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"Ordena tu casa, porque morirás"

“En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (2 R. 20:1).

Las palabras “ordena tu casa, porque morirás” entristecieron al rey Ezequías.  Inmediatamente clamó a Dios para que le socorriera y le prolongara la vida.  Lloró y clamó y Dios escuchó su oración y le agregó otros quince años de vida.

No vamos a discutir si esto fue de bendición para él y para la nación, pero es interesante que nos aboquemos a la noticia de ordenar la casa.  ¿Qué entendía el profeta y el mismo destinatario de la noticia?  Ezequías debía ordenar su reino.  Debía ver quién sería su sucesor en el trono y muchos asuntos relacionados con el reinado y con la misma familia.  Debía poner todo en orden para cuando ya no podría estar al frente de su familia y de la nación.

Nosotros no estamos en los zapatos de Ezequías, pero... ¿Significa esto que no hay nada que ordenar, sabiendo que vamos a morir?  No todos somos padres con familias ya constituidas, con compromisos económicos, espirituales y la misma formación intelectual de los que son nuestra responsabilidad.  Pero tenemos mucho que ordenar porque también nosotros vamos a morir.  Hagamos un repaso de lo que podría ser para nosotros ordenar nuestra casa, nuestra vida:

1. Más tarde o más temprano todos vamos a morir, así que es mejor que dejemos al rey Ezequías y tomemos en serio que sí, la muerte podría llegar a tocar nuestra vida en el momento menos pensado.

2. ¿Cómo estamos en nuestra relación con el Señor?  ¿No estamos comprometidos con algún pecado?  ¿Somos bíblicos en lo que creemos y en lo que vivimos?  Tal vez tengamos que mirar en el interior de nuestro carácter y nuestras actitudes hacia nuestra propia familia y conocidos: cónyuge, hijos, padres, vecinos, etc.

3. En lo que toca a la parte material y física, si el Señor nos ha dado una familia, y si nuestros hijos aún dependen de nosotros o si ya formaron sus propios hogares, ¿está todo legalmente arreglado, de modo que luego se sepa qué corresponderá a cada uno?  Esto en el caso de la muerte del jefe de la familia, el padre y esposo; pero lo mismo puede ocurrir con un hijo o hija solteros todavía.  ¿Está seguro de que todo está en orden en su vida y no tiene a alguien ofendido con quien debe reconciliarse y no tener que partir a la eternidad sin haber arreglado todo antes de ese momento?

4. ¿Cómo hacer para comenzar a llevar a cabo este arreglo?  No esperar hasta recibir la noticia que le llevó el profeta Isaías al rey Ezequías.  De la única manera que podemos tener “arreglada nuestra casa” es mantenerla “siempre ordenada”.  Vivir diariamente de manera tal que la noticia de la partida no nos sorprenda.  Para quien no es salvo aún, “arreglar su casa” significa recibir a Cristo Jesús como Salvador personal, porque no es posible hacer este arreglo una vez que uno abandona el cuerpo.  Así que, si usted todavía no está seguro de su salvación, confírmelo cuanto antes.  No espere un sólo minuto para hacerlo, ya que este es el arreglo más importante y el más fácil, porque todo cuanto se necesita de su parte es arrepentirse delante de Dios, confesarle sus pecados y depositar su fe en Cristo, quien le ofrece perdón y vida eterna.  Pero si usted ya es salvo, entonces hágase algunas preguntas: «¿Estoy yo viviendo y haciendo lo que corresponde a un cristiano, de modo que, si la muerte me sorprendiera hoy, no tendría nada que lamentar?  ¿Puse yo mis dones a disposición de mi Salvador y en bien de mis hermanos sirviéndole a mi Señor en la iglesia que él me colocó?  ¿Estoy yo en la iglesia que es fiel a su Palabra o, tal vez, sin darme cuenta estoy colaborando en propagar la apostasía de estos días?»  Usted mismo debe asegurarse de estar en la sana doctrina.  Sin darse cuenta un cristiano puede influir negativamente en la vida de otros, tanto cristianos como los que no lo son.

Sería bueno que, a esta altura, tomáramos algunos textos de la Biblia, como por ejemplo Efesios 4:25-32 “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.  Es probable que no todos estos versículos tengan algo que ver con nuestra vida, pero... ¿Qué le parecen los versículos 25, 26, 29-32?  No es necesaria mucha sabiduría teológica para saber cómo aplicar estas declaraciones del apóstol Pablo a nuestra propia vida.  En nuestras relaciones con los demás, “el gran total” lo tenemos en el versículo 32.  Agreguemos luego a todo esto, lo que encontramos en 2 Pedro 3:9-14: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.  No olvidemos que, aparte de nuestra propia muerte física, puede sorprendernos en cualquier momento el arrebatamiento de la Iglesia.

¿Cómo debo ordenar y por dónde comenzar?  He aquí lo que podría ser útil para todos nosotros:

• Ordenar mi vida de oración.
• Ordenar mi diario hablar.
• Ordenar mis ambiciones, no sea que me deje llevar por las cosas de este mundo.
• Ordenar mi vida en el cumplimiento de mi deber, tanto en relación a mi familia como en todo cuanto tiene que ver con la iglesia; el cargo que he aceptado y si realmente soy diligente, cumpliendo de la mejor manera que puedo.

Tal vez tenga que sacar de mi casa la maldición de la televisión.  Es probable que mis hijos hayan descuidado sus estudios y tengan que ser más aplicados para con sus responsabilidades.  También puede que tenga que ofrendar ahora y dejar de decir... “algún día lo haré”.  Demás está decir que mi lectura bíblica y vida de oración reclaman urgente ordenamiento.  Es probable que la codicia me esté consumiendo como termitas.  Tal vez la bebida embriagante, la falta de cuidado con mi alimentación, el uso que hago de mis momentos de descanso, los entretenimientos que me roban demasiado tiempo, etc.

Finalmente, ordenar también el aspecto legal en caso de mi fallecimiento inesperado, especialmente si se trata del jefe de familia.

Recordemos: “Ordena tu casa (tu vida), porque morirás y no vivirás”.

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