Logo
Imprimir esta página

Una carta desde el infierno

Una carta desde el infierno

Estimado Alberto:

Aunque no lo creas, de alguna manera se me permite escribirte desde el infierno.  Comprendo que te será muy difícil creer en la procedencia de ésta, pero esto no me extraña, lo único que te pido es que sepas que realmente te estoy escribiendo desde el infierno. 

¿Recuerdas cómo me burlaba de todo cuanto tiene que ver con Dios, la vida eterna, el pecado del hombre, la redención por medio del sacrificio de Cristo Jesús, eso de ‘entregarse a Cristo por la fe’, leer la Biblia, orar y congregarse con los hermanos?  De todo eso me burlaba siempre porque me parecía que era una cosa de ignorantes, fanáticos y buenos para nada.

Ahora todo ha cambiado, ya no me burlo más, solamente me lamento, lloro y gimo, a tal punto que eso que el pastor Félix solía predicar sobre el infierno, cuando hablaba citando a Jesús, del ‘lloro y crujir de dientes’, ya lo estoy experimentando. Aquí ‘todos somos músicos’ y lo hacemos simultáneamente, gimiendo, llorando, lamentando y mordiéndonos la lengua.  ¡Cuán seguro estaba de que cuando uno muere, simplemente se acaba todo!  Siempre solía decir: ‘Muerto el perro se acabó la rabia’, pero aunque la máxima era lógica y cuadraba para mí, porque francamente no deseaba que hubiese vida más allá de la muerte, ahora debo reconocer que las máximas, por lógicas y elocuentes que suenen, no salvan a nadie de la realidad del infierno.  Yo estaba seguro que cuando uno muere, caía en algo así como una especie de inconsciencia y que no vuelve a despertar.  Tengo mucho que decirte Alberto, y espero compartas mi carta con muchos de mis antiguos camaradas que seguramente continúan en el mismo desenfreno en que yo viví.

Siempre supe que algún día moriría, sabía que eso podía suceder en cualquier momento, sin previo aviso.  Claro que mis planes eran a largo plazo, esperaba vivir muchos años.  No sé si lo sabías, pero estaba por cumplir 32 años cuando mi carrera terrenal fue interrumpida abruptamente.  Si me preguntas cómo llegué a este lugar, puedo contarte con muchos detalles, ya que no estoy suponiendo ni adivinando, sino que puedo contarte los aspectos que considero más interesantes y sobre todo, porque no deseo que ninguna otra persona, especialmente entre mis amigos, caiga aquí.

El día del accidente, ese día viernes, andaba bastante apurado, el sábado estaba invitado para una gran fiesta en la que tendríamos baile, mucha bebida, mujeres, carcajadas, etc.  En una palabra, se trataba de una fiesta grande.  Conducía velozmente mi automóvil por el carril de la avenida República, cuando en un momento vi mi auto chocando contra un camión de carga con consecuencias fatales.  Lo único que recuerdo es ver ante mí ese enorme vehículo.

Imagino que las personas que llegaron al lugar, lo mismo que los paramédicos en la ambulancia, me dieron por muerto.  Pero ahora quiero contarte lo que realmente sucedió conmigo.  En cuanto a la suerte de mi cuerpo, eso ya es otra cosa, tú lo sabes bien, sin duda quedó muy deformado y luego le dieron sepultura.  Esto es secundario, porque ahora comprendo cuán importante es el asunto del alma y su destino una vez que abandona el cuerpo.  Fue sólo cuestión de breves segundos, y de súbito me vi ante un grotesco personaje que a mi juicio es el propio Satanás.  Reía a carcajadas, con ese eco que se escucha cuando alguien ríe de oreja a oreja en algún salón amplio, un túnel o algo así.  Yo mismo, ya fuera de mi cuerpo, lo vi acercarse a mí, y me dijo: ‘¡Señor Negligente: Estoy aquí para conducirte a tu lugar eterno, lo mereces porque me fuiste muy fiel al negarte tantas veces a entregarte a Jesús quien te hubiera salvado de mis garras para siempre!’  Quería pensar que eso era solamente una pesadilla, un sueño, que de ninguna manera era verdad.  Había oído hablar de las muertes clínicas y me consolaba pensando que iba a despertar y que entonces iba a hacer lo que hicieron tantos otros después de una experiencia similar ‘cercana a la muerte’.  Pero mi caso no fue ese, no tuve esa otra oportunidad para arreglar cuentas con Dios.  Fue entonces cuando vino a mi mente ese pasaje bíblico donde el profeta de Dios urge a un hombre para que ‘ordene su casa’ porque moriría pronto.  ¿Lo recuerdas?  Fue el profeta Isaías quien le dijo al rey Ezequías: ‘Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás’ (2 R. 20:1).  Recordé entonces que Ezequías lloró y oró delante de Dios pidiéndole que lo sanara de su enfermedad para poder seguir viviendo.  Dios entonces le concedió quince años más de vida.  Y pensé: ‘¡Si Dios siquiera me diera quince horas, incluso quince minutos para arreglar mi casa, pondría mi alma en sus manos!’  Pero no fue así, Alberto.

Recuerdo perfectamente que después del accidente, ese grotesco personaje, a quien por alguna razón identifiqué con Satanás mismo, me llevó consigo, entrando por un túnel oscuro del cual salimos al cabo de unos instantes.  Lo primero que vi fue el famoso ‘lago de fuego’ del que tantas veces había oído hablar, especialmente al pastor Félix.  Tuve la sensación de que mirando desde la tierra, había descendido hacia el corazón de la tierra, muy profundamente.  ¡Esto también volvió a confirmar mis sospechas de que se trataba del infierno!  Más de una vez escuché estas palabras bíblicas: ‘El camino de la vida es hacia arriba al entendido, para apartarse del Seol abajo’ (Pr. 15:24).

¿Estaba realmente en el infierno?  ¿Era Satanás mismo el que me llevaba hacia lo desconocido, lo extraño, las tinieblas?  ¿Era solamente una pesadilla o me encontraba acaso en manos de médicos que estaban tratando de salvar mi vida?  ¿Era mi cuerpo ya un cadáver y nunca más tendría una oportunidad para cambiar mi destino eterno?

Pero han pasado varios días y varias noches, y todavía estoy aquí, de modo que ahora, Alberto, ya no me cabe la menor duda de que estoy definitivamente en el infierno.  Pude comprobar que ese ‘lago de fuego’ del que habla la Biblia, es real.  Lo he visto con mis propios ojos, aunque los que están aquí, que son millones y millones de hombres y mujeres, nadie está exactamente en ese lago.  Todos estamos de acuerdo en que todavía debemos comparecer ante el trono blanco, mencionado en Apocalipsis 20:12-15, y que luego definitivamente iremos a parar a ese lugar.  Veo siempre ese lago de fuego.  No creo que puedas entender de qué se trata, pero es un lago, como uno de esos lagos en la tierra, con la diferencia que en lugar de contener agua cálida y limpia que invita al baño, lo que tiene es fuego líquido que no se apaga nunca.

Esto es real y estoy consciente

Una de las historias bíblicas que mejor recuerdo y me sorprende por su exactitud, es la que relata Jesús y que está registrada en el capítulo 16 de Lucas.  En ella se menciona la muerte de dos individuos, uno de ellos era el rico y el otro, según Jesús se llamaba Lázaro.  Hoy diríamos que uno era cristiano y el otro no, que uno era salvo y el otro perdido.  La muerte reclamó un día a ambos.  Según Jesús, el cristiano fue al cielo, el lugar donde Abraham, ‘el padre de la fe’ parece tener supremo dominio.  El otro en cambio, que en este caso era el rico, fue directo al infierno.  Recuerdo que Jesús dijo así: ‘Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama’ (Lc. 16:23, 24).  Recordarás que siempre me burlaba de esto, decía que los religiosos sólo querían engañar a los incautos, ignorantes, tontos y pusilánimes, sin personalidad, manejarlos como a chivitos a su entero antojo para luego sacarles el dinero manteniéndolos amenazados con un infierno inventado por ellos mismos.  De esta manera, como nadie quería ir al infierno, el invento de ellos resultaba muy productivo porque de este modo llenaban las arcas de muchas iglesias.  Eso era lo que decía.  Nadie quiere ir al infierno, por eso suponía que como dar dinero representa un gran sacrificio, la gente pensaba que a cambio de su sacrificio serían librados del infierno.

