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El ministerio de Pablo

  • Fecha de publicación: Lunes, 24 Marzo 2008, 19:28 horas

El ministerio de Pablo

Saulo nació en Tarso de Cilicia, de una familia de la tribu de Benjamín.  Según la costumbre judía, desde los cinco años leía la Biblia hebrea, aprendiendo igualmente la lengua griega, que era la que se hablaba en Tarso.   Fue discípulo de Gamaliel y bajo su dirección estudió a fondo el Antiguo Testamento, los métodos exegéticos de los rabinos y se convirtió en un seguidor entusiasta de los fariseos, como él mismo dice: “Y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres” (Gá. 1:14).

Según la costumbre judía, Pablo aprendió también un oficio, era fabricante de tiendas, lo que implicaba que tal vez él mismo tejía las lonas para hacer las tiendas.  Cilicia era conocida por el cilicio, la tela tejida de pelo de cabra con la que se hacían tiendas y mantas de viaje.  Durante su actividad apostólica ejercía su oficio para ganarse el sustento y vivir independientemente.  Pablo es quizá la personalidad más influyente en la historia del cristianismo.  Desde su conversión cuando iba camino a Damasco, su vida estuvo siempre dominada por una ardiente devoción a Cristo, quien se convirtió en el motivo y objeto de su predicación.

A pesar de la esmerada preparación cultural y religiosa de que Dios había provisto a Pablo, le faltaba todavía la experiencia transformadora que haría de él un discípulo dedicado y apóstol fiel de Jesucristo.  Entre los apóstoles del Señor, Pablo ciertamente es único.  Los doce apóstoles originales siguieron a Jesús por aproximadamente tres años.  Tenían una relación profunda e íntima con Él.  Estuvieron en su presencia cuando el Señor comía, bebía, dormía y trabajaba, cuando predicaba y oraba.  Pero de esos doce que Jesús había escogido y llamado apóstoles, uno se perdió.  Sin embargo, era necesario que fueran doce, no once o trece y Pablo fue el escogido.  Son muchas las Escrituras en las que Pablo enfatiza específicamente su apostolado, citaremos unas pocas a continuación:

 

  • “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” (Ro. 1:1).
  • “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes” (1 Co. 1:1).
  •  “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya” (2 Co. 1:1).
  •  “Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos)” (Gá. 1:1).
  • “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso” (Ef. 1:1).
  • “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo” (Col. 1:1).
  • “Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza” (1 Ti. 1:1).
  • “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 1:1).
  • “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad” (Tit. 1:1).

Pero... ¿Qué lo hizo acreedor para tener tan grandiosa experiencia?  Posiblemente sus parientes cristianos Andrónico y Junias, a quienes menciona en Romanos 16:7, o tal vez fue que el martirio de Esteban le causó una impresión profunda.  En el capítulo 7 del libro de Hechos se halla registrado el largo discurso de Esteban ante el Sanedrín judío, quien antes de morir concluyó diciendo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.  Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él.  Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.  Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch. 7:56-59).

Casi sin que lo notemos, un nuevo personaje hace su aparición en las páginas de la Escritura.  La Biblia dice que a partir de ese día estalló una gran persecución en contra de la iglesia en Jerusalén y todos, con excepción de los apóstoles, fueron esparcidos a través de todo el territorio de Judea y Samaria.  Pero... ¿Quién estaba detrás de tal acoso?  Fue Saulo entre otros, quien comenzó a destruir la Iglesia.

Mientras la mayoría de cristianos huían de Jerusalén, Saulo pronto encontró que había pocos a quienes perseguir, por eso fue ante el sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de continuar su persecución en contra de los cristianos.  El sumo sacerdote ansiosamente estuvo de acuerdo con Saulo y lo envió a Damasco, “mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  El dijo: ¿Quién eres, Señor?  Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.  Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?  Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.  Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.  Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.  Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías.  Y él respondió: Heme aquí, Señor.  Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.  Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.  El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.  Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.  Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado.  Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas.  Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco” (Hch. 9:3-19).

Después de su experiencia, Saulo fue un hombre cambiado, y como les ocurriera a menudo a otros personajes en la Escritura, su nombre también fue cambiado por el de Pablo, como dice Hechos 13:9a: “Entonces Saulo, que también es Pablo...”

