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Viajando al cielo

John y Betty Stam se conocieron en el Instituto Bíblico Moody, mientras ambos estaban estudiando para convertirse en misioneros en China.  Después de viajar separados bajo el auspicio de la Misión al Interior de China, se vieron reunidos inesperadamente y un año después contrajeron matrimonio.  El 11 de septiembre de 1934, nació su hija Helen Priscila, y para finales de noviembre estaban instalados en su nuevo cargo en Tsingteh.  Sólo tenían veintisiete y veintiocho años, una bebé recién nacida y comenzaban su ministerio, pero el 6 de diciembre de 1934, los soldados comunistas asaltaron a Tsingteh y los arrestaron.

         John le escribió así a la junta misionera: “Mi esposa, mi bebé y yo nos encontramos hoy en las manos de los comunistas, en la ciudad de Tsingteh.  Ellos exigen veinte mil dólares por nuestra liberación... Dios les otorgue sabiduría en lo que hagan, y a nosotros fortaleza, valor y paz en el corazón...  El Señor los bendiga y los guíe, y en cuanto a nosotros, que su Nombre sea glorificado así sea por la vida o por la muerte”.

         Los Stams fueron obligados a realizar una penosa marcha hasta el poblado de Miao-shou.  Extenuados físicamente, se sintieron horrorizados al escuchar a los soldados discutir los planes para asesinar a su bebé a fin de facilitar la marcha.  Los testigos contaron que un granjero anciano dio un paso adelante para objetar.   Cuando fue retado por los soldados para que ocupara el lugar de la bebé, el hombre estuvo de acuerdo y fue muerto de un disparo en ese mismo lugar.  La vida de la pequeña Helen fue preservada de forma milagrosa.

         Al llegar a Miao-shou, fueron encerrados en la prisión hasta la mañana del día siguiente.  Luego los sacaron, los ataron y los forzaron a abandonar a su niña.  Mientras caminaban por las calles, los soldados llamaban a los pobladores para que presenciaran la ejecución.  En una colina fuera de la villa, un médico cristiano se puso a implorar por la vida de los misioneros, pero los militares lo condenaron también a él a morir junto con ellos, y cuando John suplicó misericordia para el doctor, fue decapitado de inmediato.  Betty cayó de rodillas junto a su esposo y también fue decapitada.

         Un evangelista chino de apellido Lo, estaba escondido con su familia fuera de la villa.  Al enterarse de las ejecuciones llegó secretamente al poblado, en donde los residentes de la villa le señalaron en silencio una casa.  Al entrar encontró allí a la bebé Helen, que sólo tenía tres meses, milagrosamente viva después de más de treinta horas de permanecer sola.

         La tomó con él, y fue hasta la colina en donde encontró los cuerpos de los padres de la niña.  Precipitadamente organizó el entierro de sus amigos, y le dijo a las personas que se habían reunido: “Ustedes han visto estos cuerpos decapitados, y sintieron lástima por ellos por su sufrimiento y muerte.  Pero deben saber que eran hijos de Dios.  Que sus espíritus no han sido dañados y en este momento están en la presencia de su Padre Celestial.  Vinieron aquí, no por su propio bien, sino por ustedes, para hablarles acerca del gran amor de Dios, para que pudieran creer en el Señor Jesucristo y ser eternamente salvos.  Acaban de escuchar el mensaje que ellos tenían para ustedes.  Recuerden es verdadero.  Su muerte lo prueba así.  No olviden lo que tenían que decirles - arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

         Todavía en peligro y sin un centavo, la familia Lo logró escapar de Miao-shou con la bebé.  Dentro de la bolsa de dormir de Helen encontraron dos billetes de a cinco dólares, junto con pañales y ropa limpia.  Fue todo lo que los Stams pudieron dejarle a la niña pero fue suficiente para la jornada que tuvieron que realizar de ciento sesenta kilómetros hacia la seguridad.

         Cuando fue entregada a sus abuelos en Tsinam, Helen estaba perfectamente saludable.  Las noticias de la “Bebé milagro” y del martirio de sus padres se propagó alrededor del mundo.  En respuesta muchos cientos comprometieron sus vidas en el servicio misionero, y tuvo lugar un aumento en las oraciones y el apoyo económico para la Misión en el Interior de China.  Un compañero misionero en China, le escribió así a los padres de Betty: “Una vida que se hubiera prolongado por muchos años, tal vez nunca habría podido hacer, ni una centésima parte de la obra que ellos hicieron para Cristo en un solo día”.

Reflexión

         ¿Le sorprende el hecho que Dios libró a la bebé y no a sus padres?  Nuestro tiempo está en las manos del Creador.  Él ha enumerado nuestros días y nos ha dado inmortalidad hasta el momento que escogió para nuestra muerte.

         “Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti; le pusiste límites, de los cuales no pasará” (Job 14:5).

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