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La Gracia Divina

La plenitud de la gracia de Dios está más allá de la apreciación, comprensión o pleno conocimiento humano.  Las riquezas de su bondad no pueden ser expresadas o descritas por lengua mortal.  Sólo podemos intentar definirla y nuestros mejores esfuerzos son una débil aproximación.  Es posible admirar la belleza de la gracia divina, pero realmente no podemos explorar su profundidad.  En el mejor de los casos, lo único que nos queda por hacer es permanecer mudos en temor reverente ante lo que vemos, y exclamar como el apóstol Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:33-36).

Cualquiera que trate de hablar sobre la gracia de Dios, debe una vez más hacer lo mismo que el apóstol Pablo, confesar cuán inadecuado es para esa obra: “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Co. 3:5).  En el mejor de los casos somos vasos de barro con un tesoro inapreciable: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 4:7).  Sin embargo, Dios puede capacitar incluso a vasos de barro, para que hablen de Su gloria y glorifiquen Su nombre: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Co. 4:5).

La Escritura enseña mucho acerca de la gracia de Dios y nos beneficiaríamos mucho si estudiamos lo que revela.  En algunas iglesias se predica mucho respecto a la forma cómo se visten las damas, los problemas con los adolescentes y cosas por el estilo, pero en la mayoría de los casos son negligentes con la gracia de Dios, para perjuicio y pérdida de los fieles.  Sea cual fuere la razón, en los sermones y clases se advierte una falta de apreciación básica por este tema central del Nuevo Testamento.  Vamos a examinar lo que dice la Escritura acerca de la gracia.

La gracia en la salvación

La gracia de Dios se hizo manifiesta en la persona del Señor Jesucristo, quien por su sacrificio y mediante el nuevo nacimiento, permitió que pudiésemos llegar a ser hijos de Dios y herederos de Su gracia.  Para ser salvo, el pecador debe nacer de nuevo.  Cuando esto ocurre, él o ella es una nueva creación en Cristo Jesús.  Este nacimiento es instantáneo, no se trata de un proceso.  En ese momento, el hombre, muerto en sus delitos y pecados, llega a ser partícipe de la naturaleza divina y recibe vida eterna, el don de Dios: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9). 

Esta gracia es suficiente para todas nuestras necesidades, así le dijo el mismo Dios al apóstol Pablo: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9).  La gracia alcanza a todos los hombres y es la fuente de poder, como le dijo Pablo a Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1).

El hombre se salva por la gracia de Dios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).  Cuando se habla de la gracia de Dios, quiere decir que se trata del “favor inmerecido de Dios hacia los hombres”.  Todos hemos pecado contra Dios y merecemos el infierno: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios... Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 3:23; 6:23).  A pesar de eso, Dios ofrece el perdón de pecados y librarnos de tal destino.  ¡Eso es gracia!  El perdón y la salvación son inmerecidos: “Por gracia sois salvos...” (Ef. 2:8).

La gracia además elimina las obras y la ley como medios de salvación.  Si pudiéramos obtener la salvación haciendo buenas obras, entonces la salvación sería simplemente una especie de salario justo: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia... Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Ro. 4:4, 5; 11:6).

Somos salvos por la obra redentora de Cristo, no por nuestras obras, de hecho, todas las buenas obras del mundo no nos pueden salvar.  Por otra parte, si alguien pudiera salvarse cumpliendo la ley, entonces en vano murió Cristo, porque ya estaba la ley mucho antes de la venida de Cristo.  La Ley revela y condena el pecado, pero no perdona ni salva: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Ro. 3:19).

La gracia además elimina las obras y la ley como medios de salvación.  Si pudiéramos obtener la salvación haciendo buenas obras, entonces la salvación sería simplemente una especie de salario justo: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia... Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Ro. 4:4, 5; 11:6).

Somos salvos por la obra redentora de Cristo, no por nuestras obras, de hecho, todas las buenas obras del mundo no nos pueden salvar.  Por otra parte, si alguien pudiera salvarse cumpliendo la ley, entonces en vano murió Cristo, porque ya estaba la ley mucho antes de la venida de Cristo.  La Ley revela y condena el pecado, pero no perdona ni salva: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Ro. 3:19).

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