Ahora ya no soy el mismo.  Aquí veo, siento, pienso, hablo, gimo, estoy triste, desesperado, y hasta oro y pido perdón, aunque sé perfectamente que no tengo la posibilidad de escapar jamás de este lugar.  Ahora comprendo muy bien por qué a los pastores y predicadores que hablan sobre el infierno con valor y lo describen tan crudamente, tal como es, los llaman bíblicos fundamentales, no liberales, dignos de toda confianza.  Mi idea era vivir hasta más allá de los 80 años de edad, acumular bastante dinero para que en el supuesto caso de que hubiera una vida después de la muerte, cuando muriera mis familiares pagaran misas bien caras, y así, si de verdad había algo, sólo me quedaría en el purgatorio el tiempo imprescindible antes de continuar mi vuelo al cielo.

Pensaba que sería algo así como ‘una escala técnica’, que los ángeles que me llevarían ni siquiera me soltarían de sus brazos, que sería como cumplir con ciertos requisitos legales, para tener finalmente mi residencia eterna en el cielo.  Creía que el dinero lo consigue todo.  Alguien me dijo cierta vez refiriéndose a la famosa ‘regla de oro’: ‘El que tiene oro, pone las reglas’.  Aunque esta interpretación pueda parecer muy caprichosa y acomodada a la conveniencia de uno, realmente creía (porque así me convenía) que si había tal cosa como cielo e infierno, yo era bastante bueno.  No mataba, no robaba, no hablaba mal de los demás y hasta me bautizaron cuando era pequeño, pues conocía a mi padrino y a mi madrina.  Sabía algo de la Biblia, había ido alguna vez a la iglesia, me había confesado, había comulgado, hecho penitencia, recibí mi primera comunión, y por si la salvación estuviera más del lado de los protestantes, había concurrido alguna vez a sus servicios religiosos, por lo cual recuerdo citas bíblicas y demás.  Me había familiarizado con el vocabulario ‘eclesiástico’.

¿Dónde está el purgatorio?

Mi gran desilusión vino, no solamente porque no llegué a la edad de 80 años o más como había soñado, o porque no acumulé dinero para mis futuras misas, sino cuando descubrí que aquí, nadie sabe nada del mentado purgatorio.  Es simplemente un lugar que menciona el credo de ciertas religiones, pero tal como me explicó uno, la Biblia no habla para nada del tal purgatorio porque sencillamente no existe.  Nunca como ahora necesito del purgatorio.  Sería tan cómodo, la solución ideal para todos los incrédulos y rebeldes, tal como era yo.  Después de todo, hasta me parece lógico y justo que uno, no habiéndose purificado de sus pecados mientras estaba en la tierra, tenga la oportunidad de hacerlo a medio camino, en un lugar entre la tierra y el cielo.  No tenía la menor duda que en el purgatorio uno tenía que sufrir de acuerdo con los pecados que había cometido.  Nunca se me ocurrió pensar que Satanás había sembrado la cizaña entre el trigo, y que el dueño del campo ha dejado que crezcan tanto la una como el otro, hasta el día de la siega, por eso no podía distinguir la verdad del error en cuanto a las cosas relacionadas con la salvación.  Son tantos los seguidores de las doctrinas de los hombres, de las tradiciones de la iglesia, de la religión, que integran la gran mayoría.  ¿Cómo iba a pensar que tantos millones estaban equivocados sólo por no haber aceptado la Biblia como suprema y única autoridad divina?  ¡Tonto de mí!  ¡Cuántas veces me advirtieron del error, de que si no recibía a Cristo como mi salvador personal, con toda mi religión vendría a este lugar!  ¡Pero nunca le hice caso a todos los que buscaron mi bien eterno!

Alberto, mi soberbia ha desaparecido.  Ya no soy ese muchacho rompedor de corazones, el truquero y astuto que siempre se salía con la suya. Recuerdo que la Biblia dice: ‘Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio’ (He. 9:27).  Esta declaración es tan clara que debí haberle hecho caso.  En primer lugar, dice que está establecido para ‘los hombres’.  Ahora me doy cuenta por su contexto, que esto equivale a ‘incrédulos’, porque para los salvos no hay juicio después de la muerte.  ¿Por qué creí entonces que si había algo más allá de la muerte, no era el juicio, sino el purgatorio?  ¡Porque me convenía!  Era mi deber saber que lo que hay más allá de la muerte, no era lo que yo imaginaba, lo que me convenía o lo que decía mi iglesia o mi religión, sino aquello que Dios ha preparado y que está claramente expuesto en la Biblia.  Ahora entiendo por qué Lucifer ha lanzado tantas carcajadas, le da gusto que haya creído sus mentiras.

Aquí no hay incrédulos

Te diré Alberto, aquí no hay incrédulos.  Aquí todos creemos, aunque ya es demasiado tarde.  Vuelvo a recordar la situación de ese fulano rico, el del capítulo 16 de Lucas, cuando dijo que tenía cinco hermanos y que no quería que ellos fueran a parar a semejante lugar de tormento.  Dijo que estaba atormentado en esa llama, pero la respuesta que recibió fue tajante: ‘A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos’ (Lc. 16:29).  El rico insistía en que sus hermanos no iban a creer en la Palabra de Dios, la Biblia, porque en aquellos días Moisés y los profetas constituían el Canon Sagrado.  Y la respuesta que recibió fue ésta: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos’ (Lc. 16:31).  Ahora recuerdo cuántos hombres y mujeres ignoran la Biblia, aunque son muy religiosos y dicen ser cristianos.  Tienen una apariencia religiosa, pero son supersticiosos, levantan ídolos por todas partes, veneran a sus santos patronos, celebran grandes procesiones religiosas, y tratan de hacer lo que sus iglesias les mandan.  Cuando uno llega aquí, después de haber cumplido con todos lo requisitos de su religión, demasiado tarde descubre que Jesús tenía razón cuando dijo: ‘…nadie viene al Padre, sino por mí’ (Jn. 14:6).  Lo único que yo necesitaba era tener a Cristo Jesús en mi ser, haberme rendido a él de todo mi corazón, reconociéndolo como mi salvador personal y todo suficiente.  Todo el tiempo resuenan en mi mente esas palabras dichas por Pedro ante el concilio en Jerusalén: ‘Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos’ (Hch. 4:11, 12).
     Sí Alberto, aquí todos creemos, pero tal como dijera Jesús a Tomás: ‘…bienaventurados los que no vieron, y creyeron’ (Jn. 20:29).  Nosotros creemos ya, porque vemos, palpamos y sufrimos.  Pudimos escapar de todo esto con sólo creer en la Palabra de Dios, porque la Biblia dice que hay un infierno y que es doloroso.

Aquí hay días y noches

Para mí el infierno ya no es un lugar ambiguo, tampoco es algo supuesto cuya definición sirve para chistes o novelas.  No señor, aquí incluso hay días y noches.  Recuerdo que el libro de Apocalipsis dice algo respecto a los días y las noches en el infierno, pero nunca pude entender por qué en la eternidad había días y noches.  Si mal no recuerdo, el texto dice así: ‘Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.  Y no tienen reposo de día ni de noche...’ (Ap. 14:11).

