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El misterio de la Encarnación

El misterio de la Encarnación

El Apóstol Pablo dice: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Ti. 3:16). ¡Qué misterio tan maravilloso el de la encarnación! Cuán asombroso, pero al mismo tiempo esencial para nuestra salvación, que Dios, tal como anticiparon los profetas del Antiguo Testamento, pudiera hacerse hombre:

- “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Is. 7:14).

- “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6).

- “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5:2).

A su encarnación Él no cesó de ser Dios, porque esto era imposible. Dios y el Hombre existían juntos en una Persona: el Señor Jesucristo, el único Dios Hombre. Cuando Jesús fue concebido en el vientre de una virgen, de María, ella sabía que Dios era su Padre, pero el misterio de su encarnación era algo demasiado maravilloso para que pudiera comprenderlo todo. Lo amamantó con sus pechos, creció como un niño común y corriente y durante las noches su respiración rítmica se entremezcló con la de los otros niños que María tuvo de José. Como dice la Escritura:

- “Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar” (Ma. 12:47).

- “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?” (Ma. 13:55).

- “Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan” (Ma. 3:32).

Era un niño tan normal, que María acostumbraba a decirle que José era su padre. “Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lu. 2:48,49).

Jesús no fue aclamado popularmente en Nazaret. No le reconocieron, sino que hasta le odiaron. Como Él mismo dijo: “Sin causa me aborrecieron” (Jn. 15:25). Era Dios mismo, el Creador, caminando en medio de sus criaturas, y ellos lo despreciaron. ¡Cuán inmensa fue la separación entre Dios y los hombres! Fueron muy pocos los que pudieron decir: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14).

El lenguaje de la Escritura le llama a Cristo “el segundo hombre” (1 Co. 15:47). Desde Adán hasta Él, no hubo nadie que mereciera ser llamado en realidad “hombre” en la plenitud del propósito del Creador. Así como Adán fue creado por Dios, el cuerpo de Cristo fue creado en el vientre de María. Como dice Hebreos 10:5: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo”. Era un hombre, tal como Dios intentó que fuera en el principio, pero también era Dios Hombre. “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Jn. 14:9).

Como progenitor de la nueva raza, de esos que habrían de experimentar el nuevo nacimiento, a Cristo también se llama “el postrer Adán” (1 Co. 15:45). Los redimidos por su sangre, a quienes les ha dado vida eterna como un don gratuito de su gracia, nunca perecerán:

- “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7).

- “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Co. 1:14).

- “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:28).

No habrá nunca más un tercer Adán, ni mucho menos un cuarto. Lo que Dios llevó a cabo por medio de Cristo para la descendencia caída de Adán, fue perfecto, sin falla. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:14). ¡Cuán increíble es que Dios se hiciera hombre y cuán maravillosas son sus implicaciones para nosotros por la eternidad!

Como ya he repetido en muchos otros escritos, Dios tuvo que hacerse hombre para poder pagar el castigo que requería su justicia infinita. “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12), así tenía que ser, “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1 Co. 15:21).

El Dios de la Biblia creó el universo de la nada, pero el universo no es Dios, ni mucho menos es una extensión suya, ni parte de Él. Hablar de Dios como de “ella”, refiriéndose con esto a la llamada “Madre Tierra” o la “Madre Naturaleza”, es promover una gran herejía. El hombre aunque fue hecho a imagen y semejanza de Dios tampoco es una extensión de Dios, ni parte de Él, sino un ser enteramente separado.

Aunque el hombre fue hecho a Su imagen, esto no tiene nada que ver con su apariencia física, porque “Dios es Espíritu...” (Jn. 4:24). El ser humano fue hecho a la imagen moral y espiritual de Dios. El Creador lo hizo del polvo de la tierra, sin embargo su alma y espíritu no son entidades físicas. “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Ge. 2:7). Reflejando la naturaleza Triuna de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el hombre también es un ser triuno compuesto de cuerpo, alma y espíritu. Pablo escribió:

- “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23).

- “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12).

Habiendo hecho al hombre un ser triuno, en su imagen, Dios entonces se hizo hombre a fin de redimir a sus criaturas. En el principio el Espíritu de Dios moraba en Adán y Eva. Toda la atención de ellos estaba dirigida al Creador. El goce de los placeres corporales y el sentimiento de su propia identidad era algo mucho más maravilloso de lo que podamos imaginar, porque todo era para la gloria de Dios y no para satisfacción propia.

