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"Sukkot" - La fiesta de los Tabernáculos

"Sukkot" - La fiesta de los Tabernáculos

     La Fiesta de los Tabernáculos era una de las grandes festividades de peregrinación del año judío.  Se celebraba durante siete días, desde el 15 al 22 del mes séptimo de Abib. 

Era uno de los tres festivales anuales a los que debía concurrir todo varón. Ésta era la ordenanza del Señor: “Tres veces en el año me celebraréis fiesta.  La fiesta de los panes sin levadura guardarás.  Siete días comerás los panes sin levadura, como yo te mandé, en el tiempo del mes de Abib, porque en él saliste de Egipto; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías.  También la fiesta de la siega, los primeros frutos de tus labores, que hubieres sembrado en el campo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo.  Tres veces en el año se presentará todo varón delante de Jehová el Señor” (Exo. 23:14-17).  “Tres veces en el año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de Israel” (Exo. 34:23).

          Era una fiesta de regocijo.  La designación “fiesta de los tabernáculos” se derivaba del requisito de que todo  israelita debía vivir en tabernáculos - en cabañas hechas de ramas de árboles y palmeras durante los siete días de la celebración.  Esta festividad estaba vinculada históricamente al éxodo de Egipto y le recordaba a los judíos su peregrinación y vida en tiendas en el desierto.

          Hace ya muchos años, en una noche fresca de otoño, cuando el aire frío y refrescante agitaba las ramas de los árboles, Jerusalén la ciudad de los palacios, de la hermosura y gloria presentaba un aspecto muy distinto del acostumbrado.  Diferente incluso del que ofrecía cuando sus calles estaban colmadas de peregrinos durante la semana de Pascua o Pentecostés.  Las laderas de sus colinas se veían en la distancia salpicadas de colores, como si fuesen el área de almuerzos campestres.  Al acercarse podían verse las cabañas provisionales construidas en las faldas del valle de Cedrón, extendiéndose  de norte a sur, hasta donde abarcaba la vista.  Estos sukkots, se levantaban en los terrados de las casas, en las azoteas,  en los porches, en los patios, en calles y plazas, al igual que en avenidas y jardines.  Todo, a un día de jornada de distancia sabatina del monte del templo.  La cosecha final del año había sido recogida en graneros, y los hombres de todas partes de Israel habían acudido a Jerusalén para una semana de celebración.

          Esta era la fiesta de los peregrinos extranjeros, que venían de países lejanos y cuyas contribuciones al templo eran aceptadas y contadas.  Ahora, en el frescor deleitoso del otoño, cuando ya habían terminado la vendimia y las primeras manchas doradas teñían el follaje, los extranjeros de lejanas tierras y los paisanos de Judea se entremezclaban en las calles de Jerusalén, bajo la sombra del glorioso Santuario de mármol, cedro y oro, del templo, allí en el monte Moriah, que era símbolo de la infinita presencia de Dios.

          Cuando la luna llena, radiante, brillaba esa tarde en el firmamento, los sacerdotes del templo tocaron las trompetas, anunciando así el comienzo de la Fiesta de los Tabernáculos.  Las multitudes estaban alborozadas con las últimas noticias de familiares y amigos.  Todo el día, hasta que las estrellas iluminaron el azul radiante del cielo, el humo de los holocaustos se elevaba en columnas que se iban ensanchando y meciéndose para terminar difuminándose sobre el monte de los Olivos y Sión.  El canto de los levitas y las respuestas solemnes de los “Hallel” eran transportadas por la brisa, mientras el toque de las trompetas de los sacerdotes despertaba ecos en las colinas cercanas.  Los amigos disfrutaban visitándose unos a otros. Por todas partes podían verse corrillos de personas hablando de las fiestas a celebrarse.  Muchos estaban discutiendo las historias que habían escuchado acerca del hombre de Galilea: “Y le buscaban los judíos en la fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél?  Y había gran murmullo acerca de él entre la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros decían: No, sino que engaña al pueblo” (Jn. 7:11,12).

