La evolución: ¿Realidad o ficción?
- Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 17:26 horas
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La teoría de la evolución ha dominado nuestra sociedad por casi un siglo, especialmente en los centros educativos. Los medios noticiosos han ejercido la mayor influencia al promover la evolución orgánica como un hecho a través de programas de televisión, editoriales y secciones especiales dedicadas al punto de vista evolutivo.
Usualmente este adoctrinamiento ha sido obvio e insistente, pero es efectivo aun en su forma más sutil.
Nuestros problemas sociales y morales actuales, son en su mayor parte un resultado de la filosofía humanista que surgió como consecuencia del pensamiento evolutivo. La llamada «nueva moralidad», de la cual estamos siendo testigos, que en realidad es la ausencia de moral, es el resultado de la filosofía atea evolutiva. Es necesario admitir que virtualmente no hay área del pensamiento y de la vida hoy que no haya sufrido el efecto de este popular punto de vista.
Desde que la evolución fuera aceptada universalmente como un hecho, al mismo tiempo el creacionismo bíblico fue descartado como una creencia anticuada. El cristianismo organizado ha pasado cerca de un siglo ya, retirándose en ocasiones y otras enfrentándose abiertamente ante los ataques de los evolucionistas. Consecuentemente, la fe de muchos creyentes cristianos se ha visto seriamente afectada y un número incontable de personas sinceras han sido engañadas.
A estudiantes en todo el mundo se les ha enseñado la grandeza histórica y científica de la generación espontánea, es decir, que la vida se originó espontáneamente de la materia inorgánica. Redi, Pasteur y Spallanzani demostraron que la vida sólo puede provenir de vida preexistente. Ideas tales como que los ratones se originaban de ropa interior sucia, fueron finalmente silenciadas.
¡Cuán irónico es entonces que estos mismos educadores hayan dado un giro de retroceso asegurando que la generación espontánea fue el mecanismo por medio del cual surgió la vida! Porque el concepto moderno de la evolución orgánica no es otra cosa más que una regresión refinada a la mentalidad científica del siglo XVI, en la que se propone una vez más la generación espontánea.
La ironía de toda esta situación es que el propio concepto de la evolución orgánica es completamente absurdo e imposible. Es totalmente ilógico que una idea que está tan desprovista de cualquier evidencia científica legítima pueda haber alcanzado una posición de tal prestigio en nombre de la ciencia.
Sin embargo, el creacionismo bíblico, ha revivido recientemente y está ganando gran impulso. Literalmente miles de distinguidos científicos están rechazando la evolución en favor del creacionismo. Algunos estados en Estados Unidos están considerando incluir el creacionismo en el curriculum estudiantil y se han llevado a cabo numerosas conferencias en los predios universitarios para tratar este tema. En el presente artículo trataremos de exponer básicamente tres cosas:
1. Explicar la falacia científica de la teoría de la evolución orgánica,
2. Presentar evidencia científica del creacionismo bíblico, y
3. Probar que la evolución y el creacionismo bíblico son mutuamente exclusivos y que no pueden reconciliarse.
Se ha dicho que hay dos clases de personas, esos que están de acuerdo con usted y los fanáticos. No hay nadie con una mentalidad más estrecha que esa persona que quiere imponer su punto de vista, sólo porque es su opinión personal, mientras que la persona lógica es esa que puede probar lo que afirma. Es verdad que hasta cierto grado todos somos culpables de egocentrismo, sin embargo estoy convencido que quien busca honestamente la verdad, finalmente la encuentra. Con esto en mente, le animamos a que lea este artículo con una mente abierta y un corazón honesto, pues como dijo Dios por boca del profeta: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13).
El argumento más propagado y que ejerce mayor influencia en contra de la veracidad de la Biblia es la creencia común de que la ciencia moderna ha probado la evolución, desacreditando de este modo el relato bíblico de la creación. Sin embargo, la falla fatal en este argumento es que científicamente ES imposible demostrar cualquier teoría respecto a los orígenes. Es por esta razón que la propia esencia del método científico está basada en la observación y la experimentación, y es imposible hacer observaciones o conducir experimentos sobre el origen del universo.
Este punto es aceptado por el biólogo británico L. Harrison Matthews en el prólogo de la edición de 1971 del libro de Darwin El origen de las especies. Dice: «La verdad es que la evolución es la columna vertebral de la biología, y la biología por lo tanto se encuentra en la posición peculiar de ser una ciencia fundada en una teoría no demostrada, ¿es entonces una ciencia o una fe? Por lo tanto, el aceptar la teoría de la evolución es exactamente paralelo a la creencia en una creación especial, ambos son conceptos que sus creyentes respectivos aceptan como verdaderos, pero nadie hasta la fecha, ha sido capaz de probarlos».
Los científicos pueden especular respecto al pasado o el futuro, pero de hecho sólo pueden observar el presente. Obviamente, entonces la tan propagada hipótesis de que la evolución es un hecho establecido de la ciencia, resulta completamente falsa. A la evolución sólo se le puede dar correctamente el calificativo de creencia, una filosofía subjetiva de los orígenes, la religión de muchos científicos. A pesar de este hecho, la mayoría de facultativos y profesores todavía insisten en que la evolución es un hecho establecido de la ciencia.
Sir Julian Huxley, el nieto de Thomas Henry Huxley, el ayudante de Darwin, pronunció estas palabras en 1959 y así se encuentran registradas en el volumen 3, página 41 del libro La evolución después de Darwin: «El primer punto a declarar respecto a la teoría de la evolución de Darwin es que ya no es más una teoría, sino un hecho. Ningún científico serio negaría el hecho de que la evolución ha ocurrido, como tampoco negaría el hecho que la Tierra gira alrededor del Sol».
Y dijo el señor M. J. Kenny: «En la actualidad no existe duda razonable respecto al hecho de la evolución orgánica; la evidencia de ello es tan abrumadora que esos que la rechazan sólo pueden ser las víctimas de la ignorancia o el prejuicio».
El profesor George Gaylord Simpson asegura que, «Darwin ... final y definitivamente estableció la evolución como un hecho».
Dice en el texto de enseñanza de geología titulado Elementos esenciales de la historia de la Tierra: «El registro fósil aporta prueba irrefutable de que la vida en la Tierra ha cambiado a través de las edades... el estudio sistemático de los restos fósiles ha arrojado una entera nueva luz sobre el pasado de la historia de la Tierra y ha descartado las nociones pasadas de moda y supersticiosas sobre el tema que había prevalecido por miles de años... los fósiles no sólo prueban que la vida ha cambiado, sino que ha progresado desde la simplicidad hasta la complejidad con el paso del tiempo. Esos son los hechos. Para esos que adoptan un punto de vista imparcial del asunto, sólo hay una conclusión: Que toda la vida pasada y presente ha descendido desde un comienzo simple».
Incluso la propia Academia Pontificia de Ciencia ha declarado recientemente: «Estamos convencidos que la magnitud de evidencia presenta la aplicación del concepto de la evolución al hombre y a los otros primates más allá de serias disputas».
Mientras los científicos que creen en la evolución pueden diferir acerca de cómo ocurrió la misma, todos ellos coinciden en que sí ocurrió. Pero necesitamos recordar que los científicos son también seres humanos. La idea de que son completamente objetivos, imparciales, frías máquinas, claro está es absurda. Ellos al igual que los demás, también son influenciados por la opinión de los llamados “expertos”.
Incluso, muchos científicos y profesores no son cristianos, por lo menos no son cristianos bíblicos. Como tal, se ven forzados a aceptar una explicación naturalista para el origen y destino de la vida y del universo. Todos estos factores juegan un papel extremadamente importante en la propagada aceptación de la teoría de la evolución.
