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¿Nos sentimos como Elías?

  • Fecha de publicación: Martes, 09 Octubre 2018, 09:43 horas

Conforme el mundo parece estar girando fuera de control y la Internet, los periódicos y noticieros de televisión no cesan de proclamar malas noticias, es fácil que los creyentes nos sintamos solos.  El núcleo de las doctrinas cristianas principales ha sido desviado de forma completa por esos que hoy se proclaman como heraldos de una nueva fe, de una nueva reforma, quienes enseñan “Que los cristianos debemos sentirnos bien, ser positivos, poner a un lado todas las diferencias que nos separan y unirnos por el bien de la raza humana, ya que a fin de cuentas todos servimos al mismo Dios”.

Esta nueva fe que es como una especie de poderoso narcótico espiritual, unida al engaño satánico, mantiene a los cristianos adormecidos, arrullados por un sentimiento de bienestar y santidad personal, producto de sus buenas obras, de no criticar a nadie, de aceptar en amor a los homosexuales y lesbianas como parte de la iglesia, y de unirse en yugo desigual con todas las religiones, aceptándolos como hermanos, sin presentarles el verdadero Evangelio para no ofenderlos, porque a fin de cuentas ellos también creen en Dios y todos adoramos al mismo Dios aunque tenga diferentes nombres.

Esto hace, que quienes no compartimos estas creencias, nos sintamos solos y marginados. ¡Pero bendito sea Dios, porque somos parte de esos pocos parientes del profeta Elías del Antiguo Testamento!   “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).

Por lo tanto, para poder entender mejor, cómo nadar contra el flujo de la corriente, y no quedarnos tan completamente aislados como a veces pensamos, necesitamos prestar atención a lo que Dios le enseñó a Elías. 

Alrededor del año 975 antes de Cristo, Israel entró en una guerra civil y se convirtió en una nación dividida.  Diez de las tribus de Israel, siguieron al rey Jeroboam y retuvieron el nombre de Israel, mientras que las otras dos tribus restantes en el sur - la de Judá y la de Benjamín - siguieron a Roboam, el hijo de Salomón como rey.   Este nuevo reino llegó a ser conocido como Judá, e incluía la ciudad de Jerusalén en donde estaba localizado el templo.  Había hombres piadosos en el reino del norte, y Dios debía ser adorado en el templo pese a toda la política involucrada en esta división.  A raíz de este problema, muchos de ellos se trasladaron al reino de Judá para así poder continuar adorando en el templo.  Esta migración trajo como resultado que la población de Judá estaba representada por  personas de las doce tribus.

Pero... ¿Por qué eso es tan importante?  La primera razón es porque obviamente hizo que disminuyera el número de creyentes verdaderos entre el pueblo del reino del norte - contribuyendo en gran manera al rápido aumento de la apostasía y la adoración de ídolos.  Y lo segundo, es que refuta la perniciosa creencia ocultista concerniente a las “Diez tribus perdidas de Israel”.  En otras palabras, los que promulgan esta doctrina, erróneamente insisten en que cuando Babilonia se llevó cautivo al reino del norte, se perdió el rastro de ellos porque misteriosamente emigraron a Inglaterra y Estados Unidos siglos después.

Esto se conoce como “Israelismo Británico”, y forma la columna vertebral del mormonismo, porque su fundador Joseph Smith aprendió algo de esta ridícula creencia gnóstica en su entrenamiento como masón.  La identidad de las tribus nunca se perdió porque todas las doce estaban representadas dentro de la nación de Judá.  De otra manera, ¿por qué Santiago el hermano del Señor, le dirigió su epístola “...  A las doce tribus que están en la dispersión”  (Santiago 1:1)?  Claro está durante la Diáspora el pueblo fue dispersado en medio de las naciones del mundo, ¡pero ninguna de las doce tribus se perdió!

Fue en medio de esta deplorable condición espiritual de las tribus del norte, que Dios envió al profeta Elías.  Debía ir donde el malvado Acab - quien en ese tiempo se había convertido en rey - y advertirle que si no se arrepentían serían juzgados.  Creemos que los triunfos, al igual que los puntos bajos de su duro ministerio, continúan siendo una fuente de inspiración para el pueblo de Dios.

