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Usted escoge su estatura espiritual

         En la vida física todos tenemos estatura, color de los ojos, forma de la nariz, dedos largos o cortos, voz más grave o más aguda, etc.  No podemos hacer nada por esto, no podemos elevar nuestra estatura, ni hacer otros cambios, a menos claro está, que recurramos a las sofisticadas técnicas de la cirugía plástica.

         Sin embargo, en la vida espiritual, nosotros mismos decidimos si seremos enanos, semi-enanos, enfermizos, tambaleantes, inseguros, o si nos convertiremos en verdaderos gigantes, fuertes, seguros, capaces de ser usados por Dios.

Cuando una persona recibe a Jesucristo como su Señor y Salvador, recibe el perdón de Dios.  Desde ese momento, muy posiblemente llegue a formar parte de una Iglesia local.  Ahora cuenta con la presencia del Espíritu Santo morando en él o ella.  A partir de este instante, él o ella puede desarrollar sus talentos, su capacidad, o si lo prefiere sus dones, para la causa de su Amo.

Cada uno decide el camino a tomar

         Ante el nuevo creyente, hombre o mujer, se abren dos caminos: Uno de ellos es, "El camino de la vida carnal", el otro: "El camino de la vida espiritual".  La tendencia del nuevo cristiano es seguir el "carnal", y hasta dice: «Es más fácil, ya lo conozco.  Más vale un camino conocido, que uno por conocer...»

         Todo nuevo cristiano debe distinguir bien estos dos senderos, lo mismo que sus respectivos destinos.  A continuación describiré las características respectivas de estos dos tipos de cristianos.  Por favor, lea con atención y luego decida, si tiene algo que decidir.  Si cree que la vida carnal le ofrece buenos dividendos, quédese allí, pero si siente vergüenza por seguir así, deténgase y tome el camino de una vida cristiana espiritual.  Otro asunto, al cristiano carnal se le llama también anormal, mientras que al espiritual normal.  Es usted quien decide si será normal o anormal.

         Realmente existen los cristianos carnales, tal como dice la Escritura: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía” (1 Co. 3:1, 2).  “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20).  “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Ef. 4:14).

         Ahora vamos a considerar algunas de las características del cristiano carnal:

1. Es un cristiano que no tiene interés en congregarse con los hermanos

         Es un hermano “cometa”.  Un “eterno visitante”.  Él o ella no necesitan de nadie.  Sin duda, esos cristianos saben que la Biblia dice: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (He. 10:25), pero no hay caso, porque decidieron lo contrario.

         Al congregarnos buscamos ayudar a otros con alguna conversación, oración o consejo, y también porque nosotros mismos necesitamos tener comunión con los hermanos.  Aunque el carnal dice: «Yo no tengo nada que hacer con toda esa gente, leeré mi Biblia, oraré y escucharé himnos en casa.  ¡Con eso basta!»

2. No le interesa el conocimiento de la Biblia

         ¿Sabía usted que hay hermanos que han sido cristianos por 20, 30 y hasta 40 años y nunca han leído la Biblia completa?  Son carnales, y la Palabra de Dios no es el libro más atractivo para ellos, no les atrae su conocimiento.  La Biblia es de inspiración divina, por lo tanto, el carnal no tiene gran apetito de lo que es del Espíritu Santo.  Jesús dijo sobre esto: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).  “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4).

         Es muy difícil que una Iglesia con una buena cantidad de hermanos carnales, llegue lejos. 

-  Se debatirá siempre en una vida mediocre.
-  Con cristianos que escandalizan, que no resisten las tentaciones, que pelean entre sí como también con los mundanos.
-  Con esposos brutos, cristianos carnales.
-  Esposas dejadas, indiferentes, respondonas y chismosas.
-  Hijos desobedientes y malcriados, productos de padres carnales.
-  Con desorden en lo económico, porque no administran bien el dinero.
-  Con sobresaltos constantes y deudas que nunca acaban, producto de un cristianismo carnal.

         La Palabra de Dios nunca corrige a quienes la desprecian.  Dios dijo en el Antiguo Testamento, con respecto a los gobernantes de Israel: “Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra” (Dt. 17:18, 19).

         A veces pensamos: «¡Qué bueno sería que nuestros gobernantes, antes de concurrir al Palacio de Gobierno, se tomaran el tiempo y leyeran la Palabra de Dios, y de rodillas imploraran la sabiduría, cuidado y dirección del Señor!»