Imagínate que el texto dice ‘por los siglos de los siglos’.  Un siglo son cien años, cuando esté aquí por cien años, apenas será el comienzo.  Podré contar días y noches... con el tiempo cumpliré 500 años, luego miles, millones y así sucesivamente.  La situación es realmente infernal, ya no se me ocurre pensar que ‘infierno es cuando a alguien le va mal en la tierra’.  La condición más triste de quien todavía está en el cuerpo, es un verdadero lujo, un paraíso, comparado con esto.  Pero lo más importante, los que todavía están en sus cuerpos pueden evitar este lugar, pero nosotros no, nosotros estamos condenados y debemos permanecer aquí eternamente.  Por eso, lo que más abunda aquí es el odio, el dolor, la tristeza, la sed, el hambre y las blasfemias más horribles que jamás había imaginado.  Aquí nadie se preocupa por nadie.  No existen términos tales como amor, paz, tranquilidad, confianza, bondad, paciencia, esperanza, perdón y comprensión.  Siento una mezcla de vergüenza, odio, tristeza y dolor».

Todo lo que hay aquí es un desorden indescriptible.  Aquí no hay casas, ni calles ni campos floridos ni familias ni siembra ni ríos ni vegetación alguna, no hay sol, luna, o pájaros que trinen, tampoco hay niños que rían o lloren, ni coros ni orquestas ni siquiera alguien que sonría.  No hay hospitales, aunque sí muchos médicos y enfermeras, especialmente los de los ‘Centros de Planificación Familiar’ que no son otra cosa que ‘Centros de Feticidio’.  Aquí no hay cementerio, ni velorios, porque nadie muere, la gente esta agonizando todo el tiempo, pero no muere.  Sé que no puedes entenderme, Alberto, por más que trate de explicártelo.  Esto es horrible y es mi porción eterna.  Ya me quejé hasta la saciedad y dije que Dios es injusto porque no pedí nacer, que fui engañado, que tenía una naturaleza pecaminosa por culpa de Adán y Eva, quienes vivieron casi 6.000 años antes que yo.  Pero nadie escucha mis quejas y argumentos, nadie puede hacer nada por mí.  Aquí no hay instituciones teológicas, ni jueces que juzguen a los culpables y libren de este tormento a los que no éramos ‘tan malos’.  Sí, aquí hay jueces y abogados por montones, pero todos estamos en las mismas condiciones.

Hasta ahora nadie me ha preguntado qué hice para venir a parar a este lugar.  Pensaba preparar algo así como una autodefensa, porque considero que no hice mal a nadie, pero me estaría engañando.  Aquí todos coincidimos en que nuestro único mal fue no habernos entregado al Señor Jesús.  Sabíamos que la Biblia dice: ‘Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios’ (Jn. 1:12).  Yo, como muchos otros, decíamos que ‘siempre lo recibíamos, que cada día lo hacíamos’.  Muchos pensábamos que recibir a Cristo es recibir el bautismo, la primera comunión o la hostia, o tal vez las tres cosas.  Pero ahora sabemos que no hay tal.  Ya sabemos que cuando tengamos que comparecer ante el trono blanco, la única pregunta que se nos hará, si queremos alegar nuestro caso ante el Juez de toda la tierra, el mismo Señor Jesús, será: ‘¿Qué hiciste con el Salvador que Dios envió?’  Ahora vienen a mi mente muchas citas bíblicas porque ya no tengo deseo de pecar ni tampoco soy incrédulo.  Por eso recuerdo que el pastor Félix solía citar a Juan 6:28, 29 donde dice si mal no recuerdo: ‘Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?  Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado’.

¡Oh, si yo hubiera hecho así!  ¡Si hubiera creído y me hubiera arrepentido de mis pecados entregándome totalmente a él!  Francamente no me explico por qué no lo hice.  El Señor no me pedía ningún sacrificio, porque él mismo se había sacrificado en mi lugar.  Sólo quería que obedeciera y depositara mi fe en sus méritos.  Pero yo, terco y prepotente era, no quería abandonar mi religión, la que recibí de mis padres.  Ahora veo qué es lo que ofrece esta religión cuando uno muere.  Es una póliza falsa a la vida eterna, porque lo que realmente tiene para sus fieles es tormento eterno en el infierno.

A pesar de todo lo triste y miserable que es la existencia aquí, nadie puede hacer nada para mejorarla.  Aquí impera la ley del demonio, la ley infernal, la ley satánica, la ley del reino de las tinieblas, la del terror, el odio, la ley de la muerte eterna.

Conozco a muchos ‘ilustres’

Tal vez no me creas, pero ahora sí estoy diciéndote toda la verdad.  Conozco a Caín, también a algunos faraones egipcios, conozco a Judas Iscariote, veo con frecuencia a Poncio Pilato, a Balaam, varios reyes de Israel y a muchos monarcas europeos de los siglos pasados.  Ya he visto a Stalin, Lenin, Hitler, lo mismo que a Mussolini.  No los conocía, excepto por fotos, pero aquí estoy cansado de verlos.  Hay también muchos de esos a quienes llamaban ‘Santidad’ en la tierra, cardenales y muchos otros de rango inferior, todos están aquí.  Nadie reconoce ya sus títulos o investiduras.  Al ver a algunos tan aplaudidos y queridos en la tierra, recordé estas palabras de Jesús: ‘Porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación’ (Lc. 16:15b).

Estos personajes que solían vivir rodeados de sirvientes y en tiempos más recientes en grandes conferencias de prensa, donde las personas les seguían por doquiera que fueran tratando de captar todas las palabras que decían, todas las declaraciones que pronunciaban, que parecían verdaderos ‘dioses’, aquí sólo son condenados miserables como todos los demás.  Nadie discute sobre filosofía, política, ni sobre cómo cambiar la situación que nos toca vivir.  No tienen armas, ni manera de fabricarlas.  Quiero que me entiendas, que incluso veo a muchos estadistas de nuestro continente americano.  Aquí hay presidentes, primeros ministros, libertadores de algunos de nuestros países.  Grandes científicos, estadistas, arqueólogos, geólogos, abogados, médicos, matemáticos, físicos, grandes filósofos, esos que han sido considerados ‘grandes cerebros’ o ‘personajes excepcionalmente dotados, prodigios’.
     En cuanto a las ‘comodidades’ aquí, como sé que no me entenderás si te digo la verdad, tal como yo tampoco la entendería jamás si me encontrara en tu lugar, te diré solamente cómo describe la Biblia ‘el colchón y la frazada del infierno’.  En el libro de Isaías, al hablar del diablo dice: ‘...gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán’ (Is. 14:11b).  Ahora ya comprendo lo que el profeta quería decirnos.  Nuestra cama aquí, si es que de alguna forma se le puede llamar, es literalmente eso que dice Isaías, esto te dará una vaga idea de lo maravilloso que estamos aquí.