De que esto fue un evento importante en el plan de Dios puede verse por el hecho de que Lucas registró la conversión de Pablo en el libro de Hechos tres veces, y él mismo lo narra varias veces en sus epístolas.  Con excepción del ministerio y obra del Señor Jesucristo, sólo otros pocos acontecimientos están mencionados dos veces en la Biblia.  Pero con la conversión de Saulo a Pablo, el Espíritu Santo consideró necesario que se registrara en Hechos 9:3-19; 22:6-21 y 26:12-22.
Después de pasar algunos días en Damasco Pablo se dirigió a Arabia, tal como él mismo dijo: “Ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia...” (Gá. 1:17).  Al regresar a Damasco, predicó con tanta eficacia que los judíos se levantaron en su contra y los creyentes tuvieron que ayudarle a escapar de la ciudad: “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios.  Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?  Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo.  Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarle; pero sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo.  Y ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarle.  Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta” (Hch. 9:20-25).

A los tres años de su conversión, fue a Jerusalén para entrevistarse con Pedro y Jacobo, pero los creyentes desconfiaban de él, y para que lo aceptaran fue necesario que Bernabé les confirmara la autenticidad de su conversión.  Predicó con poder, pero volvió a surgir la oposición y los discípulos le enviaron a Cesarea y Tarso.

Al cabo de varios años, Bernabé, enviado a ministrar en Antioquía de Siria, fue a Tarso en busca de Pablo y juntos regresaron para realizar después un fructífero ministerio en Siria.  Con ocasión de una gran hambre en Judea, viajaron a Jerusalén aproximadamente en el año 44 de la era cristiana, llevando limosnas de la iglesia de Antioquía.
De acuerdo con los registros que encontramos en el libro de Hechos, fueron tres los viajes misioneros de Pablo, además de los encarcelamientos en Cesarea y Roma y un período de libertad y ministerio entre estos encarcelamientos.  La iglesia en Antioquía separó a Pablo y a Bernabé para un nuevo ministerio.  Acompañados de Juan Marcos, salieron en el primer viaje misionero aproximadamente en los años 47 al 48 de la era cristiana, desde el puerto de Seleucia hacia Chipre, patria de Bernabé, donde ya se habían fundado iglesias.  Luego navegaron a Perge de Panfilia y de allí Marcos regresó a Jerusalén.  Haciendo una gira por Galacia del sur, establecieron iglesias en Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe.  Regresaron por las ciudades de Asia y volvieron a Antioquía de Siria, donde informaron a la iglesia.

Por esta misma época se planteó la cuestión de la actitud que debían adoptar los creyentes gentiles respecto de las leyes y costumbres judías.  Algunos creyentes judíos opinaban que los gentiles tenían que circuncidarse y guardar la ley Mosaica para ser salvos.  Viendo que esta doctrina era contraria al evangelio de gracia, Pablo se opuso a los judaizantes e incluso le reprochó públicamente a Pedro el haberse separado del compañerismo de mesa con los cristianos incircuncisos: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.  Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gá. 2:11-14).  Algunos piensan que fue entonces cuando Pablo escribió a las iglesias recién establecidas en la provincia política de Galacia.

Para resolver esta cuestión que hacía peligrar la unidad de la iglesia, en el año 49 de la era cristiana, un grupo de los apóstoles y ancianos se reunió en Jerusalén, celebrando el primer Concilio de Jerusalén.  En dicho concilio se decidió apoyar la doctrina paulina que eximía a los gentiles de observar la ley de Moisés.  Y esto fue lo que se determinó: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis.  Pasadlo bien” (Hch. 15:28, 29).

En el segundo viaje misionero, que realizó entre los años 49 al 51 de la era cristiana, Pablo se hizo acompañar de Silas, y visitó de nuevo las iglesias de Asia.  En Listra invitaron a Timoteo a unirse a ellos.  Después de predicar en Frigia y Galacia del norte llegaron a Troas, donde Pablo tuvo la visión del varón macedonio y donde se les unió Lucas el médico: “Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos.  Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hch. 16:9, 10).

Atravesaron Macedonia y fundaron iglesias en Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto.  Desde Corinto Pablo escribió su primera y segunda epístola a los Tesalonicenses.  Después de un año y medio en Corinto, regresó a Antioquía de Siria pasando por Éfeso y Cesarea.