En el capítulo 17, versículo 1, del primer libro de Reyes, aparece en escena este hombre de Dios.  Osadamente se presenta ante la presencia del rey Acab con este increíble pronunciamiento, registrado así en la Palabra de Dios: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra”.

El mensaje de la sequía severa era para llamar la atención de Acab, pero antes de que el rey pudiera reaccionar en furia por su visita no deseada y su desagradable mensaje, Dios le dijo a Elías, que se ocultara.  Y durante ese tiempo lo alimentó de manera milagrosa.  “Y vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán.  Beberás del arroyo; y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer.  Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo de Querit, que está frente al Jordán.  Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo.  Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra” (1 Reyes 17:2-7).

Cuando la sequía llegó a su punto máximo, Dios envió a su hombre con una viuda gentil en el poblado de Sarepta, el cual estaba de la ciudad Fenicia de Sidón.  La condición espiritual de Israel era tan lamentable que ninguna de sus viudas fue escogida para servir a Dios contribuyendo a sustentar el profeta Elías.  Y ese punto encolerizó a los judíos cuando el Señor Jesucristo lo usó para ilustrar la ceguera espiritual de Israel en su propio día.  Como dijo: “Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón” (Lucas 4:25 y 26).

Dios le había ordenado a esa mujer en particular que cuidara de Elías.  Por eso le dijo al profeta: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (1 Reyes 17:9).   ¡Lo más asombroso es que esta viuda y su hijo estaban a punto de morir de hambre!  De hecho, cuando Elías se presentó ante ella, estaba recogiendo algo de leña para encender un fuego y poder preparar lo que pensaba que sería su última comida.  Y cuando este judío le pidió que le diera algo de beber y de comer, muy probablemente le respondió en un tono sarcástico. 

“Entonces él se levantó y se fue a Sarepta.  Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo: Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.  Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.  Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir” (1 Reyes 17:10-12).

Note que ella le dijo: “Jehová tu Dios” y no “mi Dios”.  Por eso parece más que obvio de que había un motivo doble de parte del Señor cuando envió a Elías donde ella. ¡No sólo lo hizo porque el profeta necesitaba ayuda, sino porque la mujer estaba espiritualmente muerta y necesitaba desesperadamente el auxilio de él!  Por lo tanto, la primera cosa que hizo Elías fue retarla para que creyera: “Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 17:13-14).

¡Hablando humanamente, tal fe era imposible!   La viuda era gentil, y sólo tenía un conocimiento mínimo del Dios de Israel, además estaba el hecho que los judíos despreciaban a su pueblo.  Para empeorar la situación, este hombre estaba pidiéndole que le diera a él primero, la mayor parte del poco alimento que tenía, y que luego preparara lo que le quedaba para ella y su hijo. ¡Esto parecía un descaro absoluto!   Bajo esas circunstancias exactas, no habría sorprendido si ella le hubiera respondido que fuese con su música a otra parte.  Sin embargo, de manera increíble cumplió con su petición. Pero... ¿Por qué lo hizo si sabía que al hacerlo, tanto ella como su hijo morirían más pronto?  La respuesta la encontramos en el versículo 9, en donde Dios dice que “le había dado una orden” para que lo hiciera.  La palabra hebrea sawa, que se tradujo como “orden”, también se podría traducir “designado, nombrado”.  Ésta expresión también la encontramos en 2 Samuel 6:21b, en donde el rey David le dice a su esposa Mical, la hija del rey Saúl lo siguiente: “Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel...”

Fue así como el propio Dios preparó el corazón de esta viuda para que reaccionara de la forma cómo hizo.   Asimismo la forma tan milagrosa como no faltó ni la harina ni el aceite, sirvió para confirmarle a ella que el Dios de Elías era real.  Más tarde cuando su hijo murió, ésta mujer exhibió una fe verdadera:   “Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?  Él le dijo: Dame acá tu hijo.  Entonces él lo tomó de su regazo, y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama.  Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo?  Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él.  Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió.  Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 Reyes 17:18-24).

