La bóveda global de semillas
- Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 15:31 horas
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Allí están almacenadas semillas de cientos de cultivos como espinaca, trigo, patata, diversos guisantes, alfalfa, espárrago, judía, cebada, albahaca, acelga, zanahoria, lenteja, tomate, cebolla, arroz, etc., excluyendo árboles frutales y plantas medicinales, así como organismos genéticamente modificados.
Esta bóveda es capaz de resistir terremotos y ataques nucleares. Las muestras serán conservadas a 18 grados centígrados bajo cero. Estarán empaquetadas en contenedores de aluminio de cuatro capas, los que a su vez se encuentran dentro de cajas almacenadas en estantes. Toda la bóveda está rodeada de terreno helado ártico, lo que asegura la conservación de las semillas, las que podrán mantenerse vivas hasta por mil años, aun en el caso que se produjera un fallo en el suministro eléctrico, que sólo es necesario para iluminación.
La bóveda ha sido bautizada La Cámara de Semillas del Juicio Final, o el Arca de Noé. Ha sido excavada a 130 metros de profundidad en una montaña de piedra, impermeable a la actividad volcánica, los terremotos, la radiación y el aumento del nivel del mar. La bóveda subterránea consiste de un complejo de tres almacenamientos de alta seguridad situados al final de un túnel de 125 metros practicado en el interior de una montaña cerca de la localidad de Longyearbyen, en la isla de Spitsbergen, perteneciente al archipiélago de Svalbard.
El primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, y la activista keniana Wangari Maathai, ganadora del premio Nobel de la Paz 2004, fueron los encargados de colocar en su interior las primeras semillas, las variedades de arroz de 104 países.
Oficialmente se trata de una iniciativa del gobierno de Noruega al servicio del planeta, denominada Global Crop Diversity Trust, Alianza para la Diversidad Global de los Cultivos, que tiene capacidad para unos dos millones de semillas, equivalente a 4.500 millones de muestras.
Sin embargo, lo que la gran mayoría ignora acerca de esta iniciativa tan loable, es quién auspicia la bóveda de semillas del día del juicio final, porque los noruegos no están solos. A ellos se suman la Fundación Bill y Melinda Gates, cuyo propietario Bill Gates, es el mayor accionista de Microsoft, la compañía que monopoliza el mercado de las computadoras personales en el mundo; el gigante estadounidense del agronegocio DuPont/Pioneer Hi-Bred, el principal productor mundial de semillas de plantas modificadas genéticamente, OGM, y agroquímicos relacionados; Syngenta, una compañía importante de semillas y agroquímicos con sede en Suiza; la Fundación Rockefeller, el grupo privado que creó la “revolución genética” y CGIAR, la red global creada por la Fundación Rockefeller para promover su ideal de pureza genética mediante el cambio agrícola.
Pero lo más interesante de todo, es la participación de la Fundación Rockefeller, la que desde la década de 1920 fue la que financió la investigación eugenésica, la aplicación del estudio de la herencia para el perfeccionamiento de las cualidades de la raza humana, que fuera rebautizada posteriormente como genética, para justificar la creación de una raza superior genéticamente modificada. Hitler y los nazis la llamaron la Raza Superior Aria.
La eugenesia de Hitler fue financiada en su mayor parte por la misma Fundación Rockefeller que ahora financió parte de la construcción de esta cámara acorazada para preservar muestras de cada semilla de nuestro planeta. También fue la misma Fundación Rockefeller la que creó la disciplina pseudo-científica de la biología molecular, en su inexorable búsqueda por reducir la vida a secuencias de genes que luego pueden ser modificados para cambiar a voluntad las características humanas.
Muchos de los científicos eugenistas de Hitler, emigraron a Estados Unidos después de la guerra, en donde continuaron con su trabajo apoyados por generosos subsidios de la Fundación Rockefeller. Fue en la labor de ellos en la que se basó la ingeniería genética.
La Fundación Rockefeller asimismo creó la llamada Revolución Verde, la que pretendía solucionar considerablemente el problema del hambre en el mundo, en México, India y otros países seleccionados en los que trabajaba Rockefeller. Como quedó claro años más tarde, la Revolución Verde fue un brillante ardid para desarrollar un agronegocio globalizado que luego podrían monopolizar, tal como hicieron medio siglo antes con la industria petrolera mundial. Como declarara Henry Kissinger en los años setenta: «Si se controla el petróleo, se controla el país; y si se controlan los alimentos, se controla a la población».