Tal como escribiera el doctor George Wadi, ganador en 1967 del premio Nobel de Ciencia: «Cuando se llega al origen de la vida sobre la Tierra, sólo hay dos posibilidades: creación o generación espontánea (la evolución). No hay un tercer camino. La generación espontánea fue desaprobada hace cien años, pero eso nos conduce a una sola conclusión: a la creación sobrenatural. No podemos aceptar eso en una base filosófica (razones personales); por consiguiente, decidimos creer lo imposible: que la vida surgió espontáneamente por casualidad».
Vemos entonces que la evolución es aceptada generalmente como un hecho de la ciencia, no porque pueda ser probada por evidencia científica, sino porque es la única alternativa, la creación especial es algo totalmente inaceptable.
Claro está, no todos los científicos son evolucionistas ateos. De hecho, algunos de los grandes pioneros en la historia de la ciencia han sido cristianos devotos. Sólo de paso citaremos algunos nombres: Isaac Newton, Louis Pasteur, Johannes Kepler, Robert Boyle, Michael Faraday, Samuel Morse, Lord Kelvin, James Maxwell y muchos otros.
Mientras tanto, otros científicos han optado por favorecer otra posición comúnmente conocida como evolución teísta. Los evolucionistas teístas aseguran creer en Dios y en la Biblia, mientras que al mismo tiempo, sostienen que toda la vida ha evolucionado a partir de químicos inorgánicos. Pero al aceptar este curioso concepto, los evolucionistas teístas se ven forzados a abandonar numerosos elementos bíblicos básicos.
Un caso típico de esto, en el que no se toman en cuenta las Escrituras, son los puntos de vista del muy conocido sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Pero los cristianos que creen firmemente en que la Biblia es la Palabra de Dios divinamente inspirada, no tienen otro recurso que rechazar tal concepto.
En simples palabras, la evolución puede ser definida como un proceso por medio del cual las cosas vivas se formaron por sí mismas sin la intervención de un creador y luego de alguna forma mejoraron por sí mismas. De acuerdo con esta creencia, todas las bacterias, plantas, animales y seres humanos, llegaron a existir por simple casualidad, desde un simple y remoto ancestro que de alguna forma vino a existir.
Se supone que todo esto ocurrió accidentalmente, sin el beneficio de ninguna inteligencia o plan. La premisa básica de esta teoría de “la molécula al hombre”, es que al gas hidrógeno dándosele tiempo suficiente, finalmente se transforma en una persona. Diametralmente opuesto a este punto de vista, el creacionismo bíblico postula una creación especial inicial por Dios a través de la cual todas las leyes, procesos y entidades de la naturaleza llegaron a existir tal como lo describe el libro de Génesis.
Un punto importante digno de contemplar es el hecho que a lo largo de la historia cada edad ha estado plagada con ideas falsas. Por ejemplo, por quince siglos se creyó que el Sol y los otros planetas giraban alrededor de la Tierra. Esto fue conocido como la teoría geocéntrica y claro está, ahora sabemos que esta suposición era completamente falsa.
Durante los siglos XVII y XVIII otra teoría fue aceptada universalmente y se enseñaba como un hecho establecido de la ciencia, en la misma forma como se enseña hoy la evolución. Fue conocida como la teoría flogística, y declaraba que cada sustancia que se quemaba contenía el ingrediente mágico flogisto, el cual le daba la combustibilidad. Esta idea errónea fue más tarde refutada por el químico francés Lavoisier, quien demostró en forma concluyente que el oxígeno era el elemento clave involucrado en la combustión.
Hay muchos errores crasos históricos de la ciencia que podríamos mencionar, pero los citados anteriormente son suficientes para establecer el hecho de que cada edad ha estado plagada con errores. Pero... ¿Debemos presumir que ahora nosotros somos diferentes y que estamos exentos de cometer una necedad? ¿No será que la teoría de la evolución es sólo otro error craso de la ciencia? Brevemente, trataremos de demostrarlo.
Pero... ¿Por qué debemos molestarnos en estudiar el origen del universo y de nosotros mismos? ¿Vale la pena realmente gastar el tiempo y la energía? Bueno, hay muchas buenas razones sobre la importancia de tener un entendimiento apropiado respecto a los orígenes y sí, vale la pena hacerlo. Todos necesitamos un sentido de identidad, de propósito y metas personales. Esto es imposible sin un sentido de origen. Lo que una persona cree acerca de su origen condicionará su estilo de vida y afectará su destino final.
La solución a los problemas sociales masivos del hombre depende de una comprensión correcta de los orígenes. Si la filosofía evolutiva es exacta, entonces la vida carece de dirección moral y propósito. Por otra parte, si fuimos creados por Dios nuestras vidas tienen significado, dirección y propósito. Es claro entonces que nuestro origen constituye la fundación de todas nuestras convicciones, acciones y creencias. De tal manera, que nuestro origen es un asunto vital que no puede ser ignorado, el hacerlo nos pondría en gran peligro.
Aunque tanto la evolución como el creacionismo bíblico son imposibles de demostrar por el método científico y deben ser aceptados por fe, esto no quiere decir que no vale la pena saber los hechos científicos o que las observaciones no sirven para nada y deben ser descartadas o ignoradas. Por el contrario, debemos usar los hechos científicos para verificar cuál modelo de orígenes es más probable para que así nuestra fe sea dirigida en forma inteligente, no ciega. Brevemente demostraremos que las pruebas científicas correlacionan mejor con el creacionismo bíblico que con la evolución, y que los evolucionistas se encuentran en una situación muy precaria cuando tratan de demostrar la teoría de la evolución.
Geología
Antes del siglo XIX la vasta mayoría de los científicos interpretaban la historia de la Tierra en conformidad con el creacionismo bíblico y el catastrofismo, es decir, que apoyaban el diluvio del Génesis, creyendo consecuentemente en una escala de tiempo relativamente corta. Sin embargo, la aceptación más reciente del principio conocido como uniformitarianismo ha promovido exitosamente la idea de una Tierra muy antigua.
El uniformitarianismo es la creencia de que el origen y desarrollo de todas las cosas puede ser explicado exclusivamente en términos de las mismas leyes y procesos naturales que operan hoy. Según este dogma, la naturaleza puede ser definida satisfactoriamente de acuerdo a causas naturales y por consiguiente, “el presente es la clave del pasado”.
Este concepto fue introducido por James Hutton, popularizado por Sir Charles Lyell e influenció en gran manera el pensamiento y trabajos de Charles Darwin. El uniformitarianismo ha sido la columna vertebral de la geología histórica moderna y es responsable de la tan popular hipótesis de que la Tierra tiene miles de millones de años. Debido a esto, en menos de un siglo, a la Tierra de unos pocos miles de años de edad, ¡se le asignaron miles de millones!
En la actualidad los geólogos que apoyan la teoría uniformitarianista, muestran una actitud hostil hacia el creacionismo bíblico y el catastrofismo. L. Merson Davies, un reconocido paleontólogo británico que se opuso a la teoría general de la evolución comentó sobre este fenómeno reciente e hizo algunas observaciones muy importantes, registradas en las páginas 62 y 63 del Diario de las transacciones del Instituto Victoria, publicado en 1930: «Aquí, entonces, nos encontramos frente a frente con una circunstancia que no puede ser ignorada al tratar con este tema... es decir, la existencia de un prejuicio marcado en contra de la aceptación de la creencia en un cataclismo como el diluvio. Ahora debemos recordar, que hace sólo cien años, tal prejuicio no existía... por lo menos en forma general. La creencia en el diluvio de Noé era axiomática, no sólo en la propia iglesia (tanto católica como protestante), sino asimismo en el mundo científico. Sin embargo, la Biblia afirma en la profecía, que en los últimos días aparecerá una nueva filosofía; una filosofía que llevará a los hombres a mirar con desprecio la creencia en el diluvio y que la desaprobarán, declarando que ‘...todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación’ (2 P. 3:4b). En otras palabras, una doctrina de Uniformidad en todas las cosas (una doctrina que el apóstol obviamente considera como un hecho mentiroso), la cual reemplazará la creencia en cataclismos tales como el diluvio».