Finalmente, durante el tercer año de la sequía, Dios le dijo a Elías que fuese donde el rey Acab para que le informara que iba a hacer descender lluvia sobre la faz de la tierra.  Y lo primero que hizo Elías cuando se vio frente a Acab, fue denunciarlo por su iniquidad y proponerle una especie de “enfrentamiento” para determinar, quién era el Dios vivo y verdadero de Israel:  “Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel?  Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales.  Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel.  Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (1 Reyes 18:17-20).

Luego, Elías se volvió al pueblo y lo reprendió por su incredulidad: “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?  Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él.  Y el pueblo no respondió palabra” (1 Reyes 18:21).

A continuación los profetas de Baal, junto con el pueblo judío se reunieron en el monte Carmelo para ver lo que iba a hacer Elías.  Y lo que él propuso fue que tomaran dos bueyes y los sacrificaran y cada uno colocara sus pedazos sobre una pila de leña, pero sin poner fuego.    Después de eso, cada lado oraría y pediría que el sacrificio fuese consumado por fuego, para demostrar cuál Dios era genuino.  En el versículo 24 está registrado, que su propuesta complació a todo el pueblo y dijeron: “Bien dicho”.   Sin embargo, tenemos la sospecha que esto no le gustó a los falsos profetas, pero no los quedó más opción que aceptar.  Y para demostrar que era un buen deportista, Elías en un gesto magnánimo les permitió que actuasen primero.

Lo que siguió a continuación, fue hasta cierto punto cómico.  Dice el registro bíblico: “Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos!  Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho.  Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle.  Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos.  Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase.  Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí.  Y todo el pueblo se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado.  Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová; después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano.  Preparó luego la leña, y cortó el buey en pedazos, y lo puso sobre la leña.  Y dijo: Llenad cuatro cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña.  Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la tercera vez; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también se había llenado de agua la zanja” (1 Reyes 18:26-35).

Llama la atención el hecho que Elías ordenara que derramaran cuatro cántaros de agua sobre el sacrificio, porque la sequía había prevalecido por más de dos años y hasta una poca cantidad de agua era preciosa.  Pero Elías los instruyó para que hicieran lo mismo nuevamente, y luego la tercera vez.   En ese momento todo sobre el altar estaba empapado y la zanja alrededor estaba llena de agua.  Pero... ¿Por qué Elías ordenó hacer algo tan extraño?  Simplemente para que no quedara duda alguna de que era Dios quien consumaría el sacrificio, porque había cientos de falsos profetas que habían fracasado en sus esfuerzos y estaban ansiosos por decir que se había valido de algún truco para encender la leña del holocausto.

“Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas.  Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18:36,37).

Y Dios respondió instantáneamente a la oración de su profeta: “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios! Entonces Elías les dijo: Prended a los profetas de Baal, para que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y los llevó Elías al arroyo de Cisón, y allí los degolló” (1 Reyes 18:38-40).

¡Elías a continuación le dijo al rey Acab que se preparara porque llovería pronto!  Y Elías procedió a orar y mientras Acab viajaba en su carroza de regreso a Jezreel, Elías iba a pie delante de él, y “hubo una gran lluvia” (1 Reyes 18:46).   ¡Qué gran victoria para Dios, y que vindicación para su fiel profeta!  Pero a Elías le esperaba una sorpresa a la vuelta de la esquina, para mantenerlo humilde.   “Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos” (1 Reyes 19.1-2).

Cómo Elías sabía cuán perversa era Jezabel, de inmediato huyó. Fue así como por segunda vez en un período de tres años se encontró una vez más dependiendo enteramente de Dios para su supervivencia.  Pero en esta ocasión, en lugar de caminar por fe, el profeta hizo lo mismo que muchos de nosotros nos vemos predispuestos a hacer cuando enfrentamos circunstancias similares.  Temeroso y físicamente exhausto, se sentó debajo de un enebro y oró a Dios, “... Y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida...” (1 Reyes 19:4b).

