El Señor es bueno
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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George Muller fue un líder de la Hermanad de Plymouth, un movimiento defensor de la fe, además fundador y director de orfelinatos durante los años 1800 en Bretaña. Fue conocido por su fe y vida de oración. Nunca pidió dinero directamente, porque confiaba sólo en la oración para el apoyo de sus orfanatos y su trabajo en la misión. Tampoco cobró un salario, ya que creía en su corazón que Dios supliría sus necesidades. Y su fe fue recompensada - porque el Señor siempre proveyó para las necesidades de sus orfanatos y organizaciones misioneras.
Muller experimentó una prueba severa de su fe cuando el 6 de febrero de 1870, su amada esposa Mary murió de fiebre reumática. Ella no había estado bien por tres años, y estando tan débil, la fiebre terminó por vencerla. Murió después de seis días de terrible sufrimiento.
Muller escribió en su diario ese día: “Hace treinta y nueve años y cuatro meses, el Señor me dio mi valiosa, amada y santa esposa. Su valor para mí, y la bendición que fue para mi vida, es más allá de cualquier descripción. La bendición continuó hasta este día, ya que en la tarde, alrededor de las cuatro en punto, el Señor se la llevó con Él”.
El 11 de febrero escribió: “Hoy, los restos terrenales de mi preciosa esposa fueron colocados en la tumba. Miles de personas manifestaron sus más profundas condolencias. Cerca de mil cuatrocientos de los huérfanos que podían caminar acompañaron la procesión... Yo mismo sostenido por mi Señor hasta el máximo, lleve a cabo el servicio en la capilla, en el cementerio y demás”.
George Muller escogió Salmos 119:68a, como el texto del funeral del sermón. “Bueno eres tú, y bienhechor...” Su mensaje tenía tres puntos:
1. El Señor es bueno, e hizo muy bien al dármela por esposa.
2. El Señor es bueno, e hizo muy bien al dejarla tanto tiempo a mi lado, y
3. El Señor es bueno, e hizo muy bien al quitarmela.
Al discutir este tercer punto, contó como había orado por ella durante su enfermedad, con estas palabras: “Sí Padre mío, los días de mi querida esposa están en tus manos. Tú harás lo mejor para ella y para mí, así sea para vida o para muerte. Si puede ser, levanta una vez más a mi preciosa esposa - Tú eres capaz de hacerlo aunque esté tan enferma; pero cualquiera sea la forma cómo quieras tratar conmigo, sólo ayúdame a continuar perfectamente satisfecho con tu santa voluntad”.
Muller sentía que Dios había respondido a su oración, tanto en la forma cómo trató con Mary, como con su propio corazón, y escribió: “Cada día veo más y más, cuán grande es su pérdida para los huérfanos. Sin embargo, sin un esfuerzo, en lo más profundo de mi alma habitualmente me regocijo con el gozo de mi amada que partió. Su felicidad me da gozo. Mi hija querida y yo, nunca la tendremos de regreso, si eso hubiera sido posible, el propio Dios lo habría hecho, y nosotros estamos muy satisfechos con Él’.
“Como esposo, siento cada día más y más que estoy sin su placentera, útil y amada compañía. Como director de los orfelinatos, la echo de menos en un número incontable de formas, y cada día me hace más falta. Pero como hijo de Dios, y como siervo del Señor Jesús, me inclino y estoy satisfecho con la voluntad de mi Padre Celestial, y busco por mi perfecta sumisión a su santa voluntad glorificarle, beso continuamente la mano que así me ha afligido, pero también digo: ‘Me encontraré con ella nuevamente, para pasar una feliz eternidad en su compañía’”.
Un amigo íntimo contó que después del funeral, Muller se sentó frente a la mesa de la sacristía, sepultó su rostro entre sus manos, y no habló ni se movió por unas dos horas. En su soledad y congoja sólo le decía al Señor: “Tú eres bueno, y haces mucho bien”.
Reflexión
Si usted mira retrospectivamente los eventos de su vida, ¿puede también decir: “El Señor es bueno, e hizo muy bien”? ¿Han ocurrido algunos eventos que causaron que usted dudara de esta promesa? ¿Por qué?
“Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí” (Jeremías 32:40).