Vemos entonces que la antigua profecía de Pedro, ha tenido cumplimiento ante nuestros propios ojos con la teoría del uniformitarianismo. De acuerdo con los que apoyan esta hipótesis en la actualidad, no hay necesidad de apoyarnos en ningún evento catastrófico, excepto en una escala menor. Ellos insisten en que todas las características y formaciones geológicas que en un tiempo se le atribuyeron a cataclismos geológicos, pueden ser ahora explicados satisfactoriamente por procesos ordinarios que operan a través de largos períodos.
Aunque la teoría uniformitarianista parece ser razonable, debemos tener bien presente que se trata enteramente de una hipótesis, no de un hecho. Una hipótesis por definición, «es la suposición de una cosa posible, de la que se saca una definición». Además, esta hipótesis ha sido trazada en conformidad con la columna geológica y son demasiados los mecanismos que contradicen esta famosa columna geológica.
Las evidencias geológicas por el contrario apoyan un cataclismo universal con agua. Mientras los evolucionistas uniformitarianistas insisten en «que la vida presente es la clave del pasado», los creacionistas creen que «de hecho es el pasado (la caída y redención del hombre) la clave del presente, la razón de los problemas del mundo de hoy».
La columna geológica
Entre las ciencias, la geología histórica se encuentra en una posición muy embarazosa, ya que trata con eventos pasados y por lo tanto se ve forzada a basarse en suposiciones que pueden o no ser ciertas. La historia documentada sólo se remonta a unos miles de años. Los manuscritos auténticos más antiguos datan del año 3500 A.C.
Nadie puede estar absolutamente seguro de lo que realmente ocurrió antes de que existieran los testigos oculares. Consecuentemente, no existen pruebas irrefutables acerca de cómo ocurrió el proceso que formó las rocas de la columna geológica o de su edad. Cualquier determinación sólo puede ser indirecta, basada en suposiciones que pueden o no ser ciertas.
Por consiguiente, basados en estas suposiciones, de que el uniformitarianismo y la evolución orgánica eran hechos científicos establecidos, los geólogos durante el siglo XIX comenzaron a compilar la columna geológica. Ellos arreglaron los estratos terrestres de acuerdo con los varios tipos de fósiles que contenían, especialmente el índice de fósiles (usualmente invertebrados marinos que son fáciles de reconocer), los cuales se presume se propagaron en una duración cronológica limitada marcando así una era específica para la formación de rocas.
Los estratos con fósiles más simples, los cuales se supone evolucionaron primero, fueron puestos en la parte inferior de la columna mientras los estratos que contenían formas más complejas, las cuales supuestamente evolucionaron más tarde, fueron colocadas en la parte superior de la columna. De tal manera que la entera columna geológica fue fundada y construida en la suposición de que la evolución orgánica es un hecho.
La única base para colocar las formaciones rocosas en orden cronológico es los fósiles que contienen. Y la única justificación para asignarle a los fósiles períodos específicos en esa cronología es la presunta progresión evolutiva de la vida. A cambio, la única base para la evolución biológica es el registro fósil así construido.
En otras palabras, la suposición de la evolución fue usada para arreglar la secuencia de los fósiles y luego la serie resultante fue presentada como prueba de la evolución. Consecuentemente, ¡la evidencia primaria para la evolución es la hipótesis de la evolución! Como el arreglo de los fósiles es completamente arbitrario, es decir, que se basó en la hipótesis de la evolución, la columna geológica no puede ser usada de ninguna manera para demostrar la evolución o una vasta era geológica.
Es importante que sepa que no hay un sólo lugar en el mundo donde se pueda verificar la columna geológica. Ella sólo existe en la mente de los geólogos que apoyan la evolución. Es simplemente una idea, una serie ideal de sistemas geológicos y no una columna real de rocas que pueden ser observadas en una localidad en particular.
Las formaciones rocosas reales distan mucho de parecerse a este ideal, a esta secuencia imaginaria, en ella podemos encontrar fósiles invertebrados en la parte superior y vertebrados en sus partes más bajas. Incluso en el Gran Cañón sólo se encuentra menos de la mitad de estos sistemas geológicos. Para poder ver la entera columna geológica, en su orden y secuencia apropiada, uno tendría que viajar por el mundo entero. Los estratos precámbricos y paleozoicos pueden observarse en el Gran Cañón; los estratos mesozoicos en el este de Arizona; las formaciones terciarias son visibles en Nuevo México y así sucesivamente.
Son innumerables las contradicciones que encontramos en la secuencia ideal propuesta en la columna geológica. Cuando aparecen anomalías tales como fósiles en el estrato equivocado, se dan explicaciones en la forma más inteligente y conveniente a fin de justificar la presunción básica de la evolución y la validez de la columna geológica. La aclaración para este fenómeno, es decir, cuando aparecen fósiles en la parte inferior de la columna que deberían estar en la parte superior, es llamarlos filtraciones estratigráficas. Mientras que los especímenes encontrados demasiado altos en la columna geológica son considerados como especímenes reelaborados.
En muchos casos se encuentran capas gruesas de estratos sedimentarios en el orden estratigráfico equivocado. Los geólogos evolucionistas recurren entonces a hipótesis secundarias para explicar tales condiciones inversas, es decir, al hecho de que aparezcan estratos más antiguos sobre estratos más recientes.
Por ejemplo, en el parque nacional Glacier hay un bloque de arcilla del período cámbrico supuestamente de mil millones de años de edad y en su parte superior se encuentra una formación de pizarra de greda, supuestamente de sólo cien millones de años. Los geólogos proponen que este bloque “fuera de lugar” se movió horizontalmente sobre la región adyacente al ser arrastrado por fuerzas tremendas a través de las fallas geológicas.
¡Pero este bloque de arcilla “fuera de lugar” tiene unos 563 kilómetros de largo, 56 kilómetros de ancho y unos diez kilómetros de espesor! El doctor Henry M. Morris ha demostrado en forma concluyente que el mecanismo para que un bloque de tal tamaño se hubiera deslizado y hubiera dado la vuelta, es físicamente imposible, incluso aún en el caso de que se lubricara la superficie del bloque para ayudarlo a deslizarse.
La conclusión obvia es, que las rocas precámbricas se depositaron después de la pizarra de greda y que la columna geológica y el calendario de la historia de la Tierra básicamente no tienen sentido. Esta es apenas una de las innumerables contradicciones que encontramos en la columna geológica.
Otra cosa que sorprende a muchas personas, es el hecho que las formaciones rocosas de la columna geológica han sido arregladas y fechadas por los fósiles que contienen y no sobre la base de la técnica de las dataciones radiométricas. Sin embargo, este concepto erróneo común es aclarado fácilmente por el simple hecho que mucho antes de que se concibieran las dataciones radiométricas, ya se había establecido la columna geológica y la edad aproximada de todos los fósiles que se encontraban en los estratos.
Las dataciones radiométricas estimadas en ciertas formaciones rocosas, son usualmente descartadas sin usarlas, debido a la alta probabilidad de error inherente en esta técnica. Esto es especialmente cierto dado que los fechados últimos no están de acuerdo con los hechos previamente.
Descubrimientos recientes que contradicen la columna geológica
Hay un número de conocidos hechos científicos que hacen surgir serias preguntas respecto a la columna geológica y al calendario trazado en base a esa columna. Uno de tales ejemplos es la existencia de numerosas huellas de seres humanos y de dinosaurios descubiertas en el mismo estrato terrestre en Nuevo México, Arizona, Missouri, Kentucky, Texas, Illinois y otras localidades de Estados Unidos.
Estas huellas se hallan ampliamente distribuidas y sólo quedan expuestas usualmente por erosión provocada por inundaciones o por tractores niveladores. Estas huellas han sido estudiadas y examinadas cuidadosamente por paleontólogos dignos de crédito y no pueden ser descartadas como fraude. Además hay lugares en Arizona y en Rodesia en donde se han descubierto pictogramas de dinosaurios dibujados por hombres en las paredes de cavernas o grutas. La implicación obvia es que el hombre una vez vivió contemporáneamente con los dinosaurios, lo cual es contrario a la cronología comúnmente aceptada en la columna geológica.
