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El bautismo de los infantes

  • Fecha de publicación: Miércoles, 09 Enero 2008, 21:26 horas

Antes de ascender de regreso al cielo, Cristo dejó un grupo de santos que habían experimentado el nuevo nacimiento, simples en fe, pero profundos en poder y en servicio. Entre otras cosas puso en las manos de ellos dos humildes ordenanzas para que las observaran de tiempo en tiempo: el bautismo del creyente por inmersión y la cena del Señor. Y sobre el bautismo dice la Escritura:

"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (Mt. 28:19, 20).

Originalmente, el bautismo era sólo para los creyentes. La intención era mostrarles a los participantes una vez más, al Cristo que había salvado sus almas. Pero esto iba a cambiar. En principio la mortal corrupción del paganismo, casi omnipresente, no se apoderó de las ordenanzas en la Iglesia primitiva. Uno podría conjeturar que el monstruo había encontrado que la gloriosa compañía de creyentes originales era impenetrable, pero el tiempo demostró que esta suposición era incorrecta. El veneno del paganismo no puede encontrarse dentro de las ordenanzas de la Iglesia durante los primeros 100 años después que Cristo ascendió al cielo. Pero eso también cambiaría.

Sólo la lectura superficial del libro de Hechos refleja una fe simple como de niño, en el evangelio entre los primeros creyentes del Nuevo Testamento. En esa primera era cristiana, un hombre se convertía en hijo de Dios después de escuchar el evangelio y ser convencido de culpa por el Espíritu Santo, por arrepentimiento y fe en Cristo. ¡Eso era todo! Nada más se requería. Después de la conversión del nuevo nacimiento, la persona salva reconocía su salvación por el bautismo. Esto describía su previa unión en la salvación, con la muerte, entierro y resurrección de Cristo. Así era como se hacía en el principio y en las primeras iglesias. ¡Era sumamente fácil!

Eruditos honestos admiten que en la Iglesia no se encuentra ni siquiera rastro del bautismo de los infantes, hasta a mediados del período de los años 200 de la era cristiana. Antes de esto, sólo los adultos eran bautizados, pero comenzó a enseñarse la mentira pagana que el agua limpiaba los pecados. ¡Fue así como el poder único y exclusivo para salvar a los hombres de sus pecados fue arrebatado violentamente de las manos del Cristo resucitado y fue colocado en las aguas bautismales! ¡Paganismo absoluto! En ese momento comenzó a surgir un nuevo problema entre los "padres" y "obispos" de la iglesia. Admitieron que los niños nacían en este mundo en pecado. Pero... ¿Cómo podía este pecado original ser perdonado y removido de los niños pequeños? Esta pregunta preparó el escenario para que el bautismo de los infantes invadiera la iglesia y reveló hasta dónde el liderazgo de la iglesia había apostatado de las enseñanzas del Nuevo Testamento.

Mientras se debatía este asunto, un individuo de nombre Orígenes, quien murió en el año 254 de la era cristiana, se presentó con una cosa llamada "la tradición apostólica". ¡Afirmó que esta "tradición" se la dejaron a la iglesia los apóstoles originales, y en ella incluyó el bautismo de los infantes! Además, escribió que los apóstoles enseñaban que el pecado se les lavaba a los infantes con "agua y Espíritu". Orígenes presentó la respuesta para el pecado original de los infantes: «¡Bautícenlos, porque los apóstoles así lo dijeron!» Una cosa es segura acerca de Orígenes, y es que ignoraba profundamente las palabras de los apóstoles. Otra de las herejías propagadas por este"padre de la iglesia", fue el "secreto de los misterios cristianos" los cuales, según él, fueron confiados a una élite especial, a unos pocos en la iglesia, entre los cuales claro está se incluyó a sí mismo y a otros falsos "padres" y "obispos". Aquí una vez más el monstruo del paganismo alzó su horrenda cabeza. Exactamente estas mismas cosas las enseñaban y creían los sacerdotes paganos y sus compañeros en la adoración satánica. Sólo una élite especial sacerdotal entre las religiones paganas conocía los secretos dentro de sus sectas individuales. Decían que este super conocimiento había sido revelado a ellos por "demonios buenos". Pero ahora Orígenes estaba introduciendo una versión revisada de este error impactante en la iglesia. Su "clero especial" era un duplicado de los sacerdotes paganos que servían en los templos idólatras.

Uno apoya su fe en lo que Dios ha declarado en la Escritura, no en las falacias no existentes de la llamada "tradición apostólica" o dictamen de clérigos super inteligentes. Más tarde esta mentira de la "tradición" se acrecentó notablemente entre el sistema papal. Esta "tradición apostólica" de Orígenes, es similar a la malvada "tradición de los ancianos" que fuera condenada tan duramente por nuestro Señor, cuando dijo: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes" (Mr. 7:6-8).

Como los "padres de la iglesia" no comprendieron las doctrinas bíblicas del pecado original, al igual que otras doctrinas, recurrieron al bautismo de los infantes para removerles el pecado original. Fue así como los infantes comenzaron a ser bautizados en la iglesia por medio del trabajo inútil de los "padres" y "obispos", pero sólo por la autoridad del super clero especial, quien aseguraba poseer revelación divina, desconocida por los laicos.

Lo que los doce apóstoles declararon acerca del bautismo y demás, se encuentra contenido dentro de las páginas del canon de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento. Los teólogos liberales, modernistas, romanistas, ecuménicos liberales y otros, citan la "tradición apostólica" inexistente para apoyar sus falsas doctrinas. Dios nunca encomendó verdades divinas necesarias para la salvación de nuestras almas en las manos temblorosas de la tradición humana. Las Sagradas Escrituras nos ordenan que atendamos las enseñanzas apostólicas, no "la tradición apostólica". Como dijo Pablo: "Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros" (2 Ti. 2:2). Y también Pedro: "Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles" (2 P. 3:1, 2).

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