Cuando pecaron, el Espíritu de Dios se apartó de ellos y su orientación se alejó de Él para volverse a sí mismos. Es por esta razón que nosotros, sus descendientes, somos por naturaleza sensuales, egoístas y materialistas. En lugar de disfrutar del gozo que representa el compañerismo con Dios, el hombre encuentra su gozo en los placeres del mundo, “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:16).

Estos tres deseos provienen de Satanás y el mundo los ofrece. Los vemos en el pecado de Eva, a quien le atrajo la apariencia del fruto prohibido, lo atractivo que lucía a sus ojos, lo delicioso que parecía, y la sabiduría que supuestamente le otorgaría. “Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gn. 3:1-6).

También lo vemos cuando Satanás tentó al Señor Jesucristo y esperó que estuviera hambriento para tratar de seducirlo. “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra” (Ma. 4:1-6). A diferencia del primer hombre y primer Adán, el segundo Hombre y Postrer Adán rehusó la oferta de Satanás.

La batalla entre el Espíritu de Dios y la carne, se encuentra desatada en todos los seres humanos, a excepción del Dios Hombre, “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Ga. 5:17).

Incluso hasta Pablo lo reconoció cuando dijo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Ro. 7:19). El espíritu del hombre se ha convertido en un esclavo de su alma y su cuerpo. Nunca está correcto, ni siquiera en su moralidad, “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6). Sólo se pueden someter los pecados y pasiones cuando el Espíritu Dios mora y controla el espíritu del hombre.

El rey David exclamó regocijado “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien” (Sal. 139:14). El materialismo le quita importancia al hombre. La ciencia materialista niega el alma y el espíritu, a esa parte no física del hombre, reduciéndolo todo a un simple mecanismo que responde al estímulo. Argumenta que los pensamientos, ambiciones, gustos y antipatías, incluso el sentido del bien y del mal, el amor y la compasión, que todo puede explicarse en términos de impulsos eléctricos y químicos en el cerebro y sistema nervioso. Tal necedad fue la base para las teorías del médico neurólogo Sigmund Freud, conocido como el padre del sicoanálisis, la que se encuentra todavía detrás de los tratamientos con drogas para los desórdenes mentales.

Sí, es cierto que el cerebro es como una computadora, pero ninguna computadora puede pensar por sí misma, sino que alguien tiene que programarla primero para lo que tiene que hacer. Cuán necio es suponer que los pensamientos se originan en el cerebro. Si fuera así, estaríamos prisioneros en nuestros cerebros, sin esperanza alguna, arrastrados únicamente por sus procesos electro químicos que determinarían nuestra conciencia, incluso moralidad y emociones. Pero son el alma y el espíritu los que inician los pensamientos y los hacen interactuar con este mundo físico de experiencias sensuales en el cual funcionan nuestros cuerpos.

El aparato computacional más poderoso conocido por el hombre es el cerebro humano. Un niño de tres años puede realizar fácilmente labores que superan las capacidades de las computadoras más sofisticadas. Una computadora puede realizar en segundos cálculos matemáticos que a un ser humano le llevarían años, pero el cerebro reconoce docenas de caras y cientos de objetos desde diferentes ángulos, en condiciones de luz distintas, entiende y usa un vocabulario complejo de lenguaje y gestos.

El cerebro humano, consiste en un gran número de células especializadas llamadas neuronas, interconectadas masivamente. Se estima que hay más de diez mil millones de neuronas en el cerebro, con un promedio de miles de conexiones para cada una. Las Redes Neuronales Artificiales, son modelos computarizados inspirados en la estructura a bajo nivel del cerebro. Consisten en grandes cantidades de unidades de procesamiento sencillas llamadas neuronas, conectadas por enlaces de varias fuerzas.

Hay más células en el cerebro que estrellas en el universo, y estas células constituyen cientos de miles de millones de neuronas, y miles de billones de sinapsis, de conexiones entre los axones de las neuronas y las dendritas en perfecto balance. No obstante, el vínculo misterioso entre el espíritu del hombre hecho a la imagen de Dios y su cerebro y cuerpo, está más allá del alcance de la ciencia. A pesar de su complejidad y perfección, hoy se está interfiriendo con esto por medio del uso de drogas a fin de ajustar el comportamiento del hombre, comportamiento que fue dado para que reflejara la pureza perfecta de Dios, pero que en lugar de eso refleja su rebelión y pecado como un hijo de Satanás.

Por eso nos dijo el Señor Jesucristo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44).