He hablado con algunos que se encuentran aquí hace miles de años, uno de los cuales es Caín.  Al verlo quedé perplejo, y comprendí por qué la Biblia le da el título de hombre ‘del maligno’.  Conociéndolo ahora me doy cuenta que no era para menos, un tipo de esa talla podía perfectamente darle muerte a Abel, su propio hermano.  Hablé con él y me dijo que está aquí desde hace casi 6.000 años y que jamás ha visto que alguien se libre de este lugar.  Le dije que tal vez ya se había acostumbrado al infierno y que no lo sentiría como los recién llegados, como yo, por ejemplo.  Me respondió, ‘que al infierno nadie jamás se acostumbra’.  ‘Cada día’ - me dijo - ‘descienden a este lugar nuevas almas y el infierno nunca se llena’.  Uno pensaría que ya está superpoblado y que Dios seguramente en ocasiones se ve en la obligación de ir dejando en libertad a los menos culpables, lo mismo que se hace en muchos países con los condenados por lo sobrecargado en sus cárceles.  Pero no hay tal. Caín me preguntó qué había hecho.  Le respondí que nada, que nada muy grave, porque jamás había matado a un hermano, tal como había hecho él.  Pero me entendió cuando le expliqué que no quise rendirme a Cristo Jesús.  ‘Bien’ - me dijo Caín - ‘si lo hubieras hecho no estarías aquí.  Pero ahora, como no lo hiciste, lo único que te queda es esta horrible condición infernal.  Yo sé perfectamente bien qué significa el poder de la sangre de Jesús, y cómo el cordero que ofreció Abel era una pálida muestra del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no me quedaba otra cosa que matarlo.  Le tuve envidia.  Creo que el mismo Satanás que te impidió entregarte a Cristo Jesús, fue quien me indujo a destruir a Abel.  Sí, yo sé que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, pero Satanás me convenció haciéndome creer que recibiría mejor paga si le seguía a él.  ¡Cuántas veces me he arrepentido de lo que hice, de mi decisión tan equivocada!  Pero de nada valen ya los lamentos.  Pronto te darás cuenta de la cantidad de gente que diariamente llega a este lugar aumentando la población infernal hasta sumar cifras increíbles.  Tú no estarías aquí si hubieras hecho caso a la invitación de Jesús.  Él es la verdad y la vida, el único camino al cielo.  Yo sé lo que es el orgullo y la dureza de corazón, comprendo lo que es la incredulidad.  No sé si sabías que cuando mis padres pecaron desobedeciendo a Dios, él de inmediato puso en acción la pieza de rescate que había preparado para el hombre desde antes de la fundación del mundo.  De seguro leíste en la Palabra de Dios, que el Señor de inmediato cubrió la desnudez de mis padres con pieles.  Esto significa que Dios tuvo que haber derramado sangre, seguramente la de algún cordero inocente para conseguir las pieles con que vistió a mis padres.  Todo esto me lo contó mi mamá y papá.  Pero yo, aunque pretendía amar a Dios, hice alianza con Satanás. Como Abel, mi hermano, era temeroso de Dios y yo me daba cuenta de esto, llegué a aborrecerle terminando finalmente por matarle.  Él derramó su sangre, y entonces no sabía que con el correr de los años el mismo Hijo de Dios derramaría su sangre para salvar a los pecadores.  Desde el primer momento, cuando cometí ese horrendo crimen, descubrí que a pesar de ello, Dios me amaba, pero ya había estrechado demasiado mi amistad con Satanás, además como él me ofrecía un verdadero paraíso, ¿cómo no lo iba a seguir?’

Cuando escuche a Caín me dí cuenta que virtualmente todos los millones de ciudadanos del infierno están aquí porque se dejaron engañar por Satanás.  Pero eso sí, noto que aquí se encuentran casi en su totalidad los líderes de las diferentes religiones, los dignatarios de la religión institucionalizada en el continente americano, con toda su jerarquía.  Aquí se encuentra en su totalidad, el Vaticano del pasado y al que se siguen agregando nuevos rostros de mis propios días.  Aquí también hay muchos que se hacían llamar protestantes.  Puedo afirmar que tenemos representantes de todas las denominaciones, de todas las sectas y religiones.  Este es un verdadero ecumenismo, porque todos lo grupos están presentes, excepto los cristianos, aquellos que se entregaron a Jesús, recibiéndolo por fe como salvador todo suficiente y personal.  A todos los que les he preguntado si han visto algún cristiano regenerado en este lugar, nadie me ha contestado afirmativamente.  ¡Cuánto me duele haber desperdiciado las muchas oportunidades repetidas de haberme entregado a Jesús!  Si lo hubiera hecho, hoy no estaría aquí, sino gozando con el Señor y con todos lo salvos.

La predestinación

Después de mi plática con Caín, comencé a entablar diálogos con otros condenados en el infierno tan miserables como yo.  Comencé a preguntarles por qué creían que estaban allí.  Uno me dijo que era hijo de un pastor, pero que decidió rebelarse a pesar de los ruegos y oraciones de sus padres y otros cristianos.  Quería demostrar su fortaleza emocional y su capacidad para tomar sus propias decisiones sin dejarse influenciar por sus padres.  Y añadió: ‘Aquí me tienen. Creo que mi pecado se llama soberbia’.  Otro me contó que su esposa era cristiana y muchísimas veces le imploraba que no fuera tan duro de corazón y que nada, excepto el mismo infierno, tenía que perder si se entregaba a Cristo.  Pero no le hizo caso y ahora se encuentra aquí.  Le pregunté por qué no le prestó atención, a lo que me respondió que le parecía que la religión era sólo para mujeres y para los niños.  Creía que sólo los débiles y los ignorantes buscaban un falso refugio en la religión.  Le recordé entonces que la vida eterna nada tiene que ver con ninguna religión, sino con Cristo el salvador y la regeneración del hombre.  ‘Sí’ - replicó - ‘sé de todo eso y mucho más de lo que tú piensas’.

‘Recuerdo’ - prosiguió - ‘que en cierta ocasión discutí con un cristiano y le dije que entendía que la cuestión de la salvación era asunto de la predestinación de Dios, y que no había tal cosa como libre elección.  Me convencí de que si era predestinado para la salvación sería salvo y que si estaba predestinado para perdición me perdería’.  ‘Dios’ - continuó - ‘escoge a los que se salvan, y como bien dijo el apóstol, ‘No depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia’.  Realmente creí que el apóstol estaba hablando aquí del esfuerzo de uno para ser salvo.  En una ocasión, un cristiano fiel, un hombre ya maduro, al hablar con él sobre la predestinación que tanto me gustaba porque me libraba de toda responsabilidad, me dijo: ‘Tienes ante ti dos candidatos, ambos solicitan tu voto.  Por un lado, Dios pide tu voto y te ofrece el perdón y la vida eterna.  Por el otro, Satanás también solicita tu voto y te ofrece el infierno, aunque no lo diga claramente porque en tal caso nadie le acompañaría, pero tú eres quien vota.  Tú votas o por Dios y la salvación o por Satanás y la perdición.  Esta es la verdadera predestinación bíblica’.  Ahora comprendo que cuando Pablo decía eso de que ‘No depende del que quiere...’ no se estaba refiriendo a la salvación, es injusto edificar una doctrina tan importante en estas palabras, como si la Biblia no dijera nada más con respecto a la salvación del hombre.  Bien dijo alguien: ‘Cuando usted saca el texto fuera del contexto, queda con el pretexto’.  Y este pretexto me trajo hasta aquí.  Es que la palabra ‘predestinación’ me gustaba tanto, encajaba tan bien con mi manera de pensar, que a toda costa quería que fuera así, y siempre encontré pastores que me apoyaron’ - concluyó diciendo.

Aquí hay muchas familias ‘incompletas’

Es notable ver cuántas familias incompletas están en este lugar.  En algunos casos hay un solo miembro de una familia de ocho.  Tal es el caso de Flavio, un joven de apenas 23 años.  Toda su familia es cristiana, no obstante él decidió ‘vivir su vida’.  Lo que me contó es realmente lamentable.  El pobre se pasaba literalmente crujiendo los dientes, llorando y lamentándose.  Me dijo que su familia hizo hasta lo imposible por librarle de esta situación, pero él a toda costa quería ‘demostrar su independencia’ y ‘su fortaleza de carácter’.  Por eso aunque se inclinaba a creer que Cristo era su única alternativa, tomaba todo a broma.  Me dijo además que había un detalle que le infundía ciertas dudas y era la enorme cantidad de personas que no creían como los cristianos.  Estos eran la gran mayoría.  Su deducción lógica era, que difícilmente semejante mayoría podía estar equivocada sobre un asunto tan serio. ‘Recién ahora’ - prosiguió - ‘tienen sentido para mí las palabras de Jesús que tantas veces oí, pero a las que no les presté mucha atención: ‘Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan’ (Mt. 7:13, 14).

