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Génesis 15:7-17

Al estudiar la vida de Abraham vemos el comienzo de los tratos de Dios con Israel.  Cuando hacemos un recuento de lo ocurrido a lo largo de la existencia de este patriarca, podemos ver un patrón de experiencias para el creyente hoy.  Lo que le sucedió literal y físicamente a Abraham, tiene lugar espiritualmente en la vida de cada hombre o mujer regenerados.  Fue por esta razón que los primeros cristianos, con sólo el Antiguo Testamento en sus manos, pudieron entender que la doctrina que predicaban los apóstoles provenía de Dios.

El capítulo 15 de Génesis, inicia el gran principio que gobernó la vida de Abraham, su confianza absoluta en que Dios haría lo que había prometido.  Esto le fue contado por justicia, a pesar de no poseer justicia propia.  Es la verdad que presenta Pablo en forma tan clara en los capítulos 4 y 5 de Romanos.

Leemos en Génesis 15:7, 8: “Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra. Y él respondió: Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?”.  Dios le recordó a Abraham que fue Él quien lo llamó para que saliera de Ur y fuese al territorio de Canaán.  La respuesta de Abraham fue: «Señor, ¿cómo sabré que esta tierra me pertenece? He estado aquí por diez años. He recorrido el territorio, tal como me dijiste.  He disfrutado porciones, pero no poseo nada. Señor, ¿cómo puedo apropiarme del territorio que dijiste que me darías?»  Abraham estaba expresando su gran deseo de poseer lo que Dios le había prometido, de convertirlo en su propiedad.

El territorio, tiene un significado tanto literal como espiritual.  A través de su hijo Isaac, la descendencia prometida, Abraham poseería la tierra de manera literal.  Pero mediante su descendencia espiritual, lograría posesión plena de toda la tierra en forma simbólica.  Esta es la plenitud de la vida en el Espíritu: Todo lo que Dios quiere que tengamos en Cristo Jesús.  Lo único que tenemos que hacer es extender nuestras manos y apropiarnos de estas promesas.

Dios comenzó mostrándole a Abraham, que el primer paso que tenía que dar era aceptar y apropiarse del sacrificio expiatorio, “Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino. Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; mas no partió las aves. Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba” (Gn. 15:9-11).

Cada uno de estos animales es una semblanza para nosotros de Cristo, nuestro sacrificio.  Nuestra liberación del poder del pecado debe basarse en el sacrificio del Señor Jesucristo sobre la cruz.  Esto es lo que nos enseña el capítulo 6 de Romanos.  El carácter perfecto de Cristo está representado para nosotros en estos animales y aves que sacrificó Abraham.  Lo que ocurrió en la cruz tiene el poder de acabar con el dominio del pecado y permite que el Espíritu Santo produzca el carácter de Cristo en nosotros. 

En la becerra están simbolizadas la paciencia y la fuerza.   ¿Quién de nosotros no necesita estas cualidades?  La cabra es un símbolo de alimento y refrigerio para el alma.  El carnero es una semblanza de poder y vigor en la guerra, y las aves son un cuadro de la gentileza y gracia de la obra del Espíritu Santo.  Es muy significativo también que todos estos animales fuesen de tres años de edad, lo cual es una referencia al ministerio público del Señor Jesucristo, el cual duró tres años.  Todas las cualidades de su carácter se manifestaron públicamente durante ese tiempo.  Vemos entonces que aquí tenemos un retrato simbólico de Jesucristo claramente expresado y hecho evidente en su vida.

En la muerte de Cristo, todo esto quedó disponible para nosotros.  ¡Él dio su vida, para que nosotros pudiésemos vivir por ella!  Derramó su alma hasta morir, para que toda la plenitud de su persona habitara en su vida, para que pudiéramos tener todo lo que tiene Él.  El sacrificio de estos animales y aves, y las largas horas que Abraham estuvo cuidando de ellos, es un hermoso cuadro de todo lo que Dios tiene para nosotros.

Así sea que veamos el territorio como literal o simbólico, su posesión comienza mediante la comprensión de lo que Cristo hizo para hacer posible esa posesión.  En la cruz, nuestro Señor ganó el derecho de propiedad de todos los reinos de la tierra y un día esto será una realidad.  Israel ocupará en plenitud su territorio tal como Dios se lo prometió a Abraham, y será la cabeza de todas las naciones.  Esto también será realidad en el nivel espiritual.

Durante todo el día Abraham estuvo atento, observando a los animales sacrificados, esperando y esperando, considerando el significado de todo esto.  Cuando las aves de rapiña descendían sobre los cuerpos de los animales muertos, las espantaba.  Eso mismo debemos hacer, cuando las dudas satánicas como buitres desciendan sobre nosotros atacándonos con respecto a la labor que realizamos para Cristo.

“Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza” (Gn. 15:12-14).  Cuando ya el sol se ponía en el horizonte, a Abraham le sobrecogió el sueño, entonces el temor y un sentimiento de horror se apoderó de él, debido a las tinieblas.  En medio de esta depresión mental, recibió una revelación sobre la opresión y esclavitud de sus descendientes y su futura liberación.

Note que en medio de todo lo que estaba ocurriendo se puso de manifiesto la gran paciencia de Dios.  Le dijo a Abraham que Israel debería permanecer en Egipto por 400 años, ya que la iniquidad de los amorreos que vivían en el territorio aún no había llegado a su colmo. 

Dios permitió que fuese así, que se manifestara plenamente la depravación de estas tribus para que de esta forma nadie dudara de su justicia, cuando le ordenó a Israel que entrara en el territorio y exterminara a todos esos pueblos, incluyendo mujeres y niños.  Los arqueólogos han permitido que podamos echarle una ojeada a la vida de esas personas.  Ellos practicaban toda clase de ritos inmorales en su adoración.  Su vida estaba contaminada más allá de cualquier descripción.

“Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí. Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos” (Gn. 15:15-17).  Esto también es una semblanza de la revelación que percibe cada alma que contempla la cruz de Cristo, y advierte su propia esclavitud ante el pecado.  Es la historia de la vida cristiana después de la conversión, un horno y una antorcha de fuego.  Es la larga historia de la nación de Israel, la aflicción seguida de la bendición.  Primero, Israel está en el horno y luego la antorcha brilla nuevamente en ellos. 

En la actualidad se encuentran en el horno, allí ha permanecido por 1.900 años, sin embargo, la Escritura dice, que cuando el calor del horno llegue a ser insoportable, ellos clamarán a Dios y una vez más se convertirán en antorcha de fuego para iluminar a las naciones.

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