La última clase
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En la víspera de Navidad de 1920, el doctor Warfield sufrió un ataque al corazón. Se fue recuperando lentamente durante las siguientes semanas, y cuando las clases se reanudaron después de las vacaciones de Navidad, estaba de regreso enseñando. El 16 de febrero de 1921, Warfield fue a su clase regular vespertina, pero en esa ocasión no se puso de pie para dirigir la plegaria de apertura como era su costumbre, porque todavía estaba débil. El pasaje que estudiaron ese día fue el tercer capítulo de la Primera Epístola de Juan. Cuando comenzó a enseñar fue como si toda su debilidad hubiera desaparecido.
Un estudiante recordaba que cuando su exposición llegó al versículo 16 que decía: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16), “Toda la elocuencia del corazón cristiano del doctor Warfield, toda la sabiduría de su erudición acumulada se centró en la interpretación de este texto”. Y ésta fue parte de la explicación del doctor Warfield: “El que hubiera puesto su vida en nuestro lugar fue algo grandioso, pero la maravilla del texto es que Él, siendo todo lo que era, el Señor de gloria, puso su vida por nosotros, siendo lo que somos, simples criaturas de su mano, pecadores culpables merecedores de su ira”. Urgió a sus estudiantes a que reconocieran más plenamente su propio pecado y el regalo de Dios lo cual nos haría “maravillarnos ante su gracia y sentir el deseo de glorificar su nombre”.
Después del estudio, Warfield regresó a su casa. Más tarde ese mismo día sufrió otro ataque del corazón y murió. ¡Había enseñado su última clase!
El día después de la muerte de Warfield, sus colegas de Princeton le escribieron una carta a su madre por medio de su buen amigo J. Grsham Machen, en la que decía: “Estoy escribiéndole para informarle de la gran pérdida que hemos tenido con la muerte del doctor Warfield. Princeton parecerá un lugar muy insípido sin él, quien realmente fue un gran hombre. No hay siquiera una persona viva en la Iglesia capaz de ocupar una cuarta parte de su lugar. Para mí, él fue una ayuda y apoyo incalculable en cientos de formas diferentes. Este es un día muy doloroso para todos nosotros”.
Unos años antes, cuando estaba oficiando el servicio funerario de un amigo, el doctor Warfield describió a “la multitud innumerable” que dejaban a un lado las pruebas y el trabajo de la tierra que complacía al Señor, para entrar a reposar con Él. Y continuó diciendo: “Mientras nuestro adiós para ellos en este lado de la sima que nos separa esté sonando en sus oídos, el gozoso saludo de su Señor les está dando la bienvenida a ellos allí... Ojalá Dio permita que todos nosotros podamos seguirles. Ojalá su Santo Espíritu nos santifique plenamente y nos capacite para que cuando cerremos nuestros ojos y nuestro cuerpo duerma, los volvamos a abrir, no en lugar aterrador en tormento, sino en la suave y dulce luz del Paraíso, ¡seguros en los brazos de Jesús!”.
Después de enseñar su última clase, Warfield siguió a esa “multitud innumerable” segura en los brazos de Jesús.
Reflexión
El atributo más grande de Benjamin Breckindridge Warfield fue su gran amor por Dios. Para él la teología no se basaba en proposiciones elevadas, sino en un Dios personal quien envió a su Hijo para que pusiera su vida por nosotros y así pudiéramos pasar la eternidad con Él. ¿Piensa usted de Jesús como un concepto teológico, o lo conoce personalmente tal como lo conoció Benjamin Warfield?
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros...” (1 Juan 3:16a).