         Esto vale mucho más que los miles de “Tedeums” que se cantan a diario en las Iglesias.  Mucho más que incontables ceremonias religiosas, que decenas de consejeros presidenciales.  Si los presidentes hicieran esto, nunca firmarían un decreto fuera de lugar, ni permitirían que sus colaboradores se enriquecieran robando, ignorando la pobreza extrema de niños y ancianos.  Pero... ¿Cómo esperar que haga tal cosa un hombre que ni siquiera conoce a Jesucristo?  Es triste, pero la mayoría de los cristianos no comienzan el día, ni lo terminan, con la lectura de la Biblia y la oración.  Aunque parezca extraño, para un carnal, la ignorancia y el analfabetismo escritural es una especie de triunfo, de orgullo.

3. El carnal nunca gana almas, porque no le habla a nadie de Cristo

         La razón es porque no le importa que los incrédulos vayan al infierno.  Además, este cristiano sabe que no tiene mucho que decir.  Es probable que su interlocutor le haga alguna pregunta que tiene que ver con el A B C del cristianismo, y este caballero o dama no sabe qué responder.

         Dios, por boca del profeta dice algo muy serio sobre esto: “Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos... Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca...” (Ez. 2:4, 5, 7, 8a).

         Ésta fue la Gran Comisión para el profeta.  Pero... ¿Qué habría pasado si Ezequiel se hubiera negado a hablar?  Bueno, Dios le dijo: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma” (Ez. 3:17-19).

         ¡Ésta sí es responsabilidad!  Tenemos que detenernos y meditar en el alcance de estas palabras.

-  Dios es quien envía a Ezequiel.
-  Le anticipa que se trata de hijos de duro rostro y corazón empedernido.
- Que no importa si escuchan y se convierten o no, pero que su deber es hablarles.
- Le dice que si no hace caso, algún día dirán que nunca hubo profeta entre ellos.
-  Advirtiéndole: “Les hablarás, pues, mis palabras”.  Él no debía hablarles de lo que los rabinos habían determinado.  De lo que era más apropiado para su cultura y el modo de pensar de la mayoría.  No importaba si se ofendían.  El deber del enviado, de Ezequiel en este caso, era comunicarles la Palabra de Dios.
-  El Señor le dice que es un atalaya para “la casa de Israel”.  Notemos que Dios no le ordena que le hable a algún pueblo pagano, sino a Israel.  ¡Nuestra obligación hoy es evangelizar a millones que dicen ser cristianos y sin embargo, son enemigos de Dios, desconocen a Cristo y están sumidos en la idolatría!
- Y prosigue Dios: “... Oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte” (Ez. 3:17b).

         ¡Qué gran responsabilidad la de Ezequiel!  ¡Cuán clara fue la comisión que recibió de parte de Dios!  ¡Cuán difícil es su tarea, siendo que el Señor le dice de antemano que el pueblo de Israel no le hará caso, que no le escuchará, porque son duros de corazón y le rechazarán!

         Finalmente, Dios le dice algo muy serio: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano” (Ez. 3:18).

         Por muchos años me rompí la cabeza tratando de entender qué significaba realmente, que Dios demandará la sangre de un tercero, como si fuese directamente el responsable o culpable de su perdición.  ¡Ahora entiendo que todo silencio culpable, al no advertir al pecador de lo que le espera, repercutirá en contra nuestra ante el Tribunal de Cristo!

         Esa fue la Gran Comisión de Ezequiel, pero hay otra que es para todos nosotros, y es el mismo Jesús quien dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19).

         Todos los cristianos, a semejanza de Ezequiel, somos comisionados por el Señor para esta tarea.  La del pastor es mayormente enseñar, edificar y dirigir la congregación, pero la conquista de almas para Cristo es privilegio y deber de cada cristiano.

         Lucas dice: “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas” (Lc. 24:45-48).

-  El Señor también nos abrió el entendimiento a usted y a mí.
-  Hemos entendido el Evangelio de Cristo.
-  Sabemos que hay perdón para el pecador mediante el sacrificio de Cristo.
-  Dios no nos comisionó para que hiciéramos peregrinaciones religiosas.  Tampoco que prendiésemos velas a estatuas. 
-  No nos ordenó ayunar, aunque no está mal hacerlo. 
-  Ni nos dijo que organizáramos grandes coros, ni marchas para Jesús, ni que saltemos, ni hablemos a otros de nuestras visiones, sueños y supuestas profecías.

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