Ahora Flavio no tenía ningún problema para comprender su error, pronto entendió que a él le gustaba la puerta ancha y el camino ancho.  No quería restricciones, decía que tenía derecho a ‘disfrutar de la vida’, vivir por su cuenta.  Soñaba con ser famoso, tal vez un gran cantante arrastrando a multitudes de jóvenes, ser muy solicitado por los periodistas, gozar de popularidad internacional, pero enfermó gravemente en la flor de la vida y antes de intentar siquiera hacer las paces con Dios, ya había abandonado el cuerpo y al instante se halló en su lugar, el infierno.

Aquí oigo a padres que hablan de sus hijos, a madres que hacen lo mismo, a hijos que hablan de sus padres, esposos de sus cónyuges.  Aquí tengo la impresión que todos estamos arrepentidos de corazón.  Pero hay un solo problema: ¡Es demasiado tarde!  Pero eso sí, la mayoría de los que están aquí han sido personas religiosas.  Algunas virtualmente sólo vivían para cumplir con las demandas estrictas de su religión.  Aquí he conocido a muchos ‘cristianos’.

¡Cómo quisiera que mi situación cambiara, que todo esto no fuera más que un sueño, algo en mi mente!  Comprendo que no hay tal, este es mi destino eterno, Alberto.  No sé si adivinas por qué te escribo desde aquí.  Si recuerdas el caso del capítulo 16 de Lucas, notarás que ese individuo, el rico (el no cristiano), se interesó mucho por sus cinco hermanos, diciéndole a Abraham: ‘Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento’ (Lc. 16:27, 28).

No me explico por qué, pero cuando uno está acá ya no es incrédulo, ni indiferente, sino que se interesa en aquellos que dejó atrás.  Por ejemplo, yo desearía ahora que todo el mundo me hiciera caso y que nadie más viniera acá.  Pero no es así, diariamente llegan miles y miles de todas partes.  Este es un lugar que nunca parece llenarse, es un ‘barril sin fondo’.  Si quieres consulta tu Biblia.  Ahora que tengo mejor memoria que la que tuve cuando estaba en mi cuerpo, viene a mi mente lo que dice Proverbios 30:15, 16 y te aconsejo que lo leas.  Recuerdo que decía en parte: ‘Tres cosas hay que nunca se sacian, aun la cuarta nunca dice: ¡Basta!”  El Seol, la matriz estéril, la tierra que no se sacia de aguas, y el fuego que jamás dice: ¡Basta!’

Aquí también hay muchos de esos que ‘hicieron grandes milagros’, que tuvieron muchos seguidores, que levantaron verdaderos imperios manejando millones de dólares y ofreciendo pomposos espectáculos que denominaban espirituales y en los que usaban la Biblia como pretexto.  Uno de ellos me dijo que pensaba que los poderes que tenía provenían de Dios, porque siempre invocaba su nombre.  ‘¿Cómo es que estás acá?’ - le pregunté.  Y me respondió: ‘¿Quieres que te diga la verdad?  Yo no era sincero ni conmigo mismo, ni con Dios ni con aquellos que colaboraban con mi ministerio’.  Anhelaba ser grande, mi corporación ‘sin fines lucrativos’ llevaba mi propio nombre, veía crecer mi organización y me felicitaba.  Debo decirte también que apliqué el método de la visualización, y aunque a veces pensaba que tal vez me estaba asociando con el demonio, me consolaba pensando que no importaba cuál era el método que usaba, ya que en cierto modo ‘el fin justifica los medios’.  ‘Mi intención, pensaba yo, era que la gente escuchara el evangelio.  Pero resulta que al cabo de un tiempo ya no predicaba el evangelio, ni hablaba de la regeneración, del arrepentimiento o la santidad. Jamás mencionaba el infierno o el juicio de Dios.  En realidad me convertí en un adulador, dejé de ser un predicador.  No quería ofender a los adúlteros, ni a los homosexuales ni a los hechiceros que decían ser sociólogos, tampoco a los que predicaban la doctrina de la ‘autoestimación’ y cosas por el estilo.  Eran gente buena, gente de sociedad, personas que daban dinero y que representaban un prestigio para mi iglesia.  Muy pronto me vi envuelto en ese humo de falsa grandeza, y como no era regenerado, yo mismo me cerré la puerta de un cambio.  Sostenía por ejemplo, que la fe era el positivismo.  La incredulidad, por el otro lado, era el ser negativo.  Para mí un negativista era ese que predicaba lo que yo consideraba doctrinas negativas, como por ejemplo: el juicio, el infierno, el pecado, la inmoralidad y cosas por el estilo.  Ser positivista era siempre estar feliz, hablar solamente de cosas lindas.  No me gustaba pensar en el amor de Dios, en su perdón, paciencia y comprensión, en un Dios santo y justo que un día juzgará a todos los hombres, porque todo eso era negativo.  Puedo decir que entre tantas cosas que dije, declaré muchas verdades, pero tan saturadas de mentiras que las personas no podían comprender su verdadera condición perdida.

Te aseguro que hay muchísimos más de mi iglesia que vendrán a este lugar.  Mi iglesia estaba en la zona de Los Ángeles.  Yo escribí muchos libros y eso me hizo rico.  Mis libros no se limitaban a los estantes de las librerías cristianas, sino que se vendían en los aeropuertos, en librerías seculares, en todas partes, porque le ofrecía una extraña panacea al hombre.  Cuando le hablaba de su necesidad espiritual jamás le decía que era pecador porque consideraba que eso era ‘juzgar al prójimo’ y ‘Jesús dijo que no debemos juzgar al prójimo’.  Fíjate cómo distorsionaba yo las enseñanzas de Jesús.  Los programas que se trasmitían desde mi iglesia eran vistos por millones de televidentes y en ocasiones recibí hasta 40 millones de cartas.  ¡Cuántas de esas personas acudían a nosotros, sobre todo a mí, buscando ayuda verdadera y no la obtuvieron!  Me imagino el sepelio que habrán hechos mis ‘hermanos’ como un ‘último adiós para el pastor’.  Ellos seguramente hablaron de cómo estoy ahora yo ‘gozando de las delicias celestiales’ sin pensar siquiera que estoy retorciéndome, gimiendo y crujiendo los dientes en el infierno’.

‘Pero, ¿cómo es posible que no te dieras cuenta que estabas engañando a la gente?’ - le pregunté.  A lo que me contestó: ‘Mira cuando comienzas a desviarte del camino, al principio experimentas algo de remordimiento, es como una especie de barrera, pero en mi caso, yo ni siquiera era regenerado.  Por eso no le presté atención a todo eso que ahora comprendo era el propio Dios hablándome para que rectificara mis pasos.  Luego, después de algún tiempo, uno como que se endurece y ya no siente nada.  Esto fue lo que me pasó.  Y cuando esporádicamente escuchaba mensajes que eran para mí, ya no me afectaban.  Sin ir muy lejos, ¿sabes lo que predicaba y enseñaba sobre el infierno?  Textualmente millones me oyeron decir: ‘El infierno es la falta de una verdadera autoestima.  Si no se estima a sí mismo, usted está sufriendo un infierno.  Si ha superado esa barrera y tiene un alto concepto de sí mismo, es decir se autoestima, está en el cielo.  Para ilustrar esto diré que Jesús murió en la cruz porque tenía una estimación muy pobre de sí mismo.  Si hubiera tenido un concepto elevado de su persona, jamás habría sufrido lo que sufrió.  Muchos hoy sufren un verdadero calvario porque no saben autoestimarse’.  ¿Eso enseñabas tú? - le pregunté asombrado.  ‘Sí’ - respondió - ‘y estoy seguro que ahora que estoy sufriendo las consecuencias de mi apostasía, millones de hombres y mujeres siguen recibiendo mis enseñanzas mediante las grabaciones que dejé.  ¡Dios mío, cuánto daño hice y cuánto sigo haciendo por la causa del Señor!’

