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Titus Coan

  • Fecha de publicación: Viernes, 06 Marzo 2020, 04:40 horas

“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rom. 10:14)

Titus Coan nació en febrero de 1801 in Killingworth, Connecticut, era hijo de Gaylord Coan y Tamza Nettleton.  En junio de 1831, ingresó en el Seminario Teológico Auburn, en Auburn, New York, y fue ordenado en 1833.  En agosto de ese mismo año se embarcó en una misión a Patagonia auspiciada por la Junta Americana de Comisionados para Misiones Extranjeras.

Regresó a Estados Unidos en 1834 en donde contrajo matrimonio con Fidelia Church, al cabo de unos meses se embarcó en un viaje misionero a Hilo, Hawaii, entonces conocido como las islas Sandwich.  Teniendo un deseo ardiente por llevar el Evangelio allí, se dedicó vigorosamente a aprender los lenguajes nativos de Kau y Puna y para 1836 hablaba lo suficientemente fluido para poder predicar en ambos dialectos.

La responsabilidad oficial de Coan era entrenar a maestros y supervisar cerca de dos docenas de escuelas.  Pero su visión iba mucho más allá de ser un entrenador de maestros.  Su anhelo era que los hawaianos conocieran a Cristo, y determinó llevarles él mismo el Evangelio.  Cada vez que llegaba a una villa, predicaba y multitudes de personas se reunían para oírlo, siendo capaz de predicar en tres a cinco villas en un día.

Cuando llegó a la región de Puna, grandes multitudes se congregaron para escucharlo.  En la ciudad más grande predicó diez veces en dos días.  Muchos lloraban cuando pudieron comprender que Cristo había pagado el castigo por sus pecados sobre la cruz.  Cada vez que concluía su mensaje, las multitudes, en lugar de irse, lo seguían hasta la casa en donde se estaba hospedando.  Allí se congregaban, pendientes de cada una de sus palabras, hasta que la casa no podía albergar a nadie más.

Una conversión particularmente sorprendente en Puna, fue la del sumo sacerdote del volcán.  Además de la idolatría, borrachera y adulterio asociado con su sacerdocio, también era un asesino.  Sin embargo, después de recibir a Cristo como su Señor y Salvador se convirtió en un hombre lleno del celo por Dios.  Su hermana, la suma sacerdotisa del volcán, aunque inicialmente era hostil al Evangelio, también depositó su fe en Jesucristo al ver el cambio de su hermano.

En una ocasión un joven llegó con el intento de interrumpir el servicio, tratando de hacer que los fieles se rieran durante la oración.  Pero a cambio de eso, cayó de súbito inconsciente y tuvieron que sacarlo cargado.  Varias horas después, cuando recobró el conocimiento, confesó su pecado.  No pasó mucho cuando se convirtió en miembro de la iglesia que había tratado de perturbar.

Un año después la tragedia impactó este gran despertar espiritual.  Una marejada azotó la isla durante un servicio de oración vespertino.  Cerca de 200 personas fueran barridas por el mar, y aunque sólo trece se ahogaron, los sobrevivientes perdieron casi todas sus posesiones.  Sin embargo, la iglesia continuó creciendo.  Para 1853, 55.000 de los 70.000 nativos de Hawaii profesaban el cristianismo.

          El celo de Titus Coan por alcanzar a los hawaianos para Cristo influyó en todo lo que hizo.  ¿Y ustedes, tienen celo por ver que esos a su alrededor se acerquen al Señor?

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