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Confiando en la persona equivoda

El filósofo y reformador Jan Huss tomó su apellido de Husinee, la población al sur de Bohemia donde nació en 1373.  Siguiendo los deseos de su madre se convirtió en sacerdote, principalmente porque le proporcionaría dinero y prestigio.  Sin embargo, conforme estudiaba en la Universidad de Praga sentía que su ardor espiritual crecía.

Después de ser ordenado en 1402, Huss fue nombrado sacerdote de la Capilla Belén en Praga.  También enseñaba en la Universidad de Praga.  Poco tiempo antes de que fuera designado para esta iglesia, los escritos del reformador inglés John Wycliffe llegaron a esa ciudad por medio de los estudiantes que regresaban de Checoeslovaquia y que habían estudiado en Oxford.  Conforme comenzó a leer las obras de Wycliffe empezó a adoptar el punto de vista de los reformadores.

Huss predicaba la santidad y atacaba vigorosamente los pecados e indiscreciones del clero, declarando: “Estos sacerdotes... son unos borrachos, con sus vientres abultados por la bebida y la glotonería, y con sus estómagos tan rellenos hasta el punto que termina por colgarles la doble papada”.  No hay necesidad de decir que esto le desagradaba mucho a sus compañeros sacerdotes.  Pero a las personas les encantaba y las muchedumbres se amontonaban para escuchar su controvertida predicación.

Finalmente el papa publicó una bula papal, un decreto en el que pedía que se examinaran las herejías de Wycliffe y Huss y en el que se condenaba la Capilla Belén.  Huss habló públicamente contra la bula con dos mil personas en su congregación que expresaron su buena voluntad para respaldarlo en su conflicto con el papa.

A pesar de haber sido excomulgado por el arzobispo, continuó predicando ya que tenía mucho más apoyo en Praga que el arzobispo.  Conforme aumentaba la presión en su contra, finalmente partió al exilio voluntario en 1412.

En 1414 el emperador Segismundo convocó un concilio de la iglesia a celebrarse en Constanza, al sur de Alemania, e invitó a Jan Huss, prometiéndole que estaría a salvo.  Aunque sus amigos le advirtieron que no fuera, él confió en la promesa de protección del emperador y aceptó su invitación.

Arribó a salvo en Constanza, pero tres semanas después, el 28 de noviembre de 1414, sintió golpes en la puerta, y dos obispos se presentaron para arrestarlo.  Más allá de los obispos, pudo ver que la casa estaba rodeada por soldados.

Fue arrestado y encerrado en una celda oscura y húmeda cerca de las letrinas en el calabozo de un convento.  Aquejado con fiebre y vómitos, rápidamente se enfermó de gravedad.  Fue salvado por la visita del médico del papa y su traslado a una celda un poco mejor.

Sus seguidores le imploraron al emperador que honrara su promesa y librara su vida, pero en lugar de eso el monarca lo declaró como el más grande hereje en la historia del “cristianismo”, quien por consiguiente no merecía protección alguna.

Huss fue llevado a juicio, y le imputaron treinta cargos en su contra.  Muchos eran completamente inventados, tal como la acusación de que reclamaba ser la cuarta persona de la Trinidad.  Él los rechazó todos, pero sus negaciones fueron silenciadas.  El concilio lo encontró culpable y lo sentenció a ser quemado en la hoguera el mismo día.  Conforme los obispos le arrancaban los vestidos de su cuerpo, gritaban: “¡Encomendamos tu alma al diablo!”. “¡Pero yo” - dijo Jan Huss, levantando sus ojos al cielo - “la encomiendo en tus manos, oh Señor Jesucristo! Mi espíritu que Tú has redimido”.

Cuando lo ataron a la estaca con la cadena, dijo, con rostro sonriente: “Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan oxidada?”.

Luego se le dio una última oportunidad de retractarse, y Huss replicó: “Dios es mi testigo que... la intención principal de mi predicación y de todos mis otros hechos o escritos fue únicamente el querer apartar a los hombres del pecado.   Nunca he predicado ninguna doctrina con malas tendencias, y lo que he enseñado con mis labios lo sellaré ahora con mi sangre”. Volviéndose al verdugo, le dijo: “Vas a asar un ganso (ya que Huss significa ganso en lengua bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni hervir”. Se dice que esto fue una profecía que se refería a Martín Lutero, quien apareció unos cien años después y en cuyo escudo de armas figuraba un cisne.

Conforme las llamas lo abrasaban podía escuchársele cantar “Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí”.

A lo largo de los siglos los seguidores de John Huss, se convirtieron en los moravos, y por medio de él, John Wesley y decenas de miles más recibieron a Cristo como su Señor y Salvador.  Él tal vez perdió la batalla, pero no la guerra.

Reflexión

¿Alguna vez ha confiado en alguien, tal como Jan Huss se fió en el emperador, quien luego lo traicionó? ¿Qué aprendió de esta experiencia?  El único en quien se puede confiar totalmente es en Dios, y es sólo por medio de su guía que podemos discernir quién a nuestro alrededor es digno de confianza.

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5 y 6).

Modificado por última vez enSábado, 01 Octubre 2011 04:16
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