“La ciudad de gloria”
- Fecha de publicación: Sábado, 02 Marzo 2024, 18:30 horas
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Mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, vivía un locutor de noticias en Estados Unidos de nombre Hans von Kaltenborn, que siempre comenzaba su programación radial con estas palabras: “¡Bueno, hoy tenemos muy buenas noticias!” Y así es como comienza la última parte del libro de Apocalipsis, ¡porque verdaderamente son muy buenas noticias! Los juicios habrán pasado, las plagas terribles sobre la tierra habrán finalizado. Es aquí cuando comenzamos a ver el cielo descendiendo a la tierra, un tiempo cuando la oración expresada por el pueblo de Dios durante siglos, será respondida: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10b).
Los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis, contienen prácticamente todo el registro de la Biblia concerniente al estado eterno. La mayoría de pasajes proféticos en el Antiguo Testamento que describen un tiempo de gran bendición sobre la tierra se refieren al reinado milenial de nuestro Señor Jesucristo, el cual precede este último gran evento. Es muy poco lo que dice el Antiguo Testamento sobre el cielo. Pero aquí, en estos capítulos, siguiendo al juicio del Gran Trono Blanco, registrado en el capítulo 20, Juan ve toda una nueva creación. Dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:1-4).
¡Qué palabras tan hermosas! Esto completa el círculo y nos lleva de regreso al comienzo de la Biblia. Dice Génesis 1:1: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Esa creación es lo que se llama aquí “el primer cielo y la primera tierra”, los cuales pasarán, tal como dice la Escritura, porque vendrán nuevos cielos y nueva tierra. Es el apóstol Pedro quien nos dice cuál será el destino de los cielos y la tierra presente. Declara: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). Ese será el fin de la vieja creación, pero entonces aparecerán nuevos cielos y una nueva tierra, en donde Jesús continuará su reinado, no sólo sobre la tierra, sino a través de la vasta extensión del universo.
Hay cuatro declaraciones en este parágrafo inicial que nos dicen el propósito de los nuevos cielos y la nueva tierra: El primer versículo indica que la Nueva Jerusalén, esta gran ciudad que describe Juan, será la capital del nuevo universo, un cosmos enteramente cambiado. No será como éste que tenemos ahora. Teólogos respetables, tal como el finado pastor Ray Stedman creen, que esto no significa que Dios eliminará los cielos y la tierra actuales, sino que los purificará y cambiará. Y creen esto, porque cuando recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y nos convertimos en cristianos, somos nuevas criaturas en Cristo, pero todavía seguimos siendo las mismas personas. Sin embargo, somos cambiados y purificados. Así también serán los viejos cielos y la vieja tierra que serán limpiados y purificados por el fuego.
Nosotros sabemos hoy que nuestro universo se extiende mucho más allá de lo que el telescopio espacial Hubble puede captar, y que está gobernado por las mismas leyes. Una de ellas es la segunda ley de la termodinámica, la de la entropía, la cual declara que la creación presente se está desgastando, está decayendo y perdiendo su energía, se está enfriando. Pero en los nuevos cielos y la nueva tierra, esa ley se invertirá. En lugar de declinar, el universo comenzará a reestructurase nuevamente. En lugar de perder su energía, ganará nueva y manifestará una unidad, estabilidad, simetría y belleza, que los viejos cielos y la vieja tierra nunca tuvieron. Un aspecto de esto, es que ya no habrá más mar. Algunos estudiosos creen que el mar proféticamente representa a las multitudes agitadas en rebelión, lo cual ya no tendremos más en la nueva tierra, pero otros creen, aunque esto es cierto, aquí su significado también puede ser completamente literal, porque una de las razones para que tengamos un mar de sal que cubre más de la mitad de este planeta, es porque es un gran antiséptico divino para limpiar la tierra y hacer posible la vida sobre el planeta. Si no hubiera sido por el océano y particularmente por la sal, la vida sobre este mundo habría cesado hace muchos siglos. Es el océano el que lo purga, limpia y preserva. El mar es un antiséptico en el cual la contaminación y la suciedad que el hombre vierte en él, es absorbida, limpiada y cambiada. Pero como en el nuevo universo no habrá más contaminación, ni más mugre, tampoco habrá necesidad de limpieza. A muchos no les gusta la idea de que ya no haya mar, pero, aunque la Biblia no lo dice, tal vez habrá grandes depósitos de agua limpia, mayores quizá que los Grandes Lagos, para que podamos disfrutarlos en los nuevos cielos y la nueva tierra.
En segundo lugar, la Escritura dice que a la Nueva Jerusalén se la compara con “una esposa ataviada para su marido”. A todos nos gusta este cuadro, porque nos encantan las bodas. El clímax es, cuando la futura esposa camina a lo largo del pasillo del templo, hermosamente adornada para su esposo. ¡Nadie se acuerda del pobre hombre parado ante el altar! Todos los ojos están sobre ella, porque se ha preparado por semanas para encontrarse con su futuro esposo. A esta nueva ciudad se le compara tanto con una ciudad como con una mujer, exactamente como la falsa esposa, “la misteriosa Babilonia la Grande”, que representa asimismo una ciudad, la de Roma y una mujer, la cual será destruida por su maldad. Una esposa habla de intimidad y una ciudad de comunidad. Por lo tanto, aquí tenemos un cuadro de los redimidos de Dios, cada uno con un cuerpo glorioso dotado con energía ilimitada. En ese día ya no tendremos que decir como muchas veces lo hacemos hoy: “... El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Entonces podremos responder a todas las oportunidades con nuestro nuevo cuerpo glorificado. Viviremos en intimidad, no sólo con el Señor mismo, sino asimismo con los demás. Recordemos las palabras del apóstol cuando dijo: “Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2a). A menudo nos miramos al espejo por señales de cambio en nuestra persona. ¿Y qué es lo que vemos? ¡Arrugas y decadencia! Pero entonces todo será muy diferente, porque tendremos un cuerpo glorioso similar al del mismo Señor Jesucristo.
Lo tercero que se nos dice aquí, es que moraremos con Dios. ¿No le parece maravilloso? ¡La casa del Padre! El lugar donde vive Dios con su pueblo. Es entonces cuando tendrá cumplimiento el simbolismo del nombre Emanuel, que significa “Dios con nosotros”, y cuando asimismo tendrá cumplimiento el Nuevo Pacto con Israel y nosotros: “Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy Jehová; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón” (Jr. 24:7). ¡Así será este hermoso escenario! Alguien ha dicho que el cielo es el lugar de los “No”, no más muerte, no más sufrimiento, no despedidas, no dolor, no lágrimas, ni más maldad.
Continuará...