          El tema de estas discusiones era Jesús.  Y se preguntaban: “¿Acudirá al festival?”.  “¿Podremos verlo y oírlo?”.  “¿Realizará algunos milagros?”.  Porque todos habían oído hablar de sus milagros.  Llegó el primer día y Él no hizo su aparición, tampoco el segundo día, ni el tercero.  Según la Ley Mosaica, el Señor tenía que asistir.  Las personas tenían dificultad en concentrarse en sus actividades requeridas ya que todas las conversaciones eventualmente giraban alrededor de Jesús.  Claro está, nadie hablaba abiertamente de Él por temor a las autoridades del templo.  Se rumoraba que había cargos en su contra por incitar una revuelta.  La última vez que estuvo en el templo, unos seis meses antes, había curado a un hombre en día sábado cerca del estanque de Betesda, una gran fuente justo al norte de las instalaciones del templo.  Eso había causado cierto malestar entre los fariseos.  Para ellos, Jesús había violado la ley del sábado.

          ¡Ya a media hora de la tarde del cuarto día, la multitud no podía pensar en nada más! ¿En dónde estaba Jesús de Nazaret?  De súbito, apareció allí en medio de todos y comenzó a predicar.  Nadie lo había visto llegar caminando por la ruta que conducía al templo.  Tampoco le habían visto entrar a través de las puertas que llevaban hacia el área del templo.  No hubo ninguna fanfarria para darle la bienvenida. ¡Él hizo su aparición de súbito!  Hasta sus discípulos estaban perplejos.  No tenían idea cómo había llegado a la ciudad. ¡Y allí estaba, predicando en el templo! El mensaje de nuestro Señor ese día, expone un escenario profético de importancia.  Jesús se presentó en medio de la celebración y habló de esas cosas pertinentes a su primer advenimiento. ¡Regresó el séptimo día con un clamor y un mensaje que concierne a su futuro retorno!

          En realidad, todo las  actividades que se celebraban en estos siete días  y que comenzaban con la recolección de la cosecha - tenían un significado profético, señalaban al futuro. Estos días representan 7.000 años de esfuerzo humano.  Los sacrificios de la semana incluían 70 becerros en conjunto, cada uno simbolizando 70 naciones en el mundo.  La fiesta no era sólo una festividad judía, sino que concernía a todas las naciones y permanece para todas las generaciones desde los días de Adán hasta el reino mesiánico final.

          El apóstol Juan nos ofrece una vista de este maravilloso escenario profético que iniciara y cumpliera nuestro Salvador.  “Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.  Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?  Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.  El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.  El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es el verdadero, y no hay en él injusticia. ¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme?” (Jn. 7:14-19).

          Esta conversación cubre la esencia del primer advenimiento de Cristo.  Él vino a la tierra 4.000 años después de la creación del hombre, con el propósito de convertirse en el sacrificio final para todas las naciones.  Su discusión en ese día incitó a los fariseos y a los sumos sacerdotes para que enviaran oficiales para arrestarlo.  “Entonces Jesús dijo: Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió.  Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir” (Jn. 7:33,34).

          Sin duda alguna, tal como prometió, 40 días después de su resurrección, Jesús ascendió al cielo en donde ha permanecido hasta este día.  En Mateo 23:39, le hizo esta advertencia a los fariseos: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”.  Esta es la “bendición mesiánica” que los judíos esperan pronunciar cuando llegue finalmente el gran día de la redención.  Fue enseñada originalmente en el Salmo 118.  Note en el contexto que aparece: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.  De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos.  Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él.  Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego; te ruego, oh Jehová, que nos hagas prosperar ahora.  Bendito el que viene en el nombre de Jehová; desde la casa de Jehová os bendecimos” (Sal. 118:22-26).

  1.       La piedra angular del templo que fue rechazada por los constructores en el día de Salomón, se convierte en una metáfora para el Mesías que rechazaron.

 

  1.       Él predijo que retornaría triunfante al principio del séptimo milenio - el profetizado “día del Señor”.  El Salmista describe este séptimo milenio como “el día que hizo Jehová”.  Cuando llegue ese día y el Armagedón esté desatado, los judíos gritarán “¡Sálvanos ahora!”.  El término hebreo Hosanna, seguido por la bendición mesiánica,   “Bendito el que viene en el nombre de Jehová”.

          Esta fue precisamente la declaración que hicieron las personas comunes y corrientes que le dieron la bienvenida a Jesús el día de su entrada triunfal.  “Y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima.  Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino.  Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!  Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste?  Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea” (Mat. 21:7-11).

          Aunque las personas comunes y corrientes le alababan, no así los líderes del templo.  Vemos que sólo dos capítulos después, en el mismo Evangelio de Mateo, el Señor Jesucristo le dice a los fariseos que no retornaría hasta que los líderes religiosos se unieran al pueblo y pronunciaran “la bendición mesiánica”.