‘Pero, ¿no dice la Biblia expresamente que nunca debemos exaltarnos a nosotros mismos, porque nuestra tendencia es considerarnos mejor de los que somos en realidad?’ - le dije.  ‘Sí’ - prosiguió - ‘pero ya te dije que llega un momento en la vida cuando uno se cree sus propias mentiras, termina creyendo que todo lo que dice es verdad.  La Biblia dice: ‘¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!’ (Is. 5:20).

‘Fíjate que eso era lo que yo hacía.  Recibí muchas cartas de pastores con profundo conocimiento de la Palabra de Dios y con una vida espiritual intachable, reconviniéndome, pero jamás les hice caso.  Miraba mi iglesia como un templo tan suntuoso que cuando alguien entraba quedaba pasmado.  Veía cuánta gente asistía cada domingo y cuánto dinero daban.  No me importaba lo que enseñaba.  No quería pensar en esas cosas.  Sí, yo sé lo que Pablo dice en cuanto a la autoestima cuando escribe: ‘Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno’ (Ro. 12:3).  En otras palabras, lo que el apóstol hace es tratar de hacer ver que nosotros no carecemos de autoestima, sino que lejos de subestimarnos nos sobreestimamos.  Lejos de pensar en nosotros mismos con humildad, como inferiores a los demás, nuestra tendencia carnal nos induce a pensar siempre que somos superiores, no inferiores.  Con esto, siempre rebajamos a los demás, los hacemos inferiores en nuestro concepto.  Este texto de Pablo me molestó en los primeros tiempos, lo mismo que varios otros, pero luego dejé de sentir remordimientos.  Ahora comprendo que fue cuando le dije definitivamente NO al Señor y SÍ a mis ambiciones personales de grandeza, fama y lujos.  Ahora quiero que recuerdes lo que dice Pablo, cómo una persona puede cerrarse la puerta de la salvación para siempre: ‘Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia’ (2 Ts. 2:11, 12)’.

Francamente Alberto, cuando escuché a este personaje quedé petrificado.  La responsabilidad de los ministros, especialmente los que enseñan, es extremadamente importante y seria.  Ahora este pastor sufre terriblemente, porque sabe que muchos de sus feligreses vendrán acá también».

Siempre creí que las personas que hacían mucho bien a sus semejantes, como recoger alimentos y alimentar a los huérfanos, visitar a los enfermos, ayudar a los pobres, y sobre todo si se trataba de gente cristiana, todos ellos, no sólo tenían el cielo asegurado, sino que seguramente ocuparían los mejores lugares celestiales. ¡Pero cuán equivocado estaba! Hoy mismo he visto cómo llegaban algunos de esos ejemplares, sobre cuya benéfica labor solía leer en los diarios y revistas especializadas. Vino a mi mente una avalancha de textos bíblicos que claramente declaran que la salvación no se le otorga a nadie por muy buenas que sean sus obras: ‘Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe’ (Ef. 2:8, 9). ‘Y si repartiese todo mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve’ (1 Co. 13:3).

Conocí a varios aquí, que seguramente tú también recuerdas, que no hace mucho llegaron, y sobre los cuales los diarios y revistas especializadas hablaban muy superlativamente ponderando sus obras de caridad en bien de tantos indigentes abandonados, hambrientos y enfermos. Sin embargo, al estar uno en este lugar se da cuenta que Dios no mira lo mismo que miran los hombres. Nosotros juzgamos a las personas en base a lo que hacen. Por eso, si se trata de alguien que hasta se desprende de lo que necesita para dárselo a otros, suponemos de inmediato que esa persona sigue a Cristo y que entendió lo que es la vida cristiana. Olvidamos que el cristianismo verdadero no comienza con caridades, sino con arrepentimiento y fe en Cristo Jesús. Uno primero tiene que recibir el perdón de sus pecados, sólo después de eso podrá hacer buenas obras que merezcan la aprobación divina. En otras palabras, la caridad que practiquemos no nos acerca siquiera un milímetro al cielo, porque el cielo es un regalo para todo pecador que arrepentido de sus pecados se entrega a Cristo Jesús y le acepta como su salvador eterno. Luego sí, es probable que haya buenas obras, las que son un resultado de la salvación, no el medio de alcanzarla. El camino de las buenas obras está bien pavimentado con esas obras que llevan rápidamente al infierno a quien lo transita.

Aquí se encuentra Verónica, ¿la recuerdas? Ella vivía a una cuadra y media de mi casa. En su humilde hogar muchos niños encontraron refugio, pan y hasta una cama donde pasar la noche. Ella recibía ayuda de algunos comerciantes que pensaban que lo que hacía era una labor cristiana, aunque Cristo nada tenía que ver con esto. Recuerdo que cierta vez el pastor de la iglesia donde concurrían mis familiares, el pastor Félix, explicaba que la salvación siempre debe ser primero, y que el único medio de salvación es el sacrificio de Cristo Jesús. Algunos lo acusaban de ser muy teórico, un radical, decían que la gente necesitaba arroz, frijoles, implementos agrícolas y demás para subsistir. Él los llamaba ‘cristianos frijoleros’, porque su fe sólo estaba puesta en los frijoles. ¡Cuánta razón tenía! Muchos hombres y mujeres se dedicaron a socorrer a los necesitados. Su acción sirvió para que ganaran el aplauso y la admiración de todos cuantos los conocieron. Los diarios se ocuparon en promocionarlos, hasta los entrevistaron en la radio, televisión, etc. Pero esa fue su paga. Ahora están aquí, junto con los mezquinos, explotadores, tiranos y todos los no salvos. También están aquí Teresa, Tadeo, Manuel y muchos otros que conocí en la tierra, pero que se consagraron totalmente a ayudar a los pobres y marginados. Sin embargo, todos tienen algo en común: rechazaron hasta el último momento a Jesucristo como salvador personal. Tadeo me contó que estando ya en el lecho de enfermo y presintiendo que su muerte se acercaba, en lugar de solicitar que alguien le leyera la Biblia, orara con él y le indicara cómo rendirse a Cristo, lo que hizo fue llamar a un religioso para que le administrara la extremaunción. ¡Tan extrema fue esa unción que aquí lo tienes!

Permíteme repetirte las palabras de Tadeo: ‘Te aseguro que el mismo que me administró los supuestos ‘santos óleos’ dentro de poco también estará aquí. Si hubiera tenido a Cristo como salvador, me lo habría presentado. ¡Qué gran fraude el de la religión de religiones! Ahora sí que estoy mordiéndome la lengua cuando desearía correr como un atleta y rendirme a los pies del Señor entregándole mi alma, pero ya es demasiado tarde. Ahora denunciaría a tantos engañadores, así lleven ropajes de pastores o curas, porque lo único que hacen es mantener a tantos engañados. Pero ya es tarde’.

Hay otra cosa que deseo compartir contigo antes de concluir. ¿Sabes Alberto que no he visto aquí a una sola persona redimida? Pero no sólo yo, sino que ninguno de esos con quienes he hablado han visto jamás a un solo cristiano en todo el infierno. Yo todavía no lo he recorrido mucho porque esta carta me tiene detenido y no quiero dejarla sin terminar, ya que dispongo de una extraña manera para enviártela.