Un aspecto crucial en todo, es que la Revolución Verde se basa en la proliferación de semillas híbridas manipuladas genéticamente, las que no tienen la capacidad para reproducirse. Todo esto significa que los agricultores deben normalmente comprar semillas cada año a fin de obtener altos rendimientos y que sólo las grandes compañías semilleras multinacionales controlan las semillas, ya que ningún competidor o agricultor puede producir estas simientes híbridas.
La concentración global de patentes de semillas híbridas está en manos de un puñado de gigantescas compañías multinacionales semilleras, dirigidas por Pioneer Hi-Bred de DuPont y Dekalb de Monsanto, siendo esta última la que estableció la base para la ulterior revolución de la semilla OGM.
La introducción de la tecnología agrícola moderna estadounidense, de fertilizantes químicos y semillas híbridas comerciales, contribuyeron en conjunto a hacer que los agricultores locales en los países en desarrollo, dependieran del aporte del agronegocio y de las compañías petroquímicas, en su mayoría estadounidenses. Fue un proceso cuidadosamente planificado, que duró décadas.
Un importante efecto de la Revolución Verde fue, que como los campesinos no podían competir con esta poderosa maquinaria en movimiento, se vieron obligados a desplazarse a las ciudades en una búsqueda desesperada de trabajo, lo que se ignora es que todo formaba parte de un plan siniestro para crear reservas de mano de obra barata para las futuras multinacionales, como parte de la globalización de los últimos años.
Pero los resultados de la Revolución Verde, fueron bastante diferentes de lo que se había prometido. El uso indiscriminado de los nuevos pesticidas químicos, ocasionó serias consecuencias para la salud. Con el pasar del tiempo el monocultivo de nuevas variedades de semillas híbridas redujo la fertilidad del suelo y el rendimiento. Esta revolución estuvo acompañada por grandes proyectos de irrigación que a menudo incluían préstamos al Banco Mundial para construir inmensas represas, lo que además de endeudamiento, ocasionó la inundación de áreas previamente habitadas y de tierras fértiles.
El cultivo del súper trigo aunque produjo mayor rendimiento saturó el suelo con inmensas cantidades de fertilizante por hectárea, producto de nitratos y de petróleo, todas estas materias primas controladas por compañías petroleras de los Rockefeller.
También se utilizaron inmensas cantidades de herbicidas y pesticidas, creando mercados adicionales para los gigantes del petróleo y de la química, de tal manera, que tal como lo describió un analista, la Revolución Verde fue sólo una revolución química. Como las naciones en desarrollo no podían pagar por las inmensas cantidades de fertilizantes químicos y pesticidas, terminaron por hacer préstamos al Banco Mundial y préstamos especiales a otros grandes bancos de Nueva York, respaldados por garantías del gobierno de Estados Unidos.
Por otra parte, como los pequeños agricultores o campesinos no calificaban para participar en este tipo de programas, tuvieron que recurrir a préstamos del sector privado, para adquirir semillas y fertilizantes pero debido a las exorbitantes tasas de interés la gran mayoría ha terminado por perder sus tierras.
Desde hace más de cincuenta años estos mismos magnates y compañías que respaldaron la Revolución Verde, han trabajado para promover la “Revolución Genética”. Por lo tanto, llama mucho la atención que esa misma Fundación Rockefeller, junto con la Fundación Gates, que invierten millones de dólares para preservar cada semilla contra un posible escenario “del día del juicio final”, también estén invirtiendo millones en un proyecto llamado “Alianza por una Revolución Verde en África”.
Pero... ¿Cómo es posible que estas mismas multinacionales que han construido La Cámara de Semillas del Juicio Final, o el Arca de Noé, para almacenar semillas y preservarlas, al mismo tiempo respalden la proliferación de semillas híbridas patentadas, que además destruyen las variedades de semillas de plantas al introducir el agronegocio del monocultivo industrializado?
No es por accidente que las fundaciones Rockefeller y Gates se unieron para impulsar una Revolución Verde, mientras que al mismo tiempo financian silenciosamente la Cámara de semillas del Día del juicio final en Svalbard. Es obvio que su finalidad es controlar los productos alimenticios en el mundo, aunque todo no acaba allí.
En 1952 la multinacional de John D. Rockefeller, patrocinó el programa de eugenesia bajo la cobertura de promover la «planificación familiar, colocando en las mujeres dispositivos de contracepción, para la esterilización y control de la población en los países subdesarrollados».
