Necesitamos arrepentirnos
- Fecha de publicación: Sábado, 27 Marzo 2021, 14:33 horas
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El arrepentimiento y la fe son como “las dos caras de una misma moneda”. Es imposible depositar nuestra confianza en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador, sin antes cambiar nuestra mentalidad respecto a quién es Él, y lo que hizo por nosotros. Dios Padre requería desde mucho antes de enviar a su Hijo, que lo recibiéramos por fe en nuestro corazón, como Señor y Salvador y nos arrepintiéramos de nuestros pecados, incluso hasta a las naciones gentiles les ofreció la oportunidad de cambiar.
Nínive era la capital de Asiria, una nación cruel y temida por todas partes. Eran gentiles que adoraban a dioses paganos, a quienes sacrificaban sus niños. A pesar de sus malos caminos, y la perversidad de sus habitantes, el Señor quería que se arrepintiesen de su maldad, por eso llamó a Jonás para que les entregara Su mensaje: “Vino palabra de Jehová a Jonás, hijo de Amittai, diciendo: Levántate, ve a Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella; porque su maldad ha subido delante de mí” (Jon. 1: 1, 2).
Dios iba a perdonarles su iniquidad, sólo si se volvían de sus malos caminos, mas Jonás deseaba en su corazón que esa ciudad y sus habitantes fueran destruidos, así que huyó de la presencia Divina. Sabemos lo que ocurrió después: “Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová. Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave. Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir. Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos” (Jon. 1:3-6).
No es de extrañar que Jonás al huir de Dios terminara con paganos. Los marineros tenían muchos dioses y cada uno de ellos clamaba al suyo propio, pero sólo Jehová podía salvarlos, y una oración de arrepentimiento de parte del profeta hubiera sido suficiente para calmar la tormenta, pero él se acostó a dormir. Los marineros echaron suertes para averiguar quién era el causante de esta gran tormenta, y la respuesta fue que era Jonás.
Su desobediencia a Dios no sólo puso en peligro su vida, sino la de todos los que lo rodeaban, entonces les dijo: “Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado” (Jon. 1:9, 10). ¡Qué testimonio tan pobre presentó ante los marineros!
Cuando le preguntaron qué debían hacer para que se aplacase la tormenta, él debió responderles: «He pecado contra Dios. Me arrepiento y pido perdón”, pero en cambio, les pidió que lo arrojaran al mar». Aparentemente, preferiría morir antes que arrepentirse. De manera sorprendente los marineros paganos…“Entonces clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú, Jehová, has hecho como has querido” (Jon. 1:14). Lanzaron a Jonás por la borda y la tempestad se aplacó, librándose así de su problema.
Por años, muchas personas han tratado de explicar este milagro usando el entendimiento humano, pero este fue un acto sobrenatural de Dios: “Pero Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jon. 1:17). Su experiencia no fue nada agradable, porque las consecuencias que acarrea el pecado nunca son placenteras.
Fue en esos momentos cuando finalmente hizo lo que debería haber hecho desde el principio: “Entonces oró Jonás a Jehová su Dios desde el vientre del pez, y dijo: Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste. Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí” (Jon. 2:1-3).
Cuando no hay nadie más a quien acudir, hasta los incrédulos claman a Dios. Jonás arrepentido recurrió al Señor, tuvo tres días para considerar su difícil situación y finalmente se arrepintió. No pudiendo salvarse a sí mismo, clamó a Dios con estas palabras: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová. Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra” (Jon. 2:7-10). Él entonces agradecido prometió obedecer.
Hermanos y Hermanas: El Señor realizó un milagro grandioso por la salvación de todos nosotros. ¿Es real nuestra gratitud, o sólo acudimos a Él cuando las tormentas rugen a nuestro alrededor? No hay forma posible de que podamos salvarnos a nosotros mismos, por eso Dios proveyó el Camino.
Jonás finalmente obedeció a Dios y proclamó Su mensaje en las calles de Nínive, pero la realidad era que en lo íntimo de su ser, no quería que se arrepintieran: “Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos” (Jon. 3:5-8).
La ciudad se libró del juicio de Dios durante varios años, pero volvieron a sus pecados y la destrucción les llegó, aunque todos se salvaron en ese momento: “Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó” (Jon. 4:1).
Él aceptó la misericordia de Dios para sí mismo, pero no quería que se extendiera hasta la malvada Nínive: “Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida” (Jon. 4:1-3).
¿No le parece esto familiar? ¡Muchos alaban a Dios por su propia salvación sin importarles su prójimo! Esta es una lección que debemos tener muy presente. No tratemos de huir de Dios manteniéndonos callados, sino que debemos gozarnos cuando alguien se arrepiente y viene a Cristo. Es sólo por medio de la fe en Su sangre derramada sobre la Cruz que somos salvos eternamente. No importa lo que hayamos hecho en el pasado. La gracia de Dios está esperando, pero se necesita arrepentimiento para ser perdonado y encontrar la salvación. Primero, los perdidos deben escuchar el Evangelio.
No importa lo que hayamos podido haber hecho en el pasado, tenemos que arrepentirnos y recibir a nuestro bendito Señor y Salvador Jesús, para ser perdonados y encontrar la salvación. No seamos como Jonás, quien no deseaba que los paganos se salvaran. ¡Compartamos el Evangelio y gocémonos cuando alguien se arrepiente y viene a Cristo!
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:11-14).