Habiendo permanecido un tiempo en Antioquía, Pablo inició su tercer viaje volviendo a las regiones de Galacia y Frigia, donde confirmó a los discípulos y les instruyó respecto de la ofrenda.  Este tercer viaje misionero realizado aproximadamente entre los años 53 al 58, tiene especial interés por el prolongado ministerio del apóstol en Éfeso.  Seguramente el alcance del ministerio de Pablo se extendió a través de los que se convirtieron en este importante centro comercial y cultural de la provincia de Asia.  Aunque en el libro de Hechos nada se dice respecto a que Pablo haya estado preso en Éfeso, hay quienes opinan que sí lo estuvo, basándose en lo que dice especialmente en sus epístolas a los Corintios: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha?  Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32).  “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida... en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos... ¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.)  Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces” (2 Corintios 1:8; 6:5; 11:23).

En Éfeso escribió su epístola a los Filipenses y tal vez otras epístolas de la prisión.  Cuando llegó allí la noticia de la discordia entre la congregación de Corinto, escribió 1 Corintios para tratar este problema y contestar las preguntas que una comisión le había traído por carta.  Según 1 Corintios 16:5, Pablo pensaba pasar por Macedonia rumbo a Corinto y dirigirse después a Jerusalén.  Sin embargo, tal parece que cambió de idea y optó por hacer un viaje directo y breve a Corinto movido por los problemas que aquejaban a la iglesia de dicha ciudad.

Pablo esperaba encontrarse con Tito en Troas para saber de la reacción de los corintios, pero continuó a Macedonia donde probablemente se reunió con Tito en Filipos.  Una vez que Pablo recibió el informe de Tito, escribió 2 Corintios y la envió con él y otros dos hermanos.  Después se dirigió a Corinto, donde ministró durante tres meses.  Tal vez fue desde allí donde escribió su epístola a los Gálatas.  Su énfasis en esta epístola a la salvación por gracia, hace creer a muchos que se escribió poco antes de Romanos, epístola que trata de temas similares.  Luego Pablo volvió a Macedonia donde se reunió con Lucas, quien evidentemente se había quedado en Filipos en el segundo viaje.  Antes de llegar a Jerusalén, pasaron por Troas, Mileto, Tiro, Tolemaida y Cesarea.

En Jerusalén Pablo quiso identificarse con los judíos, pero algunos judíos de Asia habían alborotado a los de Jerusalén, quienes, acto seguido, procuraron matarlo; “así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.  Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada” (Hch. 21:30, 31).  Las tropas romanas intervinieron para salvarlo, y Pablo se exculpó ante la multitud y ante el concilio judío.  Al descubrirse que se tramaba una conspiración en su contra, Pablo se trasladó a Cesarea, en donde se defendió dos veces ante el gobernador Félix, ante su sucesor, Festo, y ante el rey Agripa; terminando finalmente por apelar ante el emperador romano.

Después de un viaje azaroso en el que naufragó la nave en que viajaba, llegó a la capital del imperio y permaneció prisionero durante dos años en una casa alquilada.  Durante su reclusión recibía visitas, pudiendo así continuar su ministerio.  Es posible que en este tiempo escribiera sus cartas a los Efesios, Colosenses, Filemón y Filipenses.

El Nuevo Testamento revela muy poco sobre el resto de la vida de Pablo, pero las escasas referencias que se encuentran en sus cartas armonizan bien con las noticias extra bíblicas.  Según éstas, lo pusieron en libertad y emprendió otra gira misionera.  En Filipenses 1:25 y 2:24 reitera su deseo de visitar a Filipos.  En Filemón 22 declara su intención de visitar Colosas.  En Romanos 15:28 expresa su propósito de predicar en España.

Sus epístolas pastorales, especialmente 2 Timoteo, sugieren un ministerio adicional en el Oriente.  Clemente de Roma, El Fragmento de Muratori y otros escritos patrísticos hablan del viaje de Pablo a España.  Durante este período de libertad escribió 1 Timoteo y Tito, época en que sin duda visitó Creta, Macedonia y Asia.  En 2 Timoteo da a entender que lo encarcelaron de nuevo, pero esta vez lo hicieron autoridades romanas hostiles al cristianismo.  Durante esta reclusión escribió 2 Timoteo en medio de circunstancias adversas.  Según una tradición fidedigna, Nerón lo hizo decapitar en el año 67 de la era cristiana.

