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“¿Qué ve Dios que nosotros no vemos?”

Muchas son las profecías que se están cumpliendo en nuestros propios días. La gran mayoría de los cristianos no logran advertirse de este singular hecho, porque son muchas las preocupaciones y entretenimientos que hacen del cristiano una víctima fácil de todo viento de doctrina.

Así, por ejemplo, hay pastores, ancianos y líderes en general, quienes queriendo ver a su Iglesia crecer en número, echan mano de lo que “da resultado”.  En lugar de hablar sobre el pecado que tanto daño hace, sobre la santidad del cristiano que tan frecuentemente se repite en las Escrituras, sobre la muerte inevitable y el poder asegurarnos de que estamos conduciendo a los perdidos a Cristo, no únicamente a ser parte de nuestra Iglesia.
La falta de temor a Dios, de salud doctrinal y espiritual, de conducta verdaderamente cristiana, de esa pasión por los perdidos; está en directa relación con la ignorancia de la Biblia y de doctrinas tales como: el cielo, el infierno, el pecado, la gracia divina, el perdón divino y nuestra comparecencia ante el “tribunal de Cristo” y ante el “gran trono blanco”.
Lo que hoy ocurre con los cristianos puede parecernos poca cosa. Pero cuando miramos el cuadro de estos mismos cristianos, debemos recordar lo que hizo Israel en los días de los grandes profetas y cómo mira Dios el perfil de cada congregación: “Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:12, 13).
Para Dios la situación de la Iglesia no sufre de… “males menores”, sino de un alejamiento deliberado y tan serio que bien cabe aquí la exclamación: “Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová”.
¿Qué ve Dios que nosotros no vemos? ¿Por qué los cielos se espantan y se horrorizan del mal comportamiento de cuantos dicen ser salvos e hijos de Dios? ¿Desea usted la respuesta para esto?:
1. Porque dejaron a Él, al mismo Salvador que los salvó. Lo dejaron como ese hijo pródigo que abandonó a su padre, porque deseaba una vida divertida, una vida suelta, una vida sin restricciones de un padre que tanto lo amaba. Se llevó consigo los bienes que reclamaba ser suyos. Tales como su talento, su mente clara, su cuerpo sano, sus años mozos, su futuro brillante, su pureza y la armonía con su padre y demás familiares.
2. “Cavaron para sí cisternas, cisternas rotas, que no retienen agua”. El Señor es “fuente de agua viva”, pero nosotros preferimos el lodo de una pocilga (chiquero), y nos sentimos muy orgullosos de las “bendiciones y alabanzas… que gozamos desde esa condición”. Le cantamos a Jesús que Él es la peña de Horeb que está brotando, que es nuestro Salvador y Consolador. Que es nuestro amigo, que siempre nos acompaña y suple todos nuestros antojos, codicia, y ambiciones de más materialismo, más apariencias, más nos parecernos a los mundanos. Más “limonada” desde el púlpito, más superficialidad de la religiosidad dominical, más de… «no me importa que los perdidos se pierdan», más ignorancia bíblica, especialmente de las sanas doctrinas. ¡Ah, pero eso sí, más unidad a cualquier precio, comunión con los mundanos y sus pecados y menos diferencia entre los cristianos y los mundanos!
3. ¿Cuándo reaccionaremos como ese hijo pródigo que volvió a la casa de su padre? ¿O será que nunca éramos parte de la familia de Dios el Padre? ¿Acaso no conocemos el camino de regreso, que es el arrepentimiento? ¿Por qué dejamos la comunión de los hermanos? ¿Por qué preferimos dedicar el domingo para cualquier otra cosa menos asistir y estar con los hermanos para escuchar la Palabra de Dios? El lugar es el santuario donde domingo tras domingo nos encontramos, usted lo sabe. ¿Por qué, pues, nos quedamos en casa o preferimos algún otro lugar?
¿No será que estamos dando la espalda a los hermanos porque ya la hemos dado a Dios, tal como lo hizo el hijo pródigo al recoger sus pertenencias? ¿Cuáles son sus pertenecias, hermano?
Enumeremos, siquiera algunas:
1. Su salvación eterna.
2. El perdón de todos sus pecados.
3. Su salud emocional, espiritual y doctrinal, especialmente si milita en una Iglesia verdaderamente bíblica.
4. Sus conocimientos de las doctrinas bíblicas.
5. Su matrimonio y hogar formados según los principios que obtuvo de la palabra.
6. La vida de gozo y de paz, con uno mismo, con su familia y con el Señor. ¡Cuán maravilloso es vivir sin sobresaltos, sin temores, sin dudas!
Si usted no es salvo aún, acérquese hoy mismo al único Salvador, Cristo Jesús. Confiésele a Él sus pecados y, arrepentido, recíbale por la fe como su Salvador personal. De hacerlo, usted será salvo en ese mismo momento.
Si ya es salvo y hace de hijo/a pródigo, ¿acaso no sabe el camino de regreso a la casa de quien es su Padre? Humíllese y arrepentido regrese a la comunión de sus hermanos y a la comunión de su Salvador. ¡Hágalo hoy mismo!

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