¿Y qué de los que negaban el infierno?

Hace muchos años un pastor me contó que en cierta ocasión habló con un adventista. Era una persona muy pulcra, prolijo en el vestir y cuidadoso en sus palabras, tal como son la mayoría de ellos. Este caballero le dijo al pastor, que no era cierto que existiera tal cosa como fuego ‘eterno’. Que la palabra ‘eterno’ significa lo siguiente: ‘Los que no hayan creído en Cristo y hayan cometido pecados muy graves, comparecerán ante Dios para ser juzgados. Una vez visto su caso, él o ella serán condenados. Vivirán poco tiempo más, y luego morirán entrando en una especie de inconsciencia eterna, nunca se levantarán más’. Esto, según él, es lo que significa muerte eterna. Y siguió repitiéndome las palabras del adventista: ‘En cambio, aquellos que cometieron menos pecados, esos vivirán más años después del juicio. Tal vez 500 ó hasta 1.000, pero luego morirán. Finalmente los salvos, esos que creyeron en Cristo, sólo ellos vivirán por la eternidad. De esta manera, llegará el momento que después del juicio ante el trono blanco, todos los impíos habrán muerto y entonces ‘ya no habrá más muerte’ ’. Todo esto me pareció una explicación muy lógica, diría que hasta justa.

Pero aquí nadie cree esto. Aquí las palabras bíblicas tienen significado literal y a nadie se le ocurre alegorizarlas. Por ejemplo, Jesús dijo: ‘Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno...’ (Mr. 9:43). También dice la Escritura: ‘Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego...’ (Ap. 20:14). ‘Pero los cobardes y los incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda’ (Ap. 21:8).

Aquí ya nadie niega el infierno. Tampoco negamos que estaremos aquí por la misma eternidad. Todos sabemos que lo que viene es mucho peor, ya que todavía nos queda el juicio ante el trono blanco. Ese momento será terrible. Ahora ya no tengo la menor duda de que la Biblia es la verdad, que ‘toda la Escritura es inspirada por Dios’, tal como dijo Pablo. Que los santos hombres de Dios escribieron por inspiración del Espíritu Santo, tal como dice Pedro. Pero de nada me vale ahora. Debí haberles creído cuando estaba en la condición en que ahora estás tú, Alberto. Desprecié entonces todas las oportunidades que Dios me dio en muchas ocasiones. A veces pensaba que en realidad nadie puede saber si es o no salvo, que esto era algo que se sabría algún día. Me habían enseñado desde niño que Dios pondría en la balanza todos nuestros hechos, los buenos de un lado y los malos del otro y que entonces la balanza se inclinaría dependiendo de cuáles hechos pesaban más. Si los buenos tenían más peso uno iría al cielo, si eran los malos, al infierno, pero si estaban más o menos balanceados, al purgatorio. Pero no hubo tal balanza, ni tampoco me detuvieron en el purgatorio. Ocurrió exactamente lo que dice la Biblia, no lo que aseguran los religiosos.

Esto es horrible

Me gustaría pedirte que ayunaras y oraras por mí, tal vez invitando a toda la iglesia, al pastor Félix y demás, pero... ¿Para qué? Sé que esta suerte mía no cambiará jamás. Dios ya dijo lo que sucederá y él no puede ser burlado, pues sembré para la carne, viví divertido sin detenerme jamás a pensar en mi alma, por eso ahora estoy recibiendo lo que merecen mis hechos. Francamente Alberto, es imposible que alguien pueda describir lo que es el infierno, a menos que esté en él. En la tierra, cuando uno sufre, por lo menos tiene a alguien que tal vez le ayude, comprenda, consuele y acompañe. Hasta el mismo Señor dijo que Dios es tan bueno ‘...que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos’ (Mt. 5:45).

Esto es una gran verdad, porque aunque yo era mundano, me burlaba de Dios y de Cristo, del cielo y del infierno, del juicio y de todo cuanto los cristianos verdaderos creían porque así lo dice la Biblia, Dios en su bondad, enviaba la lluvia y ésta caía tanto sobre los cristianos como sobre los incrédulos. Yo me beneficiaba gracias a los hombres y mujeres temerosos de Dios, quienes recibían todas sus bendiciones. Lo mismo ocurría con el sol, éste brillaba y calentaba tanto a los temerosos como a los indiferentes y blasfemos, a los creyentes y a los incrédulos.

Pero el pecado me mantenía ciego y prefería creer en los absurdos que algunos de mis profesores me enseñaron. Ellos me dijeron que Dios no existía, que nosotros éramos el producto de la evolución cuyos orígenes se remontan a millones de años, incluso me aseguraron que esto había sido ‘probado científicamente’. Nunca me molesté por indagar más a fondo a fin de cerciorarme que esto era así. Me gustaba que fuera así, que no hubiera Dios, ni mucho menos infierno ni juicio ni resurrección de los muertos.

Pero ahora Alberto, todo ha cambiado. Una de las razones para sufrir tanto es mi propia memoria. Lejos de quedarme dormido o inconsciente, ahora mi mente está muy alerta, permitiéndome recordar escenas hasta de mi más tierna infancia. Los rostros de mis padres, quienes ya están con el Señor, las amonestaciones de mi padre, cuya vida pulcra y fiel al Señor no deja margen alguno para justificar mi incredulidad. Mi madre oraba con frecuencia y me imploraba que no actuara como lo hacía, pero yo ‘sabía más que todos esos cristianos juntos’. Y solía decir: ‘No confío en nadie, excepto en mí mismo y en todo lo que yo pueda hacer’. Aquí me tienes Alberto, esto fue lo que logré por mí. Recuerdo que uno de los profetas dice: ‘Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová... Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras’ (Jer. 17:5, 9, 10).

Pero entonces, ¿quién me engañó, si no soy tan torpe? ¡Ahora sé que fue mi corazón! Decía, creía y hacía todo lo que mi corazón me dictaba. ¡Me dejé engañar por mi propio corazón sin que me diera cuenta!

Veo muchas mujeres llorando

Esta es una colonia muy interesante. Hay de todo, pero permite que te diga algo Alberto, recién me di cuenta que hay una gran cantidad de mujeres, muchas de ellas jóvenes, incluso muy conocidas porque las veía por la televisión, hay otras que dictaban conferencias, especialmente esas que se dedican a la cruzada para las elecciones, luchando por lograr la aprobación de leyes a favor del aborto. Cómo gimen y lloran ahora, cómo se lamentan. Una de ellas me explicó que siempre había creído que la mujer tenía todo el derecho de hacer lo que quisiera con el feto. Que se trataba de su propio cuerpo y que un desliz, consecuencia de su ‘feliz’ encuentro con un caballero, no tenía por qué estorbar sus estudios, su carrera o su futuro matrimonio. Ella me dijo: ‘Escucho los gritos desesperados de esas dos criaturas que aborté. No me es posible describir el llanto de ellos. Ahora me imagino lo que sucedió con esos indefensos seres, cuando el feticida, que yo llamaba médico, les inyectó la solución salina y comenzó a extraerlos pedacito por pedacito terminando por arrojarlos al tacho de basura’. Pero, ¿cómo es posible que oigas los gritos y el gemir de esas criaturas? - le pregunté. Y me respondió: ‘No, no estoy diciendo que las criaturas están aquí. Esas criaturas, tanto las mías como las de tantas otras mujeres ‘liberadas’ como yo, están con el Señor, no se encuentran aquí. Lo que quiero decir es que ese llanto y ese sufrimiento por lo que tuvieron que pasar esos pobres bebés en mi vientre, y que entonces no sentí, ni oí, ahora me persiguen, al igual que todo aquello que sembré. La tortura que estoy sufriendo es la consecuencia de los pecados que cometí cuando el Señor me tenía en el cuerpo.

