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¿Próximos a partir? - P II

Este mensaje que fuera escrito por el Pastor José Holowaty a finales de la década de 1980, fue muy importante y esclarecedor en ese tiempo, pero hoy lo es mucho más. Al leerlo se advertirá de cómo Dios facultó a su siervo para que hiciera una proyección de lo que estaba ocurriendo entonces, permitiéndole por medio del estudio de su Palabra, que anticipara lo que está sucediendo ahora.

¿Qué estará haciendo usted cuando ocurra este singular evento?  ¿Estará activo en el servicio de su Salvador?  ¿Estará arriesgando su economía, su salud y su comodidad?  ¿O se encontrará acumulando bienes aquí, viviendo para sí mismo y tal vez para su familia y ahorrando a la espera de disfrutarlo algún día?

Se cuenta que, «Hace años un hombre en Chicago murió dejando $50.000 dólares a la Unión Americana de Escuela Dominical, estipulando que el interés que aportara el dinero se usara únicamente para el trabajo misionero.  Durante once años, en los cuales la Unión estuvo recibiendo el interés por este dinero, se iniciaron 816 Escuelas Dominicales, con 3.086 maestros y 29.784 estudiantes; se hicieron 97.559 visitas a hogares de personas; se celebraron 8.577 reuniones; se compraron 6.149 biblias y Nuevos Testamentos y se gastaron $8.693 dólares en la compra de literatura bíblica que se distribuyó; 3.679 personas se convirtieron y se organizaron 61 Iglesias».

Este hombre no era predicador, ni pastor, ni misionero, no era escritor, sino solamente un pecador salvo por la fe en Cristo.  El hombre ya está con el Señor, y sin duda alguna se enteró de la labor maravillosa que estaba haciendo.  No todos disponemos de tal cantidad de dinero para la obra del Señor, pero Dios nos bendice cuando le entregamos tanto que hasta creemos que estamos poniendo en peligro nuestra existencia, nuestra propiedad, salud y hasta la familia.  Él nos desafía diciéndonos: “Traed los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, sino os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos” (Mal. 3:10, 11).
Permítame transcribir este mismo texto de la Paráfrasis: “Ustedes me han robado los diezmos y las ofrendas que me son debidos. La terrible maldición de Dios está cayendo sobre ustedes por esta causa, porque toda la nación me ha estado robando. Traigan todos los diezmos a la tesorería del Templo a fin de que haya alimento suficiente en mi Templo. Si lo hacen, yo abriré las ventanas de los cielos sobre ustedes y derramaré una bendición tan grande que no tendrán lugar para recibirla. Hagan la prueba; pruébenme en esto. Sus cosechas serán grandes, porque yo las cuidaré de los insectos y de las plagas.  Sus uvas no caerán antes de madurar, dice el Señor de los Ejércitos.  Y todas las naciones los llamarán benditos, porque la suya será una tierra de alegría y felicidad. Estas son las promesas del Señor de los Ejércitos. Su actitud hacia mí ha sido orgullosa y arrogante, dice Jehová”.

Nosotros podemos encogernos de hombros y decir: «Bueno, eso era para los judíos en los días de Malaquías».  También podemos decir: «La Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, no obliga a los cristianos a diezmar».  Igualmente podemos agregar: «Realmente no vale la pena diezmar si sólo voy a hacerlo para que Dios me bendiga física y materialmente».  Y alguien podría añadir esta otra declaración a la lista de excusas: «No tengo conocimiento de nadie que diezme y que le vaya tan bien en su economía y salud».

Permítame ofrecerle unas respuestas:

1.  Es cierto que la obligación del diezmo era primariamente para los judíos, pero... ¿Sabe cuál es el origen del diezmo, al igual que el de la gracia?  Mucho antes de la ley que regulaba el diezmo o lo imponía, la Biblia dice que Abram, un hombre de Dios, entregó sus diezmos voluntariamente: “Y le dio Abram los diezmos de todo” (Gn. 14:20b).  Esta pregunta deja de serlo cuando hay un corazón abierto para el Señor.  El origen del diezmo no es de la Ley Mosaica, sino que tuvo su origen en la persona gentil de Abram, porque él vivió mucho antes que existiera el pueblo hebreo.  Israel tuvo su origen en Jacob, el nieto de Abraham.

2.  Es igualmente cierto que la Biblia no obliga a diezmar, porque nada que se hace por obligación será de bendición.  Dios le dijo a su pueblo que diezmara, pero ellos muy pronto dejaron de hacerlo.  El hombre por naturaleza es ladrón.  Nadie obligó a Abram, tampoco nadie le obliga a usted que es tan gentil como Abraham y vive amparado por la gracia divina igual que él.

