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Un Llamado a un Autoexamen (Parte 1)

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Co. 13:5)

La Iglesia de Cristo en el mundo entero necesita desesperadamente despertar de la modorra espiritual en que está sumida.  El problema no es de un país en particular, un grupo determinado, tal como los que abogan por el aborto, la comunidad de homosexuales, transexuales, lesbianas y demás, de los de izquierda o derecha, los globalistas, los derechistas, progresistas, comunistas, etc., sino de toda la Iglesia de Jesucristo.

El asunto al que vamos a referirnos es el triste estado del cristianismo.  Encuestas recientes demuestran que esos que profesan ser cristianos viven como todos los demás, y en ocasiones en peores condiciones.  La evidencia de la espiritualidad en la gran mayoría, en muchos casos es inexistente.  La comunidad de creyentes está marcada por la desidia, por el desinterés en su crecimiento espiritual, por el mal, la cobardía y una actitud que básicamente está diciendo a gritos: «¡Esperemos a ver, qué es lo que pasa!»  ¡Ésta es una actitud pésima!

Elie Wiesel,  un escritor de ascendencia judía, de nacionalidad estadounidense, superviviente de los campos de concentración nazis, dedicó toda su vida a escribir y hablar sobre los horrores del Holocausto, con la firme intención de evitar que se repitiera en el mundo una barbarie similar.  Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986.  Él escribió: «Siempre debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al atormentador, nunca al atormentado».

Y nos preguntamos: ¿Por qué tantos cristianos se niegan a tomar partido en cuestiones morales?  ¿Por qué solo uno de cada cuatro vota en las elecciones?  Estos son problemas profundamente arraigados en el corazón.  Por lo tanto, ¿cómo podemos saber si estamos espiritualmente enfermos o no?

Sugerimos que todos nos hagamos un autoexamen serio.  Para esto vamos a utilizar un esquema que preparó Aiden Wilson, un Pastor cristiano estadounidense, predicador, escritor, editor de revista y conferencista bíblico, aunque le hemos hecho algunas modificaciones.  Él les llamó “Reglas para el autodescubrimiento”, son siete y sobre ellas haremos nuestro comentario.

1. ¿Qué es lo que más queremos y nos gusta?
Nuestros antojos y deseos dicen mucho sobre nuestra condición espiritual, porque son un reflejo de nuestra naturaleza.  Los pájaros quieren volar, al igual que los peces quieren nadar. Los animales se rigen por sus necesidades físicas.  Si observamos un prado donde hay reses, las veremos a todas con la cabeza inclinada, pero no están orando sino comiendo pasto.

Los seres humanos tenemos necesidades físicas porque tenemos cuerpos.  Nos cansamos, nos da hambre, sueño, etc., pero ciertamente los cristianos no sólo poseemos cuerpos, sino también una naturaleza espiritual.  El apóstol Pablo a este respecto, y escribiendo sobre nuestra santificación dijo: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23).

Todos estamos de acuerdo en que hay una parte física en nosotros, así como otra espiritual e inmaterial.  Conforme crecemos en la fe, nos hacemos más conscientes de cómo lo invisible afecta a lo visible, porque somos seres físicos creados a la imagen de Dios.

Si alguien nos hubiera tomado una fotografía el día antes de ser salvos y otra al día siguiente, habría comprobado que no se percibía ningún cambio significativo en los retratos.  Si es que teníamos un perro, de seguro éste no nos ladró el día después que fuimos salvos, tampoco intuyó que algo muy grande y profundo en nuestro interior había cambiado, porque ya en lo íntimo éramos muy diferentes.

A veces la dimensión espiritual de nuestro ser es tan poderosa, que más bien deberíamos concluir que no somos seres físicos en busca de una experiencia espiritual, sino criaturas espirituales en busca de una experiencia física.  Tal como dijo el apóstol: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

¿Qué es lo que más debemos anhelar los cristianos verdaderos?  Disfrutar de la victoria sobre el pecado y la tentación; orar por la salvación de nuestros seres queridos y familiares antes de que sea demasiado tarde; experimentar la plenitud del Espíritu Santo; regocijarnos con la reconciliación con un cónyuge, un hijo, o un compañero de trabajo.  Además, el mayor anhelo de todo cristiano debe ser que las personas sean salvas, y dar muestra de nuestra fe recibiendo las aguas del bautismo.  Por lo tanto, cada uno de nosotros debemos preguntarnos: «¿Son éstas las cosas que realmente anhelo?»

2. ¿En qué pensamos más?
Filipenses 4:8 lo aclara muy bien: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

Pensamos con nuestra mente, pero también con el corazón y nuestros sentimientos: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él...” (Pr. 23:7a).  Examinemos nuestra forma de pensar, especialmente eso en que más cavilamos, esto nos permitirá saber mucho de nosotros mismos.

3. ¿Cómo gastamos nuestro dinero?
Algunos tuvimos la oportunidad de escuchar al Pastor Holowaty decir: «Si el bolsillo de una persona no se convierte, tampoco su corazón».  Los cristianos debemos invertir nuestro dinero de manera diferente a los no cristianos.  Los creyentes apoyamos la obra de Dios.  El dinero no es “nuestro señor”, sino un medio para servir al Señor.

Observemos nuestra casa, el garaje, el entorno que nos rodea y esto nos indicará en qué gastamos más nuestro dinero.  Por favor, no vaya a pensar que estamos criticándolo porque toma unas vacaciones o participa de alguna forma en cierto tipo de recreaciones.  Tampoco es un llamado a instarlo para que lleve una vida austera: que viva en una choza y sólo coma un plato de frijoles o una sopa aguada como todo alimento, sino que recuerde que el apóstol Pablo escribió: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (Fil. 4:11, 12).

Pablo no está diciendo que nunca debemos desear hacer cambios o mejoras, sino simplemente que no debemos perturbarnos o sentirnos inquietos por las circunstancias que nos rodean, tal como en el momento actual que estamos enfrentando con la pandemia.  Que no podemos dejarnos arrastrar por el temor a enfermarnos, o estar angustiados por perder el trabajo y no contar con los medios para nuestra subsistencia.

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