          Juan nos dice que después de escuchar a Jesús decir que se iba, los líderes religiosos especulaban entre ellos mismos qué era lo que había querido decir: “Entonces los judíos dijeron entre sí: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos?  ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos? ¿Qué significa esto que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir?” (Jn. 7:35,36).  Jesús dijo que iba a regresar al cielo y permanecer allí.  Según los eruditos en profecía, Él permanecerá allí hasta el séptimo milenio.  Es interesante notar que los fariseos eran bien perceptivos.  Sabiendo que la Fiesta de los Tabernáculos era una festividad que incluía a los gentiles, ellos supusieron que Cristo tal vez estaba diciendo que abandonaría Israel y le llevaría su mensaje a las naciones. ¡Y verdaderamente lo hizo!  Aunque nuestro Salvador está en el cielo, ha dirigido desde allí el desarrollo del cristianismo gentil durante los dos milenios pasados.  Murió y resucitó por todos los hombres y le ofrece vida eterna a todo el que crea en Él.

Hosanna Rabba

          Una de las principales observaciones de la Fiestas de los Tabernáculos es la recitación del “hoshanot”.  Sobre este tema, Michael Strassfeld un rabino de una Sinagoga en Manhattan, miembro de la Sociedad para el Avance del Judaísmo, y reconocido experto en esta área, escribe en su libro Las fiestas solemnes judías: “Cada día de Sukkot, se recita el hoshanot durante el servicio de la mañana.  Estos son himnos que comienzan con las palabras ‘hosha na’ - que quiere decir ‘sálvanos’, de ahí el nombre.  Se recita uno cada día conforme se da la vuelta alrededor de la sinagoga.  La recitación de ‘Hoshanot’ rememora la procesión en el templo, la cual se hacía alrededor del altar.  Hoy el ‘Tora’ - los primeros cinco libros de la Biblia escritos por Moisés - remplazan el altar”.

          El séptimo día de la Fiesta de los Tabernáculos tiene un nombre especial: “Hosanna Rabba” o el “gran Hosanna”.  Sus costumbres y rituales incluyen dos observaciones:

  1.       Se le da la vuelta a la sinagoga siete veces, mientras se cargan las cuatro especies de tres ramas y se recitan las oraciones del hosanna.

 

  1.       El “aravot” o ramas de sauce, se dice que simboliza la expulsión del pecado y según los rabinos, el “Hosanna Rabba” representa al día del juicio final.  Hoy, estos rituales tienen lugar al final del “hoshanot” y se azotan ramas de sauce  contra una silla o el suelo.  El señor Strassfeld comenta que este ritual es muy importante para los rabinos, tanto, que se celebraba para sustituir las leyes del sábado.

          Dice Strassfeld en su libro: “Según algunas autoridades, ‘Hosanna Rabba’ marcaba la conclusión del período de las fiestas solemnes judías.  Hay una tradición de que es posible cambiar un duro juicio antes de ‘Hosanna Rabba’ - ya que el sello final no se pone en los Libros de Vida y Muerte hasta entonces.  Por consiguiente, el servicio de la mañana... es uno solemne”.

          Fue en el último día - en “Hosanna Rabba”, en ese gran día, que nuestro Salvador gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.  El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:37,38).  Note que se pensaba que el séptimo día del festival representaba ese día futuro cuando el acosado pueblo  judío clamará para que su Mesías lo salve: “¡Hosanna!” que quiere decir “¡Sálvanos ahora!”.  Este no es un día ordinario.  Es el tiempo profetizado en Salmo 118.  Cuando llegue ese día, el pueblo gritará: “¡Hosanna!” - seguido por la bendición mesiánica: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

La fiesta de la cosecha

          La gran Fiesta de los Tabernáculos se celebraba en ocasión de la recolección de los frutos, por eso Moisés también le llamó a esta celebración las Cosechas o Cabañas: “También la fiesta de la siega, los primeros frutos de tus labores, que hubieres sembrado en el campo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo” (Ex. 23: 16). “También celebrarás la fiesta de las semanas, la de las primicias de la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año” (Ex. 34:22).