Ya no le importaba que hacía sólo un día antes, ¡había pasado por una experiencia espiritual increíble!  No le importaba que Dios lo hubiera usado en una forma poderosa para demostrarle a Israel que se habían dejado arrastrar por los falsos profetas.  La garra invisible del terror le atenazaba la razón.  La desesperación lo había cegado, ante una situación que consideraba desesperada.  El pecado del orgullo lo hacía pensar que era el único profeta de Dios que quedaba, ¡y deseaba que todo acabara!

¿Cómo supone usted que le vino esa idea a la cabeza?  La narrativa no lo dice, ¡pero definitivamente tiene todas las trazas de ser de origen siniestro!  Y si el gran profeta de Dios quedó reducido a un estado mental tan deplorable, ¿no es razonable concluir que nosotros también somos susceptibles a que nos ocurra algo similar?

Para tranquilizar a su atribulado siervo, después que se despertó, Dios envió un ángel para que satisficiera su necesidad inmediata de alimento y agua.  Luego, después de recibir la comida, Elías descansó nuevamente.  Ese mismo hombre que estaba tan apto físicamente que pudo correr delante de la carroza de Acab, ahora se encontraba completamente exhausto por la experiencia.

Pero Dios tenía reservado otros retos físicos para él: “Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta.  Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1 Reyes 19:7-8).

Desde Beerseba, donde se encontraba Elías, hasta el monte Horeb o Sinaí, había una distancia de unos 241 kilómetros.  No sabemos por qué razón Dios le ordenó que emprendiera un viaje tan arduo por el desierto, sólo podemos elucubrar, pero cuando Elías llegó se refugió en una cueva.  Y nos preguntamos: ¿Sería ésta la misma “hendidura en la peña” de que habla Éxodo 33:22, en donde Dios le dijo a Moisés que se refugiara para protegerse y ver pasar su gloria?  Varios estudiosos de la Palabra de Dios creen que fue así, y que en ambos casos Dios tuvo algo que decirle a sus siervos.

De tal manera que cuando Dios le habló a Elías, lo primero que le dijo fue: “... ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:9b), y la respuesta del profeta fue muy reveladora: “Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:10).

Y Dios respondió así a su lastimosa excusa: “Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová.  Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento.  Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.  Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego.  Y tras el fuego un silbo apacible y delicado.  Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva.  Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13).

Note que después de una demostración increíble de su poder, el Señor Jehová repitió la pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?”.  Y el terco profeta repitió su excusa original, casi palabra por palabra.  Pero en lugar de criticar a Elías, necesitamos examinar la Escritura para entender mejor la pregunta del Creador.  Por ejemplo, el apóstol Pablo dijo en Romanos 8:31b: “... Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”.  En otras palabras, el Señor estaba diciéndole: “¿Por qué estás escondido en el desierto, cuando puedo protegerte?”.  Pero cuando Elías ofreció la misma excusa quejumbrosa por segunda vez, Dios le dijo a su siervo emocionalmente desequilibrado y tan necesitado de seguridad: “... Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria.  A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar.  Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará” (1 Reyes 19:15-17).

Entonces para corregir esa conclusión hasta cierto punto orgullosa de Elías, de pensar que era el único profeta que había quedado, pasando completamente por alto el hecho que el Señor, si así lo quería, podía levantar instantáneamente un millón igual que él, además de su idea implícita de que nadie más en Israel adoraba a Dios, Él hizo esta declaración pasmosa: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Reyes 19:18).

El juicio Divino estaba próximo a descender sobre Israel y los dos reyes: Hazael de Siria y Jehú de Israel, serían los instrumentos por medio de los cuales lo administraría.  Pero cuando todo hubiera concluido, todavía quedarían siete mil entre la población que permanecería fiel.  Y para asegurarse de que el pueblo continuara recordando su relación de pacto con Él, le dijo a Elías que ungiera a Eliseo - ese que eventualmente tomaría su lugar como profeta.

Por lo tanto, el punto es: ¡Qué Dios nos cuida de continuo y que nunca estamos solos!  Incluso ahora,  conforme la iglesia de Laodicea continúa propagándose como la cizaña en medio del trigo, mientras el trigo escasea,  tenga la seguridad que el Señor siempre preservará un remanente de esos que le son fieles.

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