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Enseñando a un niño

En el día de ayer me referí al gran ministerio entre los estudiantes que tenía el teólogo Charles Hodge, mientras enseñaba en la facultad en el Seminario de Princeton.

  Pero, a pesar de lo importante que eran sus alumnos para él, mucho más eran sus propios hijos, un activo y alegre grupo que le encantaba jugar en su amplia casa ubicada en los predios del seminario y de la universidad.  Siempre que Hodge no estaba enseñando, se encontraba en el estudio en su hogar.

Desde el verano de 1833 hasta el invierno de 1836, Hodge incluso dictó sus clases desde el hogar, ya fuera en el gran sala de recibo en la parte de atrás o en su estudio.  En este último lugar, era donde se celebraban las reuniones de la facultad y en donde los profesores de la universidad y del seminario se reunían regularmente para sostener discusiones y compañerismo.  Casi cada noche un colega pastor, o un erudito, llegaba allí, y los niños observaban con interés como tenían lugar los grandes debates y las discusiones.

El estudio de Hodge tenía dos puertas.  Una era la exterior para que la usaran los estudiantes u otros miembros de la facultad.  La otra conducía hacia el salón principal de la casa, de tal manera que era la que siempre estaba disponible para sus hijos.  Uno de ellos contaba cómo él dirigía las plegarias familiares diarias y los enseñaba sobre sus rodillas, con tal ternura que por muy travieso y desobedientes que fueran, sus corazones se derretían ante él.  Como parte de su adoración familiar matutina, ellos repetían una consagración personal al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que Hodge había escrito para su familia.  En tal atmósfera de apertura y disponibilidad, los niños seguían la fe de su padre, y cada uno hizo su compromiso a temprana edad, con el Señor Jesús.

Muchos de los estudiantes estaban relacionados con la familia.  Cuando Archibald, el hijo de diez años de Hodge, y su hija Mary Elizabeth oyeron que James Eckard, uno de los graduados del seminario, estaba próximo a embarcarse para partir como misionero a Ceylon, los dos niños escribieron una carta el 23 de junio de 1833, para enviarla con Eckard, la que decía:

“Queridos paganos:

El Señor Jesucristo ha prometido que llegará el tiempo cuando todos los confines de la tierra serán su reino.  Y Dios no es un hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta.  Y si esto lo prometió un Ser que no puede mentir, ¿por qué ustedes no lo ayudan para que venga más pronto, leyendo sus Biblias y atendiendo las palabras de sus maestros, amando a Dios, renunciando a sus ídolos, y llevando al cristianismo a sus templos?  Pronto no habría una sola nación, ni un solo espacio en la tierra tan largo como una pisada que no desee un misionero.  Mi hermana y yo, negándonos algunas cosas que nos gustan, hemos ahorrado dos dólares que están incluidos en esta carta para comprar folletos y Biblias para enseñarlos a ustedes’.

Archibald Alexander Hodge y Mary Elizabeth Hodge
Amigos de los paganos”.

Archibald Alexander Hodge creció para suceder a su padre como profesor de teología sistemática en el Seminario Princeton.

Reflexión

Podemos ver cuál era la prioridad de Hodge, al pasar tiempo con sus hijos.  Muchas de las lecciones más importantes que podamos impartirle a nuestros hijos, se originan porque nos encontramos en el lugar correcto en el momento apropiado, para enseñarlos. ¿Puede usted pensar en formas cómo Dios puede usarlo más en la vida de sus hijos o en su esfera de influencia?

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

Modificado por última vez enLunes, 04 Abril 2011 21:03
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