Job 40:15 al 41:34 es una referencia interesante a esta conexión, ya que parece referirse a dinosaurios tanto terrestres como marinos que vivían en el tiempo de Job: “He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti; hierba come como buey. He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos, y su vigor en los músculos de su vientre. Su cola mueve como un cedro, y los nervios de sus muslos están entretejidos. Sus huesos son fuertes como bronce, y sus miembros como barras de hierro” (Job 40:15-18). “¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo, o con cuerda que le eches en su lengua? ¿Pondrás tú soga en sus narices, y horadarás con garfio su quijada?” (Job 41:1, 2).
De acuerdo con la estructura evolutiva, las llamas de cinco dedos supuestamente se extinguieron hace 30 millones de años. A pesar de todo, los arqueólogos han descubierto cerámica con grabados en aguafuerte de llamas con cinco dedos. También se han descubierto esqueletos de llamas de cinco dedos en asociación con la cultura Tiahuanuca.
Dice en el libro La controversia creación-evolución de R. L. Wysong, que «recientemente fue descubierta una antigua escultura maya en relieve, de un pájaro que se asemeja asombrosamente al arqueópterix. Esto indica una discrepancia de aproximadamente 130 millones de años. Si la columna geológica está correcta, los dos nunca deberían aparecer juntos. Aparentemente la columna geológica está equivocada».
El primero de junio de 1968, William Meister llevó a cabo un descubrimiento asombroso en Utah. Descubrió los fósiles de varios trilobites, una variedad de artrópodos antiguos, ¡y en el mismo estrato huellas de calzado de un hombre! De acuerdo con el calendario evolutivo trazado en la columna geológica, ¡los trilobites se extinguieron hace 230 millones de años, antes de la aparición del hombre! Por lo tanto, el descubrir una huella moderna de un hombre calzado junto a un fósil de trilobite, echa abajo por completo la columna geológica y la estructura evolutiva.
Dice A. E. Wilder-Smith en su libro La ciencia natural no sabe nada de la evolución, que «el doctor Cliford Burdick, un geólogo, descubrió evidencia adicional para apoyar la hipótesis de que los hombres verdaderamente vivieron contemporáneamente con los trilobites. Él descubrió las huellas del pie descalzo de un niño, debajo de una de las cuales estaba un trilobite aplastado».
Naturalmente, los geólogos que apoyan la evolución han reaccionado a esta evidencia en una forma más bien escéptica y evasiva. Si ellos aceptan esta evidencia, la credibilidad de la columna geológica y del calendario, los cuales han sido un dogma de la geología por generaciones, se harían añicos. Pese a todo, la evidencia es real y no puede ser negada o ignorada por más tiempo. Son muchas las contradicciones que podríamos analizar que suscitan serias preguntas respecto al pensamiento clásico evolutivo esbozado en la columna geológica y su calendario.
Las dataciones radiométricas
La creencia en una Tierra que tiene miles de millones de años de edad se halla tan arraigada en nuestra cultura moderna, que esos que apoyan la idea de que la Tierra sólo tiene unos pocos miles de años, son considerados como anticuados, tal como si estuvieran proponiendo que la Tierra es plana. De hecho, se considera una audacia siquiera cuestionar la validez de las dataciones radiométricas. Después de todo... ¿Acaso los científicos no han demostrado mediante este método que la Tierra tiene miles de millones de años de edad?
Como ya dijéramos, el estudio de los orígenes está más allá del alcance del método científico. Por consiguiente, las fechas obtenidas mediante estas técnicas son simplemente circunstanciales y necesariamente se basan en numerosas suposiciones, las cuales pueden no ser verdaderas. De tal manera que ES IMPOSIBLE PROBAR QUE LA TIERRA TIENE MILES DE MILLONES DE AÑOS DE EDAD.
Las técnicas de dataciones radiométricas pueden ser clasificadas en dos categorías principales:
• Esas cuya información está limitada a los últimos miles de años, tales como el carbono catorce, y
• Esas que utilizan elementos radiactivos, tales como el uranio-plomo y el potasio-argón para determinar fechas que supuestamente se extienden a miles de millones de años.
Para estimar la edad de la Tierra, los científicos confían principalmente en los métodos uranio-plomo y potasio-argón. De estos dos, el método uranio-plomo es el más importante, ya que con éste se han calibrado los otros. Consecuentemente, es el que ofrece el apoyo primario para la creencia de que la Tierra tiene entre 4.500 a 5.000 millones de años de edad. A pesar del método particular utilizado, las fechas obtenidas por estas técnicas son verdaderamente circunstanciales y están basadas en un número de suposiciones que serán consideradas a continuación.
Cuando se usan las técnicas de dataciones radiométricas, hay que hacer primero las siguientes suposiciones:
• Que la roca en principio no contiene productos de átomos hijas, sólo átomos padres,
• Por lo tanto, ningún átomo padre o hija, fueron ni añadidos ni quitados de la roca, y
• Que la tasa de decadencia radiactiva ha permanecido constante.
Dependiendo del método particular involucrado, será necesario hacer otras suposiciones, pero las tres mencionadas siempre están involucradas y son extremadamente importantes. Reconociendo este hecho, se hace más evidente la dudosa naturaleza de las dataciones radiométricas, ¡especialmente dado el caso que ninguna de estas suposiciones tienen validez alguna!
Primero que todo, no hay forma de estar absolutamente seguro de que algunos productos de átomos hijas no estaban presentes en la roca en el principio, ya que todos ellos se encuentran ampliamente distribuidos en la corteza terrestre. Segundo, el calentamiento y deformación de las rocas pueden causar migración de los átomos hijas y padres.
La filtración del agua a través de las rocas puede también hacer que estos átomos sean transportados y redepositados en otra parte. Y finalmente, la investigación reciente sugiere que ciertas condiciones, tales como la exposición al neutrino, neutrón o radiación cósmica, pueden alterar la tasa de decadencia radiactiva.
También se dice que la decadencia radiactiva es proporcional a la velocidad de la luz y Barry Setterfield ha demostrado recientemente que la velocidad de la luz no se ha mantenido fija, sino que de hecho ha decrecido. Esta disminución en la velocidad de la luz sugiere que la decadencia del material radiactivo de las rocas en el pasado era mucho mayor que hoy. De tal manera que esta alta tasa de decadencia del pasado es lo que cuenta para la vasta edad aparente de la Tierra.
Se ha verificado experimentalmente el hecho de que de estas técnicas erróneas de fechado se han derivado a menudo resultados erróneos. Por ejemplo, dice Keith Anderson en su libro Fechado por Radiocarbono: Resultados ficticios con conchas de moluscos, que por el método carbono catorce se le señalaron 2.300 años de edad a caracoles vivos.
También asegura B. Huber en su libro la Fisiología de los árboles del bosque, que a pedazos de madera arrancados a árboles en pleno desarrollo se les asignó diez mil años de edad por el método carbono catorce. Y dice W. E. Lammerts en su libro ¿Por qué no creación? que a lava arrojada por los volcanes de Hawaii que se sabe tiene menos de doscientos años de edad, al fecharla por el método potasio-argón, se le asignó 3.000 millones de años. Estos científicos harían muy bien en considerar la pregunta que Dios le hiciera a Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?...” (Job 38:4a).
Al considerar la falta de confiabilidad de estas técnicas de fechado, no encontramos razón científica válida para confiar en ellas, especialmente por la cantidad innumerable de errores tan obvios. Consecuentemente, vamos a considerar otros hechos para medir la edad de la Tierra.
Evidencias de una Tierra joven
Una considerable cantidad de evidencia acumulada recientemente indica que la Tierra y el sistema solar tienen una edad mucho menor que los 5.000 millones de años que han estimado algunos evolucionistas. Los procesos que serán detallados a continuación son selectivamente ignorados por los proponentes de la evolución, quienes prefieren descartarlos, ya que los mismos prueban que la Tierra es joven, demasiado joven para sus estimados.
