Conforme el mundo parece estar girando fuera de  control y la Internet, los periódicos y noticieros de televisión no cesan de  proclamar malas noticias, es fácil que los creyentes nos sintamos solos.  El núcleo de las doctrinas cristianas  principales ha sido desviado de forma completa por esos que hoy se proclaman  como heraldos de una nueva fe, de una nueva reforma, quienes enseñan “Que  los cristianos debemos sentirnos bien, ser positivos, poner a un lado todas las  diferencias que nos separan y unirnos por el bien de la raza humana, ya que a  fin de cuentas todos servimos al mismo Dios”. 
Esta nueva fe que es como una especie  de poderoso narcótico espiritual, unida al engaño satánico, mantiene a los  cristianos adormecidos, arrullados por un sentimiento de bienestar y santidad  personal, producto de sus buenas obras, de no criticar a nadie, de aceptar en  amor a los homosexuales y lesbianas como parte de la iglesia, y de unirse en  yugo desigual con todas las religiones, aceptándolos como hermanos, sin  presentarles el verdadero Evangelio para no ofenderlos, porque a fin de cuentas  ellos también creen en Dios y todos adoramos al mismo Dios aunque tenga  diferentes nombres.
Esto hace, que quienes no compartimos  estas creencias, nos sintamos solos y marginados. ¡Pero bendito sea Dios,  porque somos parte de esos pocos parientes del profeta Elías del Antiguo  Testamento!   “Entrad por la puerta  estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la  perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta,  y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo  7:13-14).
Por lo tanto, para poder entender  mejor, cómo nadar contra el flujo de la corriente, y no quedarnos tan  completamente aislados como a veces pensamos, necesitamos prestar atención a lo  que Dios le enseñó a Elías.  
Alrededor del año 975 antes de Cristo,  Israel entró en una guerra civil y se convirtió en una nación dividida.  Diez de las tribus de Israel, siguieron al  rey Jeroboam y retuvieron el nombre de Israel, mientras que las otras dos  tribus restantes en el sur - la de Judá y la de Benjamín - siguieron a Roboam,  el hijo de Salomón como rey.   Este nuevo  reino llegó a ser conocido como Judá, e incluía la ciudad de Jerusalén en donde  estaba localizado el templo.  Había  hombres piadosos en el reino del norte, y Dios debía ser adorado en el templo  pese a toda la política involucrada en esta división.  A raíz de este problema, muchos de ellos se  trasladaron al reino de Judá para así poder continuar adorando en el  templo.  Esta migración trajo como  resultado que la población de Judá estaba representada por  personas de las doce tribus.
Pero... ¿Por qué eso es tan  importante?  La primera razón es porque  obviamente hizo que disminuyera el número de creyentes verdaderos entre el  pueblo del reino del norte - contribuyendo en gran manera al rápido aumento de  la apostasía y la adoración de ídolos.  Y  lo segundo, es que refuta la perniciosa creencia ocultista concerniente a las “Diez  tribus perdidas de Israel”.  En otras  palabras, los que promulgan esta doctrina, erróneamente insisten en que cuando  Babilonia se llevó cautivo al reino del norte, se perdió el rastro de ellos  porque misteriosamente emigraron a Inglaterra y Estados Unidos siglos después.
Esto se conoce como “Israelismo Británico”,  y forma la columna vertebral del mormonismo, porque su fundador Joseph Smith  aprendió algo de esta ridícula creencia gnóstica en su entrenamiento como masón.  La identidad de las tribus nunca se perdió  porque todas las doce estaban representadas dentro de la nación de Judá.  De otra manera, ¿por qué Santiago el hermano  del Señor, le dirigió su epístola “...   A las doce tribus que están en la dispersión”  (Santiago 1:1)?  Claro está durante la Diáspora el pueblo fue  dispersado en medio de las naciones del mundo, ¡pero ninguna de las doce tribus  se perdió!
Fue en medio de esta deplorable condición  espiritual de las tribus del norte, que Dios envió al profeta Elías.  Debía ir donde el malvado Acab - quien en ese  tiempo se había convertido en rey - y advertirle que si no se arrepentían serían  juzgados.  Creemos que los triunfos, al  igual que los puntos bajos de su duro ministerio, continúan siendo una fuente  de inspiración para el pueblo de Dios.
En el capítulo 17, versículo 1, del  primer libro de Reyes, aparece en escena este hombre de Dios.  Osadamente se presenta ante la presencia del  rey Acab con este increíble pronunciamiento, registrado así en la Palabra de  Dios: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a  Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia  ni rocío en estos años, sino por mi palabra”.