3. La excusa de que no vale la pena hacerlo sólo para que otros aplaudan su actitud, no tiene valor alguno.  Nadie le obliga a tocar la trompeta para anunciar cuán diezmador es usted.

4. Dice que, «No recuerda a nadie que haya sido bendecido material y físicamente por diezmar».  Alabado sea Dios porque probablemente el Señor le está otorgando una bendición mucho mayor, la espiritual.  Tal vez lo bendiga con la salvación de su familia inmediata, de sus parientes, la salvación de sus amigos.  La reconciliación de otros hermanos alejados que viendo su fidelidad se han corregido.

Las estadísticas a veces nos asustan, pero tenemos que admitir que por lo menos algunas de ellas son ciertas.  Disponemos de estadísticas correspondientes a la década de 1980, sobre el porcentaje de misioneros evangélicos en áreas populosas estratégicas del mundo, y son como sigue:

-  1.448 Ministros para un millón de personas en Estados Unidos.
-  56 Misioneros para un millón de personas en África.
-  30 Misioneros para un millón de personas en Sudamérica.
-  20 Misioneros para un millón de personas en Corea y,
-  18 Misioneros para un millón de personas en India.

Por alguna razón, todo el mundo tiene “llamado” para trabajar en Estados Unidos.  Hace ya muchos años que mi mayor deseo es despertar a cuantos pueda, para que inviertan en la obra del Señor, pero no en Estados Unidos, sino en nuestros países de Hispano América, los que se encuentran sumidos en la ignorancia e idolatría religiosa.

Permítame citarle esta otra estadística:

-  El 9% de la población del mundo habla inglés.
-  El 90% de los cristianos en el mundo provienen del 9% que habla inglés.
-  El 94% de los ministros ordenados en el mundo sirven al 9% que habla inglés.
-  El 96% del ingreso de las Iglesias se gasta entre el 9% que habla inglés.

Podemos estar seguros que Dios no bendecirá nuestras vidas o nuestro trabajo, sea este espiritual, intelectual o físico a menos que le entreguemos todo y comencemos a depender verdaderamente de Él.

Un hombre llamado Robert Arthington de Leeds, un graduado de la Universidad de Cambridge, vivía en un sólo cuarto, cocinaba él mismo sus comidas, pero le dio a las misiones foráneas $500.000 libras con la condición de que todo el dinero se gastara en trabajo pionero en el curso de 25 años.  Escribió estas palabras: «Con gozo hice del suelo mi cama, convertí una caja en mi silla y otra caja en mi mesa, antes de permitir que los hombres perecieran por falta de conocimiento en Cristo».

El hombre ya está con el Señor, pero... ¡Qué testimonio de desprendimiento, de visión, de amor a las almas, de entrega incondicional, de consagración verdadera!  Y usted, ¿se atrevería a decir que no tiene? ¿Está seguro de esto? ¿Por qué no hipoteca su casa y usa el dinero para la causa misionera?  Estoy seguro que todos estaríamos dispuestos a arriesgarnos si alguien llegara y nos presentara un plan que requiere una inversión de $10.000 dólares, para recibir a cambio dentro de dos o tres años medio millón de ganancia.  ¡Cómo correríamos al banco, llenaríamos las planillas de solicitud y obtendríamos dinero rehipotecando nuestra propiedad!  Pero cuando se trata de la obra del Señor nuestra excusa es bien bíblica: «Bueno, si el Señor quiere que se haga esto o aquello, Él proveerá».  ¡Qué bien suena esto, qué sabio y qué bíblico para un hermano o hermana mezquinos!

Hay muchos orientadores en la economía que hablan de cómo no debemos usar las tarjetas de crédito y cómo no debemos gastar lo que no tenemos.  Cuando estudiaba dactilografía, la maestra como parte de esa práctica, nos hacía escribir quién sabe cuántas veces esta frase: «No gastes lo que no ganas». ¿Sabe una cosa?  Todo es verdad, es correcto.  «No debemos gastar lo que no tenemos».  ¡Pero yo no estoy hablando de gastar, sino de “invertir” en el Banco del Cielo!  ¡No tenga miedo de hipotecar su casa e invertir ese dinero en la obra del Señor!