¿Por qué Pablo les predicaba primero a los judíos?

      Pablo no sólo se encontró con su Salvador en el camino a Damasco, sino que también fue comisionado por Él.  El Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15).  Vemos entonces que ya desde su comienzo parece haber una dualidad en el ministerio de Pablo.

Él debía llevar el nombre del Señor a dos grupos diferentes de personas: los gentiles y el pueblo de Israel.  Pero... ¿Qué tenía que decirles?  ¿Era su mensaje igual para cada uno?  Tal ministerio en dos partes no iba a ser fácil, ya que un grupo había vivido conforme a la ley de Moisés con sus tipos y símbolos, sus mandamientos y regulaciones; mientras que el otro tenía sus raíces paganas y la influencia de los griegos y las sectas misteriosas.

En el relato de su conversión en el capítulo 22 de Hechos, Ananías le dijo a Pablo: “Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído” (Hch. 22:15).  Pero... ¿Qué era lo que Pablo había visto y oído hasta ese momento?  Tal vez ahora lo sepamos, porque es claro por la Escritura que Pablo tenía que aprender mucho más después de ese tiempo.  En el tercer relato de su experiencia camino a Damasco, leemos que el Señor le dijo a Pablo: “...porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti” (Hch. 26:16).  Pero... ¿Qué había visto Pablo?  ¿Y cuáles eran esas otras cosas en que el Señor se le iba a aparecer?  Bueno, examinaremos a continuación qué fue lo que hizo Pablo durante su vida.

Después de quedar ciego en el camino a Damasco, Pablo fue llevado a la ciudad y durante tres días no comió ni bebió.  Entonces Ananías se presentó ante él, lo sanó y bautizó.  Luego estuvo varios días con los discípulos de Damasco, y predicaba que Ése que se le apareció en el camino a Damasco era el Hijo de Dios.  Proclamaba que Jesús de Nazaret crucificado, resucitado y ascendido era el Mesías, Cristo.  Estas eran las cosas que había visto y fue directamente y testificó de ellas.  Como tal, su mensaje estaba en armonía completa con el de los once apóstoles, incluyendo el de Juan, quien escribió su evangelio por esta misma razón.  Pablo confundió tanto a los judíos en Damasco, que conspiraron para matarlo, mas logró escapar.  Finalmente, llegó a Jerusalén en donde permaneció junto con los cristianos quienes ya habían regresado a la ciudad, andaba allí libremente y hablaba con valor en el nombre del Señor.  Conversaba y discutía con los judíos que hablaban griego acerca de Jesús, pero uno puede deducir que ellos estaban bien confundidos y no sabían qué responderle, por eso trataron de matarlo.

Pablo fue llevado por los hermanos a Cesarea y luego enviado a Tarso, su tierra natal.  Por un rato no leemos nada más acerca de este hombre, pero finalmente Bernabé fue a Tarso a buscar a Pablo y cuando lo encontró lo llevó a Antioquía.  Allí, por espacio de un año entero, estos dos hombres se reunieron con la iglesia y enseñaron a un gran número de personas.  Finalmente, fueron enviados a Jerusalén llevando regalos para los cristianos que moraban en Judea.  Ellos evidentemente regresaron a Jerusalén, pero leemos en Hechos 13:1 que ambos se encontraban de regreso en Antioquía en donde el Espíritu Santo les dio instrucciones especiales.  Lo que proclamaron en las sinagogas puede verse en el primer discurso de Pablo, registrado en Hechos 13:16-41.

Sus palabras se basan enteramente en el Antiguo Testamento, demostrando que Jesús de Nazaret es Ése de quien hablaban las Escrituras y quien cumplió con las profecías.  El punto central una vez más es que Jesús es el Hijo de Dios, como así lo enfatizó en Hechos 13:32 y 33: “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”.  El tema recurrente que vemos a través del ministerio de Pablo registrado en el libro de Hechos, es que Jesús es el Hijo de Dios resucitado, el Cristo.