El mensaje de la sequía severa era para  llamar la atención de Acab, pero antes de que el rey pudiera reaccionar en  furia por su visita no deseada y su desagradable mensaje, Dios le dijo a Elías,  que se ocultara.  Y durante ese tiempo lo  alimentó de manera milagrosa.  “Y  vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente,  y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán.  Beberás del arroyo; y yo he mandado a los  cuervos que te den allí de comer.  Y él  fue e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo  de Querit, que está frente al Jordán.  Y  los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y  bebía del arroyo.  Pasados algunos días,  se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra” (1 Reyes  17:2-7).
Cuando la sequía llegó a su punto máximo,  Dios envió a su hombre con una viuda gentil en el poblado de Sarepta, el cual  estaba de la ciudad Fenicia de Sidón.  La  condición espiritual de Israel era tan lamentable que ninguna de sus viudas fue  escogida para servir a Dios contribuyendo a sustentar el profeta Elías.  Y ese punto encolerizó a los judíos cuando el  Señor Jesucristo lo usó para ilustrar la ceguera espiritual de Israel en su  propio día.  Como dijo: “Y en  verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando  el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda  la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en  Sarepta de Sidón” (Lucas 4:25 y 26).
Dios le había ordenado a esa mujer en  particular que cuidara de Elías.  Por eso  le dijo al profeta: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he  aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (1 Reyes  17:9).   ¡Lo más asombroso es que esta  viuda y su hijo estaban a punto de morir de hambre!  De hecho, cuando Elías se presentó ante ella,  estaba recogiendo algo de leña para encender un fuego y poder preparar lo que  pensaba que sería su última comida.  Y  cuando este judío le pidió que le diera algo de beber y de comer, muy  probablemente le respondió en un tono sarcástico.  
“Entonces él se levantó y se fue  a Sarepta.  Y cuando llegó a la puerta de  la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó,  y le dijo: Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que  beba.  Y yendo ella para traérsela, él la  volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en  tu mano.  Y ella respondió: Vive Jehová  tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la  tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para  entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos  morir” (1 Reyes 17:10-12).
Note que ella le dijo: “Jehová tu  Dios” y no “mi Dios”.  Por  eso parece más que obvio de que había un motivo doble de parte del Señor cuando  envió a Elías donde ella. ¡No sólo lo hizo porque el profeta necesitaba ayuda,  sino porque la mujer estaba espiritualmente muerta y necesitaba  desesperadamente el auxilio de él!  Por  lo tanto, la primera cosa que hizo Elías fue retarla para que creyera: “Elías  le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de  ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás  para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de  la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en  que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 17:13-14).
¡Hablando humanamente, tal fe era  imposible!   La viuda era gentil, y sólo  tenía un conocimiento mínimo del Dios de Israel, además estaba el hecho que los  judíos despreciaban a su pueblo.  Para  empeorar la situación, este hombre estaba pidiéndole que le diera a él primero,  la mayor parte del poco alimento que tenía, y que luego preparara lo que le  quedaba para ella y su hijo. ¡Esto parecía un descaro absoluto!   Bajo esas circunstancias exactas, no habría  sorprendido si ella le hubiera respondido que fuese con su música a otra  parte.  Sin embargo, de manera increíble  cumplió con su petición. Pero... ¿Por qué lo hizo si sabía que al hacerlo,  tanto ella como su hijo morirían más pronto?   La respuesta la encontramos en el versículo 9, en donde Dios dice que “le  había dado una orden” para que lo hiciera.   La palabra hebrea sawa, que se tradujo como “orden”, también  se podría traducir “designado, nombrado”.  Ésta expresión también la encontramos en 2  Samuel 6:21b, en donde el rey David le dice a su esposa Mical, la hija del rey  Saúl lo siguiente: “Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia  a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de  Jehová, sobre Israel...”
Fue así como el propio Dios preparó el  corazón de esta viuda para que reaccionara de la forma cómo hizo.   Asimismo la forma tan milagrosa como no faltó  ni la harina ni el aceite, sirvió para confirmarle a ella que el Dios de Elías  era real.  Más tarde cuando su hijo murió,  ésta mujer exhibió una fe verdadera:   “Y  ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para  traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?  Él le dijo: Dame acá tu hijo.  Entonces él lo tomó de su regazo, y lo llevó  al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama.  Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun  a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su  hijo?  Y se tendió sobre el niño tres  veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el  alma de este niño a él.  Y Jehová oyó la  voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió.  Tomando luego Elías al niño, lo trajo del  aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive.  Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que  la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 Reyes 17:18-24).
Finalmente, durante el tercer año de la  sequía, Dios le dijo a Elías que fuese donde el rey Acab para que le informara  que iba a hacer descender lluvia sobre la faz de la tierra.  Y lo primero que hizo Elías cuando se vio  frente a Acab, fue denunciarlo por su iniquidad y proponerle una especie de “enfrentamiento” para determinar, quién era el Dios vivo y verdadero de Israel:  “Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres  tú el que turbas a Israel?  Y él respondió:  Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los  mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales.  Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel  en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los  cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel.  Entonces Acab convocó a todos los hijos de  Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (1 Reyes  18:17-20).