           Marcaba la recolección final de la cosecha, antes del invierno que se aproximaba.  Más allá, esa recolección también señala la colecta de las almas de hombres y mujeres de Dios en la gran siega divina.  A la entrega de la Ley, el Señor ordenó que se guardara esta celebración como uno de las tres festividades principales: “Tres veces en el año me celebraréis fiesta.  La fiesta de los panes sin levadura guardarás.  Siete días comerás los panes sin levadura, como yo te mandé, en el tiempo del mes de Abib, porque en él saliste de Egipto; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías.  También la fiesta de la siega, los primeros frutos de tus labores, que hubieres sembrado en el campo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo” (Exo. 23:14-17).

          A los israelitas se les ordenó que construyeran cabañas de ramas sin techo y colocaran en su interior fruto y follaje y que vivieran en ellas durante una semana.  La festividad conmemoraba la saga de los primeros israelitas.  Durante las tres fiestas de la cosecha: La Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos, a todos los varones judíos se les requería que fueran a Jerusalén.  Los judíos celebraban el Éxodo en la Pascua, la entrega de la Ley en Pentecostés y finalmente sus 40 años de jornada a través del desierto, morando en esas cabañas o tabernáculos durante siete días.  Creo que esos tabernáculos también representan la naturaleza temporal de la jornada del hombre sobre la tierra.  Aunque la humanidad ha vivido en este planeta de generación en generación durante los pasados 6.000 años, nuestro destino final es la ciudad santa, la Nueva Jerusalén.

La ceremonia del derramamiento del agua

          Durante la primera noche de vigilia del festival, se limpiaba el altar de los sacrificios.  A la media noche, se abrían las puertas del templo para permitir que se examinaran  los varios animales que iban a ser sacrificados al día siguiente.  Justo después del amanecer, mientras se preparaba el sacrifico de la mañana, un sacerdote acompañado por una gozosa procesión iniciaba su marcha hacia la fuente de Siloé  a buscar un cuarto de agua en un cántaro de oro en el que cabía menos de un litro.  

          Se llamaba “agua viva” porque era tomada de una fuente, no de agua estancada.  Los sacerdotes en la procesión tocaban las trompetas mientras otros alzaban ramas de sauce y las mecían, hasta formar una especie de bóveda de ramas sobre el cántaro de oro. La procesión seguía adelante, hasta el mismo límite de Siloé, abajo en el borde del valle Tiropoeón, en donde se une con el Cedrón.   Conforme pasaba a través de la Puerta de la Fuente, era saludada por un toque triple de trompetas.

          Cuando la procesión del templo arribaba al estanque de Siloé, el sacerdote llenaba el cántaro de oro con agua del estanque.  Luego regresaba al templo calculando el tiempo, a fin de llegar cuando estaban colocando los pedazos del animal sacrificado sobre el gran altar de los holocaustos, hacia el fin del servicio del sacrificio matutino ordinario.  Con tres trompetazos los sacerdotes le daban la bienvenida al sacerdote con el agua cuando entraba por la Puerta del Agua, llamada así por esta ceremonia.

          El sacerdote se unía a otro sacerdote que llevaba el vino para la ofrenda de bebida.  Los dos ascendían las escaleras hacia el altar y se dirigían a la izquierda.  Había allí dos embudos de plata, con la abertura estrecha dirigida hacia la base del altar.  Se vertía el vino en el que estaba en el este, que era algo mayor, y al mismo tiempo el agua en el del oeste, con una abertura algo más estrecha, en tanto que el pueblo vitoreaba al sacerdote para que levantara la mano indicando que había vertido toda el agua en el embudo. Tan pronto como se vertía el agua y el vino en los embudos, comenzaba la música del templo - las flautas acompañaban el canto del “Halell” - los salmos de alabanza.

          Se consideraba que el derramamiento del agua era una ordenanza instituida por Moisés.  Esta ceremonia tenía lugar cada día de la festividad.  Fue el último día, que Jesús tal vez de pie ante la Puerta del Agua, gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.  El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:37,38).  

          El agua viva de Siloé tal vez esté asociada con la profecía de que justo antes del advenimiento de Mesías, el agua brotará en el monte del Templo.  Desde la pasada década el agua comenzó a manar debajo del área del templo.  Y me pregunto: ¿Será esto el comienzo del cumplimiento de esa profecía?  Jesús asoció el agua de Siloé consigo mismo y con su mensaje.