El campo magnético de la Tierra
La fuerza del campo magnético de la Tierra ha sido medido casi por espacio de un siglo. Esto ha provisto a los científicos con buenos registros excepcionales. En un estudio reciente de importancia, el doctor Thomas G. Barnes mostró que la fuerza del campo magnético de la Tierra está decayendo exponencialmente a una tasa que corresponde a un período medio de 1.400 años. Es decir, que hace 1.400 años, el campo magnético de la Tierra tenía el doble de fuerza que ahora.
Si extrapolamos, es decir, si deducimos el valor de la variable en función a sus valores anteriores, remontándonos a diez mil años, ¡encontraremos que la Tierra habría tenido un campo magnético tan fuerte como el de una estrella magnética! Esto, claro está, es muy improbable, si no imposible. De tal manera, que basados en la tasa actual de decadencia del campo magnético, tal parece que la cifra límite para la edad de la Tierra no podría exceder a diez mil años.
Para defender esta cronología que se remonta a miles de millones de años, los evolucionistas han propuesto la hipótesis de la trasposición. Sugieren que el campo magnético de la Tierra ha permanecido relativamente estable a todo lo largo del tiempo geológico, a excepción de ciertos intervalos durante los cuales pasó por una trasposición, extinguiéndose a cero y luego elevándose nuevamente con la polaridad invertida. Esta última trasposición supuestamente ocurrió hace 700.000 años.
Desafortunadamente, para los científicos que apoyan la evolución, la hipótesis de la trasposición o inversión no tiene absolutamente validez científica ni base teórica. Y dice Barnes en su libro Disminución del campo magnético de la Tierra, «que además, la magnetización de las rocas no puede usarse para apoyar las llamadas trasposiciones porque se sabe que hay un proceso de autoinversión en las rocas, completamente independiente del campo magnético de la Tierra».
Finalmente, se creía que el campo magnético de la Tierra se debía a corrientes eléctricas que circulaban en su núcleo. Pero si extrapolamos remontándonos a veinte mil años atrás, encontraríamos que de acuerdo con los estimados el calor producido por las corrientes habría derretido la Tierra. Es claro que el testimonio del campo magnético de la Tierra indica que nuestro planeta es joven, no como aseguran los evolucionistas.
Polvo meteórico
Los científicos saben ya por algún tiempo que las partículas de polvo cósmico entran a la atmósfera de la Tierra desde el espacio a una tasa esencialmente constante. Finalmente, esas partículas terminan por depositarse sobre la superficie del planeta. Hans Petterson ha llevado un registro exacto de su influjo y ha determinado que la Tierra recibe cerca de catorce millones de toneladas por año. Ahora, si es cierto que la Tierra tiene 5.000 millones de años, tal como insisten los evolucionistas, ¡debería haber alrededor de todo el mundo una capa de polvo meteórico de cincuenta y cinco metros y medio de espesor! Pero, claro está, en ninguna parte existe tal capa de polvo.
Incluso sobre la Luna en donde debería ser más evidente puesto que no tiene atmósfera y por lo tanto no hay erosión, fue muy poco el polvo meteórico que encontraron los astronautas: escasamente un cuarto de centímetro. Se demostró que carecía por completo de fundamento el temor de los astronautas de hundirse en una capa de polvo meteórico cuando alunizaran.
Los geólogos que apoyan la evolución se sienten tentados a argumentar que los procesos de erosión son los causantes de la ausencia de la capa de polvo meteórico, sin embargo esta explicación es insatisfactoria y puede ser refutada fácilmente, ya que la composición del polvo meteórico es muy distinta, particularmente en su contenido de hierro y níquel.
El níquel, por ejemplo, es un elemento muy raro en la corteza terrestre e incluso más escaso aún en el océano. ¡Pero el promedio de níquel contenido en el polvo meteórico es aproximadamente trescientas veces más que el que hay en la corteza terrestre! Los cálculos basados en la cantidad relativamente pequeña de níquel descubierta en la corteza terrestre y en el océano, indican que la tierra sólo tiene unos pocos miles de años de edad.
El delta del río Mississippi
El delta del río Mississippi ofrece evidencia adicional para apoyar el concepto de una Tierra relativamente joven. Aproximadamente 229.366.458 metros cúbicos de sedimento son depositados cada año en el golfo de México por el río Mississippi. Dice R. L. Wysong, en su libro La controversia creación-evolución, que mediante el estudio cuidadoso del volumen y tasa de acumulación del delta del río Mississippi, si se divide luego el peso de los sedimentos depositados anualmente entre el peso total del delta, se puede determinar que la edad del mismo es de aproximadamente cuatro mil años.
Petróleo y gas natural
El petróleo y gas natural se hallan contenidos a grandes presiones en represas subterráneas por una capa de rocas relativamente impermeables. En muchos casos, las presiones son extremadamente altas. Los cálculos basados en la medida de permeabilidad de la capa de rocas revela que la presión del gas y petróleo no pueden ser mantenidas por más de diez mil años en muchos casos. De tal manera que generalizar afirmando que tales depósitos de combustible fosilizado han estado confinados por millones de años, sin haberse filtrado a través de la capa de rocas, es algo ridículo.
Además, experimentos recientes han demostrado de manera concluyente que la conversión de material marino y vegetal en petróleo y gas puede lograrse en un período sorprendentemente corto. Por ejemplo, material derivado de plantas se ha convertido en un buen grado de petróleo en un lapso tan corto como veinte minutos bajo la temperatura y condiciones de presión apropiadas.
Madera y otro material celulósico también se han convertido en carbón o en una sustancia muy parecida al carbón en sólo unas pocas horas. Estos experimentos prueban que la formación del carbón, petróleo y gas no requiere necesariamente millones de años tal como han asumido y enseñado los geólogos uniformitarianistas.
Los creacionistas creen que los grandes depósitos de carbón que se encuentran en el mundo son los restos transportados y metamorfoseados de una vasta vegetación del mundo antediluviano. Esta interpretación catastrófica está además apoyada por la presencia de diversos fósiles en lechos de carbón que se formaron muy rápidamente. También el tipo de plantas involucradas y la textura de estos depósitos testifican la presencia de aguas turbulentas, no de aguas estancadas.
Los evolucionistas proponen que el carbón se formó millones de años antes de que el hombre evolucionara. Sin embargo, en depósitos de carbón han sido descubiertos esqueletos humanos y artefactos tales como elaboradas cadenas de oro. Por el capítulo 4 del libro de Génesis podemos saber que ya desde los primeros días de la humanidad estaba muy desarrollado el trabajo de orfebrería en metales. Leemos que dice el registro bíblico: “…Tubal-caín, artífice de toda obra de bronce y de hierro…” (Gn. 4:22). Sabemos por los capítulos 7 y 8 de Génesis que el diluvio sepultó bajo las capas sedimentarias de la corteza terrestre a toda la raza humana y su civilización, con la única excepción de ocho personas.
La rotación de la Tierra
La velocidad de rotación de la Tierra ha ido disminuyendo gradualmente debido a fuerzas gravitacionales de arrastre del Sol, la Luna y otros factores. Si la edad de la Tierra es de miles de millones de años tal como insisten los geólogos uniformitarianistas y su rotación ha estado descendiendo uniformemente, ¡entonces su rotación actual debería ser cero! Además, si extrapolamos remontándonos a miles de millones de años, la fuerza centrífuga habría sido tan grande que los continentes habrían quedado en las regiones ecuatoriales y la figura general de la Tierra habría sido una tortilla completamente plana.
Pero se sabe que la figura de la Tierra es esférica, que sus continentes no están confinados a las regiones ecuatoriales y que además continúa girando sobre su eje aproximadamente a 1.609 kilómetros por hora en el Ecuador. La conclusión obvia es que la Tierra no tiene miles de millones de años.
