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Tiempo, Espacio y la Transfiguración (II)

Cuando Jesús vino al mundo lo hizo como el Verbo.  La enseñanza judía declara que Dios creó el universo y todo lo que hay en él al pronunciar la Palabra o Verbo de la Creación, deletreada con las 22 letras del alfabeto hebreo.  Estas letras se consideran como la materia prima.  Esto fue lo que escribió el apóstol Juan acerca de Jesús en Juan 1:1-11: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”.

Verdaderamente, Él es la luz que brilla en las tinieblas de este mundo.  Pero, aunque la Luz estuvo aquí durante su vida, y más tarde mediante el ministerio de su Santo Espíritu, el mundo no puede percibirla.  Para los hombres poderosos del primer siglo y de hoy, Jesús fue un hombre común y corriente que hizo un reclamo falso.  Ellos no pudieron ni pueden ver su Luz oculta.

El Evangelio de Juan también menciona a Juan el Bautista, enviado como un testigo de la Luz.  Debe notarse que se hace una clara distinción entre la Luz Verdadera y cualquier agencia humana que pueda portar testimonio de la Luz.  Juan el Bautista portaba testimonio de la Luz, pero no era la Luz.  Más tarde, en una conversación con sus discípulos, el Señor Jesucristo habló de Juan como “Elías”.

Lo que los discípulos habían visto en la cima del monte resonaba en sus pensamientos.  A no dudar recordaban la profecía de Malaquías, de que Elías vendría antes del día del Señor.  Con esto en mente, cuando descendieron de la experiencia en el monte, le hicieron una pregunta a Jesús: “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mt. 17:10-13).

Retrospectivamente, nosotros podemos ver algo que los discípulos probablemente nunca entendieron en realidad.  Juan el Bautista, testigo de la Luz, nació en el espíritu de Elías.  Después de su muerte, Elías fue visto en estado glorificado.  En la transfiguración, Elías testificó de la verdad de la resurrección y la edad del Reino.  Él, claro está, estaba acompañado por Moisés.  Los dos fueron testigos de la gloria de Cristo. Raras veces se menciona que la profecía de Malaquías la última en el Antiguo Testamento, también se refiere a Moisés y Elías: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal. 4:4-6).

Aquí están dos hombres, dando testimonio de la realidad del día del Señor.  Moisés y Elías... la Ley y los profetas, testificando por medio de Malaquías de que verdaderamente habrá un día de juicio.  En medio de ese juicio saldrá un nuevo Israel, que se distinguirá por un resurgimiento y renovación espiritual.

Pasado, presente y futuro

Malaquías concluye con una exhortación para Israel.  A ellos se les urge a que recuerden a Moisés y a Elías.  De tal manera, que Moisés comienza y concluye el Antiguo Testamento. Él y Elías constituyen un testimonio de la certeza de la llegada del Reino. Desde nuestra perspectiva, el Antiguo Testamento es pasado, pero sus profecías hablan del futuro distante.  Mientras tanto, Moisés y Elías en la transfiguración proveen un recordatorio a los seguidores de Cristo de que seremos glorificados en la resurrección general.

En el futuro, estos dos hombres testificarán en persona.  Ellos llegarán a Israel para el tiempo cuando se edifique el templo de la Tribulación.  Son los dos testigos que apoyarán los esfuerzos de Israel cuando todo se vuelva en contra de esta nación guerrera.  Finalmente, serán eliminados por el Anticristo: “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado” (Ap. 11:1-8).

Pero... ¿quiénes son esos dos testigos?  Se han propuesto varios candidatos, pero de hecho son los mismos que aparecen a la conclusión del Antiguo Testamento y en la experiencia de la transfiguración.  Note que ellos profetizarán durante el tiempo cuando se haya erigido el templo... los primeros 1.260 días de la Tribulación.  En otra parte en el Nuevo Testamento, leemos que este “Templo de la Tribulación” se convertirá en la característica central de la religión falsa del Anticristo.

El pacto con el Anticristo inicia los siete años de la Tribulación: “Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador” (Dn. 9:27).  Para que se puedan ofrecer “sacrificios y ofrendas”, es necesario que haya un templo.  A la mitad de los siete años de la Tribulación, ordenará la suspensión de la adoración en el templo y se autoproclamará Dios, tal como dijo el profeta: “Y el rey hará su voluntad, y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios; y contra el Dios de los dioses hablará maravillas, y prosperará, hasta que sea consumada la ira; porque lo determinado se cumplirá” (Dn. 11:36).  En el Nuevo Testamento, el Señor Jesucristo se refiere en Mateo 24:15 a “la abominación desoladora”.  Pablo habla más de este evento en 2 Tesalonicenses 2:4, donde describe las actividades del “hijo de perdición”, un término para el Anticristo: “El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”.

De acuerdo con el pasaje anterior de Apocalipsis, durante el auge del Anticristo al poder, los dos testigos tendrán poder para invocar las plagas traídas en contra de los egipcios durante el tiempo del Éxodo, al igual que para detener la lluvia.  Si esto sólo se le atribuyó originalmente a Moisés y a Elías, ¿cómo podrían ser alguien más?

Un viaje al futuro

La experiencia de la transfiguración de Moisés y Elías asocia el pasado con el futuro.  La característica significativa de ese futuro, es el día del Señor, que culminará con el castigo de los inicuos y la recompensa de los justos.  Justo antes de llevar a Pedro, Jacobo y Juan a la cima del monte, Jesús hizo esta asombrosa declaración: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.  De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino” (Mt. 16:27, 28).

Un poco después de haber dicho esto, los cuatro experimentaron una visión del futuro.  Pero... ¿fue sólo una visión?  Aparentemente, los discípulos no creyeron eso.  Para ellos el futuro se convirtió en el presente.  Pedro sugirió que construyesen tres enramadas.  Tales enramadas se edifican rutinariamente durante la fiesta de los tabernáculos.  Son estructuras pequeñas, temporales, decoradas con frutas, flores y objetos queridos, simbolizando la vida venturosa en el futuro Reino de David.  Allí, cada hombre tendrá su propia casa y vivirá en paz, comiendo el fruto de su propio campo.  Las enramadas simbolizan la edad del Reino.

Durante el encuentro de la transfiguración, fue como si Pedro hubiera sido transportado a la edad del Reino.  Moisés y Elías, quienes ya habían sido asesinados por el Anticristo y resucitado de entre los muertos, ahora ocupaban cuerpos glorificados. 

Esto es futuro, ¡incluso para nosotros hoy!  Pero durante la transfiguración, no era el futuro para Pedro, Jacobo y Juan. ¡Para ellos el futuro se convirtió en presente!

Muy a menudo, la Biblia presenta nuestro tiempo y espacio como algo que puede ser manipulado fácilmente por Dios.  Él vive en “el eterno ahora” en donde todas las estructuras de tiempo existen simultáneamente.  ¡La transfiguración ilustra hermosamente este hecho!

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