Menu

Escuche Radio América

¿De dónde sacamos la cuestión resurrección?

  • Fecha de publicación: Sábado, 16 Abril 2022, 18:26 horas

¿Qué sería de nuestro mundo si todas las personas creyeran que Cristo resucitó, que él ascendió al cielo y que él volverá?  Creemos, a veces hasta estamos... convencidos que sí, que todos creen en estas doctrinas tan claras en la Biblia.

¿Sabe usted que el cristianismo se desploma totalmente, no existe, no tiene más importancia que cualquier creencia pagana, antigua o moderna si no creyera en la doctrina de la resurrección?  La base del cristianismo no radica tanto en el nacimiento virginal de Jesús, en su vida sin pecado, en sus milagros, sino en el milagro de su resurrección.

Si la resurrección de Jesús es un hecho, si es verdad que él resucitó, tal como las Escrituras aseguran, entonces nosotros estamos en lo correcto, lo mismo que en todo cuanto se dice acerca de él, su futuro regreso, su reino milenial, la entrega de los galardones y el juicio final ante el Gran Trono Blanco.

Pero, ¿de dónde sacamos la cuestión resurrección?  Muy buena pregunta.  Comencemos afirmando que todas las doctrinas (enseñanzas) bíblicas las sacamos de la Biblia.  Pues para nosotros la Biblia es el libro inspirado por el Espíritu Santo.  Dios inspiró a ciertos hombres que él mismo escogió para que escribieran lo que él deseaba que tuviéramos para que, siendo como somos, pecadores, podamos obtener Su perdón y la vida eterna.

Ninguna otra doctrina bíblica ha sido tan pervertida, negada y combatida como la resurrección de Cristo.  Satanás sabía muy bien que, si logra convencer al mundo de que él no resucitó, nadie deseará creer en un Salvador muerto.  Ya en los días de Pablo, mucho antes del año 100 de nuestra era, había personas que negaban que Jesús había resucitado.  Esta es la razón de que tengamos hoy el largo capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios.

En los primeros versículos de este capítulo, Pablo nos ofrece una larga lista de testigos que lo vieron resucitado.  No, no eran dos o tres, aunque con estos habría sido suficiente para probar cualquier asunto en una Corte, tanto antes como ahora.  Pero en cuanto a los testigos oculares del Cristo resucitado, él dice en parte: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Co. 15:3-8).

Pablo no da detalles sobre esos 500 testigos que estuvieron juntos y vieron al mismo tiempo al Salvador resucitado.  Debían ser todos ellos, personas que lo conocieron antes de su muerte y que luego, habiendo resucitado, no tuvieron ningún problema para reconocerlo, ya que era él mismo.  Su cuerpo todavía mostraba las cicatrices de los clavos, porque él aún no había sido glorificado.  Tan cierto es esto que él incluso comió a veces con quienes eran sus seguidores antes de su muerte.

Ahora note cuán importante es que estemos totalmente seguros de su resurrección.  Lea lo que él dice en 1 Corintios 15:12-19: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”.

• En la misma Iglesia de Corinto ya aparecieron quienes comenzaron a negar la resurrección (v. 12b).

• Entonces no hay resurrección de muertos, por eso él no resucitó (v. 13).

• Si él no resucitó, de nada vale la predicación de los predicadores y la fe de los creyentes (v. 14).

• Como si esto fuera poco, los predicadores son unos mentirosos y los fieles creen en mitos (vs. 15-17).

• Si esto es así, entonces todos los cristianos carecen del perdón de Dios y de nada les valió confiar en Cristo y en su perdón, que en realidad no existe, si él no resucitó.  Y como si todo esto no fuera suficiente, los que murieron siendo cristianos, murieron perdidos (vs. 17, 18).

• Como conclusión, Pablo dice: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (v. 19).

• ¡Pero cómo cambia todo a partir del versículo 20!  Pablo nunca tuvo problema con la doctrina de la resurrección, porque él también era uno de los testigos, quien lo vio resucitado: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (v. 20).

Desde el versículo 20 en adelante, Pablo ya no discute mucho con los que negaban su resurrección, sino que más bien se dedica a informarnos cuál es ahora el programa del Mesías resucitado y cómo esto nos afectará a todos los cristianos.

Podemos asegurar, que todos tendremos que tratar algún día con el Salvador resucitado.  Aunque él no sea su Salvador, usted no podrá escapar de esta cita con él.  Ya sea que usted como salvo, trate con él ante Su tribunal para recibir su recompensa, o mil años más tarde ante su Gran Trono Blanco, donde él será el Juez y usted será el acusado, juzgado y condenado por la eternidad.

Usted que está leyendo, ¿por qué no trata con él ahora mismo su futuro eterno?  Ríndale a él su vida, recibiéndole como su Salvador y será eternamente salvo: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:9, 10).

volver arriba