Ahora todo es claro, ahora sé que los verdaderos cristianos, tanto los predicadores como todos los demás que luchaban en contra del aborto, tenían toda la razón. Que realmente estaban defendiendo, no a una masa sin vida en el vientre de una mujer, sino bebés verdaderos, a criaturas con vida, completas en todo el sentido de la palabra, aunque todavía protegidos en el vientre de la madre. ¡Qué gran madre fui! Todo por mi orgullo, mi manera degenerada de vivir, mi completo rechazo a Dios y a Cristo. Todo eso me trajo aquí. No tengo a nadie a quien culpar porque escuché muchas veces el evangelio y en ocasiones hasta pensé que los cristianos tal vez tenían razón.

Ahora comprendo lo que Pablo quiso decir en el capítulo 3 de 2 Timoteo, de que habría gente ‘sin afecto natural’, yo era una de ellas. El mayor privilegio de una mujer es ser madre, esto es algo natural. La madre siente amor por el bebé que se está formando en su vientre, todo esto es natural para ella. Sin embargo, el Espíritu Santo inspiró a Pablo para que dijera que vendría una generación tan perversa, inmoral, bruta, egoísta y degenerada, que hasta las mujeres perderían el afecto natural llegando a tal brutalidad que matarían despiadadamente a sus bebés antes de nacer. Esto no lo hace la leona, ni ningún animal carnívoro, ellos tienen gran cuidado por sus cachorros.

¿Cómo llegué a ese extremo? ¿Cómo pude hacerlo tan livianamente? Recuerdo que la conciencia me molestaba mucho. La noche antes de concurrir a esa clínica, ‘el corredor de la muerte de los que no nacen’, no pude dormir. Era como si Dios me estuviera haciendo ver que estaba por hacer algo sumamente grave. Yo atribuí ese insomnio a una serie de casualidades y cumplí con la fatídica cita. ¡No lo puedo creer ahora! Pero ya es demasiado tarde. ¡Ojalá pudiera aconsejar a alguna joven por allí que piense como yo pensaba! Pero eso tampoco es posible, porque en el capítulo 16 de Lucas dice que si la gente no cree en lo que dice la Biblia, mucho menos creerán si alguien fuera a ellos de este lugar para convencerlos de esta tormentosa realidad’.
Esta infeliz terminó estallando en sollozos desgarradores y profundos.

Muchos se dejaron cautivar por algún atractivo mundano

Aquí, Alberto, me he encontrado con muchos que a decir verdad, no eran tan malos según el estándar de medida del mundo. Eran gente buena, honrada, de familia, buenos ciudadanos, no dados a la borrachera ni a ningún otro vicio. Sin embargo, cuando uno les pregunta: ‘¿Por qué caíste aquí?’, todos ellos saben muy bien por qué. Todos tienen un denominador común que los trajo aquí, abordaron el vehículo equivocado de la incredulidad. Nunca se detuvieron para escudriñar la Biblia y descubrir su responsabilidad delante de Dios. Ahora lo lamentan. Yo mismo recuerdo haber leído un folleto cuya sencilla ilustración llamó mucho mi atención. Era un hombre caminando rumbo al matadero y tras él una manada de cerdos. Según el folleto alguien le preguntó qué hacía para que los animales le siguieran, y él respondió que lo único que hacía era dejar caer de su mano algunos granos de maíz. Como los cerdos nunca miran hacia arriba, sino hacia abajo, siempre en busca de granos, no se daban cuenta que mansamente entraban al corral que a su vez los llevaba al matadero.

Lo mismo ha sucedido con los habitantes del infierno, a ellos nunca se les ocurrió pensar en el cielo y clamar a Dios mirando hacia arriba. Encontraban placer en lo terrenal, lo pecaminoso e inmoral, seguían a su despiadado amo mientras éste soltaba algunos granos de fama, otros de placer, dinero, diversión, religión; algunos incluso de autosuficiencia, hasta verse finalmente atrapados en la red de la muerte que les proveyó un viaje gratis al mismo infierno, donde están ahora.

¡Cómo es posible que tantos hombres y mujeres no presten la menor atención al problema del pecado en que viven! Al diablo no le importa el sexo, la edad, nacionalidad, educación, etc. Lo que busca son las almas de los hombres. Todo el que no es de Cristo le pertenece al diablo. El jefe supremo de esta ‘colonia infernal’ da la impresión que jamás será vencido, porque ciertamente tiene mucha fuerza y actúa con furia inexplicable. Yo sé que el diablo también siembra entre los habitantes de la tierra esta impresión de falsa victoria. Si los hombres sólo supieran que al invocar el nombre de Cristo y a su sangre que nos limpia de todo pecado, serían salvos, no se prestarían para los juegos del diablo. Es por eso, Alberto, que algún día los que estamos aquí nos sorprenderemos cuando le veamos tan derrotado como nosotros mismos. Lo sé muy bien, pero qué lástima que no me haya preparado para no estar en este lugar. Yo creo que la gente aquí conoce tanto la Biblia, que sin tener un solo ejemplar, podríamos recopilar una escrita en español, usando a los ‘cristianos’ de este lugar, valiéndonos de lo que cada uno ha memorizado. Sin embargo, aunque no lo creas, de cuando en cuando se nos ocurre que tal vez finalmente el diablo nos otorgue lo que prometió, que nos convierta en dioses y diosas. Él le susurró a Eva esta misma mentira, es decir, que es una oferta muy antigua, viene desde el Edén. Como entonces no le salió bien el tiro, continúa practicando el mismo método una y otra vez, creyendo que seguramente le saldrá mejor. Su ‘Eva’ moderna se llama ahora ‘Nueva Era’, una religión colosal que intenta borrar del mapa a Dios y el regreso de Cristo. Ustedes seguramente lo saben. Aquí se hacen todos los planes. Yo he asistido a algunas reuniones de los demonios, incluso a una presidida por el mismo Satanás. ¡Si vieras cómo trata a sus subalternos, a los demonios! Varios de ellos, los más sagaces han sido nombrados directores del coloso de la Nueva Era. Se mencionaron muchos nombres de personas que conozco, tanto en Estados Unidos como en otros lugares del mundo. No te los voy a nombrar, no sea que esta carta sea interceptada y vayas a tener problemas. En pocas palabras, la estrategia es copar el mundo entero y buscar todos los medios para acabar con los cristianos bíblicos, fundamentales y separatistas. Pero al mismo tiempo, fomentar más y más reuniones conjuntas con el fin de reunir esfuerzos.

Alberto, dile a todo el mundo, que el infierno es real. Desde aquí podemos vislumbrar lo que es el lago de fuego. Ahora entiendo todo esto mucho mejor que antes. Ya no me parece que Dios es injusto. Veo con asombro que personas como Nerón, Acab, Jezabel, muchos tiranos de todos los tiempos, los religiosos que casi los llevaban en andas, claman a Dios, gimen y lloran. Pero de nada les sirve, porque aquí se esfuma hasta el último vestigio de esperanza. Aquí no hay amor, ni fe ni esperanza, salvo la aterradora idea de que desde el infierno pasaremos a algo peor, al lago de fuego.

¡Cuántas veces el pastor Félix nos leyó desde el púlpito estas palabras que hasta me las aprendí de memoria!: ‘Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego’ (Ap. 20:12-15).

Todavía no ha llegado ese momento. Ahora sé que primero viene el arrebatamiento, del que siempre me burlaba, luego la gran tribulación, el milenio y finalmente el cabal cumplimiento de la comparecencia de todos los impíos ante el gran trono blanco. Yo también estaré allí, pero tú amigo mío, ¡por favor no vengas a este lugar! ¡Ajusta cuentas con el Señor ahora mismo para que te salve!»


Diseño © Radio América