El retroceso de la Luna
Una prueba muy simple de que la Tierra y la Luna son relativamente jóvenes se encuentra en el retroceso de la Luna respecto de la Tierra. La tasa actual de retroceso de la Luna es conocida e indica claramente una edad relativamente corta para la Tierra y la Luna.
El problema básico con el cual han tenido que contender los evolucionistas es que la Luna en la actualidad está mucho más cerca de la Tierra. Los cálculos conocidos de la velocidad de recesión de la Luna, y la presunta edad evolutiva de cuatro a cinco mil millones de años requeriría que la Luna se encontrara mucho más lejos de la Tierra de lo que está. Obviamente, el sistema Tierra-Luna no es tan antiguo como los científicos evolucionistas han asumido. La vasta cantidad de tiempo esencial para la presente evolución de las formas vivas es aparentemente mitológica e inexistente.
Helio en la atmósfera
Otra evidencia excelente que demuestra que la Tierra es mucho más joven que lo que estiman los evolucionistas, la provee la pequeña cantidad de helio que se encuentra actualmente en nuestra atmósfera. Los evolucionistas sostienen que el proceso de la decadencia radiactiva del uranio y torio que produce el helio ha estado ocurriendo en la corteza terrestre por miles de millones de años.
Pero si esta decadencia se ha mantenido por miles de millones de años, la atmósfera de la Tierra debería contener mucho más que la tasa actual, una parte en doscientas mil de helio. La explicación común ofrecida por la ausencia del helio requerido, es que se ha estado escapando a través de la exosfera. Pero no hay evidencia que apoye esta suposición y de hecho, información reciente indica que el helio no puede escaparse en el espacio de la misma forma como lo hace el hidrógeno.
Para empeorar las cosas, es también probable que el helio esté entrando actualmente en la atmósfera desde el espacio exterior a través de la corona del sol. Los cálculos realísticos basados en las cifras disponibles revelan que la cantidad de tiempo requerido para que se hubiera producido el helio observable por proceso natural de decadencia alfa es de aproximadamente diez mil años.
Crecimiento de la población
Otro proceso que ofrece evidencia convincente de una Tierra relativamente joven es el crecimiento de la población. Los evolucionistas creen que el hombre ha estado sobre la Tierra por lo menos un millón de años, mientras que los creacionistas creen que el hombre sólo ha estado en la Tierra por unos pocos miles de años. La pregunta que surge es: «¿Cuál posibilidad está mejor apoyada por el crecimiento estadístico de la población?»
Al examinar el relato bíblico de la era antediluviana, tal parece que la misma estaba plagada por anarquía, libertinaje sexual, incredulidad en el Dios de la creación, una invasión espiritual satánica y explosión demográfica. Considerando que la edad promedio de las personas debía ser aproximadamente 750 años, para el tiempo del diluvio el número de habitantes de la tierra pudo perfectamente sumar unos 15.000 millones.
Desde el diluvio hasta el nacimiento del Señor Jesucristo, abarcando un lapso aproximado de 2.500 años, la población del mundo aumentó de ocho personas a 200 millones. Según el Almanaque Mundial, fue sólo hasta el año 1850 de la era cristiana, que la cifra mundial de habitantes alcanzó los mil millones. Sin embargo, para 1930, sólo 80 años después, el número de habitantes aumentó a 2.000 millones y para 1960, sólo treinta años después, se añadieron otros mil millones.
Para 1975, la cifra global de habitantes sumaba 4.000 millones y sólo quince años después se sumaron otros mil millones. Para 1987 el número de personas viviendo en este planeta alcanzó 5.000 millones y las estadísticas actuales estiman ya la población mundial en casi 7.000 millones de habitantes. La curva exponencial de la población mundial verdaderamente anticipa que el aumento de la tasa en la población será de mil millones por año, y después de eso mil millones por mes.
Si la edad del hombre sobre la Tierra fuera sólo de un millón de años de historia evolutiva y su tasa de crecimiento de sólo medio por ciento, ¡el número de habitantes en la generación presente excedería a diez elevado a 2.100 (102.100)! Para poder apreciar plenamente la naturaleza absurda y ridícula del modelo evolutivo en este aspecto, ¡considere el hecho que en todo el universo sólo cabría un número de electrones, igual a diez elevado a la ciento treintava potencia (10130)!
Obviamente el modelo de la creación de la cronología humana ofrece la cifra más razonable sobre la antigüedad del hombre. Es claro que la historia del hombre sólo abarca miles de años, no millones.
La primera ley de la termodinámica
La primera ley de la termodinámica es conocida como «Ley de conservación de la energía». Declara que la energía puede convertirse de una forma a otra, pero que no puede ser ni creada ni destruida. ¡Esta ley enseña en forma concluyente que el universo no pudo crearse por sí mismo!
No hay absolutamente nada en la ley natural que indique que el universo se creó espontáneamente. Este hecho científico de la primera ley de la termodinámica está en contradicción directa con el concepto básico naturalista de la evolución. La estructura actual del universo es una de conservación, no de innovación, tal como requiere la teoría evolutiva.
Aunque los científicos no tienen una explicación lógica respecto al origen de la energía y materia o por qué se conserva la energía total, la Biblia sí ofrece una explicación. Sólo Dios puede verdaderamente crear. El hombre sólo puede remodelar los materiales existentes. Como Dios ha cesado de su obra creadora, tal como dice Génesis 2:3: “Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”, la energía ya no se puede crear más.
La razón de por qué no se puede destruir la energía es porque Dios “...sustenta todas las cosas con la palabra de su poder...” (He. 1:3). Él preserva, mantiene y cuida su creación: “Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran” (Neh. 9:6). “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7).
La segunda ley de la termodinámica
El estudio de los seres vivos se ha considerado como dominio exclusivo de los biólogos, mientras que el estudio de la termodinámica está considerado dentro del campo de la física y la ingeniería. Históricamente los biólogos han hecho muy pocos esfuerzos por aplicar la segunda ley de la termodinámica en el estudio de los organismos vivos, olvidando que un proceso orgánico sin lugar a dudas es también un proceso termodinámico. Esto posiblemente se ha debido a la falta de instrucción sobre la materia, falta que exhiben a través de diversas exposiciones concernientes a la evolución, las cuales no se basan en la ciencia, sino en la vasta capacidad de su propia imaginación.
Anthony Standen en su divertida obra titulada La ciencia es una vaca sagrada, logró aguijonear hábilmente el ego de muchos biólogos, acarreándose quizá el odio perpetuo de muchos de ellos, con frases tales como esta: «El hecho que se tome un curso de biología o se lea un texto concerniente a esta materia, es muy poco para que una persona pueda ser considerada un científico, en lo que al sentido de la ciencia se refiere. En resumen, aprender los hechos descriptivos no significa mucho, porque los hechos por sí solos no hacen una ciencia... La biología es una vasta masa de analogías, muy diferentes a las enunciadas por la fría lógica de la física».
De tal manera, que posiblemente hay razones válidas para recriminar a los biólogos por su negligencia al omitir el estudio de la termodinámica en relación con los seres vivos. La termodinámica es la parte de la física que se ocupa del estudio de las relaciones existentes entre el calor y el trabajo. Estudia los procesos en los cuales un cuerpo intercambia energía con el medio que lo rodea.
El segundo principio de la termodinámica establece que el calor absorbido de un cuerpo caliente no puede transformarse sin ceder antes una cantidad menor de calor a un cuerpo frío. De modo recíproco podemos decir que para transportar cierta cantidad de calor de un cuerpo frío a uno caliente, se requiere suministrar cierto trabajo externo. Es decir, que en todo proceso termodinámico hay una pérdida de energía que no puede convertirse en trabajo, lo cual es llamado «entropía».