Si yo pudiera convencer a sólo doce personas para que hagan este esfuerzo y hagan esta inversión a pesar de que es un compromiso muy serio, estoy seguro que el Señor comenzaría a hacer su parte.  El continente entero oiría la voz de Dios tronante a través de la radio.  Muchos hombres y mujeres vendrían ante Él confesando sus pecados en todo el continente.  La vida de muchos cristianos abandonados y sin ninguna guía, recibiría mucha vitalidad.  Habría gozo entre los ángeles del cielo por pecadores que se rinden al Señor y habría mucho gozo en cada corazón que participe en esta aventura con Él.  ¡Anímese hermano o hermana!  ¡Atrévase a hacer eso que cree que puede llevar su economía hasta la quiebra, porque hasta la fecha no se ha dado un sólo caso de quiebra para los que han invertido en la causa del Señor!

Tal vez usted diga: «Bueno no tengo un gran margen aunque hipoteque mi propiedad» ¡No importa, lo que importa es su actitud, determinación, decisión, su participación y dependencia total del Señor!  Si Dios me diera sólo cinco hermanos, le aseguro que Él recibiría la gloria y los participantes las bendiciones.

¿Recuerda el caso del muchacho y su almuerzo?  Dice la Escritura, que “Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido” (Jn. 6:5-13).

En este incidente hay algunos detalles muy llamativos:

1.  Dice el versículo 10 que había unos “cinco mil varones”.  Esto significa que si a estos varones les agregamos las mujeres y los niños que estaban allí, tendríamos por lo menos una multitud de unas 10.000 a 15.000 personas.  Esto nos hace ver que la demanda puede parecernos muy grande, tanto que no queremos siquiera comenzar por no contar ni con los medios humanos ni con los recursos económicos.

2.  Dice Mateo 14:15, que “El lugar [estaba] desierto, y la hora pasada”.  “Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer”.  ¿No es cierto acaso que este mundo es un desierto, carente del Evangelio de Cristo y que las sombras de la noche de la Gran Tribulación se ciernen sobre los miles de millones de sus habitantes?

3.  Esos en el desierto, eran los que seguían a Jesús: “Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos” (Jn. 6:2).  Permítame decirle, la necesidad más urgente hoy no es la evangelización, especialmente si hablamos de nuestro continente, sino la enseñanza, la alimentación de la sana doctrina bíblica.  ¡Qué gran desafío para nosotros cuando el Señor dice “dadle vosotros de comer”!  Es nuestro deber hablarle a la gente de la salvación por la gracia.  Debemos alimentar a los nuevos en la fe con la seguridad de la salvación.  Es nuestro deber enseñarles a tantos hermanos la doctrina del perdón de Dios.  Instruir a los que no tienen en dónde recibir la sana enseñanza de todo lo que Jesús y los apóstoles enseñaron.  Es nuestro deber dejar bien claro ante tantos hambrientos de la verdad, cuál es el peligro del ecumenismo y sus ramificaciones con el paganismo.  Debemos enseñar a miles y millones a aprender a discernir entre la verdad y el engaño.

Pero muchos tal vez digan: «¡Pero Señor, nuestras Iglesias bíblicas son muy pequeñas, pobres y carentes de recursos económicos!  No podemos estar ni en la radio, ni en la televisión, mucho menos en Internet».  A estos creo que el Señor les diría: «¡Me tienen a mí y eso basta!»

4.  “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (Jn. 6:9).  La Biblia no dice ni la edad ni el nombre de este muchacho, que tal parece era el único que traía algo.  Lo admirable es que él entregó todo su pobre almuerzo sin resistencia.  Dios generalmente usa a hombres y mujeres humildes, pobres, de limitados recursos para que la gloria sea para Él y no para nosotros.

Mientras no lleguemos al fondo de lo que tenemos para consagrarlo al Señor, seguiremos miserables, débiles, sin visión misionera, inconformes y sin frutos para el Señor.  Es notable que cuando Dios usa a alguien, generalmente pasa desapercibido.  Hay quienes hacen mucho, aparecen en los diarios y revistas, les hacen entrevistas y los periodistas andan con sus cámaras y grabadoras para captar alguna de sus palabras, declaraciones o conceptos.  Es también bien cierto que cuando una persona recibe mucha publicidad, sus convicciones religiosas y lo que enseña a otros, por lo general no es muy digno de crédito.  Nunca los verdaderos seguidores de Jesús han recibido alabanzas en su carrera cristiana.  Este muchacho, que en cierto modo permitió que tanta gente recibiera alimento, aparece sin nombre, sin edad, sin educación, procedencia.  Ni siquiera se dice si era judío o gentil, sólo se le menciona como “un muchacho”.

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