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La parábola del sembrador - P. I

“He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:3-9).

No cabe duda que la más conocida por los cristianos de las parábolas es la del SEMBRADOR.

Una cosa es leerlas, pero completamente otra es estudiarlas hasta descubrir la belleza de las enseñanzas del Señor en cuanto al Evangelio.

Antes de sembrar, se supone que el sembrador halló el terreno, sacó las malezas, limpió todo, removió la tierra y recién entonces comenzó a sembrar.  El sembrador debía asegurarse de contar con una semilla buena, de la mejor, para no echar a perder su trabajo.

¿Quién era el responsable de contar con la buena semilla?  Sin duda el mismo sembrador.  Esto nos enseña que cada cristiano debe poseer una clara comprensión en cuanto al Evangelio y asegurarse de que está capacitado para distinguir el Evangelio verdadero del falso.

El sembrador es el cristiano.  El terreno es la mente y el corazón del pecador, a quien intentamos presentar el Evangelio.

Dios se compara a sí mismo con el sembrador, dice: “He aquí vienen días, dice Jehová, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombre y de simiente de animal” (Jr. 31:27). ¡Qué gran Sembrador es, tanto en el reino natural como el espiritual!

En otra parábola, Jesús habla de sí mismo y dice: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre” (Mt. 13:37). ¡Cristo también es Sembrador!  ¿Acaso no descendió del cielo para sembrar la tierra con las semillas vivas de la verdad, santidad y gozo?  ¿Las semillas del Evangelio que producen convicción, gratitud, paz y gozo?

El Espíritu Santo es Sembrador.  Es quien inspira a los sembradores de la semilla, y riega la semilla sembrada.  El Espíritu como el viento sopla, y cada porción de su aliento es la Palabra de Dios.

Cada cristiano a su vez también debería ser un sembrador.  El sembrador no hace su semilla, sino su Maestro Divino.  Ningún hombre es capaz de crear el grano más pequeño que crece sobre la tierra, mucho menos la simiente celestial de vida eterna.  Dios enseña al ministro por medio de su Palabra y llena así su canasta con la buena semilla del reino.  Él entonces va en nombre de su Señor y esparce sus preciosas verdades.

Los diferentes suelos donde cae la semilla también tienen importancia.  Aunque la atención está centrada en el sembrador y su semilla, cada suelo tiene una reacción diferente ante la semilla que se siembra en él.  Aquí radica la importancia de la parábola, una importancia que no podemos exagerar.  La semilla que se sembró en los cuatro suelos diferentes es la misma, pero había una marcada diferencia, y es allí donde radica la clave de la parábola.  Estos suelos son los estados diferentes del corazón y su reacción al Evangelio.  Pero... ¿Cuál de ellos lo representa a usted?

1. El que escucha junto al camino, o el que escucha con la mente cerrada, Jesús explicó: “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mt. 13:19).  Este tipo de personas reciben la Palabra por los oídos, pero la misma no ingresa a su corazón.  La semilla sólo queda en su superficie.  Representa a esos que no poseen percepción espiritual.  Tal vez sean personas religiosas, que asisten regularmente a la Iglesia, pero la verdad recibida nunca les llena el alma con temor reverente.  La verdad no se implanta ni germina, por consiguiente “las aves”, los agentes del maligno, llegan y la arrebatan.

2. El que tiene el corazón endurecido como una piedra, o escucha con una mente emocional, sobre estos dijo el Señor: “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mt. 13:20, 21).  En este caso, se recibe la semilla, pero la misma no echa raíces.  La semilla brota, pero como sus raíces no pueden ingresar en los pedregales, se seca.  Aquí tenemos a las personas emotivas, entusiastas, cuya religiosidad es sólo emocional, superficial.  Esas personas no saben lo que es el nuevo nacimiento, el nacer de la simiente incorruptible.  Sus impresiones son transitorias, y cuando surge cualquier tipo de problema, de inmediato se retractan.  Carecen de fe y carácter.  No en vano se asocia el carácter superficial con la dureza del corazón.  Las iglesias cuentan con muchos de esos corazones endurecidos.  ¡Qué bendición podrían ser, si por lo menos tuvieran profundidad!

3. El que tiene el corazón colmado de espinos o escucha con una mente errante: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:22).  Aquí la semilla cae en tierra y alcanza a brotar, pero no crece porque los espinos a su alrededor la ahogan.  Ésta es una semblanza de las personas preocupadas.  La verdad se arraiga en el corazón, pero es ahogada por fuerzas que se oponen a la naturaleza de la semilla y las cuales no permiten que exista.

Están demasiado preocupados por las cosas de este mundo, bien pueden ser sus negocios, su propia religiosidad y ansiedades de otra naturaleza.  Estas personas, tal vez como Marta, por estar tan ocupadas, se pierden del gozo de estar sentados a los pies de su Señor.

El afán y la ansiedad de las riquezas también terminan por ahogar la semilla.  El Señor Jesucristo no dijo que los cristianos ricos no darían fruto, sino que “que no llevan fruto” (Lc. 8:14).  Por eso dijo Jesús: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!” (Mr. 10:24b).  El Señor Jesucristo no está diciendo que un corazón dividido no tiene religión, sino que es una religión pequeña y débil.

Los placeres de este mundo, el entretenimiento, tal vez inocente en sí, también pueden ahogar la semilla.  A veces invertimos tanto tiempo en los placeres, dejando sólo unos pocos minutos para las cosas espirituales.  Que Dios nos libre de preferir el placer a las grandes realidades del alma y la eternidad.  Cristo siempre debe ocupar el primer lugar, porque ningún hombre puede servir a dos señores.
Continuará...

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