Basados en la ley de la termodinámica se ha podido establecer sin ninguna duda, que todos los sistemas ya sean vivos o no vivos tienden a gastarse, enmohecerse o deteriorarse, porque en todo proceso hay una pérdida de energía provechosa que hace que aumente el proceso degenerativo. Este hecho está perfectamente en armonía con la Palabra de Dios que dice en Salmos 102:25, 26: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán...”
La crisis que surge entre la ley de la termodinámica y la teoría de la evolución, hablando en el campo científico, es que los evolucionistas afirman que la vida se originó de la materia inorgánica, pasando luego por un proceso que duró millones de años hasta llegar al hombre, tal como somos hoy día. De tal manera que esas formas inferiores de vida fueron aumentando progresivamente siempre en un proceso ascendente hasta llegar a convertirse en formas superiores.
Sin ser científicos podemos notar que esto es completamente contrario a la segunda ley de la termodinámica que establece que en todo proceso hay una tendencia degenerativa. Los biólogos que promueven la evolución, jamás mencionan este serio problema de la segunda ley, incluso algunos evolucionistas han afirmado que esto no se aplica a los seres vivos, sin embargo el proceso de vida es un completo proceso termoquímico, que sigue las leyes de la termodinámica.
Un proceso que resulte en un producto más complejo y ordenado, contrario a la segunda ley de la termodinámica podría ser posible, pero sería necesariamente muy limitado, raro y temporal en efecto. La evolución requiere miles de millones de años de violaciones constantes a la segunda ley de la termodinámica, ¡lo cual es completamente imposible! De tal manera, que de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica la teoría de la evolución no sólo es estadísticamente improbable, sino virtualmente imposible.
Tal como dijera en 1930 el astrónomo británico Arthur Eddington en la página 74 de su libro La naturaleza del mundo físico: «...Si se encuentra que su teoría está en contra de la segunda ley de la termodinámica no tengo ninguna esperanza para usted; no hay nada en su favor, sino el colapso en profunda humillación».
El principio del aumento de entropía de la segunda ley de la termodinámica, es decir, de la medida del estado de desorden o agitación de las moléculas de un cuerpo en relación directa con la energía, por lo cual entre mayor pérdida de energía hay mayor entropía y cuanto más energía es aprovechable, menor es la entropía, es interpretada por muchos creacionistas como un resultado directo de la maldición impuesta sobre la creación debido a la caída del hombre.
Como dice la Escritura: “Y al hombre dijo (Dios): Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).
Los creacionistas también creen que la creación finalmente será librada del yugo de esta decadencia y corrupción: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:19-23).
La segunda ley de la termodinámica constituye un grave problema para la evolución, por eso no sorprende que los evolucionistas opten por ignorarla. El doctor Harold Blum, biólogo evolucionista dijo: «Una de las consecuencias de esta ley, es que todo proceso real es irreversible... Cualquier proceso en nuestro universo está acompañado por un cambio en la magnitud de una cantidad determinada llamada ‘entropía’. La entropía también determina la falta de orden en un sistema. Cuando mayor es ésta, mayor es la entropía. No importa cuán cuidadosamente examinemos la energía de los seres vivos, porque no se encuentra evidencia de destrucción, o lo que es lo mismo, no hay en ellos principio de la termodinámica».
Como la termodinámica clásica establece que en los procesos que tienen lugar en un sistema aislado, la entropía no decrece, muchos evolucionistas han aplicado este principio a sistemas abiertos como nuestro universo, argumentando que la corriente constante de energía que la Tierra recibe del Sol, es más que suficiente para compensar la pérdida de energía ocasionada por la entropía.
Sin embargo, existe un código planeado para seleccionar, ordenar y dirigir la energía, aún hasta en el caso de sistemas de crecimiento temporal, como por ejemplo el crecimiento de una pila de ladrillos en una construcción, el crecimiento de una semilla hasta que se convierte en un árbol o el de una bola de cristal.
En el primer caso, está el plan elaborado por el arquitecto o ingeniero que dirige la construcción del edificio. En el segundo, el código genético de los ácidos desoxirribonucleico y ribonucleico, dirigen el crecimiento de la semilla y en el último, el código implícito en la tabla periódica de los elementos dirige la formación del cristal.
Si continuamos analizando, lo lógico es que tratemos de saber de dónde provienen estos códigos establecidos. En el primer caso, es obvio que el arquitecto o ingeniero suministra el código para la construcción, pero... ¿Quién proveyó el código de la partícula de ácido desoxirribonucleico y quién el de la tabla periódica de elementos? ¿Cree usted que todo esto surgió por una casualidad al azar? Yo sólo me atrevo a agregar: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).
La brecha de los fósiles
Si la evolución fuese cierta, los registros de los fósiles hallados en la corteza terrestre deberían seguir una secuencia continua, partiendo desde las capas inferiores en donde deberían encontrarse las primeras formas unicelulares hasta llegar al hombre.
El propio Charles Darwin reconoció este problema cuando escribió en el capítulo sexto de su libro El origen de las especies: «Mucho antes de que el lector haya llegado a esta parte de mi obra se le habrán ocurrido muchas dificultades. Algunas son tan graves, que aún hoy día apenas puedo reflexionar sobre ellas sin vacilar algo... Estas dificultades y objeciones pueden clasificarse en los siguientes grupos: primero, si unas especies han descendido de otras especies por suaves gradaciones, ¿por qué no encontramos en todas partes innumerables formas de transición? ... Pero si, según esta teoría, tienen que haber existido innumerables formas de transición, ¿por qué no las encontramos enterradas en número infinito en la corteza terrestre? ... ¿Por qué no encontramos en la región intermedia, que ofrece condiciones intermedias de vida, variedades intermediarias que las vinculen estrechamente? La geología ciertamente no revela esta sutil gradación de la cadena orgánica y esta es quizá la más obvia y seria objeción que se presenta en contra de la teoría».
Uno se admira al observar cómo pudo Darwin presentar tal teoría cuando estaba tan vacilante por la evidencia geológica que había en contra de ella. El registro geológico también ha revelado el hecho sorprendente de que la vida en sus variadas formas hizo su aparición de súbito, durante el período cámbrico.
El profesor John W. Koltz escribió: «Notamos que en la época que se conoce como el período cámbrico hay literalmente una súbita explosión de cosas vivas de gran variedad. Muy pocos de los grupos que conocemos hoy vivían en el período cámbrico. Uno de los problemas de este período es la aparición súbita de todas esas formas. En esa época, todos los filums animales estaban representados ya, con excepción de dos especies menores de cuerpo blando, las cuales es posible que hubiesen existido y que la falta de evidencia fósil se deba a su misma naturaleza, también se cree que aún no existían los cordados». El profesor Koltz aclara que la opinión con respecto a los cordados ha variado desde que se encontró en una roca del período cámbrico un fósil semejante a una escama de pescado.
El mundialmente famoso paleontólogo George Gaylord Simpson, dijo: «Solamente desde el período cámbrico en adelante se nota la abundancia de fósiles. Darwin debió estar advertido de este problema que era más sorprendente en su época que en la nuestra, aunque ahora es bastante grande. Al presente esto es inexplicable y puede ser usado como argumento verdaderamente válido en contra de las opiniones albergadas... Los fósiles probarían la única evidencia directa de los primeros seres vivos, pero ninguno ha sido encontrado hasta ahora y es improbable que exista alguna forma reconocible».
En 1965 Simpson dijo que los nuevos trabajos llevados a cabo en biología molecular bien podían ser fructíferos para probar la evolución. Sin embargo, muchos de los biólogos que creen en la evolución, les citan a los estudiantes el campo de la paleontología como prueba. Es extraño que tales científicos puedan citar la paleontología como prueba, cuando saben que en ese campo es donde menos existen.
El doctor Duane T. Gish afirma en detalle la relación del registro de los fósiles hasta la evolución, en su obra que tituló Los fósiles dicen que no, indicando que no se ha encontrado todavía ningún fósil genuino que ponga de relieve la transición entre invertebrados: peces y reptiles o reptiles y aves. Agregando además que hasta la fecha no se ha encontrado ningún fósil con parte de aleta y pie o parte de pluma y escama y que no existe ningún fósil transicional entre los animales que vuelan como aves, murciélagos e insectos.
