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¿Realmente oramos correctamente?

  • Fecha de publicación: Sábado, 31 Mayo 2025, 19:58 horas

Prácticamente todos los cristianos oramos, algunos más otros menos, pero sí, oramos.  También muchos otros oran, hasta los paganos de todos los tiempos, siempre repetían sus oraciones, como ocurre hoy con quienes ostentan la religión católica, ellos también tienen que repetir sus rezos tantas y cuantas veces para tal o cual cosa.

Pero... ¿realmente entendemos lo suficiente sobre la oración como para orar correctamente?  En un espacio tan reducido no es posible ofrecer todo un estudio sobre la oración, pero trataremos de destacar algunos aspectos de importancia para todos.

1. Pueden orar únicamente aquellos que ya son hijos de Dios.
Cuando un pecador recibe a Cristo, se constituye en hijo (hija) de Dios.  Únicamente entonces puede dirigirse a Dios como su Padre.  Cuando Jesús ofreció lo que podríamos llamar, el modelo de la oración, dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre Nuestro que estás en los cielos...” (Mt. 6:9b).  Si usted no recibió a Jesucristo por la fe, no tiene derecho de llamar a Dios, su Padre, porque él no lo es.

2. Debemos orar en el nombre del Señor.
¿Entendemos realmente por qué el Señor dice que debemos pedir las cosas en Su nombre?  Él dijo: “Y todo lo que pidieres al Padre en mi nombre, lo haré” (Jn. 14:13a).  “Para que todo lo que pidieres al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Jn. 15:16b).  “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Jn. 16:23b).

Casi todos nosotros, al orar, terminamos diciendo: «En el nombre de Cristo, o... en tu nombre te lo pido».  Pero, ¿por qué invocamos Su nombre cada vez que oramos?  ¡Es muy importante que sepamos cuál es la razón por la que nosotros procuramos siempre hacerlo en Su nombre, no en el nuestro propio!  Una traducción mejor tal vez sería... “A nombre de él”.

Nosotros no podemos ni debemos pedir nada a título personal.  Supongamos que en los días de Jesús un esclavo fuera a un magnate para pedirle $ 5,000.00.  Tratándose de un esclavo que nada tiene, el magnate no se lo daría, ni prestaría nada.  Pero si ese esclavo fuera de parte de su Amo, y solicitara esa suma a nombre, o en nombre de su Amo, quien es conocido del magnate imaginario, no tendrá el esclavo ningún problema para recibir lo pedido.

De la misma manera nosotros, no pretendamos recibir nada a nombre personal, porque nada merecemos.  Pero cuando nos acercamos con nuestras solicitudes en el nombre de Cristo, entonces la respuesta la tendremos, porque los requisitos para recibir, poco o mucho, él los llenó todos.  En la verdadera oración, nuestras palabras, nuestra posición en la oración, nuestra perseverancia y todo cuanto hagamos para ser auténticos en lo que pedimos, surtirá resultados porque lo hacemos todo a título de nuestro Salvador.  Él saldó totalmente nuestra cuenta.  No solamente la cuenta pasada, sino toda, de modo que no existe ningún balance en contra nuestra y Dios el Padre nos concederá todo cuanto ha de ser para Su gloria, porque oramos, pedimos y nos presentamos invocando Su nombre, el nombre de nuestro Señor.

De nuevo en esto vemos la gracia divina.  Dios nunca ignora la oración hecha en el nombre y por los méritos de Cristo, pero cuando echamos mano de nuestro mucho trabajo, de nuestros sufrimientos, nuestras buenas obras y todo cuanto ronde a nuestro derredor, fracasaremos.  Siga orando hermano, en el nombre y méritos de Cristo y será atendido.

3. ¿Con quién orar?
Existe la idea de que, a mayor número de penitentes orando, mayores son las posibilidades de lograr uno su pedido.  Debido a esta idea pagana, existen ahora movimientos que reclutan a cuantos puedan para... “orar por la paz”.  Por cierto, que esto es completamente pagano.  Cuando aquellos marineros que tuvieron tanto problema con el fugitivo Jonás, se vieron en peligro, la Biblia dice que “cada uno clamaba a su dios” (Jon. 1:5).  Luego cuando Nínive se arrepintió, las autoridades proclamaron ayuno, incluso para los animales: “por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento ni beban agua...” (Jon. 3:7).

El hecho de que mucha gente esté orando, puede probar que los hermanos están unidos en un propósito noble.  No hay nada de malo en que muchos hermanos en una Iglesia se reúnan para orar, pero nunca debemos pensar que Dios se impresiona por las multitudes, mientras que para él las oraciones individuales valen poco. Hay incluso quienes piensan que cierto nivel de vida espiritual de una persona tiene mejores posibilidades de recibir lo que pide, que aquel cristiano que lucha con todo tipo de tentaciones: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Stg. 5:16-18).

Elías luchaba con sus propias debilidades como todos nosotros, pero clamó a Dios y la respuesta era evidente.  Ana oró por un hijo varón y Dios se lo concedió, esto lo leemos en 1 Samuel 1.  Su oración no contiene nada que esté más allá de lo que cualquier otra persona cristiana podría decir.  Jonás oró en ese... “submarino”, donde ciertamente no hubo otros que le acompañaran, excepto las tripas, el estómago y demás vísceras del animal, pero Dios lo oyó y Jonás resultó ser mucho mejor predicador después, que antes de esa oración en un lugar tan extraño.  Muchas veces los cristianos se preguntan que si hay que orar de rodillas, sentados, de pie, de cuclillas, con los ojos cerrados o abiertos, etc.

Cierta vez le preguntaron a un rabino, ¿cuál es la mejor posición para orar?  «Cabeza hacia abajo», les contestó.  «Sí», agregó luego, «mi mayor experiencia con la oración la tuve cabeza hacia abajo, cuando caí de cabeza en un pozo y no pude hacer nada.  Vinieron y me rescataron».  Mucho cuidado; si quiere orar con otros, que sean sus hermanos en la fe, no se le ocurra orar con mormones, católicos, munistas, ruselistas y tantos otros, tratando de impresionar a Dios.  Él no se impresiona por nuestros números.  Él tiene a su cargo incontables ángeles y todos los redimidos que ya están en Su presencia, de manera que no pretendamos obligarle a hacer esto o aquello, porque hemos logrado convencer a tantos cientos de miles para una especie de “oración nacional por la paz mundial”.  ¡Qué ilusión y qué pretensión la de substituir a Cristo por nuestras oraciones!

4. Evite las oraciones largas.
Deje siempre las oraciones largas para el momento cuando está a solas con el Señor.  Jesús dijo que no debemos usar vanas repeticiones, y esto es exactamente la trampa en la que caemos cuando alargamos nuestras oraciones.  Después de todo, él sabe de qué cosas necesitamos antes de que le digamos una palabra: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6:7, 8).

¿Recuerda a los dos hombres que oraban?  Uno era hipócrita e hizo una oración de 36 palabras, pero de nada le sirvió: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Lc. 18:11, 12).  El otro que sinceramente oraba, pronunció una oración de seis palabras ¡y fue oído y justificado!

Si pudiéramos acomodarnos al modelo de oración tal como la Biblia enseña, nuestra vida como individuos y colectivamente, sería muy diferente.

¡Que Dios nos ayude en nuestra vida de oración!

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