Un recordatorio para todos nosotros
- Fecha de publicación: Viernes, 15 Marzo 2019, 12:02 horas
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Desde que comenzara Radio América tenemos un programa diario de lectura bíblica sin comentarios en la voz del Pastor José Holowaty, director y fundador de esta emisora, al igual que el programa A Través de la Biblia del doctor John Vernon McGee. Estamos comprometidos en leer la Palabra de Dios por entero de principio a fin cada año.
Para muchos cristianos, la lectura del Antiguo Testamento les parece una tarea insuperable, especialmente cuando llegan al libro de Levítico y luego a Números. Las pruebas y tribulaciones de los hijos de Israel durante su viaje hacia la Tierra Prometida dominan los primeros cinco libros de la Biblia, y a veces pueden parecer tediosos e irrelevantes para nuestras vidas modernas.
Sin embargo, tengamos presente que el apóstol Pablo relató muchas de las experiencias del pueblo de Israel, durante su travesía del desierto en sus propios escritos, y les dijo a los creyentes en Corinto: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10:11).
En los primeros cinco libros de la Biblia, podemos encontrar innumerables lecciones prácticas sobre la fe, la obediencia y el carácter de Dios, enseñanzas que Pablo consideró importantes que aprendiéramos en nuestra propia generación.
El libro de Números registra el largo viaje de los israelitas desde el segundo año después de su milagrosa liberación de la esclavitud en Egipto, hasta su llegada a orillas del río Jordán, frente a la Tierra Prometida 38 años después. Narra la historia de dos generaciones: la primera que aunque fue testigo de los milagros maravillosos que tuvieron lugar cuando fueron librados de la opresión en Egipto bajo el Faraón, fue rebelde y no pudo apartarse de su infidelidad, y la otra que finalmente se convirtió en nuestro ejemplo de fe y obediencia.
El nombre de ese libro se deriva de dos partes que consisten de censos o “enumeraciones” de ambas generaciones. La primera parte - Números 1:1-46, comienza con un censo de la primera generación, y habla de la rebelión y la desunión entre sus filas. Mientras que en los capítulos 11 al 21 de Números, encontramos siete historias de esa insurrección, quejas y rebeliones:
1 - “Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento” (Números 11:1).
2 - “... Y, los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne!” (Números 11:4b).
3 - “María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer cusita” (Números 12:1).
4 - “Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” (Números 14:2).
5 - “Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre” (Números 16:1–2).
6 - “El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová” (Números 16:41).
7 - “Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!” (Números 20:3).
Debido a esa propensión a rebelarse contra Dios y Moisés, todas las personas de veinte años para arriba en ese primer censo, murieron en el desierto, excepto Moisés, Josué y Caleb.
En Números 26:1–65, encontramos el segundo censo de la nueva generación y allí podemos ver que ellos habían aprendido de los fracasos de sus padres. Aunque esta nueva descendencia no cumplió en todo con las instrucciones de Dios, y cometió algunos pecados similares a los de sus padres, cuando eran confrontados respecto a su pecado, la respuesta de ellos era diferente. Manifestaron un cambio de actitud, distinta forma de actuar, de reaccionar y arrepentirse. Por su fidelidad, recibieron la Tierra Prometida que sus padres no obtuvieron debido a su incredulidad.
En el capítulo 31 de Números leemos que los israelitas se encontraban fuera de la Tierra Prometida, y a punto de enfrentar la primera de muchas batallas por conquistar el territorio que Dios les había prometido. Pero después de obtener un triunfo sobre los madianitas, cuando la fértil orilla oriental del río Jordán se encontraba en sus manos, surgió un problema significativo que amenazó el éxito de la campaña por ingresar a la tierra. “Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y les pareció el país lugar de ganado. Vinieron, pues, los hijos de Gad y los hijos de Rubén, y hablaron a Moisés y al sacerdote Eleazar, y a los príncipes de la congregación, diciendo... la tierra que Jehová hirió delante de la congregación de Israel, es tierra de ganado, tus siervos tienen ganado. Por tanto, dijeron, si hallamos gracia en tus ojos, dése esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán” (Números 32:1-2, 4–5).