Durante varios años los científicos habían estimado que el hombre era descendiente del simio y que el eslabón transicional entre el hombre y el simio era el australopitecos erectus, a quien se le habían asignado unos dos millones de años de antigüedad. Esta teoría estuvo colmada de serios problemas, cuando el antropólogo Richard Leaky publicó evidencias por los fósiles encontrados, que el australopitecos tenía brazos largos y caminaba sobre los nudillos de las extremidades.
Hasta esa fecha, los científicos habían sostenido que caminaba erecto y que era el eslabón perdido entre hombre y simio. El descubrimiento de Leaky demostró que lo más probable es que los fósiles correspondan a un simio extinto. En 1972 Leaky descubrió cerca del lago Rodolfo en Kenya, en la parte este de África, huesos muy similares a los del hombre actual, que según las pruebas son más antiguos que los del australopitecos y el hombre de Pequín, y que fueron determinados como pertenecientes a nuestro ancestro más remoto.
Posteriormente Leaky dijo que estaba convencido de que su último descubrimiento simplemente eliminaba todo lo que habíamos pensado acerca del origen humano y que no tenía nada que ofrecernos en su lugar. No hay duda que la brecha de los fósiles parece ser una de las crisis más serias contra la teoría de la evolución. Los cristianos sabemos, sin lugar a dudas, que ese eslabón perdido jamás podrá ser hallado, porque Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...” (Gn. 1:26a).
Falta de mecanismo para la evolución
En un debate con creacionistas llevado a cabo en una escuela secundaria en Marionette, Wisconsin, el 25 de noviembre de 1968, el señor Walter Valentine, un instructor en genética de la Universidad de Wisconsin argumentó que desde que se pueden notar cambios en las plantas y los animales, es posible demostrar también la evolución.
En parte, lo que dice este señor es correcto, porque ocurren cambios en las plantas y animales, aunque las variaciones observadas en ellos están siempre dentro de los límites bien definidos entre una clase o especie. Jamás se han observado cambios de gatos a perros, conejos a ratas o de una especie mayor a otra. Los dos mecanismos que incurren en un cambio son variaciones naturales que siguen leyes de la herencia, o mutaciones.
Mediante las variaciones naturales con sólo un par de caballos se pueden obtener todas las variedades que conocemos hoy en día. También se pueden producir por variación natural hasta mil quinientas variedades de la planta de espino, pero nadie nunca ha observado que esta planta se transforme en un rosal. Todo esto es posible mediante cruces o injertos que generan híbridos. En los años 1800 se mejoró la calidad del azúcar contenida en la remolacha en 40%, pero desde entonces hasta la fecha no se ha podido lograr otra mejora.
La producción del maíz se incrementó a través de cinco o seis generaciones de nuevos híbridos, pero de ahí en adelante no ha sido posible lograr ningún otro proyecto. Las mutaciones son las únicas cosas observables en el medio que afectan la porción hereditaria de la célula viva. Según los científicos, la radiación, la mostaza química y quizá el LSD cambian la estructura del código del ácido desoxirribonucleico, aunque tal cambio siempre representa un daño.
Algunas veces una mutación dañina puede ser usada para alcanzar un logro deseado, como por ejemplo en el caso de una hermosa variedad de rosas, pero el organismo resultante es siempre más débil e incapaz de competir o sobrevivir si se abandona a la naturaleza. En caso de sobrevivir se tornará a su estado original.
El evolucionista Julian Huxley expone, que entre cien mutaciones sólo una puede considerarse buena y que eso es todo lo que se necesita para la evolución. Por su parte, el biólogo George Howe dice que la probabilidad de que se produzca vida sobre la tierra por selección natural de mutaciones es aproximadamente la misma que tratar de que una casa sea construida por un carpintero que clava el 99% de los clavos en el lugar y ángulo equivocados y que lee mal los planos el 99% de las veces.
En el año 1966 se reunieron un grupo de matemáticos y biólogos en el Instituto Wistar de Filadelfia a fin de discutir matemáticamente la interpretación neodarwinista de la evolución. La exposición del doctor Murray Eden del Instituto Tecnológico de Massachusetts se tituló: «Insuficiencia del neodarwinismo como una teoría científica» y la del doctor Marcel Shutzenberger se llamó «Algoritmia y la teoría del neodarwinismo».
Ambos expositores presentaron papeles similares mostrando el resultado obtenido mediante los experimentos llevados a cabo en computadoras digitales cuyo producto final fue que la evolución es imposible. Según el estudio del doctor Shutzenberger hay una posibilidad favorable en contra de diez elevado a la milésima potencia (101.000).
El doctor Richard Godschmidt, especialista en genética de la Universidad de California en Berkeley, vigorosamente rechazó la teoría neodarwinista de la evolución, porque sostiene que existe un límite en el cambio que pudo realizarse a través de una serie de mutaciones y que por consiguiente, las mutaciones son un mecanismo inadecuado para la evolución.
En lugar de eso, él propuso lo que llamó el mecanismo «de un candidato a monstruo», diciendo que un día un reptil puso un huevo e incubó un pájaro. El doctor Duane T. Gish dijo sobre esta disputa neodarwinista: «¡Godschmidt de seguro fue quien puso ese huevo!» Los creacionistas por su parte están de acuerdo en que no existe ninguna prueba en ninguno de los tipos de evolución propuestos.
Conclusión
Son incontables las muchas otras pruebas que podríamos presentar que demuestran la falacia de la evolución. Cuando se trata el tema de los orígenes es imposible hacer observaciones o conducir experimentos. Por consiguiente, es imposible demostrar científicamente ni la evolución ni el creacionismo bíblico.
Ambos pertenecen al reino de las creencias. Cada una requiere fe; tal vez debería decir mejor credulidad en lo que respecta a la evolución, tal como lo hiciera notar el doctor R. L. Wysong. Lejos de ser un hecho establecido de la ciencia tal como se asegura, la evolución es en realidad una hipótesis irrazonable y sin fundamento, entretejida con incontables falacias científicas.
Por otra parte, el creacionismo bíblico armoniza con los hechos conocidos de la ciencia. Verdaderamente existe una abundancia impresionante de evidencia científica, la cual puede ser usada para justificar una fe inteligente en el cristianismo bíblico.
La propagación e influencia de la evolución es responsable en su mayor parte de la decadencia moral que es tan evidente en los años recientes. El creer en una evolución atea ha llevado a muchos individuos a rechazar el relato bíblico de la creación y junto con eso, todo el mensaje de la Biblia. Es aquí donde yace el asombroso peligro de este engaño satánico, porque muchos fallan en recibir la gracia de Dios en el evangelio de Jesucristo, el cual da salvación y vida eterna.
Los creyentes de esta evolución natural sólo pueden vivir una existencia carente de significado en la tierra y un futuro sin esperanza alguna. Tal como advierte la Biblia: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Pr. 16:25).
Pero el mensaje de la Biblia es buenas nuevas, el evangelio de Jesucristo, con su promesa de perdón por los pecados, propósito y significado para la vida, y la promesa segura de vida eterna en el cielo con Dios a todos los que respondan con fe: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
El colapso de la evolución es una realidad en la mente de los corazones de esos bien informados. El abrumador peso de evidencia científica y de hechos bíblicos terminan por aplastar el fraude superficial de la evolución orgánica. El concepto erróneo de la evolución orgánica es efímero; está hoy, pero se esfumará mañana, porque está destinado a desaparecer como tantas otras creencias falsas que se han hecho populares a lo largo de la historia.
Por consiguiente, deposite hoy mismo su fe en el Creador y Salvador, el único que tiene control sobre todas las cosas (del universo y de todo cuanto en él existe). Porque Él “…sustenta todas las cosas con la palabra de su poder…” (He. 1:3). Y repitamos una vez más las palabras del apóstol: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).