Prácticamente no hay duda alguna de que Pablo vio la gran verdad de que Jesús de Nazaret, el Mesías Cristo, era el Hijo de Dios.  Tal vez vio otras cosas, pero esta gran verdad dominaba su ministerio en ese tiempo.  Él de inmediato predicó esa gran verdad en Damasco y continuó haciéndolo a lo largo de su ministerio.

También hay cuatro referencias al Hijo de Dios en la epístola a los Gálatas.  Esta epístola puede ayudarnos en nuestra búsqueda para descubrir qué fue lo que Pablo enseñó más tarde.  Sin embargo, en el primer capítulo Pablo dice al defender el evangelio que “si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gá. 1:8).  El carácter de Pablo no había cambiado, todavía era tan celoso como siempre, pero ahora no era por el legalismo fariseo, sino por el evangelio de gracia.

Este evangelio era precioso para él, porque lo había recibido directamente por revelación del Señor Jesucristo.  No hay duda acerca del contenido del mismo, por lo tanto tal vez sea sabio citar sus palabras: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.  Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:1-4).

Por el primer discurso de importancia de Pablo en Antioquía de Pisidia podemos ver que este evangelio tenía un lugar importante: “Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción.  Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hch. 13:37-39).

Este evangelio de justicia mediante la fe en Cristo, es otra parte importante en la predicación de Pablo.  Ciertamente el mensaje de que el justo vivirá por la fe puede ser considerado como el sello distintivo de su  predicación.  Como él mismo dice: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Ro. 1:17).  “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” (Gá. 3:11).

Cuando leemos el libro de Hechos de los apóstoles, vemos que Pablo fue comisionado por el Espíritu Santo: “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.  Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch. 13:2, 3).  Como resultado, Pablo predicaba la palabra de Dios en las sinagogas judías en Salamina.

Después de esto fue a Antioquía de Pisidia y entró un día sábado a la sinagoga de los judíos, “Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga un día de reposo y se sentaron.  Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles:

Cuando leemos el libro de Hechos de los apóstoles, vemos que Pablo fue comisionado por el Espíritu Santo: “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.  Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch. 13:2, 3).  Como resultado, Pablo predicaba la palabra de Dios en las sinagogas judías en Salamina.

Después de esto fue a Antioquía de Pisidia y entró un día sábado a la sinagoga de los judíos, “Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga un día de reposo y se sentaron.  Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad.  Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano, dijo: Varones israelitas, y los que teméis a Dios, oíd” (Hch. 13:14-16).  Este fue el patrón de sus actividades dondequiera que iba.

En Iconio Pablo y Bernabé “…entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (Hch. 14:1).  Cuando llegaron a Tesalónica “…donde había una sinagoga de los judíos. Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo* discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo” (Hch. 17:1-3).

En Berea, “…habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos” (Hch. 17:10).  En Atenas “mientras Pablo los esperaba ... su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.  Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos...” (Hch. 17:16, 17).  En Corinto, “discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos” (Hch. 18:4).  En Éfeso, “entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios” (Hch. 19:8).  Tres días después de llegar a Roma, “…Pablo convocó a los principales de los judíos...” (Hch. 28:17).

No hay duda que este hombre tenía un ministerio para el pueblo de Israel en armonía con lo que el Señor le había dicho a Ananías: “Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15).  Sin embargo, a todos los lugares a donde iba, primero se dirigía al pueblo de Israel.

Incluso en su epístola a los Romanos declaró claramente que su pueblo tenía el primer lugar y ciertas ventajas: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16).  “Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego” (Ro. 2:9, 10).  “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?  Mucho, en todas maneras.  Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” (Ro. 3:1, 2).

