El Sufrimiento de los Justos - PII
- Fecha de publicación: Sábado, 13 Abril 2024, 20:05 horas
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Diez años después, sus hijos también murieron. Noemí se enteró que su pueblo en Belén ya tenía la bendición de Jehová en forma de alimentos, y fue así como resolvió regresar sola, no sin antes cumplir con su formación patriarcal de buscar hogares para sus nueras. Había seguido a tres hombres en un peregrinaje, pero no estaba dispuesta a dejar que dos mujeres le siguieran en su nueva jornada de regreso a casa.
Rut, una de sus nueras resolvió acompañarla a pesar de su objeción. Posteriormente de regreso a Judá y después de un plan para conseguir un esposo para su nuera, Noemí concertó el matrimonio de Rut por levirato con su pariente Booz, para que así su descendencia no fuera borrada, ya que la Ley estipulaba: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco. Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el nombre de su hermano muerto, para que el nombre de éste no sea borrado de Israel” (Dt. 25:5, 6).
Esta ley no sólo se limitaba a un hermano del muerto, sino a cualquier otro pariente cercano. Así conservó Noemí la línea de Elimelec y de sus hijos, encontrando además palabras liberadoras y de alabanza en el comentario de sus vecinas acerca de una mujer como Rut, cuando dijeron: “... Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos” (Rt. 4:14, 15).
Noemí tenía nuevamente una familia y disfrutó del papel de abuela de Obed; y finalmente, del mismo Rey David. Fue así como Dios usó sus circunstancias para solidificar el lugar de los gentiles en la genealogía del Mesías.
Quizás sea por el sufrimiento de los justos, que muchos consideran que Romanos 8:28 es uno de los versículos más citados de la Biblia: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. La promesa del bien frente al mal trae seguridad, ya que sin esta garantía de parte de Dios, no tendríamos esperanza.
Sin embargo, reconciliar lo que sucede en nuestras vidas con esta promesa, puede constituir un desafío. Todos hemos orado en algún momento, y tal pareciera que no recibimos respuesta. Puede ser la sanidad que no recibimos, un sueño que quedó atrás cuando el camino de nuestra vida tomó una nueva dirección, o un anhelo que nunca se cumplió. Para algunos, esa aparente contradicción puede conducir a la desilusión e incluso, causar tristeza, porque Dios aparentemente no cumplió Su promesa. Pero tal vez vemos contradicción, porque realmente no entendimos si eso era lo que necesitábamos o si estábamos pidiendo algo que no estaba en conformidad con la voluntad de Dios.
Cuando el apóstol Pablo escribió la epístola a los Romanos a la iglesia en Roma, claramente quería que los hermanos entendieran antes de su llegada, cuál era su posición sobre la fe, la gracia, la salvación y la morada del Espíritu Santo. Con la esperanza de recibir apoyo entre los creyentes y unificar a una iglesia seriamente dividida.
Gran parte de su epístola, particularmente el capítulo 8 está lleno de aparentes contradicciones, ya que Pablo contrasta la vida egoísta en busca de las satisfacciones de la carne, con otra enfocada en el caminar de acuerdo con la justicia de Dios. La carta fue escrita entre finales de los años 40 y principios de los 50 de nuestra era, en una época en que la persecución de los judíos y cristianos se había extendido en Roma, bajo el emperador Nerón.
Aunque Pablo habla extensamente de la lucha entre la carne y el espíritu, de la mente carnal en contra de la espiritual que da vida, les recuerda a los romanos que como creyentes son habitados por el mismo Espíritu que levantó al Señor Jesús de la muerte, un agente poderoso en nuestras luchas en contra de la tentación. Sin embargo, en Romanos 8:18 dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.
Esta alusión proyecta una lucha más allá de su propia batalla contra el pecado, o al terror de la persecución romana. Se sabía que Nerón colgaba a los cristianos y judíos sobre postes en su jardín, los empapaba con brea y los incendiaba para que le proporcionaran luz durante sus paseos nocturnos.
Es en este contexto que Pablo hace su declaración: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:28, 29).
Es común escuchar el testimonio de creyentes para quienes esta promesa se ha convertido en realidad, cuando tuvieron que enfrentar una situación difícil con la familia o en el trabajo. Estaban llenos de temor y seguros de que no les esperaba nada bueno; y de repente Dios actuó y la situación cambió milagrosamente para su beneficio.
Dios nos ama, y a menudo mantiene esta promesa en un nivel muy íntimo, casi secreto. Pero el bien que nos promete, no siempre significa que recibiremos lo que nosotros queremos o deseamos. Sino que podemos saber sin lugar a dudas, que la voluntad de Dios siempre se cumplirá a través de todas nuestras circunstancias, que sus planes no serán frustrados, y que a través de nuestro sufrimiento seremos transformados a Su imagen. Que los deseos de nuestro corazón serán cambiados y llegarán a estar alineados con los Suyos. El mayor bien para nosotros es que se cumplan Sus planes.
Nuestro Dios y Su santa Palabra son eternos e inmutables, y juntos nos traen un mensaje claro para hoy. La historia de Job nos demuestra, que no hay curación sin enfermedad; la de José que no hay liberación sin esclavitud; y las de Jocabed y Noemí, que no hay alegría sin el conocimiento de la miseria.
Pablo nos dice a lo largo de la epístola a los Romanos, que sin maldad, no habría reconocimiento del bien; y sin pecado, no se entendería la justicia. El Dios soberano del universo nos ha dicho que todas nuestras circunstancias tienen un propósito: «Transformarnos a Su semejanza e impactar nuestras comunidades; e incluso nuestro mundo, con el conocimiento de Él».
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18).