Hoy, estos programas de semillas híbridas se extienden por todo el planeta. En la actualidad estas multinacionales tienen patentadas semillas modificadas genéticamente en 78 países del mundo, entre los cuales están incluidos prácticamente todas las naciones de Norte, Centro y Sur América.
Todas estas semillas patentadas no son más que versiones genéticamente modificadas de cepas antiguas, que se cultivaron de modo convencional por muchas generaciones. Lo que ellos han hecho es cambiarles un gene para hacer la semilla resistente a algún nuevo tipo de plaga, haciendo así que esa semilla ya no pertenezca a cualquiera que desee cultivarla o conservarla, sino a la empresa productora.
En los últimos años, la comunidad mundial ha visto con indignación, cómo algunas multinacionales productoras de semillas reclaman el derecho de propiedad sobre especies enteras de plantas, basados en que alteraron un gene en un miembro de esa especie, y que ahora todo su genoma les pertenece.
En un mundo de una población tan creciente, y por lo tanto con una demanda gigantesca de alimentos, la alimentación constituye uno de los mayores negocios. Nunca antes en la historia de la humanidad se había logrado tener tal control y poder sobre la cadena alimentaria.
¿Las semillas híbridas, como arma biológica?
Ahora llegamos al centro del peligro y al potencial para abuso inherente en el proyecto Svalbard de Bill Gates y de la Fundación Rockefeller. Porque me pregunto: ¿No sería posible que estas semillas patentadas de la mayoría de los principales cultivos de subsistencia en el mundo, tal como arroz, maíz, trigo, y granos alimenticios como la soya, pudieran ser utilizados en última instancia como una terrible arma biológica?
El objetivo explícito de la eugenesia financiado desde los años veinte por acaudaladas familias del mundo, es acabar sistemáticamente con linajes indeseables. La Epicyte, una pequeña compañía de biotecnología de California, anunció en el 2001 el desarrollo de un maíz genéticamente modificado que contenía un espermicida que esterilizaba el semen de los hombres que lo comían. Y esas semillas fueron cultivadas posteriormente en diversos países de América Central. En esa época, Epicyte tenía un acuerdo de sociedad conjunta con estas multinacionales que patrocinan la Cámara de Semillas del día del juicio final en Svalbard.
En los años noventa, la Organización Mundial de la Salud de la ONU lanzó una campaña, para vacunar a millones de mujeres, en Nicaragua, México y las Filipinas entre las edades de 15 y 45 años, supuestamente contra el tétano, una enfermedad que se origina cuando se provoca una herida con un objeto oxidado. La vacuna no fue suministrada a hombres o muchachos, a pesar de que cualquiera puede herirse con un objeto oxidado.
Por esta curiosa anomalía, el Comité Pro Vida de México, entró en sospechas e hizo que se realizaran pruebas con muestras de la vacuna. Los ensayos revelaron que la vacuna contra el tétano propagada por la OMS sólo para las mujeres en edad de procrear, contenía Gonadotropina Coriónica o hCG, una hormona natural que cuando se combina con un portador de anatoxina tetánica estimula anticuerpos que hacen que una mujer sea incapaz de sustentar un embarazo. Pero esto no se le dijo a ninguna de las mujeres vacunadas.
Más adelante se supo que la Fundación Rockefeller junto con otras entidades habían estado involucradas en un proyecto de 20 años de duración iniciado en 1972 para desarrollar la vacuna abortiva encubierta como un antitetánico. Además, otro hecho interesante es que el gobierno de Noruega, anfitrión de la Cámara de Semillas del día del juicio final de Svalbard, donó 41 millones de dólares para desarrollar la vacuna abortiva especial contra el tétano.
¿Será coincidencia que esas mismas organizaciones: desde Noruega, la Fundación Rockefeller, el Banco Mundial y otras multinacionales, estén también involucradas con el proyecto del banco de semillas en Svalbard?
Otro aspecto que no debemos pasar por alto es, que nadie sabe qué efecto tendrá a largo plazo, el consumo de estas plantas modificadas genéticamente, ya que a pesar del avance tan increíble que ha tenido la medicina en estas últimas décadas, también es desproporcionado el aumento de cánceres de todo tipo en el mundo. Y vuelvo a preguntarme: ¿Tendrá todo esto que ver con la manipulación genética?
¿No será acaso que el Banco de semillas del día del juicio final de Svalvard de Bill Gates y la Fundación Rockefeller forman parte de otra Solución Final, que involucre la extinción de las razas consideradas genéticamente inferiores? ¡Sólo el tiempo lo dirá!