Pero... ¿Qué quiso decir Pablo con eso de que el judío era primero?  ¿Por qué Pablo tuvo que ir primero a los judíos, cuando en Romanos 11:13 declaró “...Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles...”?  Muchos cristianos hoy no entienden por qué Pablo les predicó primero a los judíos.  Y han surgido varias posiciones al respecto:

  • Algunos cristianos creen que Pablo estaba hablando históricamente refiriéndose al pueblo judío cuando dijo que el evangelio era primero para ellos.  Entienden, que esta frase simplemente significa que éste era el orden en que se debía predicar el evangelio: Primero a los judíos y luego a los gentiles.
  •  Otros consideran que lo que implica es que “los judíos tuvieron su oportunidad y la rechazaron y que Dios ahora está trabajando con los gentiles”.
  •  Unos terceros estiman, que los judíos tienen la misma oportunidad que los gentiles de aceptar el evangelio, por lo tanto hay que hacer todos los esfuerzos posibles para predicarles.
  •  Hay otro grupo que declara «Que los judíos rechazaron el evangelio y que continuarán haciéndolo, y que por lo tanto no hay razón para perder el tiempo y los recursos tratando de evangelizarlos».
  •  Existe otro grupo de cristianos que sí reconocen que Dios tiene un futuro para el pueblo judío ya que declaró que cuando el Mesías retorne todo Israel será salvo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Ro. 11:25, 26).  Sin embargo, consideran que por el momento el evangelio debe ser predicado a los gentiles “y dejar el destino de los judíos en las manos de Dios”.
  •   La variación más reciente de estos puntos de vista, se le llama “la Teoría Dual o de los Dos Pactos”.  Declara: «Dios hizo un pacto con el pueblo judío.  Los judíos son salvos en base a los pactos Abrahámico y Davídico, mientras que los gentiles son salvos gracias al nuevo pacto.  Por consiguiente, no hay necesidad de predicarle el evangelio al pueblo judío».

Tristemente, estos puntos de vista erróneos sobre la evangelización de los judíos están ganando popularidad entre muchos cristianos evangélicos.  A través de todo el territorio de Estados Unidos y quizá del mundo, prevalece una falta de buena enseñanza bíblica respecto a este punto, de por qué Pablo le predicó primero a los judíos.  Existe una gran falla en enseñar y entender la Palabra de Dios en su contexto literal histórico.  Los cristianos que se equivocan en comprender por qué Pablo fue primero a los judíos, fallan primero en entender las acciones y actitudes de Pablo hacia su propio pueblo.  No pueden captar la prioridad y necesidad del mandamiento de Dios de predicarles primero a los judíos.  Pero, entonces... ¿Por qué Pablo se acercaba primero a los judíos?  Existen varias razones bíblicas.

1. Es un mandamiento de Dios

     Note cuidadosamente las palabras de Jesús cuando pronunció la Gran Comisión justo antes de su ascensión: “...Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.  Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.  Amén” (Mt. 28:18-20).

El Espíritu Santo fue bien preciso al usar la palabra “todas” cuando se refirió a las naciones.  No pueden haber excepciones.  Israel es parte de esas naciones de que habla el versículo y debe estar incluida.  Fue y es una nación, fue conquistada y su territorio estuvo controlado por extranjeros; fue esparcida en medio de los países del mundo, pero nunca dejó de existir.  De hecho, Dios prometió que Israel siempre será una nación: “Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente.  Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová” (Jer. 31:35-37).

La Gran Comisión de Jesús a sus discípulos, por necesidad, incluye el mandamiento de llevarle el evangelio a los judíos y discipularlos.  Además, la Gran Comisión es el mandato de la Escritura dado a todos los creyentes.  ¡Es responsabilidad de todos los cristianos tratar de que las naciones del mundo sean alcanzadas con el evangelio!  Ahora, cuando Pablo fue salvo mientras iba camino a Damasco, Dios le dio una responsabilidad especial.  Note además lo que Dios le dijo a Ananías respecto a Pablo: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15).  Pablo tenía una responsabilidad triple en su oficio como apóstol:

1.  Llevarle el evangelio a los gentiles,
2.  A los reyes, y
3.  A los hijos de Israel, los judíos.

El ministerio y la vida de Pablo son ejemplos vivos de su responsabilidad ante Dios.  Su comisión abarcaba a todas las naciones: judíos y gentiles, pero para Pablo, esa Gran Comisión tenía un significado aún mucho mayor.  Iba a ser un instrumento de Dios para alcanzar a gentiles, reyes y a su propio pueblo, ¡los judíos!  En el libro de Hechos está registrada la disponibilidad de Pablo para alcanzar a estos tres grupos de personas con el evangelio.  Por consiguiente, fue primero a los judíos, ¡porque Dios le ordenó tanto a él como a nosotros hacerlo en esta forma!