El encendido de las lámparas

          A la conclusión del primer día de la festividad, los adoradores se congregaban en la Atrio de las Mujeres.  Grandes candelabros de oro eran colocados en la parte superior sostenidos por postes gigantescos.  Recostados a ellos descansaban unas escaleras altas.  Cuatro jóvenes descendientes de sacerdotes trepaban por las escaleras y llenaban cada una de las lámparas con cerca de diez galones de aceite.  Los sacerdotes tomaban entonces las vestiduras que habían llevado puestas durante el año y las usaban como mecha en estas lámparas gigantescas.  Las encendían a la media noche y su luz podía verse a kilómetros de distancia.  Según los recuentos de los rabinos, no había un lugar en Jerusalén que no estuviera iluminado por la luz de estos candelabros.  Se dice que las lámparas se encendían cada noche durante el festival.  Esta fue la ceremonia que motivó a nuestro Salvador a decir:  “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

          Estos dos rituales, el derramamiento del agua y el encendido de las lámparas eran las dos ceremonias más importantes del entero festival.  Eran un recordatorio al antiguo día 15 de Tisri, cuando se le apareció a Israel la columna de nube por el día y el pilar de fuego por la noche.  También en esa misma fecha descendió la gloria del Shekinah a la dedicación del templo de Salomón.

La Fiesta de los Tabernáculos de Zacarías

          Zacarías nos recordó así la importancia profética de la Fiesta de los Tabernáculos durante el reino venidero: “Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos.  Y acontecerá que los de la familia de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia” (Zac. 14:16,17).

          Zacarías miró anticipadamente al tiempo cuando todas las naciones enviarán sus representantes a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos.  El profeta alude a la abundancia de la cosecha e incluso la asocia con la forma cómo el Señor controla el clima.

Nehemías restauró esta festividad

          En el siglo V antes de Cristo, el rey de Persia le concedió permiso a su copero para que regresara a Jerusalén con el tercer y último grupo de exilados.  A su llegada, él retó a sus coterráneos para que reconstruyeran las ruinas de Jerusalén a pesar de la resistencia de esos que ya vivían alrededor de la ciudad.  Él completó su obra en sólo 52 días.  Luego tuvo lugar el esfuerzo más arduo, el despertar espiritual del pueblo.  Después de organizar líderes entre los ancianos y seleccionar a los sacerdotes que tenían un registro genealógico válido, se llevaron ofrendas al templo y el pueblo se congregó para escuchar la lectura de la Ley.  “Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres, y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo.  Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley” (Neh. 8:2,3).

          El versículo 8 de este capítulo es un hermoso ejemplo del espíritu que animaba este despertar espiritual: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido de modo que entendiesen la lectura”.  Luego los versículos 14 al 17 hablan de la Fiesta de los Tabernáculos, de la primera que se observara desde los días de Josué: “Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano de Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la fiesta solemne del mes séptimo; y que hiciesen saber, y pasar pregón por todas sus ciudades y por Jerusalén, diciendo: Salid al monte, y traed ramas de olivo, de olivo silvestre, de arrayán, de palmeras y de todo árbol frondoso, para hacer tabernáculos, como está escrito.  Salió, pues, el pueblo, y trajeron ramas e hicieron tabernáculos, cada uno sobre su terrado, en sus patios, en los patios de la casa de Dios, en la plaza de la puerta de las Aguas, y en la plaza de la puerta de Efraín.  Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande”.

          Esta fiesta particular de los tabernáculos señala la importancia de la naturaleza profética de la festividad.  Esas personas habían regresado del cautiverio en Babilonia con la esperanza de restablecer el reino y restaurar el trono de David.  Para ellos la historia había llegado a su clímax.  Habían transcurrido mil años desde que Josué conquistara el territorio.  La Fiesta de los Tabernáculos, una de las más importantes en el calendario de Israel, había sido pasada por alto durante mil años.  Su cumplimiento futuro verá el establecimiento del reino milenial inaugurado por el Mesías.  Un día el trono de David será restaurado. Para los judíos de hoy, esta fiesta es todavía la más gozosa de todas las festividades.  Y hay tres memoriales básicos que se observan durante esta celebración:

1. Deben vivir en tabernáculos

          Este mandamiento se encuentra dado claramente en el libro de Levíticos: “En tabernáculos habitarán siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto.  Yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 23:42,43).

