Logo
Imprimir esta página

¡Un tributo a las madres!

“Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas.  Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada”
(Pr. 31:29, 30).

¿Es posible decir tantas cosas, que muchas madres merecen en tan poco tiempo y tan limitado espacio? De todos modos, digamos lo que quepa aquí.

Lectura a la madre

¡Madre! Disílabo santo y bendito, palabra sublime y sagrada. Vocablo que al ser pronunciado se llena de hondo significado. Y al brotar de los labios abarca un sinnúmero de ideas de sentido completo. Porque dentro de él se encuentra lo más dulce y grande que existe en el mundo, ¡nuestra madre!

No hay otro nombre que signifique tanto para nosotros. Porque los que hemos llegado a comprender lo que es el amor de madre, nos damos cuenta de eso. Estamos conscientes de esa gran verdad.

Es la única que nos quiere de veras. La que más se preocupa por nosotros, sin importarle como seamos, porque no tiene reparos en amar. Lo da todo a cambio de nada, porque su amor es abnegado y eterno.

Pero hay muchos que no se dan cuenta de estos valores. Porque si así fuera, no habría tantos hijos descarriados. No habría hijos que hicieran sufrir tanto a su madre. No habría hijos que martirizaran tanto a la autora de sus días, haciendo caso omiso de sus buenos consejos y enseñanzas. Y todo sería paz, armonía, felicidad.

Honremos a nuestra madre para que nuestros días se alarguen sobre la tierra. Seamos buenos hijos. Paguémosle con amor santo y bendito el amor de que somos objeto. Hagámosle los días apacibles y serenos. No le desobedezcamos. Hagamos lo que nos dice. Sigamos sus consejos y enseñanzas. No la hagamos padecer. No hagamos, como muchos, que se lamentan luego de perderla, porque no se dan cuenta de lo que tienen, sino hasta que la pierden.

Recordemos que es la única que se acuerda de nosotros en todo tiempo. Cuando estamos en peligro, cuando estamos enfermos, cuando estamos tristes, cuando estamos alegres, que nunca nos olvida, que siempre nos ama, que siempre vela por nosotros. Con el mismo cuidado, con el mismo cariño, con la misma devoción.

Por eso debe ser la primera en todo, primera en nuestro pensamiento, primera en nuestro corazón, porque es el todo para nosotros, después del Señor.

Una carta al Todopoderoso

Señor Todopoderoso
Mansión: La Gloria
Alturas - El Cielo

Amado Padre celestial:
Permíteme, Padre mío, unas breves líneas para enviarte un mensaje de amor. Se trata de mi madre. El ser a quien más amo aquí en la tierra; como a ti, en el cielo.

Protégela, Señor. Bendícela en cada hora del día por todas sus bondades y sacrificios para conmigo. Ella me arrulló en sus brazos, me meció en la cuna; guió mis pasos por el sendero de la vida, y aún me vigila. Se preocupa y se desvive por mí, para que yo me encuentre con alegría y felicidad. Su amor para mí ha sido siempre el mismo: puro, inmenso, abnegado. Me ha querido como ninguna otra mujer lo ha hecho aquí en la tierra, y me seguirá queriendo mientras viva. No cabe duda; porque su amor trasciende el infinito. Me lo dice mi sangre; me lo dice mi corazón; me lo dice mi espíritu. Y por eso, Padre, la quiero y la querré siempre, cada día mucho más.

Sin embargo, algunas veces la he herido. He caído en tentaciones y se ha nublado mi pensamiento de tal manera, que aun sin querer ofenderla, la he ofendido. Aun sin querer, la he hecho sufrir. Aun queriendo escuchar lo que me dice, la he desobedecido. Luego he reflexionado y he sentido un gran pesar en mi alma. Perdona, Padre, que así haya sido. Soy débil y esa fuerza satánica me quiere vencer. Dame fuerzas para resistir esas tentaciones; y líbrame de todo mal. Ten piedad y misericordia de mí. Ayúdame a ser bueno como tú.

A pesar de eso, el amor de mi madre nunca varía. Siempre es el mismo: eterno, imperecedero. No le importa cómo sea yo, siempre me ama de la misma manera. En eso se parece a ti que me amas, aunque yo te olvide; que me sigues, aunque yo te abandone; que me proteges, aunque yo te desobedezca.

Por eso, la honro y me siento orgulloso de ella. Y cada vez que recibo una prueba de su cariño, te amo más a ti. Mi preocupación más grande es que ella se sienta feliz algún día, cosa que hasta ahora no he logrado, pues de eso me he dado cuenta. Como no lo es nadie aquí en la tierra, porque las preocupaciones no se pueden alejar de nuestra mente.

Es tan complicada la vida, que así tiene que ser. Sólo podremos gozar de la verdadera dicha cuando nos encontremos junto a ti, allá en el cielo. Y es por eso que me dirijo a ti, para que le des el galardón que merezca por todo cuanto ha hecho por mí. Tú bien lo sabes, pero quería yo mismo decírtelo. Ha sabido quererme como tú me quieres. Ha sido buena en todo momento, y ha sabido llevar a cabo su misión de madre que tú le encomendaste, con maestría, con mucho gozo, y dulce amor. Porque se sacrificó, pasó horas de amargura, momentos de desesperación y llanto, para darme la vida que tengo. Ha sabido llevar su cruz sin importarle lo que haya tenido que padecer, como Cristo, que estuvo dispuesto a darse a sí mismo para redimir a la humanidad. Estoy muy agradecido a ella, y a la vez agradecido a ti, porque hiciste posible que así fuera. ¡Gracias, mi Dios, gracias!

¿Le darás esa felicidad, Padre? Yo sé que así será, porque tú eres bueno y justo. Y si no puede ser, que se haga tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Tú eres quien lo dispone todo. Sabes lo que haces. Si ella se traslada antes de mí, permite, oh Dios, que yo pueda seguirla sin pérdida de tiempo. En el dulce y bendito nombre de Jesús, mi Redentor. Amén.
Tu hijo

Consejos a las madres
(y a los padres)

  • No consientas malcrianzas en tus niños, porque llegarás a entristecerte (Pr. 10:1).
  • Dirige a tus hijos en la elección de buenos amigos (Pr. 13:20 y 17:17).
  • Haz que reine entre ellos la alegría y la armonía (Pr. 17:22).
  • No consientas entre ellos las malas conversaciones (1 Co. 15:33).
  • Si eres consentidora, llegarás a avergonzarte de tu hijo (Pr. 29:15; Ro. 1:32).
  • Corrige a tu hijo y te dará descanso y deleite (Pr. 29:17).
  • No olvides que la mayor autoridad se ejerce mediante el buen ejemplo (Tit. 2:7; 2 Co. 9:2).
  • Haz que sean diligentes desde su más temprana edad (Pr. 12:24; 1 Ti. 4:13; Pr. 10:4, 5).
  • Instrúyele a tiempo para que sea siempre feliz (Pr. 22:6).
  • Recuérdales que: “Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28).
Diseño © Radio América