2. Es el programa de Dios para la evangelización

     La segunda razón para que Pablo les predicara primero a los judíos fue porque sabía que era la mejor forma de poder alcanzar a los gentiles con el evangelio.  Tal vez eso nos suene extraño hoy, pero en el día de Pablo muchos gentiles asistían a la sinagoga.  Se les llamaba «los que temían a Dios» o «gentiles justos».  Los historiadores dicen que durante este tiempo en la historia, muchos gentiles que deseaban adorar al Dios verdadero y apartarse del paganismo, acudían a las sinagogas judías.

En ese tiempo, el judaísmo era una religión proselitista.  En cada ciudad a través del imperio grecorromano, los fariseos y los escribas trataban de hacer convertidos entre los gentiles.  Incluso hasta Jesús mencionó esto: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mt. 23:15).  No obstante, muchos de los gentiles no eran convertidos completos, porque no deseaban aceptar todas las restricciones del judaísmo rabínico.  También había controversia entre ellos acerca de los gentiles convertidos, porque muchos no deseaban aceptarlos como judíos.  Por lo tanto, mientras los gentiles acudían a las sinagogas, siempre permanecían en el atrio exterior que miraba hacia el interior.  Adoraban al Dios de los judíos, pero no tenían la seguridad de que sus pecados les hubieran sido perdonados o la seguridad de ser justos delante de Dios.

De tal manera que cuando Pablo llegaba a las sinagogas con su mensaje tanto para judíos como para gentiles, sus palabras eran para los oídos de su audiencia gentil como una lluvia refrescante sobre tierra reseca, porque el mensaje del evangelio los colocaba en una posición de igualdad delante del Dios Todopoderoso.  Finalmente tenían la seguridad del perdón de sus pecados y de ser justos delante de Dios, sin la necesidad de convertirse al judaísmo rabínico.  ¡Cuán significativas debieron haber sido las palabras de Pablo a los creyentes en Gálatas!: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.  Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:26-28).

Aunque como ya mencionáramos, Pablo siempre iba primero a las sinagogas, una excepción posible tal vez fue su visita a Atenas.  Allí concurrió al areópago y les habló a los filósofos: “Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero?  Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.  Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas?  Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas.  Queremos, pues, saber qué quiere decir esto.  (Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.)” (Hch. 17:18-21).

Estos filósofos aunque recibieron el mensaje, no creyeron en él.  Pero note, que aún en esta ocasión, Pablo fue primero a la sinagoga en Atenas tratando como siempre de predicarle el evangelio tanto a judíos como a gentiles: “Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.  Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían” (Hch. 17:16, 17).  Reconocía que para poder llevarle el evangelio tanto a judíos como a los gentiles piadosos y así cumplir lo que Dios le había ordenado de ser “apóstol a los gentiles”, primero tenía que acudir a la sinagoga.  También sabía que al ir a la sinagoga se aseguraba que su propio pueblo judío escuchara el mensaje del evangelio.

3. Es el ejemplo de Dios para la Iglesia

     La tercera razón para que Pablo fuese primero a los judíos, fue el resultado de la revelación que le confiara Dios sobre su programa para esta edad de la iglesia: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder.  A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Ef. 3:1-12).

El misterio de la Iglesia, los judíos y gentiles juntos en el Mesías, era una verdad que no había sido revelada en el Antiguo Testamento.  Evidentemente, Pablo fue el primero en recibir esta revelación.  Dios tal vez le confió esta verdad maravillosa porque lo designó apóstol de los gentiles, aunque la Biblia no lo dice.  Sabemos que debido a que Pablo tenía conocimiento del programa de Dios para esta edad, sentía una gran urgencia y un celo que lo consumía por predicarles el evangelio tanto a judíos como a gentiles.

Pablo sabía que el programa de Dios para la Iglesia tenía una fecha para completarse, la del rapto.  Por eso dijo:

•   “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.  Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él.  Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron.  Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.  Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.  Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:13-18).
•   “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.  Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.  Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?  ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.  Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:51-58).

Sabía que si los judíos o los gentiles no aceptaban a Jesús como su Mesías y salvador, estaban perdidos.  Estaba consciente, que aparte de la fe en el Señor Jesucristo nadie puede ser salvo.  Esta verdad pesaba tanto en su corazón que expresó su angustia con estas palabras: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación.  Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Ro. 10:1, 2).

