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La historia del amor de Dios

La Biblia es la historia del amor de Dios.  Uno de los pasajes más conocidos de la Biblia habla acerca de ese amor, y dice que: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Considere ahora el siguiente relato, que no solamente ilustra el amor de Dios por nosotros, sino que también ilustra qué significa ser cristiano:

Había un padre que tenía dos hijos.  El mayor era un joven hacendoso y fiel, que trabajaba en los campos de su padre sin quejas ni rezongos.  Pero el menor era diferente.  Le gustaba divertirse, y a medida que iba creciendo no solo resultó perezoso, sino también malo.  Desarrolló malos hábitos: bebía en exceso y derrochaba el dinero.  Se convirtió en causa de vergüenza para su padre.

Un día se cansó de que constantemente le estuvieran diciendo que trabajara, así que le reclamó a su padre la parte de la herencia que le correspondía (a veces los hijos judíos podían recibir su herencia antes de que murieran sus padres).  El padre le dio el dinero que le correspondía y el hijo partió hacia la gran ciudad, pero no para invertir sabiamente el dinero, sino para malgastarlo con malas compañías.  Lo gastó en bebidas, juego y mujeres.  Al poco tiempo se quedó sin dinero y, por supuesto, sin amigos, ya que aquellos a quienes consideraba amigos resultaron ser solo amigos de su dinero.

Una sequía asoló aquel país durante ese tiempo y hubo poca comida y poco trabajo.  El joven comenzó a pasar hambre.  Sus finas prendas de vestir se convirtieron en harapos sucios.  Finalmente, consiguió un trabajo alimentando los cerdos de un hacendado.  Tenía tanta hambre que deseaba alimentarse con la comida que les daba a los cerdos.

Las punzadas que el hambre le causaba se fueron haciendo más fuertes.  Se sentía miserable.  Finalmente, el joven volvió en sí cuando se dio cuenta que aun los jornaleros que trabajaban en el campo de su padre estaban mejor que él.  Pero también se dio cuenta de que había pecado contra su padre.

La Biblia cuenta que: “Volviendo en sí, dijo: ¿Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre? Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre” (Lc. 15:17-20).

¿Puede usted imaginarse cómo se habrá sentido el joven al comenzar su viaje de regreso a casa?  Seguramente se habrá sentido avergonzado por lo que había hecho, apenado por todo el dolor y amargura que les había causado a sus padres.  Sin duda debe haber tenido miedo.

¿Cómo le recibirían en su casa?  ¿Estaría el portal cerrado y trabado?  ¿Le dejarían entrar los criados?  ¿Le hablaría su padre o le castigaría?  ¿Le permitiría su padre siquiera regresar al hogar después de la vergüenza que le hiciera pasar?

Al acercarse a su casa vio una figura en pie junto al portón y se dio cuenta de que el mismo no estaba cerrado, sino abierto.  A medida que se aproximaba se dio cuenta de que esa persona era su padre y que estaba mirando el camino en dirección suya.  Su padre finalmente lo vio y corrió hacia él.  Jesús dijo: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lc. 15:20).

El hijo comenzó a hablar: «Padre, padre, he pecado de tal manera contra Dios y contra ti que ya no soy digno de ser tratado como hijo tuyo.  ¿Podrías por favor tomarme como jornalero?»

Pero parecía como si en su alegría el padre casi ni hubiese oído al hijo.  «¡Criados!», gritó, «¡Criados, vengan aquí inmediatamente; traigan la mejor túnica que tenemos y póngansela a este muchacho!  Traigan sandalias.  Y traigan también el anillo de la familia para colocárselo en su dedo.  Preparen comida como para una gran fiesta la fiesta más grande que hayamos tenido.  ¡Miren lo que ha sucedido!  Mi muchacho, mi hijo precioso, estaba muerto, pero ha revivido.  ¡Ha vuelto a mí!  ¡Esta aquí!  ¡Regocijémonos y celebremos!»

Fue así que el hijo extraviado no fue castigado, ni reprendido, ni rechazado.

La puerta estaba abierta, no cerrada.  El padre estaba alborozado, no enojado.  El hijo fue tratado como hijo, no como jornalero o criminal.

El significado de este relato

Este relato es una dramatización de la parábola del hijo perdido que Jesús mismo contó, que encontramos en Lucas 15:11-32.  Jesús con frecuencia utilizó parábolas para enseñar.  ¿Qué quiso decir con esta historia?  Jesús estaba ilustrando una verdad importante, que hay solamente dos tipos de religión en el mundo de hoy.  Una de ellas dice que tenemos que ganarnos nuestro derecho a acercarnos a Dios.  Dios es un Dios enojado y debemos aplacar su ira con sacrificios y ritos.  Nunca podemos estar completamente seguros de que Dios nos aceptará, porque nunca podemos saber con seguridad qué podemos hacer para agradarle.  Esta no es la religión de la Biblia.

La otra clase de religión, dice Jesús, nos muestra que Dios, como el padre de la parábola, está esperando ansiosamente que regresemos.  ¡No tenemos que ganarnos el derecho a volver!  Dios mismo nos da la bienvenida.  Y así como el padre puso una túnica sobre su hijo, y calzó sus pies con sandalias y le puso un anillo en el dedo, así nuestro Padre Celestial nos hará presentables para estar en su presencia.

¡Esta es la verdad más hermosa de todo el mundo!  No hay nada que nosotros podamos hacer para ser aceptables ante Dios.  Ni ritos, ni cultos, ni sacrificios, ni ninguna cantidad de buenas obras podrán nunca llevarnos al punto en que, al regresar a Dios, podamos decirle que él debe dejarnos entrar a su presencia.  Pero si venimos humildemente, apenados por lo que hicimos, si venimos como aquel hijo que regresó a su padre, entonces Jesús dice que Dios tendrá la misma actitud hacia nosotros que el padre tuvo hacia su hijo.  ¡Seremos bienvenidos!, y Dios mismo lavará todos nuestros pecados.  Nos limpiará de todo lo malo que hayamos hecho.  ¡Será como si nuestros pecados nunca hubiesen existido!  La Biblia habla de esto en Salmo 103:3, 4, 9: “El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias… No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo”.

Esta es la maravillosa verdad de la Biblia.  Ninguna otra religión enseña esto.  Todas las otras religiones dicen que nosotros mismos debemos hacernos agradables a Dios.  Solamente el verdadero cristianismo, la religión de la Biblia, dice que nunca podemos llegar a hacernos agradables ante Dios, pero que Dios mismo lo hará por nosotros.  Uno de los profetas antiguos de la Biblia expresó esto en forma poética al escribir: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; Porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó con manto de justicia, Como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” (Is. 61:10)
Continuará...

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