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No se turbe vuestro corazón (III)

¿Qué  es  lo  que  más  nos  entristece?

¡El  Pecado!
¿Cómo puedo evitar el pecado?

El secreto está en 2 Pedro 1:5-10: “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás”

Usted  nunca  está  solo

Se dice que uno de los problemas que sufren muchos hombres y mujeres es la SOLEDAD.  Es posible que uno camine por una calle que casi no se puede andar con ese mar de peatones, y ¡sin embargo esté completamente solo!

La soledad no siempre es física, material, sino interna, espiritual.
Note cuán cierto es que nunca los cristianos tenemos por qué sufrir de soledad, porque el Señor nos acompaña.  Note el siguiente texto:
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18).

¿De qué manera Él está siempre con el cristiano?

“Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:15-17).

¿Cuál  es  la  tormenta  que  lo  azota  ahora?

• Son tormentas de dudas, tormentas de temores al futuro, tormentas al fracaso, tormentas familiares, tormentas de inseguridad financiera, tormentas de salud.

¿Sabe usted cómo derivar sus problemas al Señor?

El Señor quiere que llevemos nuestras tormentas a Él, porque tiene la solución: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba. No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí” (Sal. 3:5, 6).
En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal. 4:8).
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4).
“En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí” (Is. 12:1, 2).
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:17-19).
Ahora veamos cómo se traduce esta parte en la paráfrasis las palabras del profeta Habacuc, diciendo así a un joven o señorita cristianos.
Suponiendo que estás en plena flor de la vida y tu papá y tu mamá se oponen decididamente contra ti porque te entregaste al Señor.  Tal vez te digan... «No eres mi hijo (a).  Te odio, espero que te mueras.  Eres una vergüenza para toda la familia.  Te has hecho protestante y nos avergüenzas a todos nosotros».
Nunca olvide estas palabras:
“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová” (Sal. 27:10, 14).

Ahora  pongamos  así  las  palabras  de  Habacuc

• Aunque mi papá y mi mamá me desprecien por haberme yo entregado al Señor.
• Aunque ellos quemen mi Biblia y me prohíban concurrir a los servicios con mis hermanos.
• Aunque traten de disuadirme con regalos y cautivadoras promesas, con tal que abandone mi fe.
• Aunque toda mi parentela me desprecie.
• Aunque el sacerdote de la parroquia venga con increíble dulzura para hablarme del daño que me estoy haciendo y el daño que hago a mis padres, causándoles tanta tristeza.
• Si me niegan dinero para lo que me es indispensable.  Si no me permiten usar el lavarropas, ni la estufa para calentar mi comida, si me miran siempre con disgusto, cara larga y no me quieren hablar.
• Si tengo que guardar mi Biblia para que no me la quemen, porque ya lo han hecho. El Señor estará siempre conmigo.  Nunca olvidaré sus Palabras: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre y mujer, e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).

¿Y  cómo  debe  obrar  el  cristiano  en  medio  de  la  tormenta  que  lo  sorprende?

La oración de David del Salmo 27.  Note especialmente los versículos 1, 10, 13, 14.
“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?  Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová”.

Dígale  al  Señor

He aquí lo que escribió Asaf:
“Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Sal. 73:21-28).

Cuando llegan las tormentas y necesitamos paz, debemos mirar al cielo, no al suelo.

PAZ,  PAZ,  CUÁN  DULCE  PAZ

En el seno de mi alma una dulce quietud
Se difunde inundando mi ser,
Una calma infinita que sólo podrán
Los amados de Dios comprender.

¡Paz!, ¡paz!, ¡cuán dulce paz!
Es aquella que el Padre me da;
Yo le ruego que inunde por siempre mi ser,
En sus ondas de amor celestial.

Qué tesoro yo tengo en la paz que me dio,
Y en el fondo del alma ha de estar
Tan segura que nadie quitarla podrá
Mientras veo los años pasar.

Sin cesar yo medito en aquella ciudad
Do al Autor de la paz he de ver,
Y en que el himno más dulce que habré de cantar
De su paz nada más ha de ser.

Alma triste que en rudo conflicto te ves,
Sola y débil tu senda al seguir,
Haz de Cristo tu amigo, pues fiel siempre es,
¡Y su paz tú podrás recibir!

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