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Tiempo, Espacio y la Transfiguración

  • Fecha de publicación: Sábado, 01 Julio 2023, 21:02 horas

Tuvo que ser un momento único cuando el tiempo se unió con la eternidad.  El pasado, presente y futuro se fusionaron en un evento único.  Fue como si el Señor hubiera colocado su sello sobre el plan general que los humanos ven como historia bíblica.

El recuento de la transfiguración fue más que una visión... más que una simple reunión de figuras históricas judías.  Fue un viaje en el futuro, y una vista anticipada del Reino de Dios.

Allí sobre la cima del monte, Jesús el Rey, se reunió con Moisés el legislador y Elías el representante de los profetas.  En ese momento, Pedro, Santiago y Juan, fueron testigos de algo increíblemente milagroso.  El tiempo se aceleró y reveló un futuro distante.  O tal vez se movió a una velocidad muy superior a la de la luz, hacia un lugar en donde el tiempo, tal como lo conocemos, cesó de existir.  Cualquiera haya sido el caso, este mundo fue para siempre marcado y sellado con la promesa del Reino.

A partir de ese momento, ya no hay preguntas respecto a si el plan de Dios se consumará.  Es más, la transfiguración demostró que su plan ya ha sido llevado a terminación.  Pero veamos cómo narra la Escritura este evento: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.  Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.  Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.  Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.  Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis.  Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.  Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos” (Mt. 17:1-9).

Tres evangelios Mateo, Marcos y Lucas, registran este evento.  Con variaciones menores, todos narran la misma historia.  En general, presentan la esperanza de la humanidad, la resurrección en un cuerpo glorificado.  En este evento, Jesús es presentado desde la perspectiva de su humanidad.  Juan, el Evangelio que enfatiza su deidad, omite la narrativa de la transfiguración.

A sus discípulos más íntimos les reveló una verdad acerca de su Reino que nunca antes había expuesto.  A la humanidad le prometió una resurrección en el reino de la gloria de Dios.  Moisés, Elías y Jesús, todos habían nacido en cuerpos humanos, pero en ese momento aparecieron en cuerpos glorificados, exhibiendo claramente la esperanza futura de gloria para todos los seres humanos redimidos.

En la narrativa de Mateo, la palabra “transfiguró” es traducida del griego «metamorphoo», que significa “cambiar en otra forma”.  Un ejemplo de la vida ordinaria es la mariposa, que de un gusano se transforma en una criatura de hermosos colores, dotada con la habilidad para volar.  Las palabras maravillosas de Pablo acerca del rapto y resurrección de los redimidos se basan en la experiencia de la transfiguración: “Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.  Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.  He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.  Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.  Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co. 15:49-55).

Aquí la palabra “transformados” se refiere a ser cambiado a algo completamente diferente.  Claro está, antes que Pablo escribiera estas palabras, había visto personalmente al Cristo glorificado.  Pero a no dudar, también había escuchado el testimonio de los discípulos concerniente a la experiencia de la transfiguración.  Ellos habían sido testigos del cambio que tendrá lugar.

La luz primitiva

Incluso más que la promesa de la resurrección física y glorificación, la transfiguración es un testimonio poderoso de una enseñanza antigua acerca de la gloria de Dios.  Entre los judíos hay una larga tradición de que la luz gloriosa de Dios es invisible a la población actual pecaminosa.

Creen que su luz espiritual es miles de veces más brillante que el sol.  Y hacen una pregunta: «¿Si es tan brillante por qué no pueden verla?»  El rabino Michael Munk, en la página 174 del libro “La sabiduría del alfabeto hebreo”, brevemente resume la historia del judaísmo respecto a este fenómeno, dice: «En el Midrash HaNeelam, Ruth, el rabino Dav Ber de Mezritch, sucesor del Baal Shem Tov, explica que la gran Luz Primitiva de la Creación había estado disponible para todos, pero cuando Dios vio que pocas personas eran dignas de disfrutarla, la ocultó.  Pero... ¿dónde la escondió?  En el ‘Tora’.  Por consiguiente, mediante una búsqueda diligente e incesante de una comprensión del ‘Tora’ uno puede alcanzar una medida de la sabiduría de Dios revelada entre sus líneas y letras. ¡Esa es la Luz Primitiva!  Tal como dice el Zohar: las palabras del ‘Tora’ están asociadas a una nuez que tiene una corteza exterior mientras su grano interior está preservado con seguridad en su interior».

Para los oídos de los gentiles, en principio, esto tal vez suene como una leyenda popular extraña y supersticiosa.  Pero la luz interior de la Biblia funciona exactamente en esta forma.  El señor Munk menciona un libro llamado El Zohar.  Su título significa «resplandor» y está dedicado a hacer conjeturas acerca de la naturaleza de la revelación de Dios.  Considera que su luz está oculta para el hombre ordinario.  Y aunque no estemos de acuerdo con todas sus premisas, la Biblia de hecho revela su noción central.

En hebreo, a la Luz Primitiva se le llama «ohr haganuz», que significa “luz oculta o guardada”.  Es la Luz que está oculta en la Palabra.
Cuando Jesús vino, les reveló esta luz a sus seguidores... pero sólo a ellos.  Las autoridades religiosas judías se mofaron cuando en una ocasión les dijo explícitamente que era la fuente de la luz: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

Claro está, el Evangelio de Juan comienza con un tratado metafísico muy bien conocido que provee la clave de la antigua doctrina de la luz oculta.  Declara una verdad que no tiene paralelo en su claridad.  Para los maestros antiguos de Israel, el Verbo no era nada más y nada menos que la propia Creación, esto lo leemos en Juan 1:1-11: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”.

                          Continuará...

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