porque el Antiguo Testamento es muy claro al declarar, que ninguna mujer judía debía casarse con alguien ajeno a su fe.  Lo único cierto es que esta abuela y madre, compartieron su creencia en el Señor Jesucristo con su nieto e hijo.

Mientras que la voluntad de Dios, es que el padre adopte el papel de líder espiritual en el entrenamiento de los hijos, la madre puede ejercer una gran influencia incluso en situaciones en que los padres son pasivos u hostiles en contra de Dios.

La principal cualidad que una madre necesita es una fe sincera.  Esta palabra «sincera» literalmente significa «no ser hipócrita», porque es posible profesar una forma de fe no genuina.  Esta fe no legítima, “es la mascarita dominical” sobre la que tantas veces habló nuestro Pastor, el hermano Holowaty.  Es esa máscara que en algún momento, muchos nos hemos puesto frente a los miembros de la iglesia o cuando estamos en público, pero la cual nos quitamos cuando estamos en casa.  Los padres algunas veces discutimos o nos enojamos mientras vamos camino a la Iglesia, y luego cuando llegamos al templo, nos mostramos sonrientes y actuamos como si todo estuviese perfecto, pero los niños perciben esta hipocresía nuestra.

El tener una fe sincera no implica que las madres deben ser perfectas, sino que son sinceras con Dios.  Tal era la fe que profesaban estas dos mujeres, era algo que exhibían y practicaban día a día en el hogar.  Una fe genuina implica que hemos creído sinceramente en Jesucristo como Salvador y Señor y que caminamos en armonía con Él cada día, invirtiendo tiempo en escuchar su Palabra, así sea leyéndola o meditando en ella. 

Quiere decir, que estas madres se confrontan a sí mismas con las Escrituras y juzgan su propio pecado o faltas.  Significa, que cuando pecan en contra de un miembro de la familia, buscan el perdón de ellos y se proponen mejorar en esas áreas de roce.  Implica que desarrollan un carácter piadoso, sumiso, agradecido y gozoso en el Señor.  Sus hijos se advertirán, de que mientras su madre o abuela, no son perfectas, caminan con Dios y tratan de vivir en armonía con Su Palabra.

Las madres piadosas asimismo luchan por compartir esta fe con sus hijos y nietos, pero si es una fe hipócrita ellos se darán cuenta y no querrán saber nada de esta versión de cristianismo.  Pero la fe genuina es contagiosa, y la de Timoteo se remontaba desde su madre hasta su abuela.  Podía ver al Señor en ellas, y eso lo atrajo a Él.

La forma principal para que sus hijos crean, amen y sirvan a Dios es a través del conocimiento de Su Palabra, porque “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18).  Lo mejor que las madres pueden hacer por sus hijos es inculcarles desde una edad temprana la importancia de leer, estudiar, memorizar y obedecer la Palabra de Dios.

Pero tengan presentes que ustedes no pueden impartir lo que no poseen.  Si sus hijos raramente ven que buscan a Dios leyendo la Biblia, o en oración, ellos de ninguna forma se verán motivados para hacerlo por sí mismos.  Si el televisor se enciende todas las noches, pero la Biblia raras veces se lee en familia, asumirán que no es importante.  Sus hijos deben ver la evidencia de que ustedes aman a Dios y a su Palabra.

Hermanas, las animamos en gran manera para que comiencen a leer la Biblia a sus niños diariamente, aunque sean infantes de brazos.  Repítanles una y otra vez esas breves porciones cuando el Señor Jesús era un niño y obedecía a sus padres terrenales y poco a poco vaya incrementando las lecturas hasta que llegue el momento en que ya puedan leerles la Primera Epístola a los Romanos que explica tan claramente las causas y consecuencias que acarrean nuestros pecados.  Incluso pueden comprarles historias bíblicas ilustradas con dibujos para una mejor comprensión.  Porque aunque sean pequeños pueden aprender mucho más de lo que ustedes mismas se imaginan.

Ellos necesitan saber desde la tierna infancia lo que revela la Palabra de Dios sobre la condición de las personas que Lo desobedecen.  Que el Señor los ama, pero que también es Santo y Justo, y que apartará sus ojos de esos que desprecian el sacrificio de su Hijo quienes se condenarán a sí mismos al castigo eterno.

Tienen que conocer que el Señor Jesucristo murió en la cruz como nuestro sustituto, recibiendo todo el castigo que merecían nuestros pecados, y que por Su sacrificio somos perdonados por Dios, no por nuestras buenas obras, y que sólo esta fe conduce a la salvación.

Conforme vayan leyendo la Biblia, sus hijos se enterarán de las vidas de todos esos que se acercaron a Dios, recibieron el perdón de sus pecados y sus existencias fueron fructíferas y santas, y de esos otros que adoptaron la decisión equivocada y vivieron moralmente arruinados.  Aprenderán que cada ser humano tendrá un día que rendir cuentas delante del Creador.  Cuando les estén leyendo la Biblia, oren para que Dios las use para convencerlos de su pecado, de que necesitan la salvación y que el único que puede proporcionárselas es Cristo Jesús.

Tengan mucho cuidado y no den por un hecho, de que si su hijo o hija de 7 ó 10 años recibió a Cristo como su Salvador, ya fue verdaderamente salvo o salva, porque no siempre es así.  Obsérvenlos conforme vayan creciendo para asegurarse de que su conversión es genuina.  ¿Advierten que exhiben pruebas auténticas de su conversión? ¿Qué están contritos o contritas cuando pecan? ¿Muestran amor por Dios y su Palabra? ¿Disfrutan hablando de las cosas celestiales?  Hoy la mayoría de iglesias predican un evangelio fácil, uno que hace sentir a todos muy bien y esto puede llegar a confundirlos.

La Palabra de Dios no es sólo poderosa para salvar, sino que también es suficiente para instarnos a la piedad y santidad: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P. 1:3, 4).

Nos enseña la forma cómo quiere Dios que vivamos: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 T. 3:16).

Revela los pensamientos e intenciones del corazón: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12).

Tal vez usted piensa que ha fracasado como madre.  No olvide que Dios siempre honra el arrepentimiento.  Acuda a Él, confiese sus faltas y comience de inmediato a obedecerle.  Hable con su esposo y con sus hijos y pídales que la perdonen, porque aunque ellos ya sean mayores, Dios honrará su arrepentimiento: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Co. 7:10).

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