Si esta generación hubiese tenido el mismo espíritu de la anterior, ante la respuesta de Moisés este incidente pudo haber causado rebelión y desunión. “Pero Moisés dijo a los Gaditas y a los Rubenitas: ‘¿Irán sus hermanos a la guerra, mientras ustedes se quedan aquí? ¿Por qué desalientan a los Israelitas a fin de que no pasen a la tierra que el SEÑOR les ha dado? Esto es lo que los padres de ustedes hicieron cuando los envié de Cades Barnea a ver la tierra. Pues cuando subieron hasta el Valle de Escol, y vieron la tierra, desalentaron a los Israelitas para que no entraran a la tierra que el SEÑOR les había dado… Ahora ustedes se han levantado en lugar de sus padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún más a la ardiente ira del SEÑOR contra Israel. Pues si dejan de seguirle, otra vez Él los abandonará en el desierto, y ustedes destruirán a todo este pueblo” (Números 32:6–9, 14–15).
La aprehensión de Moisés es completamente comprensible, tal parecía que las tribus nuevamente iban a actuar con incredulidad, y a establecerse en la orilla al este del Jordán, en lugar de conquistar el territorio que tenían ante ellos, imitando así a sus antepasados. De hecho, esa petición iba a deshacer todo el proceso de conquista, porque alentaría a las otras tribus para que se establecieran allí en lugar de caminar hacia la plenitud de la herencia que Dios había prometido a los descendientes de Abraham.
Si hubiese sido la generación anterior a Rubén y Gad, en ese momento los jefes de las tribus habrían elevado sus voces en protesta, endurecido su cerviz y habrían comenzado a rebelarse contra Moisés en desaprobación de su plan. Pero algo extraordinario sucedió después que él los enfrentó con su pecado. Los nuevos líderes de Rubén y Gad no altercaron en su contra, sino que aceptaron su amonestación y prestaron atención a sus advertencias para no repetir los pecados de sus antepasados. Regresando luego a donde Moisés con una propuesta revisada, prometiendo no sólo apoyar a sus hermanos en las batallas que se avecinaban, sino asumiendo también el papel más peligroso de liderar el avance hacia la Tierra Prometida. Le dijeron: “Y nosotros nos armaremos, e iremos con diligencia delante de los hijos de Israel, hasta que los metamos en su lugar; y nuestros niños quedarán en ciudades fortificadas a causa de los moradores del país. No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad” (Números 32:17–18).
A este respecto el gran teólogo cristiano Charles Spurgeon, hizo la siguiente reflexión, dijo: “Las familias tienen obligaciones con su parentela. Los rubenitas y los gaditas no habrían reflejado hermandad, si hubieran reclamado la tierra que ya había sido conquistada y dejado al resto del pueblo para que luchara solo por sus porciones”.
Esa nueva generación de líderes demostró que había aprendido de los fracasos de sus antepasados, aunque sin criticar las fallas anteriores ni suponer que eran mejores. Estos nuevos descendientes corroboraron que habían comprendido la fidelidad y paciencia para perseverar hasta lograr todo lo que Dios les había prometido.
Aunque pudiera parecer que a corto plazo las tribus de Rubén y Gad habrían de recibir su herencia antes que cualquiera otra tribu, tuvieron que pagar lo que determinaron con su sacrificio. Ellos prometieron salir a la batalla junto con sus hermanos para conquistar el territorio. Como tal, tuvieron muy poco tiempo para construir ciudades fortificadas donde sus esposas e hijos pudieran vivir seguros hasta su regreso de la guerra. Esos líderes, tuvieron que perseverar para permanecer fieles a su promesa de luchar junto a las otras tribus de Israel y conquistar todo el territorio de Canaán.
Los eruditos bíblicos estiman que Josué tardó entre cinco y siete años en conquistar toda la tierra de Canaán. Por lo tanto, los rubenitas y gaditas, estuvieron lejos de sus familiares por un período prolongado de tiempo. Los combatientes tuvieron que confiar en que el Señor protegería a su parentela al otro lado del río mientras se encontraban luchando.
Esas dos tribus tenían grandes rebaños de ganado y les había parecido que ese territorio era uno de los mejores para el pastoreo. Quizás su elección se debió a egoísmo por tener para sí lo que consideraban más ventajoso. Si ese fue el caso, Rubén y Gad querían lo que Dios no había planeado para ellos. Pero... ¿Es que acaso no había pastizales adecuados al oeste del Jordán?