Luego, Elías se volvió al pueblo y lo  reprendió por su incredulidad: “Y acercándose Elías a todo el pueblo,  dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?  Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en  pos de él.  Y el pueblo no respondió palabra” (1 Reyes 18:21).
A continuación los profetas de Baal,  junto con el pueblo judío se reunieron en el monte Carmelo para ver lo que iba  a hacer Elías.  Y lo que él propuso fue  que tomaran dos bueyes y los sacrificaran y cada uno colocara sus pedazos sobre  una pila de leña, pero sin poner fuego.     Después de eso, cada lado oraría y pediría que el sacrificio fuese  consumado por fuego, para demostrar cuál Dios era genuino.  En el versículo 24 está registrado, que su  propuesta complació a todo el pueblo y dijeron: “Bien dicho”.   Sin embargo, tenemos la sospecha que esto no  le gustó a los falsos profetas, pero no los quedó más opción que aceptar.  Y para demostrar que era un buen deportista,  Elías en un gesto magnánimo les permitió que actuasen primero.
Lo que siguió a continuación, fue hasta  cierto punto cómico.  Dice el registro bíblico: “Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el  nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos!  Pero no había voz, ni quien respondiese;  entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho.  Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba  de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o  tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que  despertarle.  Y ellos clamaban a grandes  voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta  chorrear la sangre sobre ellos.  Pasó el  mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse  el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni  escuchase.  Entonces dijo Elías a todo el  pueblo: Acercaos a mí.  Y todo el pueblo  se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado.  Y tomando Elías doce piedras, conforme al número  de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová  diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre  de Jehová; después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos  medidas de grano.  Preparó luego la leña,  y cortó el buey en pedazos, y lo puso sobre la leña.  Y dijo: Llenad cuatro cántaros de agua, y  derramadla sobre el holocausto y sobre la leña.   Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la  tercera vez; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría  alrededor del altar, y también se había llenado de agua la zanja” (1  Reyes 18:26-35).
Llama la atención el hecho que Elías  ordenara que derramaran cuatro cántaros de agua sobre el sacrificio, porque la  sequía había prevalecido por más de dos años y hasta una poca cantidad de agua  era preciosa.  Pero Elías los instruyó  para que hicieran lo mismo nuevamente, y luego la tercera vez.   En ese momento todo sobre el altar estaba  empapado y la zanja alrededor estaba llena de agua.  Pero... ¿Por qué Elías ordenó hacer algo tan  extraño?  Simplemente para que no quedara  duda alguna de que era Dios quien consumaría el sacrificio, porque había  cientos de falsos profetas que habían fracasado en sus esfuerzos y estaban  ansiosos por decir que se había valido de algún truco para encender la leña del  holocausto.
“Cuando llegó la hora de  ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de  Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y  que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas.  Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que  conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el  corazón de ellos” (1 Reyes 18:36,37).
Y Dios respondió instantáneamente a la  oración de su profeta: “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el  holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en  la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios,  Jehová es el Dios! Entonces Elías les dijo: Prended a los profetas de Baal,  para que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y los llevó Elías al arroyo  de Cisón, y allí los degolló” (1 Reyes 18:38-40).
¡Elías a continuación le dijo al rey  Acab que se preparara porque llovería pronto!   Y Elías procedió a orar y mientras Acab viajaba en su carroza de regreso  a Jezreel, Elías iba a pie delante de él, y “hubo una gran lluvia” (1 Reyes 18:46).   ¡Qué gran victoria  para Dios, y que vindicación para su fiel profeta!  Pero a Elías le esperaba una sorpresa a la  vuelta de la esquina, para mantenerlo humilde.   “Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y  de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías  un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a  estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos” (1  Reyes 19.1-2).
Cómo Elías sabía cuán perversa era  Jezabel, de inmediato huyó. Fue así como por segunda vez en un período de tres  años se encontró una vez más dependiendo enteramente de Dios para su  supervivencia.  Pero en esta ocasión, en  lugar de caminar por fe, el profeta hizo lo mismo que muchos de nosotros nos  vemos predispuestos a hacer cuando enfrentamos circunstancias similares.  Temeroso y físicamente exhausto, se sentó  debajo de un enebro y oró a Dios, “... Y deseando morirse, dijo: Basta  ya, oh Jehová, quítame la vida...” (1 Reyes 19:4b).