          Algunos niegan que la Fiesta de los Tabernáculos conmemora la jornada en el desierto.  Pero el último versículo de este pasaje declara que los tabernáculos debían recordarle a los judíos esos detestables 40 años en el desierto.  A este punto podemos muy bien entender por qué pasaron por alto esta fiesta y fueron negligentes en su observación, desde los días de Josué hasta los de Nehemías.  Tal vez no deseaban recordar sus errores pasados.  Después de todo, cuando entraron finalmente en la tierra prometida - una tierra con leche y miel - ¿para qué deseaban recordar este triste pasado?

          Michael Strassfeld comenta que los judíos creen que los tabernáculos “deben ser una estructura temporal, no permanente.  Esto es para recordar  la portabilidad de las tiendas en el desierto mientras los israelitas vagaban de un lugar a otro durante 40 años.  Esto también enfatiza uno de los temas de la fiesta solemne - lo transitorio de nuestras vidas”.

          Los comentarios del señor Strassfeld nos muestran que la forma cómo los judíos modernos interpretan esta fiesta, no es del todo clara.  Dice que los judíos creen, que el tabernáculo o cabaña debe ser considerado como un hogar permanente durante siete días.  Deben comer, beber y estudiar allí.  El techo del tabernáculo debe ser temporal y hecho de algún material orgánico.  Tiene que ser de algo que ha crecido y luego debe ser arrancado de la tierra, tal como las ramas y las cepas de los árboles.  Finalmente, debe reflejar belleza y fertilidad, incluyendo objetos de arte hechos a mano, nueces, almendras, peras, granadas, uvas, garrafas de aceite, carne fina, y guirnaldas hechas con mazorcas de maíz - incluso pinturas de Jerusalén.  Sin embargo, usualmente se come en el tabernáculo, particularmente la primera noche del festival.  El primer mandato es que el tabernáculo sea un lugar de felicidad y conversación, en donde se enciendan luces y haya relajamiento.

2. Colectar cuatro especies de productos agrícolas

          La segunda ordenanza respecto a esta festividad es que se colecten cuatro productos agrícolas diferentes.  El “lulav” - las ramas de palma, “etrog” - cidro, “hadasim” - mirto ó arrayán  y ramas de “aravot” - de sauce.  Estas cuatro especies enfatizan la naturaleza agrícola de la festividad.  También se dice que caracterizan cuatro tipos espirituales judíos.

  1.       El cidro, tiene gusto y fragancia y simboliza a esos judíos que han demostrado tanto comprensión como buenas obras.

 

  1.       Las ramas de palma que tienen gusto, pero no fragancia, representan a esos judíos que poseen conocimiento, pero no tienen buenas obras.
  1.       El mirto o arrayán, que tiene fragancia, pero no gusto, simboliza a esos que han mostrado buenas obras, pero que carecen de conocimiento.

 

  1.       Finalmente las ramas de sauce, no tienen ni fragancia ni gusto, refiriéndose a esos judíos que no tienen ni buenas obras ni conocimiento.

          Durante la Fiesta de los Tabernáculos se celebraba cada día la ceremonia del “Hallel”, que constituía del canto antifonal de los Salmos 113 y 118 con respuestas acompañadas por flauta.  Cuando los levitas entonaban la primera línea de cada Salmo, el pueblo la repetía en tanto que a cada una de las otras líneas respondía con un Hallelu Yah - que quería decir “¡Alabado sea el Señor!”.  En el Salmo 118 el pueblo repetía no sólo “sálvanos ahora”, sino que al final del Salmo decían “Oh, dad gracias al Señor”.  Cuando repetían estas líneas agitaban las ramas de palma, de mirto, de sauce y cidro,  que tenían en las manos hacia el altar, y en cuatro direcciones, expresando con esto la realidad y causa de la alabanza y recordándole a Dios sus promesas.

3. Regocijarse y estar contentos

          El mandamiento final de regocijarse durante la celebración del festival - es el apasionado recordatorio de alimentos, prosperidad y amigos.  Debían estar felices, anticipando el tiempo cuando el Mesías le traiga a la tierra paz y prosperidad.

          Al examinar esta fiesta solemne judía descubrimos por la gracia de Dios, que nos ofrece una vista general de su plan redentor.  Su obra avanza conforme lo planeado y de acuerdo con el tiempo indicado.  Su pueblo escogido se está preparando, para que cuando venga su Reino y se haga su voluntad, el mal sea destruido.

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