Parte de la revelación que le confiara Dios a Pablo, que en un principio fuera un misterio, fue que en esta edad de la Iglesia Dios está trabajando con tres grupos de personas, como así lo declara 1 Corintios 10:32:

1.  “Los judíos
2.  Los gentiles, y
3.  La Iglesia de Dios”.

Lo que hace la edad de la Iglesia diferente a todas las demás, es que Dios está llamando a un pueblo para su nombre de entre los judíos y gentiles.  Sólo en esta edad los judíos y gentiles pueden ser uno en el Mesías.

Durante el período que comenzó con Pentecostés y culminará con el rapto, Dios ha estado trabajando, estructurando “la Iglesia de Dios”.

•   “...Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme.  Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.  Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hch. 15:13-18).
•   “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.  Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.  Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:14-22).
Pablo sabía que el juicio de Dios caería sobre todos: judíos y gentiles que no aceptaran a Jesús como su Mesías y Salvador.  Sabía que la Iglesia no reemplaza a Israel, como tampoco la Iglesia a los judíos.  Por consiguiente, iba primero a los judíos porque entendía el programa y plan de Dios para esta edad de la Iglesia.  Sabía que Dios tenía un programa para Israel, para las naciones y la Iglesia.

4. Es el cumplimiento del plan de Dios

     La cuarta razón de por qué Pablo les predicaba primero a los judíos, era para cumplir con el programa y plan de Dios.  Fue a través de los judíos que los gentiles tuvieron la oportunidad de escuchar el evangelio.  Por eso ahora, a la inversa, los gentiles tienen la responsabilidad de llevarles el evangelio a los judíos: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen?  En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos.  Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?  Porque a vosotros hablo, gentiles.  Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos” (Ro. 11:11-14).

Note cuidadosamente lo que dice Pablo.  Les está explicando a los gentiles que la razón por qué Dios los ha salvado es para provocar a celos a los judíos.  Pero... ¿Qué significa esto de... “provocarles a celos?”  Él lo explica así en Romanos 11:14: “Por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos”.  Dios desea que los gentiles les prediquen el evangelio a los judíos.  Pablo, el apóstol de los gentiles fue el primero de ellos.  Por eso siempre iba primero a los judíos.  Comprendía que si los judíos aceptaban a Jesús, serían unos misioneros celosos y efectivos para alcanzar a los gentiles.  También reconocía que si los gentiles escuchaban el evangelio y aceptaban a Jesús, serían misioneros efectivos para alcanzar a los judíos.

De manera interesante, la lectura del testimonio de muchos judíos creyentes en el Mesías demuestra que la mayoría de ellos llegaron a creer en Cristo por el testimonio de cristianos gentiles.  Asimismo muchos gentiles cristianos pueden testificar el hecho de que fue un creyente judío quien primero les presentó al Señor Jesucristo.  La Iglesia del Señor Jesucristo está integrada tanto por judíos como por gentiles, unidos en el Mesías.

Tristemente, los cristianos en las iglesias hoy han olvidado el ejemplo de Pablo.  No sienten la carga de que deben predicarles el evangelio a los judíos.  Es por eso que Dios ha levantado un ministerio como Profecías Bíblicas, para instar a los cristianos hispanoamericanos a que traten de alcanzar al pueblo judío.  Tal como dice la Escritura, los judíos se encuentran dispersos en el mundo entero.  Creo que casi todos, en alguna ocasión, hemos tenido la oportunidad de conocer a un judío.  Por ejemplo en nuestros países, es muy común el apellido Cohen, que en hebreo quiere decir sacerdote o levita.  Esto es indicación de que quienes tienen este apellido son descendientes de Aarón, pertenecen a la tribu de Leví.  Debemos tratar de alcanzar primero al pueblo judío.  Sabemos por experiencia que cada vez que un judío es salvo, muchos gentiles a cambio también lo son.

Decimos junto con el apóstol Pablo: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego”.  Creemos que esta es la única metodología bíblica para el evangelismo verdadero.  ¡Cuando se sigue, resulta en una bendición para los judíos, los gentiles y la Iglesia de Dios!

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