No hay soluciones químicas para los problemas espirituales. Aunque millones toman drogas tales como prozac, effexor, valium, ritalin, zoloft, paxil y demás, para tratar con un problema espiritual. La Biblia declara que la confusión espiritual del hombre, inseguridad, lascivia, codicia, ira, conflictos consigo mismo y con su prójimo, y demás problemas emocionales, proceden de su espíritu. Son un resultado de su rebelión en contra de Dios. Como dijera el apóstol: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4:1). Por consiguiente, la solución para los problemas emocionales y espirituales del hombre, es reconciliarse con Dios. Trágicamente esta solución ha sido puesta a un lado y se han dedicado a corregir con drogas un imbalance químico en el cerebro.

- “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).

- “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Ga. 5:16).

- “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Co. 1:27).

No podemos negar que al ser el cerebro un órgano físico y que puede afectarse con la mala nutrición o diversos traumas. Sin embargo, incluso hasta los siquiatras seculares admiten que es demasiado complejo para ajustarlo con drogas. Esos que confían en las soluciones químicas, generalmente pasan por alto las asombrosas implicaciones de manipular el cerebro. Ni siquiera los “sicólogos” cristianos reconocen las consecuencias tan serias de interferir con las respuestas del cerebro al alma y espíritu del hombre, hecho en forma tan formidable y maravillosa a la imagen de Dios.

Permítame detenerme un minuto para aclarar: De ninguna manera estoy diciendo que cualquier que esté tomando medicamentos debe suspenderlos abruptamente. Las drogas siquiátricas en su mayoría son adictivas y el dejarlas de tomar de súbito puede tener serias consecuencias. Cualquier cambio en medicinas debe llevarse a cabo únicamente bajo la supervisión de un médico. Simplemente estoy señalando que nadie sabe exactamente cuáles drogas realmente trabajan y hasta dónde. Los médicos por años han estado prescribiendo ciertas medicinas, para descubrir al cabo de muchos años los efectos devastadores que tienen las mismas sobre los pacientes terminando finalmente por removerlas del mercado.

La conexión entre el espíritu, el cerebro y el cuerpo sólo la conoce Dios. Las consecuencias morales y espirituales de interferir con el cerebro y el sistema nervioso mediante drogas, puede ser mucho peor que los peligros físicos. Considere por ejemplo la depresión. Las drogas a menudo enmascaran la necesidad real e impiden que las personas se vuelvan a Cristo por una solución espiritual que sólo podemos encontrar en Él. Al ir en pos de una solución química la ciencia ignora que debe ser la principal prioridad, ponerse en bien con Dios mediante la redención que es sólo en el Señor Jesucristo.

Su encarnación unió a Dios y al Hombre en la persona del Señor Jesucristo, trayendo esa reconciliación y unión dentro del espíritu humano cuando le recibimos como Señor y Salvador de nuestra vida y le invitamos a que more en nosotros. El cristianismo a diferencia del hinduismo, budismo o islamismo, no es una serie de reglas a seguir confiando en nuestras propias fuerzas. Sólo por medio de Cristo podemos vivir la vida cristiana y Él vivirá en todos esos que creen en Él.

Note la maravilla de las palabras de Pablo: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre”(Gal. 1:15,16). Él también quiere hoy revelar a su Hijo en todos nosotros. Eso es lo que significa ser cristiano.

La presencia de Cristo en el espíritu humano es un misterio tan grande como la propia Encarnación del Hijo de Dios. Él llega a ser la propia vida, de todos los que confían en Él y obedecen su Palabra, tal como afirma Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga. 2:20).

Obviamente, con el Espíritu de Dios morando en el interior de una persona, no hay necesidad de sicoterapia o de drogas. Lo que necesitamos sobre todas las cosas es confiar y regocijarnos en Él. No es que Cristo nos prometa un sendero fácil, porque la vida cristiana está rodeada de pruebas, tentaciones y conflictos entre la carne y el Espíritu, pero Dios permite que sea así, para saber si realmente confiamos en Él y le y obedecemos, tal como le dijo a Israel: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt. 8:2,3).

Sin la encarnación la humanidad estaría condenada por la eternidad: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23).

Cristo nos salvó del castigo que merecía nuestro pecado. Confiemos plenamente en Él, como Ese cuyo Santo Espíritu mora en nosotros y quien nos ayuda a vencer el pecado en nuestras vidas. Regocijémonos, porque “...Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en [n]osotros, la esperanza de gloria” (Co. 1:27).

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