Ya no le importaba que hacía sólo un día  antes, ¡había pasado por una experiencia espiritual increíble!  No le importaba que Dios lo hubiera usado en  una forma poderosa para demostrarle a Israel que se habían dejado arrastrar por  los falsos profetas.  La garra invisible  del terror le atenazaba la razón.  La  desesperación lo había cegado, ante una situación que consideraba  desesperada.  El pecado del orgullo lo  hacía pensar que era el único profeta de Dios que quedaba, ¡y deseaba que todo  acabara!
¿Cómo supone usted que le vino esa idea  a la cabeza?  La narrativa no lo dice, ¡pero  definitivamente tiene todas las trazas de ser de origen siniestro!  Y si el gran profeta de Dios quedó reducido a  un estado mental tan deplorable, ¿no es razonable concluir que nosotros también  somos susceptibles a que nos ocurra algo similar?
Para tranquilizar a su atribulado  siervo, después que se despertó, Dios envió un ángel para que satisficiera su  necesidad inmediata de alimento y agua.   Luego, después de recibir la comida, Elías descansó nuevamente.  Ese mismo hombre que estaba tan apto físicamente  que pudo correr delante de la carroza de Acab, ahora se encontraba  completamente exhausto por la experiencia.
Pero Dios tenía reservado otros retos físicos  para él: “Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó,  diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta.  Se levantó, pues, y comió y bebió; y  fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta  Horeb, el monte de Dios” (1 Reyes 19:7-8).
Desde Beerseba, donde se encontraba Elías,  hasta el monte Horeb o Sinaí, había una distancia de unos 241 kilómetros.  No sabemos por qué razón Dios le ordenó que  emprendiera un viaje tan arduo por el desierto, sólo podemos elucubrar, pero  cuando Elías llegó se refugió en una cueva.   Y nos preguntamos: ¿Sería ésta la misma “hendidura en la peña” de que habla Éxodo 33:22, en donde Dios le dijo a Moisés que se refugiara para  protegerse y ver pasar su gloria?  Varios  estudiosos de la Palabra de Dios creen que fue así, y que en ambos casos Dios  tuvo algo que decirle a sus siervos. 
De tal manera que cuando Dios le habló  a Elías, lo primero que le dijo fue: “... ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:9b), y la respuesta del profeta fue muy reveladora: “Él  respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los  hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a  espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:10).
Y Dios respondió así a su lastimosa  excusa: “Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová.  Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y  poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová;  pero Jehová no estaba en el viento.  Y  tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.  Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no  estaba en el fuego.  Y tras el fuego un  silbo apacible y delicado.  Y cuando lo  oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la  cueva.  Y he aquí vino a él una voz,  diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13).
Note que después de una demostración  increíble de su poder, el Señor Jehová repitió la pregunta: “¿Qué haces  aquí, Elías?”.  Y el terco  profeta repitió su excusa original, casi palabra por palabra.  Pero en lugar de criticar a Elías,  necesitamos examinar la Escritura para entender mejor la pregunta del  Creador.  Por ejemplo, el apóstol Pablo  dijo en Romanos 8:31b: “... Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”.  En otras palabras, el Señor estaba diciéndole: “¿Por qué estás escondido en el desierto, cuando puedo protegerte?”.  Pero cuando Elías ofreció la misma excusa  quejumbrosa por segunda vez, Dios le dijo a su siervo emocionalmente  desequilibrado y tan necesitado de seguridad: “... Ve, vuélvete por tu  camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de  Siria.  A Jehú hijo de Nimsi ungirás por  rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que  sea profeta en tu lugar.  Y el que  escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada  de Jehú, Eliseo lo matará” (1 Reyes 19:15-17).
Entonces para corregir esa conclusión  hasta cierto punto orgullosa de Elías, de pensar que era el único profeta que  había quedado, pasando completamente por alto el hecho que el Señor, si así lo  quería, podía levantar instantáneamente un millón igual que él, además de su  idea implícita de que nadie más en Israel adoraba a Dios, Él hizo esta  declaración pasmosa: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas  rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1  Reyes 19:18).
El juicio Divino estaba próximo a  descender sobre Israel y los dos reyes: Hazael de Siria y Jehú de Israel, serían  los instrumentos por medio de los cuales lo administraría.  Pero cuando todo hubiera concluido, todavía  quedarían siete mil entre la población que permanecería fiel.  Y para asegurarse de que el pueblo continuara  recordando su relación de pacto con Él, le dijo a Elías que ungiera a Eliseo -  ese que eventualmente tomaría su lugar como profeta.
Por lo tanto, el punto es: ¡Qué Dios nos  cuida de continuo y que nunca estamos solos!   Incluso ahora,  conforme la  iglesia de Laodicea continúa propagándose como la cizaña en medio del trigo,  mientras el trigo escasea,  tenga la  seguridad que el Señor siempre preservará un remanente de esos que le son  fieles.