Tal como lo expresa el autor cristiano Iain M. Duguid, doctor en filosofía de la Universidad de Cambridge, profesor de Antiguo Testamento y decano del Seminario Teológico Westminster: “La tentación que enfrentaron los rubenitas y los gaditas fue establecerse en un lugar determinado por sus posesiones, no por la promesa del Señor. En otras palabras, la petición de ellos fue motivada por su propio beneficio, no por lo ordenado por Dios. Querían establecerse en un lugar distinto al que Jehová los había llamado a vivir porque les pareció más adecuado para su estilo de vida”.
Sin embargo, todo indica que ellos pagaron el precio por esa aparente ventaja. Pronto descubrieron que los asentamientos al este del Jordán eran vulnerables a ataques de bandas saqueadoras. En 2 Reyes 15:29 leemos que “Galaad” territorio que pertenecía a las tribus de Rubén y Gad, fue finalmente conquistado por Tiglat-Pileser, rey de Asiria, y el pueblo fue llevado cautivo a Asiria. “En los días de Peka rey de Israel, vino Tiglat-pileser rey de los asirios, y tomó a Ijón, Abel-bet-maaca, Janoa, Cedes, Hazor, Galaad, Galilea, y toda la tierra de Neftalí; y los llevó cautivos a Asiria”.
Aunque fueron honestos en su promesa a Moisés, de ayudar a las otras tribus para establecerse en el territorio al este del Jordán, los rubenitas y gaditas sólo obtuvieron problemas, terminando en cautiverio en lugar de recibir la bendición que Dios había planificado para ellos.
El carácter de Dios revelado
A pesar de que la primera generación de israelitas que salieron de la esclavitud en Egipto fuera terca, y probara a Dios a cada paso, Él demostró Su paciencia y gracia hacia ellos. Su carácter permaneció constante tanto con las generaciones rebeldes como con las obedientes de entre los israelitas. Disciplinó a los testarudos y derramó bendiciones de acuerdo con la obediencia de ellos, pero nunca olvidó su pacto. De hecho, siempre ha evidenciado la fidelidad con su pueblo. Aunque fracasaron muchas veces, reveló su propio compromiso mediante su presencia constante, dirigiéndolos a través de la nube de día y la columna de fuego durante la noche. Nunca los olvidó ni abandonó.
Las crónicas del libro de Números son un claro recordatorio para nuestra generación, de que Dios no tolera la rebelión, la queja o la incredulidad, sin que carguemos con las consecuencias. Por otro parte, el Señor es lento para la ira, grande en misericordia y fiel a los que caminan en obediencia. A lo largo de la experiencia en el desierto, le enseñó a su pueblo cómo debían caminar con Él. No sólo les suplió a sus necesidades físicas, sino que también les enseñó a adorarle, a servir a los demás y a vivir vidas que fueran testimonio de Él, ante las naciones circundantes. Él era su Dios y ellos eran Su pueblo, y esperaba que actuaran de esa forma.
Lecciones para nosotros hoy
La Enciclopedia en línea Wikipedia describe la paciencia “Como el estado de resistencia en circunstancias difíciles, como la perseverancia ante la tardanza en recibir una respuesta; tolerancia ante la provocación sin responder con ira; y paciencia bajo la tensión, especialmente cuando se enfrentan dificultades a largo plazo”.
Casi todos en algún momento nos hemos sentidos desalentados, y algunos hasta hemos dicho: “Estoy muy cansado o cansada de esperar por una respuesta de parte de Dios, ya que tal parece que Él no me escucha”. Incluso, cuando no recibimos respuesta respecto a lo que debemos hacer, nos impacientamos y en ocasiones determinamos hacer lo que nos parece mejor.
Sin embargo, no olvidemos la historia de Rubén y Gad, quienes decidieron actuar fuera de la voluntad perfecta de Dios. Aunque después estuvieron comprometidos y fueron fieles, también pagaron las consecuencias de esa primera elección a largo plazo. Como creyentes, a menudo enfrentamos la tentación de conformarnos con lo suficientemente bueno, en lugar de esperar por lo mejor de Dios para nuestras vidas.
Los líderes en los campos espirituales, económicos y políticos generalmente reconocen que la paciencia es una característica esencial entre las personas exitosas. La paciencia es la capacidad de reconocer que las cosas toman tiempo y que existe la posibilidad de sentirnos frustrados durante el proceso, pero que se requiere perseverancia. Desde la llegada de la era digital y el teléfono inteligente, parece haber una incapacidad creciente por practicar la paciencia.
