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"Viviendo por fe" - P II

  • Fecha de publicación: Sábado, 14 Octubre 2023, 15:05 horas

Pero… ¿Podemos sólo vivir para Cristo, amar a todos y no preocuparnos acerca de la doctrina?, se preguntan a menudo. Vivimos por fe, sin embargo, la fe debe tener un objetivo. En qué y en quién creemos determina la vida de uno ahora y por la eternidad. No importa cuán amorosa y ejemplar sea nuestra conducta. Si no está fundada en la verdad de Dios no hay estabilidad ni recompensa.

Sí, algunos están tan obsesionados con encontrar errores que casi critican a todos y son más conocidos por lo que están en contra que por lo que creen. Todos debemos de guardarnos para no andar buscando pajas en los ojos de otros, mientras que ignoramos las vigas en nuestros propios ojos. Uno puede ser tan transparente como el cristal en materia de doctrina y exactamente igual de frío y duro. Sin embargo, el hecho de que algunos enfaticen la corrección en la doctrina, pero fallen en vivir en conformidad con ella, no cambia el hecho de que la sana doctrina es la única base para la verdadera vida cristiana.

Al señalarse a sí mismo como un ejemplo, Pablo le dijo a Timoteo: “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor” (2 Ti. 3: 10, 11). Note cómo la doctrina viene primero, y de eso se deriva el “propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, etc.”, de Pablo. No podemos escaparnos de la necesidad de ser bereanos, de profesar una sana doctrina, con sólo decir que “vamos a vivir para Cristo”.

La forma de vida de Pablo se basaba en la doctrina que él creía, y debido a eso creció hasta convertirse en el propósito para el que Cristo lo había redimido. Él no se pertenecía, sino que era un esclavo de Cristo, comprado por su sangre. De esa raíz doctrinal, de la verdad que llevaba asida en su corazón y con la cual estaba completamente comprometido, brotó una fe tan fuerte que nada pudo hacer tambalear. Por eso perseveró en “longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos”.

Una vida sin tal fundamento no sirve para nada, carece de propósito y conlleva finalmente al remordimiento. El testigo de Jehová toca las puertas y trata de vivir una vida moral a fin de ganar su salvación; un cristiano hace lo mismo por amor y gratitud a Aquél que pagó un precio infinito por su salvación y lo perdonó gratuitamente por gracia.

El católico va a misa porque no hacerlo es un pecado mortal que lo condenará y porque avanza hacia el cielo al comer el “cuerpo y la sangre literal de Cristo ofrecido nuevamente como un sacrificio redentor sobre el altar”; el cristiano toma la copa y el pan simbólicos en gratitud y en memoria del sacrificio que el Señor Jesucristo ofreció una vez y para siempre, mediante el cual él abrió el camino al cielo.

Una vida que agrada a Dios debe estar basada en su verdad y debe vivirse en obediencia a ella. Tal como dijo el Salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105). Hay un sendero por el que debemos caminar para seguir a Cristo, tal como él mismo dijera: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Este es un camino que Satanás no desea que sigamos porque en él no puede tocarnos. Así es como lo describe la Escritura: “Senda que nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio; nunca la pisaron animales fieros, ni león pasó por ella” (Job. 28:7, 8).  “Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará. No habrá allí león, ni fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que caminen los redimidos” (Is. 35:8, 9).  Un camino a lo largo del cual, Dios nos protege y guía, un camino de obediencia y servicio amante a Cristo y a otros. en el cual, el amor se muestra con el sacrificio y servicio a otros, pero a pesar de todo fallamos en hablar la verdad de Dios.

La Madre Teresa daba el ejemplo clásico de obras compasivas y caritativas divorciadas de la verdad. Ella decía que su propósito es haber creído: así que un Hindú se convierte en un “mejor Hindú”; un Budista en un “mejor Budista”, etc. En el Concilio Vaticano II se afirmó que todos en esas religiones son salvos en alguna forma por medio de la Iglesia.

La Biblia no permite compromiso, ni discusiones, ni diálogos con las religiones del mundo. Recuerde, el cristianismo no es una religión, por el contrario, es distinta a todas.  No hay nada en común entre ellas, Dios, Jesucristo y la salvación.  Tampoco podemos dialogar para tratar de llegar a un punto medio en estos asuntos.  Necesitamos mantener nuestra fe en Dios y creer en Su palabra.  El Señor Jesús no dijo: “Id por todo el mundo y dialoguen respecto a la fe”, sino que dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). 

“Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro. 4:5).

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