Dejar tocar fondo
- Fecha de publicación: Sábado, 19 Julio 2025, 19:04 horas
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La expresión: «Déjale hasta que toque fondo», que solemos oír, significa, «llegar al límite de una situación desfavorable». Pero no todos entienden qué significa. A veces se dice... «todavía no tocó fondo, esperen». Así decimos cuando nos referimos a una persona que insiste en destruirse aun cuando familiares y amigos le quieren ayudar. La persona sigue su mal camino, probablemente el alcohol, los negocios sucios, el hundimiento en deudas sin tener de dónde pagarlas, carácter intolerable que amenaza incluso su propia vida por la forma de tratar a sus familiares y vecinos, etc.: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Ti. 3:1-5).
Se cuenta que cierta vez un individuo fue a la playa del mar y se sintió tentado a alejarse mucho de la costa. Al principio el mar era sereno y le parecía una maravilla dejarse llevar por la marea. Pero, sin darse cuenta se había alejado demasiado. Las olas se levantaban mucho, el nadador trataba por todos los medios salir del apuro, tratando de alcanzar la costa. Pero sus esfuerzos eran vanos, porque, ni bien avanzaba un poco, una alta ola de nuevo lo alejaba aún más. Viéndose en peligro comenzó a hacer señas al salvavidas. Para que viniera a auxiliarlo. Pero este hombre, caminando por la playa nada hacía. Un amigo que vio al pobre bañista le habló al rescatador para que mirara allá a lo lejos que el individuo ese, seguramente está pidiendo ayuda. «¿No lo ve usted?», le preguntó. «Sí, sí lo veo», respondió, pero extrañamente nada hacía por la peligrosa situación del otro. De nuevo el mismo hombre lo vio aun en mayor peligro, y notó que repentinamente el nadador como que desaparecía de la superficie y volvía a ser levantado por las olas haciendo movimientos con sus manos pidiendo rescate. Pero todavía el rescatador se paseaba por la playa. Finalmente, el nadador desapareció por más tiempo y apenas pudo levantar la mano, una vez más. Ahora el salvavidas se arrojó al mar, nadó como una bala, lo atrapó y lo trajo a la costa. No se había ahogado.
A esta altura el preocupado caminante que le había mostrado al nadador, le preguntó a este salvavidas por qué había esperado tanto para salvarlo. «Oiga, amigo», le dijo, «nosotros los que trabajamos en esto sabemos que si intentamos salvar a un nadador cuando da las primeras señales de auxilio, no lo lograremos. Estos individuos son tan orgullosos que al tratar de hacer algo por ellos, patalean y dan de manotazos al punto que pueden ahogarse y llevar a la muerte a quien viene a su rescate. Por eso, dejamos que el nadador imprudente llegue hasta el borde mismo de la muerte, que... “casi se ahogue” y entonces sí, hay que ver cómo se deja rescatar. Esto se llama... ‘deje que esa persona toque fondo’».
Algo parecido ocurre con los pecadores. Procuran por todos los medios salvarse por sus obras, sus actos de bondad y caridad. Sus muchos rezos y otras prescripciones religiosas. Dejan de comer tales alimentos, hacen sus penitencias o ayunos, hacen promesas a tal o cual “santo”, participan en peregrinaciones para pagar sus votos a tal o cual ídolo, y muchas otras cosas. Mientras hacen todo esto, las olas de las consecuencias de sus pecados siguen abatiéndolos. Tenemos que entender que es Dios mismo, quien protesta contra la idolatría: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre (le habla a Israel). No tendrás dioses ajenos delante de mí. No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Dt. 5:6-10). “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Ti. 4:1-3). No pueden dormir, se sienten infelices, inseguros, tienen un verdadero terror a la muerte, y con razón, ya que todos los intentos que hacen por salvarse no hacen más que alejarlos cada vez más y más de la verdad.
Se niegan a escuchar el Evangelio, no permiten que el verdadero Salvavidas, el Señor Jesucristo los rescate. Sí, como que piden auxilio, pero en realidad insisten en... «Yo, mi religión no la dejaré jamás». Pablo mismo, después de describir su lucha con el pecado, dijo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24). “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Es entonces cuando el Señor los mira y espera que “toquen fondo”. Cuando llegan al punto de no poder más, entonces mansamente se dejan rescatar por Aquel que es el único que puede hacerlo.
Según la Biblia el “mar” es una metáfora del mundo impío: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo” (Is. 57:20). En este “mar” hay millones que se debaten, tratando de alcanzar la costa de la paz y la seguridad, el descanso de su alma que tanto anhelan, pero su orgullo de buenos nadadores, su imprudencia de haberse alejado tanto de “tierra firme”, de la verdad del Evangelio, hace que rechacen el rescate que se les ofrece.
Así, el Señor espera hasta que “toquen fondo”. ¿No estaremos hablando de usted, estimado amigo?
“Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina” (Ez. 18:30).