Vivimos en una edad de Gratificación Instantánea. Los llamados “mileniales” - la generación de los nacidos entre 1982 y el año 2004, se han convertido en el grupo demográfico más grande de la fuerza laboral. Desde hace unos pocos años, representan el estereotipo de esos que creen merecerlo todo, son difíciles de complacer e inconstantes en su capacidad por permanecer empleados.
Según las encuestas realizadas por la agencia Gallup Polls, el 21% de los mileniales en Estados Unidos cambiaron de empleo en el año 2018. Este porcentaje es casi tres veces más alto que las generaciones fuera de ese grupo demográfico. Aunque las razones para el cambio laboral fueron variadas, existe la tendencia predominante de que si un empleo no les satisface, los mileniales se lanzan a buscar pastos más verdes. Cuando se ven desafiados por las frustraciones típicas de un trabajo, los mileniales las consideran insuperables, y si tienen que decidir entre luchar o huir, la huida es su respuesta.
Las redes sociales y los dispositivos inteligentes están reconfigurando nuestro cerebro mediante la interacción constante y la distracción digital. Una reciente encuesta por Internet realizada por analistas de investigación encontró, que el tiempo mínimo que un estadounidense promedio pasa en las redes sociales diariamente está por encima de las tres horas diarias. Que se usan los teléfonos celulares 2.617 veces por día, mientras que la capacidad de atención se reduce a ocho segundos.
El cerebro es un órgano maleable que continúa desarrollándose hasta la edad adulta, y esta nueva generación ya está entrenada para estar enfocada por períodos muy breves, cambiando sus tareas tan a menudo que muchos son totalmente incapaces de seleccionar una meta y perseguirla con persistencia y paciencia.
Nuestra sociedad también perpetúa el mito del éxito instantáneo. YouTube, Facebook e Instagram están colmados de historias de jóvenes que supuestamente han logrado el éxito de la noche a la mañana. Por ejemplo, la compañía Uber ha explotado en popularidad en pocos años, y ahora tiene un valor que excede a los mil millones de dólares.
Raras veces escuchamos hoy por los medios masivos sobre los años de arduo trabajo, las largas horas y la paciencia que se requiere para alcanzar nuestras metas. Debido a que hemos llegado a esperar que las cosas sucedan de la noche a la mañana, consideramos nuestra propia inhabilidad de lograr esa realidad falsa, como un fracaso. Eso engendra aún más la falta de persistencia, y a su vez nos impacientamos con nuestro progreso tan lento. La habilidad de ser paciente, que había sido valorada por tanto tiempo, ha comenzado a desaparecer de la historia.
La juventud actual enfrenta muchos desafíos, creen que pueden tener vidas perfectamente satisfactorias y lograr todo lo que se proponen ignorando y desobedeciendo completamente la Palabra de Dios. Desean convertirse en uno de los éxitos instantáneos que se exhiben por las redes sociales. Sin embargo, nuestra mayor preocupación debe ser tener la perseverancia de mantener viva nuestra fe hasta que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestras vidas y en este mundo.
¡No nos conformemos con lo suficientemente bueno que el mundo ofrece aparte de la Tierra Prometida! Ese fue quizás el mayor pecado de Rubén y Gad, de que se sintieron satisfechos fuera de la perfecta voluntad de Dios, felices con lo que era físicamente agradable, dejando que sus posesiones determinaran sus decisiones.
La historia de Rubén y Gad es una acusación para nuestra conciencia, pero también un aliento. Es un testimonio del amor inquebrantable de Dios por su pueblo, tanto en disciplina como en bendición. Nos muestra que, aunque podamos conformarnos fuera de su perfecta voluntad, Él continuará recompensando nuestra fidelidad. Pero aunque seamos sus hijos, hayamos experimentado el nuevo nacimiento y nunca nos abandone, si hemos adoptados decisiones “simplemente buenas”, en lugar de esperar por lo mejor de Él, este podría ser el mejor momento para dirigir nuestro corazón hacia el Señor, quien anhela darnos más de lo que ustedes o nosotros merezcamos.
Mantengamos presente lo que dijo Jehová Dios al pueblo de Israel: “Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer” (Deuteronomio 5:33).
Asimismo las palabras del apóstol Pablo a todos los creyentes: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Romanos 2:5–8).